El día que nevó en Aracataca
Hace 20 años un grupo de artistas colombianos y franceses se aventuró en un ferrocarril olvidado para llevar su magia a pueblos olvidados desde la Sabana de Bogotá hasta el puerto de Santa Marta. El líder de la tropa era el cantante Manu Chao, quien se quedó viviendo una temporada en Bogotá, en el barrio La Candelaria, donde se armaron las partes del Expreso del Hielo.
Homenaje póstumo de Directo Bogotá al Nobel Gabriel García Márquez.
Texto: Sebastián Serrano
“Muchos años después, frente a la estación de tren de Aracataca, Manu Chao había de recordar aquella tarde remota en que Gabriel García Márquez lo llevó a conocer Macondo”, podría ser la frase más elocuente para empezar esta crónica, pero no la ideal. Se quedarían por fuera los malabaristas, escultores, arquitectos, ingenieros y tatuadores, quienes restauraron un tren de más 20 vagones que echaron a andar por vías largamente abandonadas, con el único propósito de obtener algo de aventura a cambio de fuego y nieve.
Esta no es la historia de la familia más prominente del pueblo; esta es la historia de Macondo contada desde una caravana de gitanos.
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Corría el año 1992 y Colombia aún no era pasión ni mucho menos la respuesta: los ejércitos de los narcotraficantes hacían temblar las ciudades con sonados bombazos, mientras que las guerrillas y las fuerzas militares se enfrentaban en una lucha sangrienta. Sin embargo, la gente trataba de llevar su vida con normalidad y algunas cosas seguían medio funcionando.
Para su quinta edición, el Festival Iberoamericano de Teatro invitó a Royal Deluxe, compañía francesa de teatro callejero. En compañía de la banda de rock Mano Negra (liderada por Manu Chao), Royal Deluxe se había embarcado en un buque donado por la ciudad de Nantes rumbo a Suramérica para presentar su gira Cargo 92. El 14 de abril de ese año, ambas agrupaciones llegaron al puerto de Cartagena a bordo de un buque llamado Melquíades.
Carlos Rojas fue el encargado de coordinar la ambiciosa puesta en escena de la obra, que incluía juegos pirotécnicos y un gigantesco libro de acero del cual emergían figuras metálicas en relieve. Para Carlos, quien había pasado una temporada en Francia y conocía el perfil de sus invitados, trabajar con ellos fue tan exigente como satisfactorio: “Ellos no venían acá como los grandes invitados franceses a honrarnos con su presencia. Eran hijos de inmigrantes; gente que había crecido y aprendido hacer teatro en las calles. Todos eran unos obreros a lo hora del montaje”.
En abril de 1992 La Royal Deluxe y Mano Negra presentaron con éxito su espectáculo en Bogotá. Tras la función, los integrantes de Royal Deluxe y Mano Negra destinaron unas semanas a viajar por Boyacá y sus alrededores. Antes de partir de Colombia, Didier Jaconelli —miembro de Royal Deluxe— le comentó a Carlos Rojas la paradoja de haber viajado por un país en el que vio rieles y estaciones, pero jamás un tren.
Primeros avistamientos
Una gran sorpresa se llevaron los habitantes de Facatativá el 16 de noviembre de 1993. Fue entonces cuando vieron salir, de la largamente abandonada Estación del Corzo, un tren con 21 llamativos vagones decorados con dibujos alusivos al fuego y al hielo. Al preguntarle a los tripulantes del tren (quienes viajaban sobre el techo de los vagones y lucían vistosos tatuajes) por el motivo y destino de su viaje estos contestaron enigmáticos: “Vamos a ir hasta el mar, pero no nos despedimos porque inmediatamente vamos a dar media vuelta”.
