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Dardos desde Chapinero

 

Texto: José Daniel Gómez Sánchez

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Chapinero Telegraph fue el primer número de los veinte que circularon entre 1980 y 1989. Nació en la Universidad de Los Andes, pero tenía un antecedente en el Colegio Helvetia: la revista El Irregulario, publicada en 1978 por Karl Troller y Carlos Buitrago, cuando aún cursaban bachillerato. Cuando Troller y Buitrago comenzaron a estudiar arquitectura, le propusieron a Eduardo Arias, estudiante de biología y compañero de Karl desde 1976, que crearan una nueva revista. Así nació Chapinero.

“La Universidad de Los Andes en ese momento estaba dividida en dos bandos: ‘Los fachos’, que eran los de carreras como ingeniería o administración y tenían carro, y ‘los comunistas’, que eran los de filosofía y antropología, que no usaban desodorante, pero, aun así, pagaban la matrícula máxima”, dice irónicamente Eduardo Arias.

De ahí surgió la idea de tomar esas contradictorias y cotidianas ocurrencias de la vida universitaria, a veces graciosas, a veces absurdas, para hacerlas públicas a través de un medio que, además, mostrara el día a día de la Bogotá con trancones, de la publicidad criolla y la sociedad inconforme, tal como lo hace hoy el sitio web populardelujo.com.

“Nosotros fuimos precursores de Popular de Lujo, de la estética de Aterciopelados y se nos ocurrió que Chapinero era el nombre ideal, porque pensábamos en la carrera 13, entre calles 57 y 65, para reivindicar la cultura callejera”, dice Arias. Para este biólogo de 54 años, que ejerce el periodismo de manera empírica, la revista bien habría podido llamarse Galán o San Fernando, como los tradicionales barrios, o llevar el nombre de alguna ruta de buseta de esa época, como Quiroga.

“Cuando nosotros hicimos la revista —cuenta Troller—, Chapinero era un barrio que reunía un poco de toda la cultura popular de la Bogotá que nos gustaba: estaban los avisos, billares, busetas y antros. Era el lugar perfecto, había chuzos con personalidad y no eran las cosas estilo mamerto de La Candelaria, pero tampoco era la rumba de la 80 y la 90. Era el centro entre el sur y el norte. Chapinero era perfecto porque no era ni lo uno ni lo otro“. En ese sentido, y aunque el movimiento gay se ha apropiado de gran parte del barrio, Karl cree que hay otros grupos y expresiones que se siguen reivindicando allí.

 

El esplendor de Chapinero

A Carlos Buitrago, Karl Troller y Eduardo Arias se les sumaron Luis Carlos ‘el Chiqui’ Valenzuela en la redacción, y otros colaboradores, como Lucas Soler —hoy reconocido crítico de cine porno en España—; Álvaro Moreno, artista; Mauricio Reina, Andrés Villa, Gonzalo de Francisco, Diego Córdoba y el ilustrador Diego Albarracín, ­­­­­­que murió en esa época.

La revista no tenía periodicidad, “eso dependía de nuestra pilera, del tiempo que le dedicáramos y de la plata que tuviéramos, porque poníamos publicidad, pero nunca cobrábamos los anuncios”, sostiene, entre risas, Eduardo. Cada edición tenía unas 16 páginas, y salía un tiraje de entre 100 y 200 números; en su mayoría fueron hechos en fotocopia y algunos en litografía, salvo Chapinero Cromos, una parodia de la revista Cromos ?que financió el entonces Ministro de Hacienda, Rudolf Hommes?, con tapa en color, 34 páginas y de la que imprimieron 2.500 ejemplares. Sin embargo, normalmente eran fotocopias con tres grapas. Había unas en formato más grande que otras, en papel periódico o bond.

El 6 de agosto de 1988, con motivo de los 450 años de Bogotá, el Magazín Dominical de El Espectador, dirigido por Marisol Cano, les cedió el espacio editorial para dedicarlo por completo al cumpleaños de la ciudad. Fue la edición con más ejemplares, cerca de 300.000, y acompañó a Chapinero Cromos como otra de las revistas atípicas. “A unos les gustó y a otros los desconcertó porque faltaron los poemas, los ensayos literarios y salieron un poco de fotos nuestras mamando gallo”, dice Arias.

