Orden de captura 0157967
Texto: Daniel Alejandro Pinilla Cadavid
Fotos: Carlos López
¡¡Abran la puerta, Policía Nacional!!
Los niños se metieron debajo de las cobijas y esperaron a que 12 policías revolcaran todo y se llevaran a su padre. Nadie entendió por qué lo capturaron. Lo subieron a un CAI Móvil y desapareció entre las calles de Suba. Así empezó la pesadilla de Néstor Echeverry Zuluaga, su esposa, Mónica, y sus hijos, Kevin y Eymmy Valentina.
El jueves 28 de julio del 2011, Néstor Echeverry recogió a sus hijos en el colegio a las dos de la tarde y se fueron para la casa. Cargaba a Eymmy, que tenía cinco años, y llevaba de la mano a Kevin, su hijo mayor, de diez años. Cuando llegaron al barrio Berlín, notaron que había muchos policías, pero creyeron que se trataba de un patrullaje normal. Les preparó el almuerzo, como siempre, los ayudó a hacer tareas y organizó la casa mientras llegaba su esposa.
Al día siguiente, a las 5:30 a.m., golpearon fuerte la puerta de la casa. Era un grupo de policías que buscaban a Néstor con la orden de captura 0157967. Los agentes de la Sijín argumentaron que Néstor Echeverry era un extorsionista de buses. No lo dejaron ni lavarse los dientes. Le quitaron hasta los cordones y la correa. Una fiscal le leyó sus derechos. Él pidió a los detectives que lo dejaran despedirse y entró al cuarto de los niños. Cuando le preguntaron quiénes eran esos señores, Néstor les respondió: “Papitos, son amigos míos. Yo me voy a un paseo, pero no se preocupen que no me demoro”.
Los agentes que hicieron el allanamiento revisaron los tres pisos de la casa; abrieron cajones y clósets, pero no encontraron nada. Mónica, angustiada, les pasó el celular y la tabla de calibrador de Néstor. Les explicó que ese era su trabajo y que él era amigo de los conductores, no un extorsionista. Después de 40 minutos, dos agentes lo sacaron de la casa esposado, le quitaron la gorra y le dijeron en voz alta: “No se esconda, levante la cara para que la ciudadanía se dé cuenta de que la Policía Nacional sí actúa y se lleva a delincuentes como usted”.
El viernes 29 de julio, Néstor Echeverry fue conducido a los calabozos de la Sijín en la calle 6ª. Antes le pidió a Mónica que contactara a Angélica, su prima abogada. Mónica fue primero a los paraderos donde su esposo trabajaba, para buscar firmas y demostrar que no era el delincuente que buscaban. Él llevaba 10 años trabajando como calibrador en la avenida 139, en Suba. Cubría las rutas Bilbao y Avenida Ciudad de Cali y ya era conocido por los conductores de bus.
El primero en visitarlo fue su amigo John Barrera. Le compró una colchoneta, desodorante y algo de comida. Al rato llegó su prima. Ella le confirmó que estaba capturado por una investigación, pues un detective lo había relacionado con una reconocida banda, Los Gavilanes, que extorsionaba buses. Néstor no entendía qué pruebas podían tener en su contra, si él nunca había recibido siquiera un billete de los buseteros.
Un peligroso cabecilla
A la mañana siguiente se bañó y se secó con la camisa que llevaba puesta. En el Juzgado 27 Penal Municipal se legalizó su captura. A las 8:00 a.m. comenzó la audiencia en una sala de Paloquemao. Primero se legalizaron las capturas de otros supuestos seis integrantes de la misma banda; el Fiscal explicó que un teniente había investigado a los sospechosos y que entre esos figuraba alias ‘el Mono’, el cabecilla principal, supuestamente Néstor.
El fiscal nunca mencionó a Néstor Echeverry, siempre hizo referencia a la banda. El detective del caso era el teniente José Garzón Berroterán, quien informó que desde el 2009 seguía a los sospechosos y que tenía fotografías en las que aparecían recibiendo dinero de las ‘vacunas’. Precisó que se trataba de peligrosos delincuentes que se hacían pasar por paramilitares y Bacrim para infundir terror entre los conductores. Concluyó que eran un riesgo para la sociedad y debían ir a prisión con medida de aseguramiento.
A las 10:00 p.m. terminó la audiencia de imputación de cargos. Néstor Echeverry y otros dos jóvenes, que también habían sido incriminados injustamente, no entendían el error que se estaba cometiendo. Néstor fue esposado y llevado de regreso a los calabozos.
