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Soñar con las puntas en el piso

Texto y fotos: Juan David Naranjo Navarro
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Que los ángeles no existen es tal vez una de las mayores mentiras, o por lo menos eso es lo que aseguran los niños y jóvenes integrantes de Festival Art, dedicada a la formación en ballet clásico, pues para ellos la directora de la fundación, Marleny H. de Sarmiento, es un ángel que los salvó y los llevó a encontrarse con lo mejor de ellos mismos. Por allí han pasado más de 600 niños, y algunos han dado el salto internacional.

Festival Art es una fundación de ballet clásico encabezada por Marleny H. de Sarmiento, quien realiza esta labor como un servicio social desde hace seis años sin recibir remuneración alguna, con el apoyo de su familia y como un acto de agradecimiento a la vida. “Para mí esto es una obligación, no ante ellos, sino ante Dios”, dice.

Marleny cuenta que al principio todos sus conocidos la trataban de loca, le aseguraban que el proyecto no funcionaría, que la robarían, la secuestrarían y hasta la matarían. Ella se arriesgó y tomó la decisión de hacerlo, pues pensaba que la única manera de ayudar a la gente es creando conciencia y compromiso. Pero, como en todo, los obstáculos llegaron: visitó 18 colegios distritales, y 18 veces lloró como nunca, después de que en cada plantel rechazaban su propuesta.

Solo Águeda Sarmiento, directora del colegio Domingo Faustino Sarmiento del barrio Rionegro, acogió la idea, le recomendó a los niños que se encontraban en mayor riesgo y le rogó que los ayudara. Hicieron las audiciones en el colegio porque ambas estaban seguras de que si les pedía a los niños y a sus padres que se presentaran en otro sitio, muy seguramente no asistirían. Así arrancaron con 35 niños.

La disciplina del ballet

Esta fundación es la primera escuela de formación en ballet clásico que busca darles la oportunidad a niños y jóvenes sin recursos económicos de conseguir una profesión que, por sus altos costos, siempre les ha sido negada. Esto con el objetivo de rescatarlos socialmente, abrirles las puertas al mundo y formarlos como seres responsables de sí mismos, pues la mayoría de estos niños eran delincuentes, tenían problemas de drogadicción y eran abusados física o sexualmente.

¿Y por qué el ballet? “Porque es la disciplina más perfecta, más antigua y la de más reto. El que es bailarín de ballet tiene que tener todo: la dedicación, el respeto, la responsabilidad, la exigencia, la ‘buena onda’ y así cada uno tiene que poner de su parte si quiere sobresalir. Jamás pondrán de príncipe o princesa a alguien que no lo merezca”, expresa Marleny.

Con el compromiso y la dedicación de los 600 niños que han pasado por esta experiencia se han obtenido numerosos logros: premios, becas y estar en los mejores escenarios, no solo en Colombia sino en el exterior. En el 2013, la escuela ganó siete becas para estudios en Estados Unidos después de la participación en The American Ballet Competition en Natick, Boston; sin embargo, solo pudieron obtener patrocinadores para el sustento de uno: Jonathan Riveros, de 14 años. Así pues, los demás niños perdieron la oportunidad de tener un año de entrenamiento en el Gelsey Kirkland Academy of Classical Ballet de Nueva York y solo pudieron asistir al curso de verano. Este 2014, la fundación ha tenido seis niños en competencias internacionales, incluyendo el mayor logro de la fundación desde su creación: haber sido la primera escuela de ballet clásico colombiana seleccionada para las finales del Youth America Grand Prix, más conocido como las Olimpiadas Mundiales de Ballet Clásico, con la representación de Julián Mendosa.

De ‘ñero’ a príncipe 

 

 

Julián Andrés Mendosa Silva, de 15 años, se crió en el barrio Rionegro de la localidad de Barrios Unidos. Llegó con muchos problemas de socialización, era muy depresivo y susceptible. Además, tenía necesidades económicas y era un niño desnutrido, al igual que la mayoría. Cuando llegó no contaba con las condiciones físicas para el ballet, pues sus pies estaban invertidos hacia adentro y las costillas hacia fuera; era torcido y el ballet necesita un equilibrio corporal.

