En la Soledad de Bogotá
Texto por Directo Bogotá
En el centenario de la muerte de la escritora bogotana Soledad Acosta de Samper, Directo Bogotá le rinde homenaje como decana del periodismo en Colombia y fundadora de las primeras revistas dedicadas a la mujer. La escritora nació en Bogotá en 1833, donde murió a los 79 años. Aunque vivió largos periodos en el exterior, aquí escribió buena parte de su vasta obra en los más diversos géneros. En octubre, la Biblioteca Nacional abrirá una exposición para ilustrar su vida y su obra.
Única hija del general liberal Joaquín Acosta y de Carolina Kemble, Soledad pasó su infancia en distintos países (Ecuador, Estados Unidos —de donde era su madre—, Inglaterra y París) antes de radicarse en Guaduas, Cundinamarca. Allí conoció a José María Samper, liberal radical, escritor y periodista.
Ambos quedaron prendados y al regresar a Bogotá (1853), Solita comenzó a escribir su “diario íntimo” de enamorada al que puso punto final en 1855, en vísperas de su matrimonio con su amado Pepe.
En ese diario, con frecuentes alusiones al paisaje santafereño, resalta el cerro de Monserrate: “Dominaba todo cual gigante alto, erguido y majestuoso ¡Cuántas generaciones ha visto aquel gigante!”. También habla de las fiestas en el barrio Egipto, al oriente de la ciudad; sus paseos por la alameda; los encuentros en el altozano de la catedral; las idas al coliseo Ramírez, el primer teatro bogotano (donde hoy queda el teatro Colón). Sin olvidar los días de zozobra que pasó en un convento de las monjas de Santa Inés, a las afueras de la ciudad, a causa del golpe que dio José María Melo al presidente constitucional José María Obando.
En su corto noviazgo, y mientras Samper estaba apoyando al gobierno en Ibagué, ella observaba desde el balcón de su casa, vecina al palacio de San Carlos, el movimiento de las tropas oficiales en la plaza de Bolívar. Con el corazón inflamado, escribió una de sus primeras proclamas invitando a las “valientes bogotanas a tomar las armas” (10 de junio de 1854), utilizando uniforme “a la Blummer” con frases de esta tesitura:“¡Conciudadanas! ¡Levantad vuestras tímidas cabezas, fortaleced vuestros débiles brazos y marchemos a atacar a los vándalos que se han apoderado de esta ciudad! ¡No temáis! ¡Que es más honroso morir por la patria que vivir esclavas de los hombres inicuos!”.
Y añadía: “¡Compañeras! ¡Corramos a las armas! ¡Demos una lección a los que se titulan la parte valiente del género humano, mostrando que si podemos ser sumisas también el bello sexo tiene valor y energía!”.
Si bien llevaba una agitada vida social, como joven de clase alta, suspiraba por su amado, con quien tanto disfrutaba bailando, cantando y componiendo versos. Leía en inglés y francés obras de literatura, historia, ciencia, religión; traducía y estaba al tanto de la actualidad internacional gracias a los periódicos extranjeros que llegaban a su casa.
Como narra Carolina Alzate, profesora de la Universidad de Los Andes, en el prólogo del Diario íntimo y otros escritos de Soledad Acosta de Samper (2004): “Al final de la guerra vemos calles bogotanas por donde corre sangre, balcones desde los cuales se ven con catalejo los sucesos de Bosa, de Las Cruces, de Santa Bárbara, de la Plaza de Bolívar. Esos ojos de veinte años nos dejan asomarnos también a la manera como se concebían las relaciones de pareja, las interfamiliares y las sociales. Y vamos con ella a los bailes y a las visitas. También a algunas huertas y jardines, de paseo por Fucha o por San Diego”.
osé María y Soledad pasaron la luna de miel en Chapinero, como se estilaba en la época. Y por los álbumes de dibujos y poesías que dan testimonio de esa plenitud, se deduce que la pareja recorrió parajes románticos como la cascada de la quebrada Las Delicias y las quintas de Chapinero rodeadas de bosques.
En sus memorias, tituladas Historia de un alma, Samper cuenta que después de celebrar el matrimonio, bendecido por el arzobispo de Bogotá, se fueron a pasar la luna de miel a la quinta de Chapinero, que después perteneció al arzobispo Arbeláez. “Allí pasamos en la soledad algunas semanas de suprema felicidad, entretenidos todos los días en deliciosos paseos a pie o a caballo, en componer versos y dibujar paisajes, y en las más gratas lecturas literarias”.