El domingo siguiente, a las 9:00 a.m., Mónica y su hermano fueron a visitarlo. Los dejaron entrar, y el detective Garzón se portó muy bien con ella. La llevó, sin requisas ni demoras, hasta una celda pequeña donde había unas 80 personas. Cuando vio a Néstor se llevó una triste impresión: lucía como un criminal. Tenía un peto de rayas azules y blancas con el número 23. Se abrazaron y lloraron por algunos minutos. Mónica le dio el desayuno ?churrasco con Sprite? y él le dijo tratando de calmarla: “Mamita, tenga paciencia, que yo soy inocente”. En la audiencia se había decidido que Néstor Echeverry debía ser trasladado a la Cárcel Modelo y procesado por los cargos de concierto para delinquir, porte ilegal de armas y extorsión agravada. A los 15 minutos, un guardia gritó que la visita había terminado.
El lunes 1º de agosto de 2011, lo trasladaron a la Modelo. Al rato de llegar a su celda, un guardia metió a un hombre que presentó como el violador de una niña de seis años. En la celda de al lado, un preso de los “duros” les dijo a él y a sus compañeros que lo golpearan hasta que vomitara sangre, de lo contrario, serían ellos los que “llevarían del bulto”. Un guardián le dio a Néstor una cartulina roja con las letras TD, luego miró a los otros internos y gritó: “Pilas con los maricas, que están infectados de sida”.
Solo pudo dormir después de medianoche, pero se despertó a las dos horas con una piquiña en la nariz. Era una rata negra, del tamaño de un gato, que lo estaba aruñando. Con asco, fue a buscar su chaqueta para cubrirse, pero notó que se la habían robado. Pasó esa noche en vela y con frío, pensando en sus hijos y en la suerte que necesitaba para sobrevivir más noches detrás de esos barrotes.
Al día siguiente, la noticia salió en los noticieros, y en el diario Q’hubo la portada de la publicación era una foto de siete personas encadenadas, entre ellas Néstor Echeverry, acompañada de esta información: “Extorsionaban en el sector de Suba. La Policía desmanteló una banda que cobraba ´vacunas´ a comerciantes y transportadores, y que se había convertido en el terror de la localidad al occidente de la ciudad”.
Familia a la distancia
Echeverry empezó a pasar sus noches en “La Carretera”, como llaman en la Modelo los pasillos del ala norte. Un lugar maloliente y desvencijado, expuesto a ratas y peligros, que debía compartir con decenas de internos. El tercer día pudo llamar al celular de Mónica para contarle que su celda era la número 71 del patio 2B, que tenía que pagar por dormir con seguridad y por cada beneficio o favor que necesitara porque allí mandaban los caciques.
Mónica llegó a la Modelo desde las siete de la noche del día anterior para hacer fila. Durmió en la calle, con otras mujeres. A las 10 a.m. empezaron a dejar pasar grupos de 100 mujeres a través de un túnel. Mónica soportó las humillaciones de la requisa. Fueron ocho módulos antes de ver a Néstor. Hablaron y se dieron mutuo apoyo en medio de un patio repleto de personas.
Entonces comenzó una época difícil para Mónica, que decidió tomar el trabajo de calibradora que tenía su marido, y duplicó los turnos para cubrir los gastos. Los niños pudieron ver a su padre el tercer domingo después de la detención. Todos lo abrazaron, ninguno lloró, se hicieron los fuertes tragando lágrimas.
Al día siguiente, Néstor le avisó a Mónica que estaban vendiendo una celda para una persona, pero que costaba $1.500.000. Le explicó que tenía que pagar la mitad ese día, y el resto a los tres días. La familia de Néstor hizo una colecta y préstamos; la mamá de Mónica prestó $500.000. Hasta hicieron una rifa entre los buseteros que lo conocían. A los tres días se completó el dinero y Néstor compró el derecho a la celda de cuatro metros, donde corría menos peligro.
Un día de finales de agosto, mientras Mónica trabajaba en una calle de Toberín, leyó en el periódico Mío una noticia relacionada con su esposo. Era la historia de la mujer que había denunciado a la banda de extorsionistas: “Ana Cecilia Cárdenas se cansó de que sus conductores fueran extorsionados con el pago de ‘vacunas’ y enfrentó a la banda de delincuentes, quienes fueron capturados. La mujer ahora teme por su vida a raíz de amenazas”.
Mónica fue a buscar a la mujer para preguntarle si conocía a su esposo y esta le aseguró que nunca había visto a Néstor y que sus conductores tampoco se habían quejado de él. A pesar de que estaba amenazada y de que se encontraba en el Programa de Protección a Testigos, la mujer prometió ayudar. Mónica se comunicó con la abogada de Néstor para contarle la novedad.
El 24 de septiembre de 2011 fue el cumpleaños de Néstor, el mismo día de la fiesta de la Virgen de Las Mercedes, patrona de los presos. Aunque ese día se permitía visita de niños, una epidemia de paperas impidió que Kevin y Eymmy lo visitaran. Solo fueron Mónica, su suegra y su cuñada, que le llevaron una torta para “celebrar”.