Al darse cuenta de la situación, Marleny sintió la necesidad de apoyarlo y lo acogió en su casa para ayudarlo a superar sus deficiencias físicas y sus traumas sicológicos, y motivarlo para que viera en el ballet una oportunidad de vida.

“Al principio no hacía nada, era un relajo y se agarraba con todo el mundo. No se veía un progreso en su condición física ni en su comportamiento”, cuenta Marleny. Por esto, un año después, la directora lo llamó a su oficina y, sin el consentimiento de los profesores, le dijo que sería el príncipe de la próxima puesta en escena, con el fin de que él entendiera que podía superar su condición. La reacción de Julián fue llorar sin parar; pensaba que lo estaban perjudicando y que todos se burlarían de él, así como lo hacían en la calle.

Sin embargo, lo logró y fue el príncipe. Desde ese momento comenzó a mejorar y comprendió las oportunidades que tenía. Entrenaba más de diez horas al día, siendo el primero en llegar y el último en irse. “Marleny me ayudó a convencerme de que yo podía ser un campeón y por eso la puse toda”, cuenta Julián.

“Este salón es para uso exclusivo de los mejores atletas de la vida. Aquí reconstruimos vidas, alcanzamos metas, cumplimos sueños y formamos campeones como yo”, es la frase que está escrita en el espejo del salón y que Julián repite cada que termina uno de sus entrenamientos.

Como era de esperarse, tanto esfuerzo fue premiado. En abril último, después de haber clasificado entre más de 9.000 bailarines de todo el mundo, Julián participó en el Youth America Grand Prix con dos presentaciones: Skyline Firedance, coreografiada por su maestra de danza contemporánea Sandrine Legendre y un fragmento de la obra de ballet La Esmeralda. Con estas, logró posicionarse como uno de los finalistas, se ganó dos becas para cursos de verano en la Sarasota Cuban Ballet School de Florida y en la American Academy of Ballet de Nueva York, y la escuela Gelsey Kirkland Academy of Classical Ballet le ofreció un año de entrenamiento.

Zapatillas rotas, corazones remendados

Cuando se acercan las 5:00 de la tarde, los niños, niñas y jóvenes que llevan más tiempo en la fundación llegan entusiasmados a las clases. Se cambian sus uniformes por trusas y mallas, y algunos solo por ropa más cómoda. El profesor de turno los recibe y, después de unas claras instrucciones, pone la música y empieza el ensayo.

Después de hacer los ejercicios de calentamiento acostumbrados, y en medio de la confianza que los caracteriza, hacen una amena secuencia en parejas para mostrar lo aprendido. Así, en medio de coupés, demi pliés y pas de bourrée se ve el desgaste de las zapatillas.

Al final de la clase hacen una rutina de estiramiento y flexibilidad, y comparten un momento con Marleny y Natali Sarmiento, su hija y directora artística de la fundación. Natali está pendientes del proceso de cada uno, pues no se trata solo de enseñarles ballet, sino, como asegura, “nuestra primera función es quitarles de la mente el pensamiento de que son pobres. Les enseñamos que la pobreza viene de la mente: ese es nuestro trabajo más difícil. Después de que se les quita esa mentalidad, se les sube el autoestima y ya todo es más fácil”.

Este proceso se puede ver reflejado en las niñas más avanzadas de la fundación. “Cuando bailo me siento muy bien, libero toda mi energía; siento alegría”, dice María Alejandra Méndez Camacho, de 15 años de edad, que ingresó a la fundación cuando era una niña. María Alejandra cuenta que la primera vez que presentó la audición no la aceptaron porque no tenía las condiciones físicas, pero después de intentarlo varias veces pudo ingresar. Ha participado en el American Ballet Competition; “me gané un summer en Utta y fueron tres meses haciendo ballet y otras danzas. Me dijeron que si me quería quedar pero como había que pagar la estadía y la alimentación, y no tenía recursos no pude quedarme”. Además, ha presentado audiciones dos veces para ir al Joffrey Ballet School de Nueva York y en las dos ocasiones ha clasificado, pero por la misma razón no ha podido asistir. Sin embargo, ella sigue entrenando segura de que pronto podrá pararse en el escenario de estas importantes competencias.

