Cría cuervos y tendrás un tesoro
La cronista cuenta cómo llegó a la biblioteca de su casa la primera edición de Apuntaciones críticas sobre el lenguaje bogotano, de Rufino José Cuervo, publicada entre 1867 y 1872. La mejor herencia que pudo recibir de su abuelo en estos tiempos de desapego por el libro impreso.
Texto y fotos: María Camila Monroy Simbaqueba
“Nada, en nuestro sentir, simboliza tan cumplidamente a la Patria como la lengua” es la lección que recuerda literalmente Luis Simbaqueba a sus 89 años, después de haberla leído por primera vez en 1940. Esta idea acompañó durante mucho tiempo a los letrados colombianos del siglo XIX, cuyo objetivo era crear sentido de nación, y fue Rufino José Cuervo quien la dejó por escrito en la segunda parte del prólogo de su libro Apuntaciones críticas sobre el lenguaje bogotano.
La primera vez que Luis, mi abuelo, tuvo contacto con el libro fue a sus 16 años, pero a los 18, en 1942, lo sacó de la mesa de noche de su padre y se apropió de él al escribirle con tinta azul su nombre y la fecha: septiembre 1°. Yo hice lo mismo el día en que me convertí en la propietaria de su tesoro, el 14 de febrero de 2013. Puse mi nombre, pero esta vez con tinta negra, después de recibir el libro de sus manos y llorar junto a él. Esa fue la primera vez que mi abuelo se desprendió de uno de sus amigos —así él llama a sus libros— para regalárselo a su interlocutora —así es como me llama—.
Mi bisabuelo Adán tenía un puesto de víveres en la plaza de mercado de Las Nieves. Allí iba un señor que vendía libros al que él le compraba uno que otro, atraído por el título. Mi abuelo recuerda que sus tíos y su papá “sabían leer y escribir y desarrollar algunas operaciones, pero la diferencia es que mi papá tenía ciertas inquietudes intelectuales”. Por ello compraba libros que llamaban su atención. “Él se interesaba por los títulos sin saber realmente el valor del libro y entre esos le compró ese libro: Las apuntaciones”. En aquel momento, mi bisabuelo compró el libro por $2,50. Hoy, una edición reciente del Instituto Caro y Cuervo cuesta $50.000. Pero la primera edición, según Camilo Páez, coordinador de colecciones de la Biblioteca Nacional de Colombia, puede costar entre $400.000 y $600.000. El precio estará determinado por el estado del libro, para lo cual es necesario hacerle una valoración y darle un precio. Esta evaluación, por lo general, la hacen libreros que tienen experiencia en el sector de la industria editorial y pueden cobrar por este avalúo entre $150.000 y $500.000
La misma curiosidad intelectual que tenía mi bisabuelo la adquirió mi abuelo, quien dice orgulloso que yo recibí la herencia porque soy su interlocutora favorita, ya que podemos hablar durante varias horas de “nuestros temas” (literatura, filosofía y el amor por el lenguaje). Y al hablar del lenguaje bogotano no podemos evitar referirnos al Instituto Caro y Cuervo, donde mi abuelo trabajó durante 20 años, en los que participó en algunas ediciones del Anuario Bibliográfico Colombiano y del Diccionario de construcción y régimen; también colaboró con un equipo en la elaboración del ALEC (Atlas lingüístico etnográfico de Colombia) e hizo parte del equipo de edición de publicaciones. Hoy en día el Instituto funciona en la casa donde nacieron los hermanos Cuervo, en el centro histórico de la ciudad. También tiene una sede campestre en Chía, conocida como Hacienda Yerbabuena, antigua casa de José Manuel Marroquín.
El Cuervo de Vallejo
Como lo indica Silvia Rojas en la Gran Enciclopedia de Colombia, del Círculo de Lectores, “Apuntaciones críticas sobre el lenguaje bogotano constituye una continua corrección de impropiedades del lenguaje, de voces mal formadas, de palabras con acentos errados y de giros defectuosos. Es una corrección, dice Nicolás Bayona Posada, encaminada a hacer patria, pues la patria es la lengua”.
En El cuervo blanco, Fernando Vallejo, en su tono particular, dice: “por la época de la gramática latina que escribió con Miguel Antonio Caro, Cuervo empezó sus Apuntaciones críticas sobre el lenguaje bogotano, un libro que Colombia amó y que decidió mi vida. Parecía un libro de provincialismos o de dialectología pero no, era algo más, mucho más, un libro normativo: su fin era enseñarle a hablar bien a Colombia, y Colombia, hasta donde pudo y le dio su cabecita loca, aprendió, convirtiéndolo de paso en el árbitro del idioma”. Como se ve, Cuervo es uno de los pocos seres humanos que merece el rendido afecto de Vallejo.
