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“Ya tengo la sonrisa incorporada”

Texto: Mariángela Urbina Castilla

Fotos: Mariángela Urbina y Archivo particular

 


Celebramos los 60 años de la televisión colombiana con el perfil de un actor que ha acompañado su evolución ganándose el aprecio del público por su versatilidad y simpatía.

Cuando se cumplen los 60 años de la televisión colombiana, Directo Bogotá cuenta la historia de una de las leyendas de nuestra pantalla. La vida de Carlos Muñoz, quien ha vivido siempre en la capital, es una increíble telenovela. 

 

Febrero de 2014

 

Sus cachetes están iguales desde que interpretó al Padre Pío en la novela San Tropel. Luce una boina gris, inmejorable compañía para ese gabán largo que lo protege de la lluvia. Se preocupa porque las canas se le alborotaron al quitarse la chapela y ahora tiene que posar para la foto. Hay que cuidar la imagen, de eso vive. Su sonrisa se activa casi automáticamente con el sonido del flash, como un reflejo. Simple causa y efecto. Pone una mano en la quijada. Se arrepiente: mejor los brazos cruzados. Se estira la camisa y listo, queda perfecto.

 

Seis décadas posando frente a las cámaras lo dotaron de esa coquetería que parece innata, esa actitud segura que contrasta con su docilidad para tratar los desconocidos que se topa por la calle y lo saludan.

 

Tiene paciencia. Así se demore, Luz Helena, Luz H., lo espera en casa.  Nunca ha sido fanático de los afanes, y ahora,  a sus 71 años, menos.

 

Finales de 1953

 

Un público de corbata, traje largo, perlas y los mejores perfumes se mezcla con vagabundos dentro del Teatro Colón. Los elegantes se indignan. Sienten que los indeseables invadieron el epicentro de la cultura bogotana. “Zarrapastrosos,” los llama una pareja. ¿A quién se le ocurre entrar al teatro en tales fachas?

 

Carlos Muñoz siempre se ve impecable en público. Hoy es la excepción. Hoy es un miembro orgulloso de los zarrapastrosos y por eso pega un grito que enciende las luces. La audiencia suspira su alivio: “¡Los vagabundos son actores!”. El show ha comenzado.

 

“Gente sin tierra” es la adaptación en español de una obra que narra la cotidianidad en un campo de concentración judío. Enrique Portón trajo la historia de Londres y la montó con el grupo Artistas Unidos. Los actores, por primera vez, se confunden entre el público en el momento del ingreso, suben y bajan del escenario constantemente. La gente no sabe adónde mirar, pero se ve entretenidísima con el audaz montaje que deja satisfecho a Muñoz  por lo original.

 

*****

 

El General Gustavo Rojas Pinilla tiene algo en mente. Desde 1932, cuando viajó a Alemania buscando municiones para la guerra contra Perú durante el gobierno de Enrique Olaya Herrera, quedó encantado con unas cajas luminosas que reproducen acciones humanas en tiempo real. Tan pronto las conoció supo que serían su revolución, su regalo para los suyos. Ahora que es presidente no  no lo duda.

 

—Doctor Gómez, el 13 de junio vamos a celebrar el aniversario del gobierno inaugurando la televisión en Colombia.

Fernando Gómez Agudelo, de 23 años, se estremece: sabe que no le está haciendo una pregunta, que no se trata de analizar si es posible o no. Debe lograrlo, no hay lugar para reparos u objeciones.

 

—Todo lo que necesite es suyo: aviones, presupuesto, no tendrá problemas de importaciones—, continúa el general.

 

Sin más opción, Gómez empieza a trabajar. Descubre que las montañas de nuestro país no son amables para el sueño del General. Conseguir antenas que lleven la señal a todos los rincones de nuestra geografía no será fácil. Viaja a Alemania y se encuentra con unas cámaras gigantes, las Thompson, fabricadas por la empresa Siemens. Sus precios son inalcanzables. Trabajar con los alemanes en el montaje de la televisión le costaría a la nación todo el oro, que ya no es mucho, y hasta sacrificar al cóndor. Pero compró los aparatos. Ahora necesita alguien que sepa usarlos.

