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Casitas de pesebre con moscas

Texto por Valeria Angarita

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Fotos: Valeria Angarita y cortesía de la Secretaría Distrital del Hábitat

 

 

Los habitantes de Mochuelo Alto, campesinos que mandan sus cultivos a la ciudad que les retribuye con la basura del Relleno Doña Juana, fueron beneficiados con una jornada del programa Barrios de Colores 2, en la que se pintaron alrededor de 70 fachadas en esta vereda y 115 viviendas en zonas rurales. Al finalizar el día, las casas quedaron como de pesebre, pero los habitantes, apesadumbrados con el olor a podredumbre, más fuerte que el de la pintura.

 

La serpenteante carretera hacia Pasquilla, Cundinamarca, evidencia las dos caras de la zona rural de Ciudad Bolívar: un paisaje lleno de tierra fértil, pero a la vez contaminado por el hedor a basura y por el humo que destilan las ladrilleras; además de los mataderos clandestinos, los quemaderos de huesos de animales y el olor a caucho quemado. En el kilómetro 24 se encuentra la vereda Mochuelo Alto, lejos de las edificaciones urbanas y de las pandillas juveniles, pero más cerca al Relleno Sanitario Doña Juana.

En la cancha de fútbol del Colegio Mochuelo Alto, varias carpas de la Alcaldía Mayor de Bogotá funcionan como una feria del servicio al ciudadano, con la participación de la Registraduría Nacional, la Secretaría de Ambiente, el Sena, el Sistema de Transporte Público, la Unidad Administrativa Especial de Servicios Públicos (UAESP) y la Secretaría del Hábitat. Varios mochuelinos hacen fila para ser atendidos por funcionarios del programa Barrios de Colores.

Barrios de colores es una iniciativa en la cual la Secretaría Distrital del Hábitat, en alianza con Fundación Mundial y Pintuco, entrega pintura, brochas y rodillos para mejorar las fachadas de las viviendas en áreas prioritarias de intervención o en sectores de bajos estratos. “El objetivo es aunar esfuerzos entre el sector privado, el sector público y la misma comunidad; que la gente sienta que no solamente es pedirle ayuda al gobierno, sino que la comunidad también se involucre y que sea partícipe de programas para su beneficio”, asegura Nixon Pabón Martínez, subdirector de Recursos Privados de la Secretaría Distrital del Hábitat.

Este programa funciona desde el 2012, cuando se pintaron alrededor de 13 barrios y 1.200 viviendas de Bogotá. El piloto de Barrios de Colores fue en la localidad de Rafael Uribe, donde se pintaron los barrios La Paz Cebadal, La Paz La Torre, La Paz Caracas y La Paz Naranjos. Pabón cuenta que ese día salieron a pintar niños, jóvenes y ancianos; “sacaron los equipos de música en algunas cuadras, hubo integración, que es lo que se busca también, mejorar la convivencia, los grados de seguridad, el entorno y el hábitat”. En vista de la acogida que tuvo el programa, en agosto de 2013 se firmó el convenio para Barrios de Colores 2. En esta segunda versión y dentro del proyecto Revitalización del Hábitat Rural, se buscó beneficiar a 400 familias campesinas, 20 barrios y unas 2.300 fachadas, el doble de la primera intervención.

El 23 de noviembre del 2013 fue el turno de la vereda Mochuelo Alto, con 3.477 habitantes en 321,14 hectáreas. Días antes de la intervención, se visitó la vereda para saber quiénes querían participar en el programa y calcular la cantidad de pintura. Ámbar Barbosa Rodríguez, funcionaria de la Subdirección de Recursos Privados de la Secretaría del Hábitat, verificaba en una lista el nombre, el número de la cédula, el color y la cantidad de pintura que recibiría cada mochuelino.

¿Cuál es su casa?, ¿La que está en construcción?”, “Pásenme media de ‘verde primaveral’”, “Dos galones de amarillo cal, por fa”, “No vaya a pintar de rojo la parte de blanco, ¿no?”, “¿Todavía queda rojo ‘atrevido’?”, fueron algunos de los comentarios que se escuchaban en esta ajetreada labor. “En algunos casos, cuando les queda faltando un cuarto de pintura, ellos vuelven en el transcurso del día y con eso verificamos que la persona lo aplique, por la necesidad de volver por otro tarro de pintura”, explica Ámbar.