Según Roberto Pinzón, corrector y traductor del Instituto Caro y Cuervo, el filólogo bogotano “le tuvo mucho cariño a ese libro, el de las Apuntaciones; él le puso mucho interés a ese trabajo y lo iba mejorando en cada edición. A él lo conocieron los lingüistas europeos y lo respetaban mucho”. Pinzón también refiere que Cuervo “tomó de referencia un libro llamado Observaciones curiosas sobre lengua castellana o sea manual práctico de la gramática de dicha lengua, de Ulpiano González. Probablemente de este le surgió la idea de escribir acerca del lenguaje propiamente bogotano y esto se evidencia en el título del libro, ya que Cuervo quería escribir apenas unas notas sobre el lenguaje bogotano, porque él era un hombre supremamente modesto, pero cada nota de él tenía un inmenso valor e información, pues era un hombre muy erudito”.
La labor intelectual de Rufino José Cuervo fue examinada por Ezequiel Uricoechea, científico, humanista y filólogo también bogotano. Estos dos letrados tenían contacto permanente por medio de cartas, ya que Uricoechea estaba en Europa adelantando sus estudios y Cuervo todavía vivía en Bogotá. En 1872, Arnulfo M. Guarín terminó de imprimir las Apuntaciones y el 1° de noviembre de este mismo año Uricoechea le escribió a Cuervo desde Madrid: “Mande, mande sus apuntaciones que anhelo verlas y leerlas y estudiarlas”, como consta en una carta que reposa en el Instituto Caro y Cuervo.
El 4 de agosto de 1873, Uricoechea escribió desde París: “¡Qué erudición, Rufino! Pero no la pedantesca sino la de buen género. ¿Qué le he de decir a U. sobre la bondad de su obra que no haya oído ya por todas partes? Cuantos elogios oiga son merecidos y cada día me alegro yo de ver que un colombiano deja un monumento más que eternice la memoria de la patria. Adelante, Rufino, trabaje para la posteridad”.
Uricoechea animó a Rufino Cuervo para que avanzara en su producción intelectual y en las cartas le hacía comentarios sobre sus obras y recomendaciones para las futuras ediciones. Como dice Fernando Vallejo en El cuervo blanco, “La manía de cambiar y corregir un libro mientras lo imprimían le quedó de por vida”. Las Apuntaciones, por ejemplo, fueron corregidas muchas veces por su autor. Por esto, la primera edición se publicó a lo largo de cinco años y el autor siguió trabajando en la obra durante años posteriores, en Bogotá y luego desde París, donde se radicó con su hermano Ángel en 1882. Uno de los cambios realizados por Cuervo fue el comienzo de la segunda parte del prólogo de las Apuntaciones, es decir, modificó la frase que aún recuerda mi abuelo, aquella frase únicamente quedó en la primera edición.
Un libro escaso, raro y valioso
En la actualidad, en la sede del centro de Bogotá del Instituto Caro y Cuervo hay solo un ejemplar de la primera edición. Está expuesto en el Museo y no se encuentra disponible para consulta de los usuarios, ya que requiere un cuidado especial debido a su antigüedad. En la Biblioteca Nacional hay cinco ejemplares, de los cuales dos hacen parte del Fondo Rufino José Cuervo.
Álvaro Castillo, uno de los fundadores de la librería San Librario, dice que solo ha visto uno o dos ejemplares de la primera edición de las Apuntaciones y que la primera edición tiene el valor de lo primigenio, teniendo en cuenta todas las modificaciones hechas por Cuervo a esta obra. También manifiesta que es un libro raro y valioso.
Como dice María Eva Quintana, actual librera en la Casa Cuervo, “ese libro tiene un valor patrimonial y fue este el que le dio a don Rufino Cuervo la fama como filólogo colombiano, más que el Diccionario de construcción“.
Este libro ha estado en mi familia desde 1936. Llegó tal vez por algo parecido a la casualidad, gracias a la compra ingenua de mi bisabuelo, pero con el paso de los años fue adquiriendo un valor especial. Para mi abuelo, este libro simboliza una de las lecciones más importantes de toda su vida, por lo que actualmente lo recuerda como “el maestro más venerable”. Para mí, además del valor lingüístico, me lleva a pensar en mi maestro, significa tener en mis manos un pedazo de su vida, un trozo de la relación con su padre. Me siento la dueña de uno de los tesoros más valiosos, que ha recorrido cuatro generaciones en mi familia y, muy probablemente, para seguir con la tradición, se lo regalaré a mis nietos.