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El coloso del hipódromo

El coloso del hipódromo

Jota, caballo y rey

Daniel Samper Pizano

Alfaguara, 2013, 281 p.

 

Antes de su retiro, tras 50 años de oficio periodístico sin pausa, Daniel Samper publicó su segunda novela, como un parte de tranquilidad para sus lectores que ya no lo encontrarán en las columnas habituales de prensa sino a lomo de libros que cabalgan entre la ficción y la no ficción, como este relato dedicado al legendario caballo Triguero, que opacó al General Gustavo Rojas Pinilla en su primer año de Gobierno, cuando se convirtió en el mandatario más popular de los colombianos por traer al fin la paz y la prosperidad.

Al recuperar la historia de este emblemático equino, que solo recordaban los amantes de la hípica, Daniel Samper también rinde antihomenaje al Excelentísimo Jefe Supremo, quien subió al poder en andas de la prensa ?conservadora y liberal? el 13 de junio de 1953 para caer en desgracia un año después, como se constata en el desarrollo cronológico del relato.

La trama, entreverada con hechos y personajes reales ?algunos de los cuales conservan sus nombres y otros se adivinan? sucede principalmente entre el Palacio de Gobierno y el Hipódromo de Techo, recién fundado, en cuyas tribunas las élites se daban sus aires ingleses. Allí encontramos a los otros protagonistas de esta historia: el veterinario que veía los caballos del ministro de Hacienda; su hijo adolescente y el muchacho que limpiaba los establos y atendía a Triguero, un caballo criollo, hijo de un campeón francés, que compensaba con su velocidad lo que le faltaba en altura.

En la residencia presidencial, además de doña Carlota y de una invisible Nena que no hace presencia en esta novela porque siempre está de viaje con su fundación Sendas ?estratégica invisibilidad elegida por el autor porque con los vivos, así gocen de buen retiro o se encuentren a buen recaudo, es mejor no meterse?, vive una segunda hija, ilegítima, cuya presencia aceptó la Primera Dama de mala gana. Otra picardía del autor que depositó en esta poco gentil y agraciada criatura, toda la astucia y la ambición requeridas para mantener la imagen mesiánica del padre, o al menos para dejarlo atornillado al poder. Es el personaje pivote de la historia, el que desencadena todos los conflictos e intrigas palaciegas. Y entre tantos semovientes, emerge la caricatura del Comandante General, amante de los animales, domésticos y salvajes.

 

Aparte de estos artificios que no riñen con la  novela histórica, Samper Pizano retoma un personaje tan real que llegó a ser Alcalde de Bogotá, Lucho Garzón, representando en el palafrenero Juancho, cuyo sueño era montar a Triguero, pero para ser jockey le sobraban volumen y estatura. Un personaje encantador por su manera de sortear las adversidades con humor y dignidad, que entabla amistad con el hijo del veterinario, Rafael, saltando las barreras sociales de la época. Entre ellos nace una complicidad hecha de confidencias, aventuras por la ciudad y ritos de iniciación sexual incluidos, donde la franqueza y naturalidad de los diálogos rompen momentáneamente con la sátira política que apuntala la novela.

Sátira porque hay una caricaturización de su Excelencia y de sus adláteres, los ministros del Gabinete. Este Rojas Pinilla que en las primeras líneas de la novela pega un grito porque no le sale agua caliente de la ducha, daría su régimen por un caballo ?parafraseando al Ricardo III de Shakespeare?, sobre todo si ese caballo le gana al imbatible Triguero, rey de las pollas del 5 y 6. En este ejercicio de ridiculización del enemigo, pero con cierta dosis de benevolencia, aparece en escena el Jefe Supremo, que como cualquier parroquiano se va a comer con su chofer y su guardaespaldas a Donde canta la rana, tradicional asadero de la época (que todavía existe), y mientras disfruta de la parrillada de sesos, escucha los chistes que hacen a sus costillas los de las mesas vecinas. Y está tan entusiasmado el autor en ese plan, y tantas páginas se toma, que llega a creer que los comensales no van a reconocer al famoso ‘Gurropín’, con su prominente cumbamba, entronizado en todas partes y reproducido en los televisores Phillips, por más enruanado y ensombrerado que vaya. Un pequeño quiebre de verosimilitud, como también cuando al general le da por mencionar todos los nombres posibles del armadillo en diferentes culturas, en una innecesaria demostración erudita (sin Wikipedia a la mano).

