El Voto por la reconciliación
Este voto no será obligado en las próximas elecciones, como reza el proyecto de ley que se debate en el Congreso. Es un templo construido al término de la guerra de los Mil Días con el fin de desarmar los espíritus. Más de 100 años después, y cuando el país adelanta un proceso de paz, comenzó la restauración de la emblemática iglesia de la localidad de Los Mártires, frecuentada por habitantes de calle desplazados del Bronx con quienes el párroco, Darío Echeverry, adelanta una labor de reintegración social.
Texto y fotos: Santiago Triana Sánchez
Antes de empezar la misa, el padre Darío Echeverry –que lleva nueve años al frente de la Iglesia del Voto Nacional–, se dirige afanado al último muro del templo, detrás de la imponente figura del Sagrado Corazón de Jesús, de unos seis metros de altura, y se cambia el impecable clériman negro por su atuendo de celebración. Al terminar la ceremonia, lo buscan mínimo 10 personas. A veces se le acercan uno o dos habitantes de calle, de los que vienen del Bronx, y que van a pedirle dinero. A veces, mete su mano al bolsillo y les da unas monedas. Si les da algo, chocan los puños; si no, se van rezongando.
Las puertas de la iglesia se abren a las 7:00 de la mañana de lunes a viernes, y la misa comienza a las 7:30. Los domingos, la misa de la mañana es a las 9:30, y los fieles se dejan ver allí a partir de las 9:00. No se sientan más de tres o cuatro personas en cada banca, del centenar que hay. El número de asistentes oscila entre 25 o 30 personas en una misa normal, y los domingos pueden ser 40 o 50 los fieles, entre los que se encuentran monjas, mujeres mayores, jóvenes, trabajadores del sector e indigentes.
Otro centro de memoria
La iglesia del Voto Nacional fácilmente podría ser un Centro de Memoria histórica. De hecho, cuando esta entidad se creó, el padre Echeverry ofreció el templo como sede. ¿Y por qué no? Los habitantes del Bronx también son víctimas y la iglesia está ubicada en la Plaza de los Mártires, antigua Huerta de Jaime, donde Pablo Morillo mandó a fusilar a los héroes de la Independencia como Policarpa Salavarrieta, Antonia Santos, Mercedes Ábrego, Camilo Torres y Antonio José de Caldas.
“Qué bonito hubiera sido; yo ofrecí este templo para que aquí se hiciera ese centro de las víctimas de ayer, de las víctimas de hoy, y el lugar de oración para que no haya las víctimas de mañana”, dice el padre Echeverry.
Víctimas también fueron y son los indígenas, que celebran los domingos la Santa Misa, a la que le aportan su música y su corazón. Tan entrañable es esta ceremonia, que el Embajador de España, Nicolás Martín Cinto, decidió casarse en el Voto Nacional en 2013. El diplomático no quería obispos, pero sí música andina, y por eso los indígenas hicieron la ceremonia. Al final, el embajador se abrazó con ellos en un gesto simbólico de reconciliación.
El padre Echeverry dice que los indígenas –en su mayoría ecuatorianos– son quienes ahora lo evangelizan a él, por la manera en que sienten la fe y la transmiten en la misa de la única iglesia del país donde los indígenas la cantan, comentan, celebran y solemnizan.
Hace algunos años, cuando el país estaba muy polarizado políticamente, surgió la idea de hacer una marcha en contra de las FARC. “Yo no quiero a las FARC, pero yo quiero la paz”, dice el padre, y propuso celebrar una misa a favor de la paz. El templo se llenó como nunca. Hasta la última banca estuvo ocupada por gente de todas las vertientes ideológicas, agrupados bajo la consiga única de la paz. Una vez más se confirmó al Voto Nacional como un centro de reconciliación y de memoria.
Los fieles del Bronx
Reconciliación y memoria que no se limitan a temas políticos y de conflicto armado, sino que también se palpan en el trato del padre Echeverry con los habitantes del Bronx, a quienes da amistad y cariño, además de un plato de comida, especialmente los domingos. Asimismo, encabeza un programa que, con apoyo de la Universidad de Los Andes y de la Fundación Mártires-Voto Nacional, trata de unir a las madres cabeza de hogar del sector. Sin embargo, la gente ha tenido dificultades para asociarse en grupos cooperativos, o de economía solidaria, indispensable para la marcha del proyecto, debido a la alta conflictividad.
Estas situaciones son comprensibles donde hasta 15 familias comparten una casa con un solo baño. Familias que están conformadas por un hombre –que no necesariamente es el papá–, una mujer –la mamá–, y cuatro o cinco niños. A pesar del panorama, el padre Echeverry dice que no acepta el fracaso, y que siempre está dispuesto a empezar.