 

Escucha que acaban de liquidar un canal de televisión en Cuba. La isla tenía tres canales dirigidos por un empresario argentino, pero sostenerlos en una isla tan pequeña no era rentable. Gómez viaja inmediatamente. Allí  recluta a todos los desempleados: ingenieros, luminotécnicos, camarógrafos, sonidistas, realizadores. Mientras tanto, en Colombia se esparce el rumor. ¡El ministro Carlos Villaveces ha aprobado 10 millones de pesos para la compra de los equipos!

 

Los aparatos mágicos cuestan 350 pesos; el salario mínimo es de 120. Pero el General piensa en su pueblo, a veces. La importación de 1500 cajas mágicas vino acompañada por una oferta de financiación a cuotas bajas en el Banco Popular.

 

Gómez aterriza con los cubanos y empieza, ahora sí, a montar la televisión en Colombia. Doman las montañas, instalan las antenas, posicionan los equipos y todo queda listo. Bogotá y Manizales se preparan para ser los primeros lugares en conocer la televisión.  Sólo le queda un problema: “¿A quién vamos a poner en la caja mágica?”. Elige a los mismos actores que conoce de la Radiodifusora Nacional. No hay de otra.

 

Se angustia de nuevo. El 13 de junio de 1954 la televisión debe nacer en Colombia. Es una orden perentoria. Patria o muerte.

 

13 de junio de 1954

 

Son las 7 de la noche. Suena el Himno Nacional. De fondo, las imágenes de la Orquesta Sinfónica de Colombia. Habla el General Rojas Pinilla y dice que se ha inaugurado la televisión en Colombia. Salen los Tolimenses en pantalla. También toca un violinista. Todo para los ‘televidentes’.

 

Carlos Muñoz, a esa misma hora, no tiene tiempo de mirar la transmisión. Se alista con sus amigos actores para afrontar el reto de los siguientes días.

 

—¿Qué vamos a hacer, qué presentamos? No podemos salir como unos bobos así como estamos a hablar. ¡La gente nos ve! Tenemos que vestirnos y todo… Conversan por horas y el resultado es una puesta escena con ‘el Papi Catalá’, un actor español, como protagonista. Carlos Muñoz representa a uno de los asistentes a la tasca española, y sirve de acompañante para el monólogo de ‘el Papi’. Se guarda ese momento en la memoria. Es su debut en el tercer día de la televisión en Colombia.

 

Febrero de 2014

 

Tiene la memoria intacta, viva. Se nota lo mucho que la ha ejercitado aprendiendo libretos en las noches, su hora favorita para encerrarse a estudiar con dedicación. Por eso en el Canal Uno lo llamaron para que los asesorara en la parrilla del canal.

 

“Uno puede hacer una novela, ganar todos los premios, y luego quedarse varios años sin actuar. —Que es el mejor, que es muy bueno, maravilloso—, ¿y? eso aquí no significa nada”, dice Muñoz. Por eso aceptó la oferta que le llegó desde Señal Colombia para reestructurar su canal de noticias y hacerlo más cercano a la gente. Con su voz, graba las pautas con cosas como “el siguiente programa es apto para todo público” y en eso se le pasa el tiempo.

 

1946

 

Carlos Muñoz aprende a estudiar sus letras a solas, a no ofuscarse en las grabaciones, a escuchar cuando le hablan, a tomarse las pausas necesarias antes de hacer algún reclamo o de iniciar una discusión, aunque usualmente las evita. Lo aprende de su papá que fue actor como él. ‘Muñocito’, como le decían a su padre, lo lleva a las grabaciones de radio con Bernardo Romero Lozano. A Carlos le encanta ese mundo. Grandes piezas teatrales llegan a muchas personas en Colombia a través de la emisora estatal, y Carlitos actúa cada vez que necesitaban una voz infantil. Con una butaca lo elevan para que alcance los micrófonos.

 

Terminó la primaria y el bachillerato, nada más, no es necesario. “La consecuencia fue directa: era el hijo de un actor. Ahí crecí y pasé al grupo de los grandes, con los actores de la época y con mi padre. Siempre estuve ocupado…”. Tal vez, si hubiese tenido chance de estudiar algo, habría sido diplomacia o relaciones internacionales. Es tan apacible, su carácter es tan manso, que le habría ido de maravilla resolviendo conflictos o amistando enemigos.