La vida familiar se complicó días más tarde, cuando se descubrió que Eymmy padecía de anorexia infantil, producto de un estrés postraumático. En el colegio reportaron que la menor, de seis años de edad, lloraba constantemente y se deprimía. Era necesario tratarla médicamente, ya que estaba acostumbrada a compartir con su papá todos los días y, de repente, había dejado de verlo.
En octubre del mismo año, Angélica, la abogada de Néstor, decidió darle el caso a Milena Mallarino, que era abogada penalista, no civil, como ella. A mediados del mes, lo asistió en un interrogatorio. La abogada lo conoció una hora antes y le preguntó por su versión de la historia. A los 20 minutos, le dijo: “Néstor, vámonos a juicio. Lo suyo es una cruel injusticia”.
Pero el tiempo fue pasando sin que se solucionara el caso y Mónica tuvo que multiplicarse para poder cuidar a los niños, defender a su esposo y responder por su trabajo como calibradora. Aplazaron nuevamente la audiencia de Néstor para el 26 de diciembre, porque supuestamente se iban a concretar unos preacuerdos.
El viacrucis de las audiencias
No pudieron pasar el 24 de diciembre juntos. El 26, Néstor se levantó emocionado de imaginarse libre el 31 de diciembre, sin embargo, le informaron que tres de las personas acusadas con él, habían pedido aplazar la audiencia porque no habían logrado los preacuerdos con la Fiscalía. La nueva cita quedó para el 13 de enero de 2012.
Con la nueva audiencia de enero parecía que el proceso se iba a aclarar, pero cuando iba a empezar, la juez informó otro aplazamiento porque un acusado no contaba con defensa técnica. El nuevo encuentro quedó para el 31 de enero. Durante el tiempo de espera, tres de los sindicados lograron un preacuerdo y se rompió la unidad procesal para Néstor Echeverry. Su caso pasó al Juzgado Quinto Penal del Circuito Especializado. De nuevo su libertad quedó en entredicho.
Mónica y la abogada pasaron diez recursos de habeas corpus para exigir la libertad porque el tiempo que llevaba detenido sobrepasaba lo estipulado por el Código Penal. La respuesta fue que por estar en la justicia especializada los plazos se duplicaban. Pasó de 120 a 240 días y, por una reforma de ley, a 480 días. El proceso quedó para marzo. Pero tampoco ese mes la justicia se dignó programar su audiencia. La nueva espera quedó para el 13 de abril, pero también se vio frustrada porque la fiscal responsable tuvo una calamidad doméstica.
Los permanentes giros del proceso, la demora de las audiencias y el cambio de jueces y fiscales ya los tenían desesperados. Así que el 24 de abril de 2012 decidieron enviar un derecho de petición a los magistrados de la Corte Suprema de Justicia pidiendo respuesta. Explicaron los pormenores de la situación, recalcando en que ya habían pasado nueve meses sin tener la audiencia del escrito de acusación ni la preclusión. En marzo, la Procuraduría pidió que no se aplazara más el caso, ya que desde noviembre se estaba posponiendo la audiencia sin mayores justificaciones.
Luego llegó otra noticia. Ancízar Osorio, que había entrado con Echeverry a la Modelo como supuesto extorsionista de la banda, salió libre. Él, que sí era cómplice de los delitos, reconoció los cargos, llegó a un preacuerdo con la Fiscalía y negoció su libertad con siete meses de pena excarcelables. En cambio, Néstor, inocente e involucrado en los hechos por falsos testimonios, siguió encarcelado y sin audiencia. A esta altura de su caso, lo más paradójico es que la denunciante insistía en que Néstor Echeverry no era parte de la banda ni amigo de los delincuentes.
Diez conductores de bus declararon que él trabajaba como calibrador desde hacía más de 10 años y que era una persona honorable. Dos de los condenados ratificaron que no hacía parte de la banda Los Gavilanes. Sin embargo, a Néstor lo acusaban de ser alias ‘el Mono’, descrito como un hombre de 1,70 m de estatura con pelo largo y castaño, a pesar de que Néstor Echeverry sufría de alopecia. Ni siquiera su físico coincidía con el del delincuente buscado.
El 4 de mayo de 2012 llegó la nueva audiencia, pero esta vez no asistió el representante de la Fiscalía, así que el fiscal Mauricio Aguirre tomó posesión como delegado ante el Tribunal y se aplazó la vista pública. La poca fuerza que Néstor sacaba se derrumbaba con cada aplazamiento. Las únicas pruebas en su contra eran unos videos y fotos de él recibiendo monedas y anotando información en su tabla de calibrador. Nadie lo reconocía siquiera como sospechoso, solamente el detective José Garzón Berroterán insistía en su culpabilidad.