En 1872, murieron sus dos hijas menores a causa de una epidemia de tifo que hubo en la ciudad. Y la mala racha siguió: en 1875 encarcelaron a Samper, que apoyaba a Rafael Núñez, y ella le escribió una carta pública al presidente Santiago Pérez en la cual le pidió la liberación de su esposo; al año siguiente, Samper volvió a caer preso y esta vez les decomisaron la imprenta y la casa. En 1888 murió José María y ella siguió al frente de las empresas periodísticas, sin dejar secar la pluma que le daba la subsistencia. Isabel Corpas de Posada, investigadora del Instituto Caro y Cuervo que ha recopilado toda su obra, contabilizó más de 400 referencias bibliográficas en todos los géneros.
En su revista La Mujer, en 1879, publicó su relato más surrealista, “Bogotá en el año 2000: una pesadilla”, firmado por Aldebarán, donde cuestiona las políticas de educación para las mujeres. “Como iba diciendo, soñé con cosas extrañas. Figuréme que llegaba en una máquina alada a una ciudad toda embaldosada de mármoles y piedras de colores, y repleta de altísimos monumentos, cuyas cumbres se perdían entre las nubes. Por todas partes veía grabadas estas palabras: Viva el siglo XXI. A pesar de todo reconocí a Bogotá, pero una Bogotá que rivalizaba con las ciudades más civilizadas del extranjero que yo había visitado”, se lee al comienzo.
Para abreviar el cuento, llegaron a una elegante casa en donde los dueños estaban al servicio de las sirvientas, que ostentaban rimbombantes títulos de la Universidad Nacional, se dedicaban a la política, las ciencias y las bellas artes mientras los patrones atendían las faenas caseras. Para más oprobio presumían de ser ateas porque habían sido educadas en colegios públicos; se declaraban socialistas con iguales derechos a los hombres; partidarias de la unión libre y de la completa emancipación de la mujer.
Además, defendían el derecho al sufragio para votar por sus congéneres. El mundo al revés o el apocalipsis que se temía doña Soledad, considerando las ínfulas emancipadoras de las mujeres de su época. En últimas, “supo cómo convertir los miedos en sueños y como reírse de ellos”, dijo Monserrat Ordóñez, primera estudiosa de esta autora en Colombia, quien la presenta así: “Escribió sin interrupción toda su vida: periodismo, traducciones, crónicas de viaje, novelas románticas y sentimentales, cuadros de costumbres, crítica literaria, cartas, teatro, novelas históricas, biografías, obras de ensayo, además de dirigir y en ocasiones redactar casi en su totalidad al menos seis revistas, de uno o dos años de duración cada una. Sin embargo, su importante aporte a la literatura, al periodismo y a la historia del país aparece como marginal en la historia de la literatura colombiana, que pocas veces la menciona y no la ha reeditado sistemáticamente”.
En 1903, SAS (como solía firmar) escribió un manifiesto firmado por más de 300 bogotanas, con el cual se le pedía al vicepresidente Marroquín que diera explicaciones por los hechos que desencadenaron la separación de Panamá.
Y con ese notorio ascendiente entre mujeres, historiadores y literatos fue invitada a participar en las celebraciones del primer centenario de la Independencia, en 1910, cuando el parque de la Independencia y del Centenario se engalanaron para la gran fiesta. En la plaza de Los Mártires ella encabezó el homenaje a Antonio Nariño.
Pese a ello, en Bogotá no existe ni un busto ni un colegio que le rinda tributo, como sí funciona una Institución Educativa Soledad Acosta de Samper en Cartagena, ciudad de sus afectos, donde otra Soledad (Román) alcanzó notoriedad, pero no por su talento literario sino por su matrimonio con el presidente Núñez, con quien nuestra Soledad mantuvo una estrecha amistad y correspondencia, afianzada por sus creencias religiosas y sus valores conservadores.
Su tumba a ras de suelo en el Cementerio Central es de una sobriedad conmovedora, sobre todo porque al lado sobresalen las de su marido y sus dos hijas, en sendos mausoleos. Y es que al ser una de las pocas escritoras del siglo XIX dedicadas al oficio en un país dominado por los hombres, experimentó la soledad de género.