Las ediciones de la revista Chapinero eran muy precarias, “muy al estilo de los fanzines [revistas para fanáticos; en inglés, fan’s magazine], que no teníamos ni idea de que existían”, aclara Eduardo. El precio varió con el paso del tiempo, las primeras costaron alrededor de $30, y las últimas, $200, aunque algunas se repartían gratis.

 

El repertorio ‘chapineruno’

En principio, las historias de Chapinero se centraron en la vida universitaria, los sitios del campus, los test ‘¿Es usted facho?’, los cómics, las crónicas urbanas y la ironía de la publicidad de antaño, creando personajes míticos como Cactus Gaitán, hijo del candidato disidente del Partido Liberal para la Presidencia en 1946, Jorge Eliécer Gaitán.

“Cactus fue un personaje que nació el 8 de abril, como el fundador de la nueva Bogotá. Por ese tiempo rondaba el cuento de que esta ciudad era mejor antes del 9 de abril, porque era más civilizada”, comenta Eduardo Arias, quien puso a hablar a personajes de ciencia ficción acerca de la nueva Bogotá, que había surgido de las ruinas de la capital cachaca que se creía Londres. A propósito de Cactus ?que además fue el primer revendedor y el primero en tirarse en carro de balineras por la 26?, como recuerda Troller desde Miami (donde reside desde finales de 2012), concedió una entrevista que también fue publicada en la ya mencionada edición especial del Magazín Dominical, al lado del ‘Manifiesto Bogotano’.

En Chapinero, esos manifiestos ?declaraciones públicas de principios e intenciones? estuvieron influenciados por las producciones surrealistas y nadaístas de similar naturaleza, aunque solo fuese en la forma, pues distaban mucho de su filosofía e ideología. Esa técnica, asegura Eduardo, les permitía decir muchas cosas sin tener que escribir un texto coherente o hilado, y el lenguaje mismo, en tono panfletario y provocador, “se prestaba para decir cosas de manera contundente, con humor, sátira y crítica, mientras jugaba con equívocos, dándoles grandilocuencia a cosas absurdas”. Además del manifiesto del Magazín, se redactó otro en ‘Chapinero Patrasiado’, y Lucas Soler hizo otro en 1983 que fue el ‘Manifiesto Iconosexual’.

El tono de esos textos era algo así como “nosotros los chapinerunos, hijos de patatí y patatá, reivindicamos el tranvía de mula por esto y aquello…”, o “rechazamos enérgicamente el tamal, oriundo del Tolima, al que consideramos un invasor aculturizador y destructor de la tradición cachaca afincada desde tiempos inmemoriales en su majestad el ajiaco…”.

La revista rindió pleitesía a la droga y a la leyenda de que Chapinero había sido de los hippies (con su famoso parque de la calle 60 con carrera 7ª), aunque los autores no vivieron esa época. También buscaron reflejar todo lo que les gustaba del rock y jugaron con los títulos de algunos ejemplares como si fueran discos, tales como Chapinero IV, Chapinero V o Chapinero X. El sueño de la música se hizo realidad cuando juntos grabaron tres discos: Chapinero gaitanista (1990, reeditado en CD en 1997), Transite bajo su propio riesgo (1999, CD más libro) y Concierto para delinquir (2003).

Chapinero era irreverencia, pero también nostalgia por esa Bogotá soñada que nunca llegaría: “Lo que llamábamos ‘nostalgia-ficción’ era inventarnos unos comics en el futuro, por ejemplo, de un tipo melancólico por el metro de Bogotá que se cayó. Es decir, planteábamos cosas que ni siquiera habíamos visto en la realidad y nosotros veíamos como algo que existió y ya había desaparecido”, recuerda Eduardo. También había pretensiones literarias y poéticas, no muy profundas: “De vez en cuando salía la croniquita de ‘me quiero sollar’ y otros escritos muy chéveres de Karl”.

La revista era híbrida y difícil de clasificar; en ella todo era permitido. En palabras de Karl, “si escribía bonito, quedaba, y si escribía una porquería, también”. Sobre la sexta edición, cuando Luis Carlos Valenzuela y Carlos Buitrago se desvincularon, terminaron los coqueteos literarios o, si acaso, se conservaron unos pocos “para levantar viejas”, como afirma Troller. De esas crónicas de “me quiero sollar”, también salían las de “las pasadas con perico y hongos; era la celebración de todas las pasadas, haciéndole homenaje a Andrés Caicedo”.

