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Cien años con las gafas puestas


Se supone que con los años se alcanzan la sabiduría y la perfección. Así sucede con la Óptica Alemana, que al cumplir un siglo se convierte en una de las empresas más antiguas de Colombia y la más reconocida en el campo de la optometría.


Texto y fotos: Natalia Carvajal González y Archivo de la Óptica Alemana

 

 

Primera generación

Ernesto Schmidt Trudel llegó a Colombia en 1912. Era un joven alemán, emprendedor, y enamorado de la optometría. Entró a trabajar en la joyería de Ernesto Pehlke en donde empezó a diseñar gafas y a tallar lentes; sin embargo, como tenía grandes aspiraciones, se fue a Minneapolis, Estados Unidos,  a realizar estudios profesionales en optometría, lo que le permitió regresar en 1914 a Bogotá, comprarle parte de la joyería a Pehlke y fundar la Óptica Alemana.

Según sus familiares cercanos, fue un hombre recto y justo, características que hicieron que su óptica no se centrara en las ganancias, sino en los pacientes, agradecidos con la atención del personal y la perfección de las fórmulas.

 “Siempre fue una persona muy correcta, muy cuadriculada. Todo lo que tú hacías tenía un premio; en vacaciones nos ponía a trabajar en la finca, teníamos que ir a recoger las pacas de café y por eso nos pagaba; por la noche, se sentaba a jugar con nosotros un juego alemán —parecido al  parqués—,  nos hacía trampa y se quedaba con toda la plata. Esto lo hacía para que nos mantuviéramos alejados de los casinos”, cuenta Elizabeth Kuehne, una de las nietas de Ernesto Schmidt.

Además de ser el optómetra más respetado de Colombia, el doctor Schmidt tenía muchas aficiones curiosas que hacían de él una caja de sorpresas. Para empezar era un enamorado de la naturaleza; le encantaban la vida de campo, las orquídeas y las mariposas. “Era súper dedicado a la naturaleza, odiaba los radios. En la finca, hasta que él se murió, la estufa era de carbón”, recuerda su nieta. Por otro lado, le encantaba practicar el tenis, deporte en el que sobresalía siempre que pisaba una cancha. Se dedicaba a la filatelia, y así como coleccionaba postales y sellos de todas partes del mundo, lo hacía con los insectos de Colombia. También le encantaba fumar tabaco y sabía de todas las clases de puros.

Ernesto Schmidt se casó con la alemana Ella Mumm, con la que tuvo siete hijos, de los cuales solo dos se dedicaron a la optometría­: Helmuth y Wolfgang Ernesto. Ellos se fueron a estudiar optometría en 1946 a la  Pennsylvania State College (Estados Unidos),  con el fin de traer al país el conocimiento más avanzado en este campo. Pero además de ellos, toda la familia trabajó para que la Óptica Alemana se institucionalizara en el país.

El lema con el que se fundó la empresa fue: “No importan las ventas sino el cliente”. Así era Ernesto Schmidt, un humanista, y esos valores perduraron en sus herederos. No fue fácil, pero lograron superar los malos momentos que atravesaron, como la persecución a los alemanes que hizo el gobierno colombiano en la Segunda Guerra Mundial, para llevárselos a un campo de concentración en Fusagasugá. Para no terminar preso, Ernesto Schmidt acudió al propio Presidente de la República, Eduardo Santos Montejo —con quien  había entablado una gran amistad—, y de inmediato obtuvo la nacionalidad colombiana. Pudo entonces seguir con su negocio; sin embargo, debió cambiarle el nombre pues no se aceptaban empresas germanas, así que por un periodo corto se llamó Schmidt e hijos.

Pero la peor crisis por la que tuvo que pasar la Óptica Alemana fue el 9 de abril de 1948, con el Bogotazo. El negocio, al estar ubicado en la calle 12, en pleno centro de Bogotá, fue asaltado e incendiado. En ese momento, Ernesto Schmidt se encontraba en su finca en Victoria, Caldas; apenas le contaron lo que había sucedido se devolvió de inmediato a la capital. El trabajo de 34 años quedó hecho cenizas, las esperanzas de poder recuperarse eran casi nulas, pero tras vender la mayoría de sus pertenencias para volver a empezar de cero, lograron rescatar la empresa, que se reabrió en 1952, en un nuevo local de la calle 19, arrendado a los Camacho Roldán, famosos fabricantes de muebles.