Mentores de vida

Esta labor no sería posible sin la gran ayuda que ofrece cada uno de los profesores. La dedicación y el amor por esta causa son los pilares que permiten que ellos, a pesar de los problemas económicos, continúen en la fundación. “Los maestros casi son voluntarios, no tienen un salario regular. Eso es lo primero que les decimos cuando los contratamos: les vamos a pagar pero no sabemos cuándo”, cuenta Natali Sarmiento.

Todos los maestros son personas que llegan enamoradas de la labor de la fundación y lo hacen porque les gusta. “La danza ha sido mi vida. Me motiva ayudar a la gente y más a través del arte que yo amo. Poder darle la posibilidad a personas de escasos recursos de tener una opción de vida que no podrían tener”, agrega Natali.

Ellos, además de ser excelentes en el área en que estás especializados, tienen que ser también personas entregadas a la labor social, pues deben buscar una forma de llevar la relación profesor-alumno que no afecte en ningún caso la integridad de los niños, quienes son altamente vulnerables por sus condiciones. La relación con los niños es muy buena. Somos estrictos pero los tratamos bien; intentamos inculcarles que todos los regaños y correcciones son por su bien y no hay nada personal”, comenta la profesora.

“Me gusta mucho estar aquí porque Marleny nos ha dado mucho amor. Los profesores son muy buenos y nos tienen mucha paciencia”, dice Gloria Lorena Morales Huertas, quien asegura que sus profesores le han inculcado un espíritu luchador y un amor por la danza: “Para mí, ellos son los mejores profesores de Colombia”, concluye.

Se necesitan más ángeles

En su sexto año de funcionamiento, la fundación está pasando por una situación económica difícil. Cuando inició la obra, la directora invirtió los ahorros de la familia, pero solo duraron tres meses. Luego se mantuvieron con sus ingresos hasta que se retiró de su profesión como contadora y desde entonces viven a salto de mata.

“De la anterior sede nos echaron casi que con policías porque estábamos colgados en el arriendo”, cuenta Marleny mientras asegura que ya nada la detiene, pues fue peor empezar. Actualmente, tienen la sede en el barrio El Polo, al norte de la ciudad, en una casa de dos pisos que cuenta con cinco salones para ensayar. Además, en el primer piso funciona un pequeño almacén de artículos de ballet que les ayuda al sostenimiento.

Ahora necesitan recursos para el transporte de los niños, pues las rutas fueron canceladas, para la alimentación, el mantenimiento de las instalaciones, el pago a los profesores, la consecusión de los implementos requeridos y el vestuario; porque unas buenas zapatillas de ballet no bajan de $200.000 (de punta) o $30.000 las media punta, y a eso se suman los otros costos de mallas y trusas. Asimismo, los gastos se incrementan abismalmente cada vez que se presentan oportunidades en el exterior, ya sean competencias o becas de estudio. Es por esta razón que buscan el apoyo de personas naturales, entidades privadas y gubernamentales que se quieran solidarizar con la causa.

Pero Marleny, además de buscar personas que contribuyan con la fundación, lo que más añora es que se multipliquen los ángeles. “Me da angustia que nadie se comprometa. Todos dicen ‘yo quiero una mejor sociedad’, pero ¿qué hacen? La solución no es regalar ropa o construirles casas; con esto solo se forma más miseria. Lo que ellos necesitan es, sin duda alguna, una buena educación que los mantenga enfocados en construir un proyecto de vida diferente al que les brinda la calle. Ojalá que todas las personas quisieran inventarse otra fundación y esto solo se puede lograr con voluntad y amor hacia el prójimo”. 

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