La iglesia se encuentra a escasas dos cuadras del llamado Bronx, donde campea el delito a pesar de tener en el vecindario al batallón de reclutamiento del Ejército. Desde hace muchos años, la indigencia y la miseria se apoderaron de la Plaza de Los Mártires y, por ende, del atrio de la iglesia, cuyo aspecto es cada día más lamentable por la cantidad de basura y desechos que se acumulan alrededor, la sobrepoblación de palomas y el olor a orines que impregna el ambiente.
Y volviendo a las víctimas, no olvidemos que el 7 de agosto de 2002, día de la posesión del electo presidente Álvaro Uribe Vélez, a las 3:00 de la tarde, la guerrilla de las FARC le dio la bienvenida al entrante jefe de Estado con dos cañonazos en la Casa de Nariño. El primero impactó en Palacio; el segundo se desvió y fue a parar al Bronx, donde murieron 39 personas, la mayoría indigentes. Las exequias de los desaparecidos fueron en la iglesia del Voto Nacional, donde se vieron escenas desgarradoras. Este episodio lo recuerda conmovido el padre Darío porque allí sangró el Corazón, al igual que la vez en que la pobreza extrema del templo quiso destruirlo. Una noche, el hijo de la señora que le ayuda al padre con los oficios de la casa cural, se levantó después de escuchar un fuerte estruendo. Corriendo, fue a la habitación del párroco para decirle que se había caído un pedazo grande del techo. El descuido de tantos años empezaba a pasar factura de cobro. Y a pagar esa factura es a lo que se apunta con el proceso de restauración que empezó en el mes de septiembre de 2014.
Restauración “faraónica”
A finales de junio de 2014, el Distrito anunció que iba a intervenir la iglesia del Voto Nacional que, a pesar de pertenecer a la Arquidiócesis de Bogotá, su revitalización era obligada dada la importancia histórica del templo. El Instituto Distrital de Patrimonio Cultural sería el encargado de dirigir la intervención. El Consorcio Voto Nacional, ganador del concurso público, determinó que había que intervenir con urgencia la iglesia por el estado de gravedad que presentan varios puntos de la edificación, así como las esculturas de santos ubicadas sobre el techo de la fachada. A simple vista pareciera que están en buen estado. Sin embargo, se encuentran desintegradas en algunas de sus partes, además de servir de hogar a las palomas. Para repararlas, en primer lugar, hay que protegerlas con una rejilla para evitar más afecciones, y hacerle a cada escultura un molde en silicona para que, en caso de que el daño avance, no se pierda en su totalidad.
Antonio Mas-Guindal, arquitecto español experto en estructuras antiguas, determinó más problemas, aparte de los advertidos por el consorcio: la fachada y la contrafachada del edificio están sueltas, lo cual, en condiciones normales, no tendría muchos problemas, pero podría tener consecuencias en caso de un sismo. Además, la fachada tiene también una fractura que, según María Eugenia Martínez, directora del Instituto Distrital de Patrimonio Cultural, no es tan grave, pero se debe curar con mortero de cal. Ambos conceptos –el del consorcio y el de Mas-Guindal– fueron presentados al Instituto Distrital de Gestión del Riesgo y Cambio Climático (antiguo FOPAE), que dio la orden de intervenir al Instituto de Patrimonio Cultural.
A pesar de que el trabajo del Instituto de Patrimonio es fijar la fachada con el resto del edificio, no quiere terminar allí la labor; también va a someterla a una profunda limpieza. Según Martínez, con el andamio dispuesto, y los permisos especiales, se aprovechará para limpiar los vitrales. Además, la Plaza de los Mártires se va a incluir en la restauración, debido a su estado de abandono, si bien en el año 2008, el Ministerio de Cultura realizó esta labor de limpieza y restauró el obelisco erigido en 1880, como se registró en esta revista, (“La esperanza de Los Mártires (http://issuu.com/directobogota/docs/_21/15).
María Eugenia Martínez define como “faraónica” la restauración de esta basílica y la compara con la de la Plaza de Santamaría, que también tiene una estructura de más de 80 años a la que nunca se le hizo un mantenimiento adecuado, ni trabajos de limpieza efectivos –como retirar elementos biológicos–, y tampoco revisar fracturas estructurales. En la Iglesia del Voto se habla de cerca de 5.000 metros cuadrados; en la Santamaría, de 14.000.
La torre posterior de la iglesia, notable por su altura, también hará parte del proyecto de restauración. En ella se pondrán vidrios con los colores de la bandera nacional, un detalle que tuvo la iglesia en otros tiempos, y también se instalará un faro, cuyo reflejo podrá ser visto desde diferentes puntos del centro de la ciudad y que servirá para la seguridad del sector.