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En los meses que sucedieron a la presentación de Cargo 92, Jaconelli —conocido por sus amigos como Cocó— Manu Chao y Carlos Rojas mantuvieron una estrecha relación por correspondencia de la cual surgió idea de habilitar un pequeño carro que pudiera viajar por las vías del tren para llevar un circo ambulante por Colombia. En una entrevista de 1994 con la revista Ajoblanco, Manu Chao recuerda: “La idea inicial era tan sencilla como llegar a todos esos pueblos campesinos donde no están acostumbrados a recibir visitas y ofrecer un espectáculo para los niños. Cocó llevaría lo básico para hacer teatro y yo me acompañaría tan solo de mi acordeón y una guitarra. Todo el proyecto era como la contestación a nosotros mismos, ya que suponía una huida de las ciudades y de todo el mogollón urbano en que siempre hemos estado metidos”. Mientras Cocó y Manu Chao hacían arreglos en Francia para conseguir el respaldo de la AFAA (Asociación Francesa de Acción Artística), Carlos se puso en contacto con el Ministerio de Cultura y Ferrovías.
En enero de 1993, Cocó y Manu, regresaron a Bogotá para encontrarse con Carlos. Tal y como lo recuerda Manu Chao, los gitanos franceses fueron atendidos por los funcionarios de Ferrovías con una hospitalidad macondiana: “Nuestra intención era llegar a esos pequeños pueblos perdidos en el campo donde parece que nunca pasa nada. Todo se distorsionó cuando fuimos a pedir el permiso a Ferrovías de Colombia y nos llevaron a una explanada en plena selva donde estaban todos los trenes del país desde el año 1910 hasta 1975. Aquello era impresionante, teníamos toda una flota de trenes a nuestra entera disposición”.
En vista de un escenario de tales proporciones, Cocó, Manu y Carlos reunieron un equipo capaz de poner en marcha una locomotora y todos sus vagones. Fue así como dieron con el arquitecto Héctor Calderón, quien por esa época se dedicaba a la restauración y a trabajar con materiales reciclados. “Claudia Arcila, una amiga, me propuso reunirme con unos franceses que querían hacer un tren y le dije: Bueno, dale, invítalos a mi casa. Fue como si nos conociéramos de toda la vida, a mi me sonó la idea y nos pusimos a trabajar en eso a pesar de no saber muy bien ni por dónde empezar”.
“De cierta manera todos nos convertimos en gitanos”, recuerda Héctor. “Viajábamos mucho, sobre todo por la costa Caribe. Manu ‘adoptó’ una guitarra que yo le había regalado a mi hija Sara y se la llevó a un viaje que hicimos por la Ciénaga Grande. Él llevaba a todas partes una libretica y ahí iba anotando cosas que le contaba la gente y escribiendo sus canciones. Fue así como escribió ‘Señor Matanza’. Manu y Cocó eran unos tipos muy recursivos; como viajábamos en carros alquilados, alguna vez se robaron por ahí una caja de herramientas para devolver el kilometraje y no tener que pagar tanto. Era ese tipo de inteligencia ñera francesa, como la de los ñeros de aquí, que son muy recursivos y agudos”.
Para marzo de 1993, Cocó y Manu ya estaban viviendo en la casa que Héctor tenía en La Candelaria. “De cierta manera el proyecto se había convertido en un estilo de vida, nos levantábamos tarde y salíamos a comer a un restaurante de San Victorino que se llama ‘El Paraíso’; un lugar muy ecléctico; con ese ruido de platos y olor a cerveza mezclado con el del eucalipto que echaban en el orinal. Quedaba en un segundo piso y por la ventana se podía ver la plaza, que estaba invadida de casetas de ropa, de zapatos, de ollas, de juguetes… Eran unas escenas fabulosas”.
La casa de la calle 9ª con carrera 4ª se convirtió en el epicentro del proyecto: “Eran unas tardes y noches de mucho trabajo. Nos reuníamos todos alrededor de una mesa dibujo y empezábamos a botar ideas. Siempre había un trago por ahí y algún pase, entonces eso también aceleraba mucho la cosa y se nos desbordaba a ratos. Pero yo creo que si nos hubiéramos puesto a medir los riesgos y la insensatez de todo, habríamos desistido. Teníamos que ser audaces, y eso era lo que nos unía”.