La siguiente audiencia de este viacrucis se programó para el viernes 18 de mayo. Pero nuevamente se canceló porque la fiscal del caso había sido designada para investigar el atentado contra el exministro Fernando Londoño. La abogada Mallarino volvió a presentar un habeas corpus exigiendo la libertad inmediata de Echeverry basada en la cadena de aplazamientos del proceso. Una jueza negó el recurso.
Otra vez llegó septiembre y la situación era la misma. Echeverry pasaba sus días leyendo, haciendo sudokus y pintando cuadros. Sus compañeros le enseñaban técnicas de talla porque solo los condenados podían asistir a los talleres, no los sindicados como él. Además, aprendió a trabajar con papel fomi y con este material le hacía muñecas a su hija; también empezó a hacer cuadros para que Mónica los vendiera (los mismos que compraba su suegra sin que él lo supiera).
El lunes 24 de septiembre de 2012, a Néstor Echeverry le llegó otro cumpleaños en prisión. Como era la fiesta de Las Mercedes, los niños podían visitarlo. Sin embargo, Kevin no pudo entrar porque ya tenía más de 11 años, y sus tíos, con quienes tenía permitido el ingreso, no podían ir. Así que Mónica, solo por darle la sorpresa a Néstor, pagó a un guardia $250.000 para que los ayudara. Después de pasar por los módulos, con varios sustos, lograron entrar a Kevin como hijo de otra mujer. Ese día celebraron juntos el cumpleaños y partieron una torta de $40.000, que Mónica había encargado a otros internos llamados “rancheros”.
Con más de un año en prisión, Néstor ya se había vuelto experto en su caso. Verificó que la denuncia nunca fue firmada, que había folios sin información o incompletos, que aparecieron personas no relacionadas en los informes del detective y que él nunca fue individualizado ni identificado. Con estas evidencias en la mano, su expectativa estaba centrada en demostrar que su caso era un error. Además, confiaba en que se tuviera en cuenta el testimonio de la denunciante, Ana Cecilia Cárdenas.
Aun así, el tiempo siguió pasando después de tres jueces y ocho fiscales diferentes en su investigación. En diciembre de 2012, un detective citó a Néstor para unas declaraciones. Otros cinco conductores testificaron que él nada tenía que ver con bandas de extorsionistas. El detective le aseguró que después de estas declaraciones, posiblemente quedaría en libertad. Solo era cuestión de esperar la audiencia. Pero, súbitamente, la nueva fiscal del caso renunció y se asignó a otro despacho donde su titular pidió dos meses para estudiarlo. De esta manera, se citó para una audiencia definitiva el 7 de marzo de 2013.
La abogada aseguró a la familia que esta vez la libertad de Néstor Echeverry estaba a horas de firmarse. Mónica, emocionada con la noticia, decidió pasarse al tercer piso de la casa para que su esposo estrenara habitación cuando llegara. Él la llamó la víspera de la audiencia para que regalara las cocas de la comida porque ya no las iba a necesitar. Vendió su celular, negoció la celda, se despidió de sus compañeros y se preparó para la audiencia de su libertad.
El jueves 7 de marzo de 2013, 20 meses después de su detención, por fin empezó la audiencia. Pero para sorpresa de todos, el teniente José Garzón Berroterán, detective y testigo principal del caso, no se presentó. La cita quedó para el día siguiente, pero ese viernes el detective tampoco fue. Finalmente, la audiencia quedó aplazada para el 10 de abril de 2013. De nuevo trasladaron a Néstor a la Modelo.
Libertad con preacuerdo
Entre tanto, Néstor siguió esperando la audiencia después de 23 meses, según él, secuestrado en una cárcel. En julio llegó la oferta de un preacuerdo por parte del detective que se equivocó: aceptar el cargo de omisión a la denuncia. Un delito que pagó tres veces en tiempo. Esta fue la única vía judicial para acabar con el martirio de la injusticia. Néstor reconoció a medias una mentira para poder vivir en libertad. Ahora piensa en demandar al Estado.
Kevin, que dejó de ver a su padre por diez meses, va mejor en el colegio y guardó las calificaciones para mostrárselas a su papá cuando saliera de prisión. Para seguir pagando las deudas, Mónica siguió trabajando como calibradora, un oficio que desaparecerá cuando entre en pleno funcionamiento el SITP.
Como Nelson es técnico de instalaciones y arreglos de señal de televisión, logró el apoyo de un empleador que lo conocía y compró una moto a crédito para empezar a trabajar en una empresa de telecomunicaciones, en noviembre pasado. Pero surgió otro problema: no pudo abrir una cuenta de ahorros para que le consignaran su salario porque su nombre sale reportado en una lista de control de los bancos. Tuvo que dirigir un derecho de petición al Juzgado de Ejecución y Penas para que lo borraran de esa lista, pero todavía está en el limbo.
Ni Kafka imaginaría los entresijos de la justicia en Colombia.