 

Siempre ha trabajado en la radio cultural, pero no puede decirle que no a las radionovelas porque también le gusta probarse como actor en otras facetas. Disfruta su juventud.

1960

 

Carlos Muñoz camina tranquilo por la calle hasta que unas desconocidas lo detienen

—¿Usted no es el que hizo de abuelito el otro día en la televisión?

 

Muñoz asiente y las dos mujeres se van murmurando y sonriendo.

 

Desde ese día, se volvió usual que desconocidos lo detengan por la calle. Antes, cuando trabajaba en las radionovelas, nadie lo conocía. Ahora la gente no sabe muy bien cómo se llama, pero sí cómo se ve.

 

“Luego empezaron los autógrafos. ¡Y eso era una tragedia! ?¿Me das un autógrafo??, le decían a uno. Yo respondía, ¡Claro!, con mucho gusto. Pero entonces no llevaban papelito y se demoraban buscándolo, luego el esfero y no escribía el esfero. Es una maravilla que hayan inventado los celulares con cámara, porque así no es sino pararse al lado de la persona, ya yo tengo la sonrisa incorporada. A veces me toman como 30 fotos en el día”.

 

De la mano del reconocimiento empezaron a aparecer amigas. Claro, también amigos. Germán Castro Caicedo fue uno de ellos. “Tenían inquietudes intelectuales similares”, asegura Gustavo Castro Caicedo, su hermano. Hablaban sobre arte y política durante horas. Con el tiempo, Gustavo, que inició su carrera periodística cubriendo entretenimiento, también conoció a Muñoz. “Carlos es un hombre culto, que conoce de cerca a los autores de teatro, que no se queda solo con la interpretación”.

 

Los “gallinazos” ?como se autodenominaban? , actores solteros y  exitosos viajaban por todo el país haciendo obras de beneficencia y, de paso, rumbeando.  Alí Umar, Pacheco, Carlos Muñoz y ‘el Chinche’ Ulloa eran las figuras más visibles de ese grupo de estrellas. Claro que “Carlos  nunca se toma un trago”, según su esposa Luz Helena.

 

Pero no tomar no le impedía salir y darse la buena vida. Jugaban partidos de fútbol, competían en carreras automovilísticas, en carreras a caballo. Entre cada cosa, bailaban. Margarita Vidal, Gloria Valencia de Castaño, las primeras mujeres de la televisión, eran las madrinas de los equipos. Según Vidal, “esta fue una época fantástica, se hacía un trabajo social muy importante y era muy divertido ver a estos actores en plan de conquista”.

 

En uno de tantos viajes, Muñoz recibe una nota debajo la puerta de su hotel. Está firmada por una de esas chicas lindas que había conocido horas atrás en medio del espectáculo. “Encontrémonos a las ocho”. Carlos se acicaló, se perfumó. Abrió la habitación y al salir lo estaban esperando Alí Umar y Pacheco con carcajadas. “Caíste”, le dicen. Muñoz ríe con ellos, no se molesta. “Carlos tiene esa naturaleza de buen hombre, de querido”, afirma Margarita Vidal.

 

Días después les hace una broma similar. Esa fue la forma de vengarse.

 

1980

 

Un día la vio. Una mujer esbelta, bellísima. Claudia. Él de 40, ella de 20. Al instante se dejó llevar por su presencia, por lo bien que le sonaban el inglés y el francés. Una traductora sexy y con clase era perfecta para “representarlo” a él, un actor reconocido que viajaba por el país, pero quería compartir su vida con alguien.

 

Carlos, eres el mejor hombre del mundo, pero yo me quiero ir a vivir con mi mamá—, le dijo un año después de casados.

 

Carlos no supo cómo reaccionar. ¿Qué podía estar haciendo mal?

 

Claudia empacó maletas y se fue  a Chile, su hogar maternal. Carlos intentó encontrar una explicación. Al final lo supo o eso es lo que dice: “Ella era muy inmadura y se dejó llevar por los lujos. Pensaba que podía obtener con su mamá una vida increíble porque era diplomática.Se dejó llevar por eso. Porque aquí lo tenía todo”.