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El 18 de noviembre de 1993, los habitantes de Bosconia, Cesar, quedaron atónitos al ver pasar por las vías que creían abandonadas una locomotora que arrastraba unos 20 vagones, algunos de los cuales estaban envueltos en llamas. El desconcierto fue tal que uno de los curiosos alcanzó al tren en su bicicleta para alertar a los pasajeros. Sin embargo, estos últimos (descritos por el hombre como gitanos de acento extranjero) sin mostrarse en lo absoluto alarmados por el incendio, le dijeron: “Ve y dile a todos los demás que estén pendientes, porque vamos a ir hasta la Sierra y vamos a volver cuando tengamos la nieve”.
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Roberto: El dragón que suplantó a la Virgen del Carmen
Tomado de El Espectador, Noviembre 22 de 1993:
“Apoteosis en la primera estación”
“En Santa Marta, ayer los samarios vivieron una locura con la primera parada del Expreso del Hielo. Lo más admirado de la noche fue el gran Roberto, ese enorme dragón hecho a base de chatarra que parece furioso botando candela viva por la boca”.
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Para mayo de 1993, era tal la cantidad de gente que había llegado desde Francia para participar del Expreso que sus organizadores se vieron obligados a alquilar una segunda casona a pocas cuadras de la de Héctor. Eran químicos, electricistas, carpinteros y ornamentadores que alternaban sus días entre La Candelaria y los talleres de la estación del Corzo en Facatativá, donde estaban dedicados la recuperación de la locomotora y los 21 vagones que iban a componer el Expreso del Hielo.
Con la ayuda del especialista en efectos especiales, Jean-Marc Mouligné, Carlos Rojas se dio a la tarea de crear una marioneta hidráulica que se convertiría en la estrella del tren. “Cogimos un vagón que antes se utilizaba para pasear a Virgen del Carmen en los desfiles ferroviarios y montamos ahí a un dragón de siete metros de altura que habíamos hecho con chatarra de otros trenes. Le hicimos una carcaza y cuando se abría, el dragón se levantaba, extendía las alas y botaba fuego por dos lanzallamas que habíamos instalado en su interior”, cuenta Rojas, 20 años después de la aventura.
¿Cómo hacer nevar en Aracataca? Haciéndole trampa a Antanas
Mientras Carlos Rojas y compañía sacaban provecho de la infinita cantidad de chatarra disponible en los talleres del Corzo, en Bogotá, Héctor Calderón se puso en la tarea de conformar un taller interdisciplinario para diseñar el tren con la ayuda de estudiantes y profesores de la Universidad Nacional. Sin embargo, para ello debía ganarse la confianza del entonces rector de la universidad, Antanas Mockus. “Nos reunimos un día en la casa de Antanas, Michelle Goldstein (una asesora cultural de la Embajada de Francia, que era amiga nuestra y le hablaba al oído a Antanas), Cocó y yo. Le hicimos la propuesta a Antanas y el nos contestó con una prueba de inteligencia: nos amarró a mí y a Cocó con unos cordones y nos explicó que debíamos trabajar en equipo para soltarnos. Lo que él no sabía es que Michelle ya nos había soplado la prueba. Nos soltamos en dos minutos y después de eso fue una tremenda borrachera”.
A partir de ese momento Héctor y Cocó tuvieron acceso a las instalaciones y equipos de la universidad. También pudieron reunir un grupo de ingenieros, artistas, físicos, matemáticos y gente todas las disciplinas que les ayudaron a diseñar el tren. De este esfuerzo resultó el diseño de una ambiciosa máquina climática, que haría nevar en Aracataca.