 

El humor, parásito de la información

Desde sus inicios, cuentan los fundadores, Chapinero tuvo un gusto por el lenguaje publicitario, ya que, como en el humor, en una sola frase tenían que contar una historia y producir emociones. Es un campo que les dio elementos para ser irónicos, en la medida en que la gente sabía de qué les estaban hablando. “Yo he descubierto que esa es la técnica fundamental del humor: juntar dos cosas aparentemente inconexas y de manera inesperada para la persona que recibe el contenido [...]. Nosotros usábamos eso y eran códigos que funcionaban”, dice Arias.

Así promocionaban el caldo de mico Maggy, los taladros eléctricos Hello Kitty, los buñuelos Luis Buñuel, las clases de inglés dictadas por Julio Iglesias y las urbanizaciones con la M de Mazuera, como Motelia, Morgan ?­el barrio pirata?; Maturana, Magdalena Medio o Muladar. “Para parodiar el caldo de mico Maggy, el hermanito menor de Lucas se empelotó, se puso una máscara de mandril y los tacones de la mamá”. Sin embargo, a Eduardo ya no le da risa esa publicidad. Según dice, era una falta de todo lo políticamente correcto por la que los hubieran podido demandar. Pero Troller tiene muy clara la razón que suscitó todo eso: “Éramos más bestias en ese momento, solo que ahora nos hemos ido puliendo”.

Arias no recuerda mucho humor político en Chapinero:De pronto había una nota de Belisario Betancur con unos cigarrillos President y un pie de foto que decía ‘Aspirar es poder’, pero no era que estuviéramos en contra de Belisario”. También se valían de los títulos para hacer sus críticas: “Turbay nos parecía un personaje desagradable y el Ejército también. Por eso el nombre de ‘Chapinero Requisado’, que fue una reacción a esa época donde en todo lado lo requisaban a uno, era una mamera”, sostiene Arias, quien junto con Troller, llegó a ser libretista del programa Zoociedad, con Jaime Garzón, y fue allí donde empezaron a hacer humor político, igual que en Semama, otro proyecto humorístico que, como muchos otros, hicieron al alimón.

 

El fin de la revista

La revista Chapinero finalmente se estancó. Arias se graduó y Troller pidió traslado a la Universidad Javeriana para estudiar comunicación social. Eduardo trató de seguir vendiendo revistas en la Universidad, pero la oferta no era igual, no había red de distribución y la mayoría del material había que regalarlo.

Cuando Troller se graduó, en 1987, salió del país mientras su colega conformó un grupo musical. “Yo le mandé una carta a Karl a España diciéndole que debíamos empezar a hacer discos, que la del 90 iba a ser la década de los nuevos medios; entonces él se entusiasmó, se devolvió y empezamos con Chapinero gaitanista, nuestro primer disco”.

Luego llegó Zoociedad y el espíritu de Chapinero se trasladó a los discos y libros, tales como la Guía del estudiante vago, El nuevo diccionario de la Ch y Ciertamente, entre otros. Más tarde a Semama y a Larrivista, una revista de fotomontajes satíricos, que surgió por iniciativa de Daniel Samper Ospina y Alejandro Santos, y terminó en 2009 por falta de patrocinios, con una colección de seis números que se pueden consultar en http://www.larrivista.com/. Ahora, con Divergente, una sección de parodias que tienen Karl y Eduardo en la revista Gente, desde hace cuatro años, “hacen lo que se les da la gana y nadie les dice nada”.

Con $200, hace 24 años, los cachacos pudieron adquirir Chapinero Líchigo, el último número que salió al mercado, antes de que sus creadores cerraran la publicación que durante nueve años retrató de manera irreverente a la Bogotá chapineruna.

Troller, Arias y sus secuaces la pasaron muy bien con Chapinero, una revista underground que algunos nunca leyeron y de la que otros fueron fieles seguidores; que funcionó muy bien en las casetas de la 19, en las droguerías de las Torres del Parque y los bares en los que ellos mismos la dejaban aunque nunca volvieran a cobrar la plata. Esa misma revista cuyos ejemplares eran dejados por puchos en las universidades y al regresar por ellos ya se los habían robado. “Vender nunca ha sido nuestro fuerte”, asegura Troller, se calla por tres segundos y añade: “Por eso nunca hemos peleado“. Y los 38 años de amistad de Arias y Karl avalan esa afirmación que hoy, entre otras cosas, los tiene “haciendo Chapinero, pero con otro nombre”.

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