 

Muñoz continuó su vida con el corazón arrugado, pero el teatro lo salvó. La gira con su amiga Fanny Mikey por todo el país y el trabajo lo dejaba rendido, lo suficiente para no pensar, pensarla.

 

Yo soy una bruta, Carlos —, la escuchó decir luego por teléfono.

 

Él enmudeció.

 

No sé qué tenía en la cabeza para dejarte. Por favor, mándame para el pasaje, mi mamá no me da plata. Quiero verte.

 

Ella lo abrigó con sus brazos en el aeropuerto de Bogotá. Carlos la llevó a casa y de allí para el aeropuerto. Primero Cartagena, luego Medellín, después Cali. Una luna de miel en hojuelas. “Estuvimos en hoteles maravillosos y tranquilos. Reencontramos el paraíso”.

 

Esta experiencia ha servido para aclarar la situación tan insólita que se presentó cuando tú te fuiste. Te sigo admirando. Eres una gran mujer con grandes valores, pero ya no te quiero—, le dijo Muñoz sin un atisbo de duda. La llevó al aeropuerto, tenía que “devolverla” adonde su mamá. La vio desecha, la vio inundarse en su propio llanto.

 

Vive tu vida, yo vivo la mía. Y así como sucedió esto, yo no sé si en seis meses  o un año va a volver a suceder otro evento de estos que nos vuelva juntar— le dijo para tranquilizarla.

 

Claudia voló a Chile, y mientras tanto, Muñoz siguió saliendo con otra mujer. La había conocido semanas antes de la llamada de Claudia y tal vez cuando regresaron a Bogotá, el amor se le fue porque ya tenía grabada en su cabeza la imagen de esa señora de nombre Luz Helena, que había conocido en un café concierto.

 

Yo acababa de salir de un matrimonio y no estaba en disposición para pensar en eso”, recuerda Luz Helena. Pero él insistió, se ganó a sus dos hijos y así la conquistó. Se casaron en Nueva York, porque “qué pereza tener que invitar a medio país”. Querían una boda discreta así que aprovecharon la casa de la hermana de Carlos Muñoz en la capital del mundo.

1994

 

Carlos Muñoz, Manuela Muñoz y Luz Helena Ángel están en el Congreso de la República.

 

Juro por Dios y por la patria… — empieza Carlos Muñoz.

 

El discurso lo posesiona como senador de la República luego de la renuncia de José Blackburn, uno de sus grandes amigos, quien se fue en medio de un escándalo trasla denuncia de Marcela Hurtado, ex reina que aseguró haber sido maltratada físicamente por el político. Él había sido quinto en el tarjetón, “pero los candidatos que estaban adelante decidieron renunciar como un homenaje a la cultura de Colombia, a Carlos Muñoz”, dice refiriéndose a sí mismo en tercera persona.

 

Manuela, la única hija biológica de Muñoz, se siente orgullosa de su papá. “A él siempre le interesó trabajar por los menos favorecidos de su propio medio”, afirma.

 

“Uno ve la gala de los premios Oscar, la alfombra roja, las mujeres divinas, los hombres de esmoquin, las mujeres con sus vestidos largos. ¿Por qué aquí tenemos que hacer todo como tan chiquito, tan corriente?”, pensaba Muñoz. Siendo senador quiso cambiar ese panorama que le parecía aterrador.

 

“Es un príncipe”, en eso coinciden quienes lo conocen. Por eso es fácil verlo por ahí en distintas reuniones culturales, a las que asiste la élite intelectual de Bogotá. Una de ellas, es la tertulia literaria de Gloria Luz Gutiérrez que se realiza una vez cada mes y a la que asiste fielmente.

 

Aquí venía una delegación de actores extranjeros, algunos muy prestigiosos, y los llevaban a un lugar que se llamaba Campo Villamil, por allá en la calle 67. Era un campo de tejo, y tenía restaurante típico. Entonces traían a gente de otros lados a comer morcilla… se enfermaban y todo. Así que en el sindicato que yo presidía cambiamos las cosa: los recibíamos con todas las de la ley; los llevábamos al Hotel Tequendama, vetidos de esmoquin, y les hacíamos un cóctel de bienvenida”, recuerda Muñoz.