El valor del Voto
En el proceso de restauración, se intervendrán cerca de 600 bienes muebles que alberga el templo, y que son parte fundamental de su arquitectura, “un poco ecléctica en todo su decorado, pero que es parte también de su valor y de sus características”, dice Alberto Escovar, arquitecto e historiador. Para él, la construcción no separó arquitectura de decoración, contrario a lo que sucede con los arquitectos modernos, que por lo general terminan el edificio y luego llaman a los decoradores para que hagan su trabajo. Considera muy probable que Ricardo Acevedo Bernal, pintor encargado de los frescos del cielo del templo, haya participado también en la construcción de la iglesia, de la misma forma que los Ramelli, encargados de la decoración del templo. Este es uno de los rasgos más notables de su arquitectura, ya que si se retiran las pinturas, los yesos, los mármoles y demás elementos artísticos, el templo perdería gran parte de su significado.
Además, la fachada del templo refleja la “colombianidad”, en el sentido de que agrupa muchas vertientes arquitectónicas (cosa que ofende a los arquitectos más tradicionales), creando una especie de mestizaje, palabra ligada profundamente a la cultura nacional.
Un sector herido
Contrario a lo que afirma el padre Echeverry, Escovar dice que el entorno de la iglesia del Voto Nacional nunca fue privilegiado. Desde siempre este sector ha sido una especie de puerto seco de Bogotá, dominado por el comercio de la zona, donde llegaban y siguen llegando personas de todas las regiones del país, con las que también llegaron la prostitución, la drogadicción y la inseguridad.
Por otra parte, dos obras condenaron al Voto Nacional: la construcción de la Avenida Caracas (sobre la línea del ferrocarril), en la década del treinta, y la de la carrera 10ª, en los cincuenta, imponentes avenidas que desarticularon el sector y le dejaron una herida que hasta el día de hoy no se ha podido sanar. A pesar de que, en apariencia, la restauración del templo le daría un nuevo aire al sector, Alberto Escovar se declara escéptico y cita a Nicolás Gómez Dávila, quien decía en uno de sus escolios (aforismos): “El error de los restauradores es pensar que cuando restauran un edificio le están restaurando el alma”.
Con la iglesia del Voto pasa lo mismo que pasa con el país: está en medio del caos, de la violencia, del delito. Sin embargo, han surgido voluntades encaminadas a componer un poco ambos escenarios: el primero, la basílica, que se está cayendo a pedazos; y el segundo, el país, que también está tratando de recuperar los pedazos perdidos en el conflicto para encontrar la paz. Por ello cobran mayor sentido las 109 veces que la palabra Paz se repite en frisos, ventanas y enrejados de la iglesia.
Recuadro
La historia “sangrante”
El origen de la Basílica del Sagrado Corazón de Jesús o iglesia del Voto Nacional se remonta a la Guerra de los Mil días, que comenzó el 18 de octubre de 1899. Bernardo Herrera Restrepo, Arzobispo de Bogotá, le pidió al presidente conservador José Manuel Marroquín construir un templo para rendir homenaje al Sagrado Corazón de Jesús, debido a que el 11 de junio de 1899, el Papa León XIII había consagrado el género humano al Sagrado Corazón.
Que era deber de la nación hacer todo lo posible para lograr la reconciliación entre los colombianos fue el argumento del presidente José Manuel Marroquín, quien apoyó la construcción del templo de estilo neoclásica. Diseñado por el arquitecto Julio Lombana, se levantó en un terreno donado por Rosa Calvo Cabrera, bogotana eminente de la época, donde antes había una capilla. Allí, en la carrera 15, entre las hoy calles 10ª y 11, se empezó la construcción de la iglesia, luego de un acuerdo entre el Arzobispo de la época, el presidente Marroquín y de las regiones –provincias eclesiásticas, en palabras del padre Echeverry– del país. La Guerra terminó en 1902, cuando el templo apenas empezaba a tomar altura. En 1916, por fin, estuvo listo.
Recién construido, la asistencia de fieles a la misa era notable. Sin embargo, desde la década de 1930 comenzó la decadencia del sector, que alejó a los fieles de toda la ciudad.
Al entrar, parece que el peso histórico del templo se volcara sobre el visitante. Las naves laterales están formadas por 16 capillas, ocho de cada lado, cada una de ellas con los nombres de los departamentos de Colombia, que en el momento de construcción hicieron el Voto Nacional por la paz. Y la capilla inmediata al altar, a mano derecha, es de la Policía Nacional, lo que da cuenta del matrimonio que existía entre el Estado y la Iglesia Católica.