Luis Augusto Torres, funcionario del Sena, mira concentrado cómo se arman las filas frente a esta carpa y en otro toldo vecino, donde varias estudiantes de peluquería de esa institución cortan el pelo y hacen diademas de trenzas a las niñas. Otros puntos, sin embargo, permanecen más desolados. Dos funcionarios del Instituto de Recreación y Deporte (IDRD) enseñan a unos pocos niños a hacer figuras de origami. El punto de vacunación felina y canina, aunque también está solo, llama la atención de los presentes, pues el jadeo de un bulldog se asemeja al chillido de un cerdo.

Edison Orlando Rincón, funcionario de la Secretaría General de la Alcaldía, asegura que con esta feria buscan integrar a la comunidad con la administración: “Muchas veces la gente no tiene cómo pagar un transporte para acercarse al superCADE. Si tienen para la ida, no tienen para la vuelta, entonces les estamos facilitando todos esos trámites y evitándole gastos”.

Este día, además, se terminaba de construir una cancha de fútbol para los habitantes de Mochuelo Alto y Mochuelo Bajo, con el apoyo de la Unidad Administrativa Especial de Servicios Públicos y el Centro de Gerenciamiento de Residuos Doña Juana. En este lote, donde funciona un quiosco como salón comunal, desde unos parlantes amarrados a un palo bastante alto se amenizaba la jornada con canciones de Pastor López.

José Calderón, habitante de Mochuelo Alto, cumplió ese día 64 años. Recibir la pintura no sólo significó para él un regalo de cumpleaños, sino también de Navidad adelantado. “Nos da alegría porque no se acordaban de nosotros los campesinos, que lo que hacemos es trabajar honradamente y echar pa’lante; mandar buena comida para la ciudad, mientras que de allá solo nos mandan basura”, cuenta mientras repasa con un pincel los marcos de las ventanas del primer piso de su casa.

 

El tormento de Doña Juana

En las tierras de Mochuelo se cultivan fresas, arvejas, habas, papa, cilantro, cebolla y lechuga, entre otros alimentos, y también funcionan microempresas de lácteos. José cuenta que es una tierra fértil, lo cual permite tener una buena cosecha. Sin embargo, hay un mal que lo acongoja y es la cercanía al relleno sanitario, a no más de 500 metros de distancia, cuando lo recomendado es mínimo cinco kilómetros entre el sitio de disposición de residuos y la población.

Eso nos tienen invadidos de moscas, de ratas… Me da asquito subir y mirar los platos como están llenos de moscas”, es la queja de José. Cuenta, además, que por épocas vienen y fumigan, pero que hace dos años no suben a exterminar a los insectos y a los roedores. Aunque es un día soleado, perfecto para una jornada de pintura, el sol es un enemigo en esta comunidad, pues alborota los malos olores y las moscas.

John Beltrán, el funcionario de la Secretaría Distrital del Hábitat encargado de la localidad de Ciudad Bolívar, explica que la comunidad de Mochuelo Alto se ha sentido abandonada por los proyectos del gobierno nacional y del Distrito, cuyas acciones no han sido suficientes para contrarrestar el daño ambiental. Solo unos cuantos programas, como Barrios de Colores, gozan de aceptación en la comunidad. Mientras John camina por la vereda ofreciendo su ayuda para pintar las casas, relata que con estas jornadas buscan que la gente recupere la confianza en el Distrito.

Hélver García es otro habitante que celebra el programa Barrios de Colores como un regalo del Niño Dios y dice que pintadas de colores “quedan como casitas de pesebre”. A diferencia de la mayoría de mochuelinos, él no se considera huérfano por parte de la Alcaldía, pues se siente respaldado por las secretarías. Reconoce que cuando se habla de Ciudad Bolívar se piensa únicamente en los barrios y pocas veces en las nueve veredas que conforman la zona rural, la mayor parte del territorio de la localidad 19.