 

Tal vez por todo eso, el 24 de mayo de 1994, en un artículo del periódico El Tiempo, el autor escribe: “Tuve, en efecto, ocasión de formar, circunstancialmente, parte de un comité cultural presidido por la esposa del candidato Samper, y jamás me imaginé la fiebre partidista de alguien aparentemente tan extraño al mundo de la política”, lo dice refiriéndose al actor en una nota titulada “El senador Carlos Muñoz”. El escritor se sorprende con la fidelidad que el actor le manifestaba a Samper: ¿Por qué un actor tan consagrado se comporta como verdadero liberal y, sobre todo, como fervoroso samperista?”

 

Durante un año prometió trabajar por su gremio.  Para finales de 1994, logró que las  regalías de novelas que fuesen transmitidas en el exterior pudieranser cobradas por los artistas en Colombia. Se debatió también en el Congreso la ley de televisión y uno de sus resultados fue la creación de la Comisión Nacional de Televisión, que había quedado contemplada  en la Constitución de 1991.

 

Mis colegas senadores me empezaron a decir, oiga, quién mejor para estar en la junta directiva de este organismo, ente rector de la televisión en Colombia, que una persona como Carlos Muñoz, nacidoen la televisión, que la conoce por fuera y por dentro. Ellos mismos me hicieron la campaña y salí elegido miembro de la junta directiva”.

 

Estaría ahí durante cuatro años y era uno de los cuatro miembros escogidos por el Estado. Todos cercanos al mundo político. Aquello era “la hoguera de las vanidades”, recuerda Patricia Téllez, asesora de la Comisión durante parte del período de Muñoz en la directiva.

 

El actor se declaró impedido para votar durante varias ocasiones. Los rumores viajaron y crecieron. “Si se iba a declarar  impedido en todas las decisiones fundamentales para qué aceptaba el cargo”. Sobre todo, cuando eran asuntos relacionados con las grandes productoras del medio del que hacía parte. “Muñoz es el típico cachaco que cuida la lonchera”, dijo un excomisionado que prefiere no dar su nombre. Algunos de los que trabajaron con él por estos tiempos lo recuerdan como se ve hoy: impecable, amigable, todo un príncipe, pero se preguntan si es suficiente ser un príncipe para desempeñar un cargo público.

 

Desfilaron, durante esos años, amigos, y amigos de los amigos y así sucesivamente. “En 1999 regresé a actuar, que es lo mío”, dice. Eso sí, su fiesta de despedida de la Comisión fue con bombos y platillos. Entre los invitados, cuentan, estuvieron la exdirectora del Das, María del Pilar Hurtado y su hermana, quienes lo asesoraron en su mandato.

 

El gusanito de la política le volvió a picar en 2007 cuando se postuló al Concejo de Bogotá por el partido Cambio Radical bajo el aval de Germán Vargas Lleras. Su nombre estaba en el último renglón del tarjetón y no salió elegido.

 

Febrero de 2014

 

Carlos Muñoz está orgulloso de ver a su hija Manuela feliz. Está de corbatín. Su traje brilla de lo rigurosa que es la pulcritud. Su yerno, Jonathan Ruadez, es un buen muchacho. Le gusta verla enamorada y realizada en su carrera.  A pesar de que la llevó muchas veces a sus obras de teatro, de que su madrina Fanny Mikey intentó convencerla de actuar en algunos montajes, ella siempre huía de las cámaras. Prefiere trabajar en comunicación empresarial.

 

Ahora, que se casa, Muñoz la mira tranquilo. Se agarra del brazo de Luz Helena y sonríe. Mira al cielo, le agradece a Dios, que siempre lo acompaña, la prosperidad que ha rodeado su vida. Sabe que en la noche leerá un rato antes de dormirse, pero que una vez le llegue el sueño, nada puede perturbarlo a sus 71 años. Ni siquiera las veleidades de la carrera política lograron quitarle nunca la calma. Se acuesta a dormir con una conciencia que pocos tienen: es uno de los primeros actores de un país que a punta de telenovelas, dramas y comedias ha querido borrar las huellas de la guerra.  Tras seis décadas de trabajo, su nombre estará grabado en las únicas historias que no tememos recordar: las de nuestros libretistas.

 

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