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Los gitanos volvieron a Macondo
Tomado de El Espectador Noviembre 29 de 1993
“El pueblo aturdido por la feria se aglutinó frente a los vagones cuando se iniciaron los rugidos del Dragón Roberto. Entretanto, Yeti, el hombre de las nieves, abría su enorme boca iluminada por luces artificiales de colores. De un lado a otro corrían los portadores del fuego y en medio del pánico y la incertidumbre que se apoderó del público, Roberto expulso por su boca ráfagas de fuego mientras el Yeti hacia lo mismo con la nieve”.
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Así recuerda Carlos Rojas al Yeti que antagonizaba con su Dragón: “Lo que hicimos, o mejor dicho, lo que hizo Cocó (quien lo construyó), fue tomar una máquina de hacer raspado gigante y ponerle una turbina debajo. ¿Se imagina lo que es ver nevar a casi 40 grados?”
“Lo único es que los van a matar a todos”
17 de agosto de 1993. Una fiesta en el apartamento de Michelle Goldstein. Destacadas personalidades del ámbito cultural en Colombia departen con miembros del cuerpo diplomático francés, entre ellos, el Embajador Romain Chrétien. Alguien le pregunta al escritor Álvaro Mutis: Maestro, ¿y a usted que le parece el tren que están armando esos muchachos franceses? A lo cual Mutis respondió: “A mí el tren me parece una maravilla, lo único es que los van a matar a todos”. Chrétien, quien desde un principio se había opuesto al proyecto por considerarlo riesgoso, aprovechó la oportunidad para darle la razón al escritor y, animado por el espaldarazo, anunció que iba a comunicarse directamente con el Presidente Francois Mitterrand para abortar el proyecto.
El 18 de agosto de 1993 hubo un evento en la Embajada Francesa para conmemorar la muerte de Luis Carlos Galán. Estaban presentes figuras prominentes de la vida pública colombiana y de la diplomacia francesa. La velada estaba a punto de comenzar y el Embajador iba a pronunciar unas palabras en honor a Galán. Entonces Denis Vène, consejero del gobierno Francés para asuntos exteriores, dio un golpe suave a su copa, tomó la palabra y procedió a hacer el lanzamiento oficial por parte de la República Francesa de ese magnífico proyecto de cooperación binacional llamado El Expreso del Hielo.
Lo que ni Chrétien, ni Mutís sabían es que Vène, quien había mediado en varios procesos de paz en Africa, había sido enviado a Colombia hacía varios meses con el objetivo de contactar al ELN para lograr un pacto de no agresión contra los tripulantes del tren.
Hasta aquí la versión de Héctor Calderón. Sin embargo, en una entrevista de1994 para la revista española Ajoblanco, Manu Chao atribuyó el tránsito seguro del tren por una zona roja a motivos más nobles:
“Los periodistas nos venían a buscar con lágrimas en la cara para aconsejarnos que aquella noche no saliéramos al escenario porque nos iban a matar. Pero al final sólo eran temores que se deshacían y cada una de nuestras actuaciones se convertía en una fiesta. Era impresionante ver a 10.000 personas bebiendo sin parar, la mayoría de ellas con una pistola en el cinto y ni un solo tiro. Con eso tampoco quiero decir que sea falsa la existencia de violencia. La primera imagen que veíamos en muchos de los pueblos por donde pasábamos era el desfile de mujeres enlutadas detrás de un ataúd camino del cementerio. Eso se te queda grabado, pero también nos sentíamos satisfechos de que no pasara nada cuando nosotros nos asentábamos en un lugar donde antes y después de nuestra llegada los asesinatos y las peleas eran moneda corriente. Mano Negra no cambiará el mundo ni nada por el estilo, pero esa semanita de paz todo el mundo decía OK”.