Sin embargo, sí se une al lamento de sus vecinos frente al relleno sanitario, “esto es un mal psicológico que tenemos por la cercanía al relleno. Nos preguntan que de dónde somos y respondemos ‘De Mochuelo Alto’, y dicen: ‘Ah, los que quedan al pie del basurero’”. Hélver comenta que cuando estaba Proactiva S. A., la empresa que durante ocho años y medio se encargó del manejo del relleno, era un desastre, pues tapaban la basura “únicamente con talegos y por ahí cada tres meses le echaban la tierra y esa basura se descomponía así. Ya nos tenían a punto de chiflarnos”. Pero en septiembre del 2010 la licitación pasó a manos del Centro de Gerenciamiento de Residuos y para Hélver los cambios se notaron pronto. A esto hay que añadirle el funcionamiento del programa Basura Cero, de la Alcaldía Mayor de Bogotá, que busca que los bogotanos aprovechen mejor los residuos sólidos reciclando, reutilizando y reduciendo.

Pero más allá de la repulsión que le representa a esta comunidad ser vecinos de ‘la Juana’, nombre popular para el relleno, los problemas de salud saltan a la vista. Alicia Salazar, habitante de Mochuelo Alto, dice que cada ocho días se enferma de la garganta o le da gripa: “Tengo una carraspera por aquí tapada, un desgarramiento que no puedo ni pasar la saliva. Fui al médico y me formularon unas pastillas, pero por acá no se consiguen porque son dizque importadas”.

Claudia Abril, otra vecina, asegura que los medicamentos que les dan en las brigadas de salud son “como un calmante y uno sigue lo mismo”. Con las uñas se raspa la pintura que tiene en las manos mientras sus hijos le dan los últimos toques a la fachada. Charla con algunos vecinos, pero su hijo mayor, Miguel, la interrumpe con un grito: “Eso no es cerveza, ¡eso es tíner!”, y los allí presentes estallan en risas.

Contenta con la nueva apariencia de su vivienda, aprovecha para hacer chistes con Ana Torres, amiga y vecina, y le dice:

?¿Sabe qué es lo grave? Que ahorita llegan los adornos

—¿Cuáles?

—Pues los moscos. Llegan y se pegan en la pared con la pintura fresca.

La única solución para Claudia es que cierren el relleno o que sea genuinamente sanitario: “Eso de ‘sanitario’ no tiene nada. ‘Sanitario’ es que estén controlando las ratas, las moscas, las enfermedades”. Ana Torres considera que desde que se abrió el relleno sanitario, en noviembre de 1988, la vereda se perjudicó: “Uno no se puede estar comiendo un bocado de comida porque siente que está comiendo moscos. Doble carne comemos aquí”, y también pide clausurar ‘la Juana’ o, por lo menos, que no se expanda más, pues en el 2012 la Corporación Autónoma Regional de Cundinamarca dictaminó que al relleno solo le quedaba un año útil de vida. Ante esto, la UAESP propuso una expansión de 300 metros, propuesta rechazada por los mochuelinos.

También hay que reconocer que la cercanía al relleno no es la única causa de los problemas en la vereda. Entre Usme y Ciudad Bolívar existen 46 ladrilleras, el Parque Minero y las explotaciones ilegales que empeoran el panorama. Tampoco el Centro de Gerenciamiento de Residuos es el único culpable. Benjamín Morales León, líder de la comunidad de Mochuelo Alto, asegura que “mientras los bogotanos sigan haciendo mal manejo de sus basuras, los afectados somos nosotros. Ojalá tuviéramos un programa efectivo de Basura Cero, de buen manejo de la fuente, de que le diera más trabajo a los recicladores”.

Así, este programa de Basura Cero se convirtió en una esperanza para los mochuelinos. Actualmente ingresan 6.700 toneladas de basura diarias al relleno y con el programa la idea era reducir esta cifra a 2.000 toneladas. Sin embargo, Basura Cero, una de las banderas de gobierno del alcalde Gustavo Petro, no solo se encuentra en el limbo, sino que también fue la causa de su destitución e inhabilitación por 15 años.

Ahora el Distrito deberá convocar a un proceso licitatorio para la recolección de residuos, que debe darse en el transcurso de 2014. La administración de Petro incluirá a los recicladores en este nuevo esquema, según lo ordenado por la Corte Constitucional.

Mientras tanto, los vecinos de ‘la Juana’, tendrán casas de pesebre con rebaños de moscas, a la espera no de los Reyes Magos, sino de una intervención rápida y eficaz para solucionar los problemas ambientales que no pudieron ocultar las capas coloridas de pintura.

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