El doctor Ernesto logró sobrevivir a todas las crisis gracias a la fidelidad de sus clientes. Era normal que alguno de sus pacientes lo llamara por  teléfono a altas horas de la noche porque tenía problemas con sus anteojos o los había perdido.  Él siempre terminaba en la óptica solucionando el “mal de ojos” a más de uno.

Segunda generación

Gabriel Camacho, oftalmólogo y optómetra de la Óptica Alemana, donde trabaja hace más de 35 años, cuenta que la optometría siempre fue el mayor interés de los Schmidt, pero Helmuth y Ernesto Wolfgang también compartían los hobbies de su padre. “Tenían dos actividades paralelas: Helmuth, las orquídeas, y Ernestico, las mariposas, y llegó a tener la más importante colección del país; fue un entomólogo connotado nacional e internacionalmente; además, descubrió un mosquito aquí en Colombia que lleva su nombre”. 

Los hijos de Ernesto crecieron en medio de la optometría y las fincas. Se acostumbraron a conocer las maravillas que regala la tierra y a leer National Geographic, la revista preferida de Ernesto Schmidt Trudel. Y se fueron enamorando del negocio familiar, hasta el punto en el que los siete hijos terminaron de una u otra forma aportando algo al crecimiento de la empresa. Por ejemplo, Marianne montó la óptica de Chapinero en 1960, donde entró a trabajar un tiempo después el doctor Gabriel Camacho, que es el “ícono” de esta sede, asegura Elizabeth Kuehne.

 

La educación que recibieron los hijos de Ernesto Schmidt se centró en ayudar al prójimo, y así manejaron los negocios. Por esta razón, el legado de su padre nunca acabó.

Helmuth era muy parecido a su papá, siempre se inclinó por la ciencia y el mundo intelectual y, cuando no estaba trabajando en la optometría, se concentraba en las fincas y en las orquídeas. Mientras que Ernesto Wolfgang era más extrovertido, le gustaba salir de fiesta; sin embargo, nunca abandonó su gran pasión por las mariposas. “Ernesto Wolfgang era un tipo muy sociable. Helmuth era más retraído y reservado”, cuenta el doctor Gabriel Camacho, quien los conoció de cerca.

Con la muerte del padre, a principios de los años 70, la responsabilidad del negocio pasó a la segunda generación. Todos sabían que la dificultad no estaba en tenerla sino en mantenerla y así lo hicieron con la ayuda de los Karf, de los mellizos Salazar, de los Kinderman y del doctor Camacho.

Tercera y cuarta generación

Al ser una sociedad familiar, los nietos de Ernesto entraron a jugar un papel muy importante. Schmidt fue el mejor de los abuelos, y como afirma Elizabeth Kuehne, siempre les dio lecciones importantes de vida. Nunca fue alcahueta, al revés, siempre fue muy exigente y les demostraba a sus nietos que todas las acciones tenían consecuencias: “Una vez con mi hermano le robamos una plata y se dio cuenta y nos puso a trabajar todas las vacaciones con el sueldo mínimo para que supiéramos para qué alcanzaba”.

Igual que sus papás, ellos terminaron involucrados con la óptica de alguna u otra forma y la siguen alimentando para que crezca cada día. Por ejemplo, Elizabeth, Helga y Leonor, tres de las nietas, hoy hacen parte de la junta directiva de la empresa.

 

Es un trabajo de todos los días. Son muchos los planes que tienen para el futuro, como adquirir la última tecnología y el equipo médico más especializado. Es tan importante la empresa familiar, que aún sin haber conocido a Ernesto, los familiares más jóvenes quieren continuar con el legado del bisabuelo. Una de las hijas de Elizabeth Kuehne, Adelaida Gaitán, está estudiando medicina y todavía no sabe en qué se quiere especializar, pero ha pensado en la oftalmología.

Hoy hay ocho sedes en Bogotá de Óptica Alemana, dos de ellas se encuentran en remodelación. Siempre han contado con clientes destacados, como Mariano Ospina,  Fernando González Pacheco, Antanas Mockus, Jaime Garzón, Yamid Amat, Vladdo, la Chiva Cortés, entre otros. Después de cien años mantienen la mirada puesta en el siguiente centenario.

 

 

 

 

 

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