Suspicacias aparte, esta deliciosa sátira que se solaza en episodios intrascendentes de la vida doméstica, en la intimidad de las alcobas con baby doll, en las pasiones de los simples mortales, minimizando la grandeza de la familia presidencial (como solo se atrevió a hacerlo en las tablas y en la narices de los Rojas, el comediante ‘Campitos’), se pone seria al final mudando en tragedia. Giro de suerte  que se permite el autor para desacomodar al lector que hasta aquí venía, como el caballo, comiendo zanahorias de su mano, y de repente recibe un garrotazo. Pasamos así de la sátira a la tragedia.

Entonces nadie se queda impávido, solo el coloso, para que no olvidemos la primera novela en la que Daniel Samper Pizano también satirizó una dictadura (del Brasil, a comienzos de los años 70).

Aunque no faltarán quienes clasifiquen este libro como novela de caballería, por lo de los caballos, claro, a lo que más se parece es a las memorias de un cachaco (Rafael), que a los 13 años descubre una Bogotá en la que todavía se podía remar en bote en el Lago Gaitán, ir a cine y chapinerear sin ser asaltado, salvo en la inocencia.

Como periodista investigativo, maestro en todas las artes de la palabra y académico de la lengua, para este “derby” Samper se especializó en el deporte ecuestre tan alejado del esférico de sus desvelos, y se empapó del léxico hípico de mediados de siglo. Recreó los usos coloquiales del lenguaje en la época, a veces, por cierto, demasiado actuales y “gomelos”, como cuando la arrabalera Sagrario (la otra hija del General), dice que “al pueblo siempre lo han mandado a la remierda” o le espeta castizamente a su novio  ministro “¡que tus lagartos relajen el culo!” o “Dejémonos de maricadas… ¿qué culos tengo yo que ver con toda esta historia?”. Sobresale también el repentismo del general para los dichos, que le permitió conectarse con el pueblo, al igual que para las frases sentenciosas, como la que pone en su boca el mordaz fabulador: “En este país es más fácil dar un golpe de Estado que arreglar una cañería”.

Y del fascinante despliegue de recursos expresivos, sobresale la ironía, que le sirve a Samper Pizano para retratar a los bípedos del relato. Asimismo, la metáfora, porque la “mierda” funciona como pegamento simbólico de la novela, tanto la boñiga y la bosta de caballo, como la mierda que hay detrás del régimen y que termina la luna de miel con la prensa escrita.

El diálogo, técnica sostenida en la novela que se alterna con los distintos puntos de vista ?entre ellos, la primera persona de Rafael?, le da un ritmo acompasado, de paso fino, que revela el talento narrativo del autor entrenado en el guión televisivo.

Sin duda los amantes de la hípica disfrutarán con las narraciones de Julio Nieto Bernal, la Voz Hípica de Colombia, que acompañan los momentos estelares del campeón que impuso el récord de los 2.000 metros en el Gran Derby colombiano, pero los amantes de la crónica echarán de menos esa pieza magistral que Germán Pinzón publicó en Sucesos Sensacionales, titulada “La vida íntima del caballo Triguero”, una crónica romántica que reconstruye el noviazgo del francés Le Volcán y la criolla Triguera, hasta que nace el potrillo. Una pieza de gran valor testimonial que no aparece citada cuando el autor lanza “cuchufletas” contra “la prensa lírica” ni en los reconocimientos finales.

Cumple también las veces de mapa esta novela bogotana, que ofrece las rutas que transitan y los lugares que visitan los personajes entre La Candelaria y la calle 72, frontera urbana, como se aprecia en el anexo del libro: allí figuran el Lago Gaitán, el Teatro Imperio, el almacén Ley, el Coliseo El Campín, el Bar Chispas en el Hotel Tequendama, el restaurante Temel, la Universidad Nacional, la Plaza de Bolívar, La Candelaria, etc.

Jota, caballo y rey recoge la memoria histórica de lo que fue ese primer año del régimen que empezó a tambalear con la matanza de los estudiantes. Si bien Rojas Pinilla trajo la televisión a Colombia, igualmente desató la censura y la venalidad. Una corrupción tan galopante que alcanzó a sus nietos, quienes también metieron los cascos al detentar el poder porque lo que se hereda no se hurta.

 

 

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