45 días de aventura y percances
Tres días se tomó el tren para llegar a Santa Marta sin hacer paradas y 42 se tomó a su regreso. Los municipios de Santa Marta, Aracataca, Bosconia, Barrancabermeja, La Dorada y Facatativá fueron testigos de un carnaval ambulante como nunca se había visto. A su llegada, los tripulantes del tren duraban un día completo montando la escenografía. Aparte de los monstruos de hielo y fuego, el tren contaba con un vagón que funcionaba como estudio de tatuado ambulante (los motivos más populares fueron dibujos alusivos al tren y la virgen María), un vagón del amor, otro de los deseos humanos (en el que los niños depositaban sus anhelos para el futuro dentro de una urna), un vagón del fuego ?que permanecía envuelto en llamas? y un museo de esculturas de hielo que dejó una huella profunda en Celia del Pilar, quien presenció el espectáculo del tren en La Dorada y dejó testimonio en su blog: “Recuerdo el Expreso: una joven con acento extraño diciendo cerado, cerado …La entrada a un vagón, un joven guía susurrando al lado de un cuerpo de un animal en hielo, del que sobresalían dos grandes cuernos; el joven hablaba bajo, pues nos decía que había peligro de que este animal despertara, y que por eso entráramos en grupos pequeños. Me acuerdo a los diez años, aguantando la respiración para no hacer nada que despertara a ese gigante”.
Sin embargo, el recorrido fue difícil. Había un solo vagón con ducha en el tren y el calor era sofocante. ‘El Gam’, uno de los tripulantes españoles del tren, recuerda haberse descarrilado por lo menos seis o siete veces. En Gamarra, desconocidos robaron tres maletas del tren y la primera noche en La Dorada les quemaron tres vagones (aparentemente por ocupar una bodega que funcionaba como expendio de bazuco). De los más de 70 pasajeros que partieron de Facatativá, solamente volvieron 40. El resto abandonaron el tren y emprendieron el regreso a casa.
La periodista Claudia Arcila, quien participó en la gestación el proyecto y cubrió el recorrido del tren para El Espectador, recuerda que las estaciones de Barrancabermeja y Bosconia fueron especialmente críticas, pues nunca llegaron las provisiones. Manu reconoce que en estos momentos fue vital la solidaridad de los pobladores: “En un primer momento éramos una especie de atracción ambulante que podía agredir el entorno con asociaciones de ideas como la de relacionar nuestros tatuajes con símbolos homosexuales o carcelarios. Pero al cabo de dos horas, cuando comprobaban que estábamos más jodidos que ellos, que les pedíamos de comer, que cargábamos con todos los hierros del montaje y que no pretendíamos más que pasarlo bien, rápidamente nos echaban un cable y conectábamos con ellos”, se lee en la entrevista de Ajoblanco.
20 Años después
A pesar de las dificultades, Carlos, Manu y Héctor están de acuerdo en que el viaje a bordo del Expreso del Hielo les cambió la vida. A Carlos le cuesta trabajo creer todo lo hicieron haya sido cierto y Héctor dice no tener idea a que se dedicaba antes de verse involucrado con el proyecto. Hoy en día siguen en contacto y cuando Manu Chao ha venido a presentarse a Bogotá han aprovechado para revivir viejos tiempos.
Si bien fue una experiencia crucial en la vida de sus protagonistas, el viaje Expreso del Hielo no dejó mayor huella en Colombia. El transporte ferroviario sigue tan muerto como entonces lo estaba. Carlos y Héctor tuvieron la iniciativa de convertir el recorrido del tren en un evento bienal: “Nos parecía un buena manera de llevar cultura a la periferia, pero ya sin socios extranjeros, ni cartas de la Affa en francés, no encontramos la misma disposición de las autoridades.”
Héctor cree que si el tren hubiera llegado hasta Bogotá su historia hubiera sido muy distinta: “La idea original era poner unos rieles provisionales y hacer que el tren entrara hasta la plaza de Bolívar, pero fue imposible. No había plata ni energías ni logística para hacerlo, fue simplemente imposible”. Entonces, Héctor se calla; una sonrisa se dibuja en su rostro como si estuviera recordando algo imposible de contar con palabras. De pronto si la gente hubiera visto el tren en Bogotá no hubiera sido lo mismo, de pronto es mejor que la historia quede así, como un mito.
Más allá del mito, vale la pena recordar este episodio que parece arrancado de la ficción de un Nobel.