Tags

Related Posts

Share This

Colegios de corte europeo


Este año, tres reconocidos colegios de Bogotá celebraron 100, 80 y 65 años: el Gimnasio Moderno, el Liceo Francés y el Helvetia, estos últimos de origen extranjero, por los que han pasado hasta cuatro generaciones. Directo Bogotá pasó por cada uno de ellos para rastrear sus orígenes y sus modelos pedagógicos, además de sus patrimoniales sedes.  

Texto y fotos: Jesús Mesa

Mail: [email protected]

 

 

 

Gimnasio centenarista

 

Hace 100 años, el Gimnasio Moderno transformó la historia de la educación en Colombia con su visión humanista y tolerante, en contraste con el autoritarismo y la severidad de la educación clerical de la época.

 

La primera sede estaba ubicada en la casa de los Torreones en el barrio Chapinero y, la segunda –que sigue siendo la casa del colegio–, fue construida en 1918 en el barrio el Nogal, y declarada Monumento Nacional en 1985.

 

Con el primer centenario de la Independencia, en 1910, surgió una generación de jóvenes denominada la Generación del Centenario –de la que hicieron parte Alfonso López Pumarejo y Eduardo Santos– que finalmente fue la que modernizó al país. Agustín Nieto Caballero era un cachaco que había estudiado derecho, sociología y pedagogía en el exterior. Impregnado de las teorías educativas que eran tendencia en el mundo, llegó a Colombia a cambiar el modelo educativo del país, regido por la Iglesia.

 

Para ese entonces, la educación equivalía a la imposición de un conocimiento dogmático en las ciencias, las matemáticas, las lenguas, la filosofía y la moral. La influencia de los maestros en los alumnos era más la de un dictador que la de un guía por lo que la empresa de Nieto Caballero encontró tantos obstáculos burocráticos como enemigos, ya que hasta Marco Fidel Suárez, exministro de instrucción pública, lo tildó de “vendedor de material pedagógico”.

 

Entonces, lo favoreció encontrarse con Tomás y José María Samper Brush, bogotanos adinerados  que habían impulsado la industria cementera y que con sus ideas liberales creyeron en el proyecto y lo patrocinaron.

 

Lo que distinguió al Gimnasio Moderno de los demás colegios de la época fueron los dos métodos educativos que Nieto Caballero importó de Europa: el Montessori, basado en las teorías educativas de la italiana María Montessori, consistente en adaptar el entorno de aprendizaje del niño a su nivel de desarrollo haciendo énfasis en la actividad del alumno y no en la del maestro; y el método del pedagogo belga Ovide Decroly, quien lideró la corriente de la “escuela nueva”, para motivar la búsqueda científica con una apertura a la crítica y a las preguntas.

 

¿Por qué Gimnasio y no colegio? Santiago Espinosa, profesor, exalumno y encargado del proyecto “Vuelo al Bicentenario”, responde: “En el Gimnasio, como en la antigua Grecia, se piensa que al mismo tiempo se cultivan mente, cuerpo y espíritu. Era un colegio abierto, tolerante con las religiones, sin posiciones ideológicas, que creía que la educación no consistía en un maestro que inspirara miedo, y que cultivaba la mente de sus alumnos con actividades que jamás se habían hecho en Colombia, como las salidas pedagógicas, los deportes  —parte fundamental de la formación—y las excursiones que permitían a los gimnasianos conocer y enamorarse de Colombia”.

 

La disciplina de confianza ha sido la bandera del colegio por un siglo. En palabras de Espinosa, “es la capacidad de hacer las cosas no por obligación, sino porque así es que debe ser. Es una relación de mutua confianza entre el maestro y el estudiante”.

 

El Gimnasio que educaba y no instruía, fue ganando adeptos y cada vez contaba con más estudiantes, hasta el punto de tener alrededor de 1.000 estudiantes corriendo por su campus hoy en día. En cien años ha graduado a más de 3.000 bachilleres y más de 5.000 estudiantes varones han pasado por sus aulas.

 

En El Aguilucho, la revista del colegio, vieron la luz los primeros escritos de Daniel Samper Pizano; los hermanos Lucas y Eduardo Caballero Calderón; Guillermo Cano y Ricardo Silva Romero. Además de los afamados periodistas, el Moderno ha graduado a científicos como Rodolfo Llinás; presidentes como Ernesto Samper y Alfonso López Michelsen; ministros como Rafael Pardo; futbolistas como Eduardo Pimentel e incluso en sus canchas se formó uno de los equipos más populares del país: el Independiente Santafé.

 

Sin embargo, el Moderno en los últimos años no le hizo caso a su nombre y estuvo por varios años resistiéndose al cambio. El bilingüismo y las pruebas de Estado fueron temas de preocupación de exalumnos y allegados al colegio, que veían cómo los colegios bilingües los sobrepasaban año tras año. Juan Sebastián Hoyos, vicerrector, dice que el Moderno “está en camino a volverse bilingüe, queremos además volver a estar en los primeros puestos del país. Se ha trabajado mucho en los últimos dos años y todavía falta…”.

 

La revolución lejos de París

 

El Liceo Francés Louis Pasteur de Bogotá celebró este año su cumpleaños número 80 y desde sus inicios ha sido estratégico para la integración entre la cultura francesa y la colombiana. Miembro de la Agencia para la Enseñanza Francesa en el Extranjero (AEFE), que maneja 483 colegios franceses en el mundo, el Liceo se ha posicionado como uno de los más importantes de América Latina.

 

Y aunque no conviene generalizar, hay una tendencia en quienes pasaron por el Francés y es su terquedad, entendida como no tragar entero, cuestionar e indagar cualquier cosa, por obvia que sea. Es una marca de identidad de los alumnos del Francés.

 

Por sus aulas han pasado políticos de la talla de Ingrid Betancourt y Antanas Mockus, y hombres de negocios, como el presidente de Aviatur, Jean Claude Bessudo; periodistas como Alejandro Santos, director de la revista Semana y actrices como Alejandra Azcárate, Manuela González y Martina García.

 

En 1930, con la presidencia de Enrique Olaya Herrera se dio por terminada la Hegemonía Conservadora que duró 45 años,  y los cambios no se hicieron esperar: el Gobierno dio la orden de regresar al país a diplomáticos conservadores que llevaban varios años en países como Francia, Bélgica y España. A su llegada, les preocupó la educación de sus hijos, quienes habían empezado sus estudios en colegios europeos. Con el deseo de mantener el método de enseñanza  europea para sus hijos, en 1932, varios personajes –entre los que se destacó José de la Vega, exembajador de Colombia en Francia y fundador del periódico conservador El Siglo junto con Laureano Gómez–implantaron un proyecto pedagógico bicultural, bilingüe, laico y mixto, algo que para la época era inconcebible.

 

Fue así como en 1934, y luego de varias disputas con la Iglesia, que incluyeron la petición de varios permisos a la Curia Metropolitana de Bogotá, se abrieron las puertas del Colegio Francés de Bogotá, ubicado en el barrio de Las Nieves (calle 17 con carrera 5ª), que contó inicialmente con 10 alumnos, entre ellos algunas niñas. Al quedarse pequeñas las instalaciones, en 1936 el colegio se mudó a una quinta del barrio Chapinero, donde permaneció los siguientes 11 años. El predio, cercano al colegio de Las Bethlemitas, estaba en arriendo, pero eso no impidió que el colegio siguiera creciendo y construyera dos pabellones para separar niños y niñas de las primeras clases de bachillerato.

 

La influencia francesa en el colegio no sería ajena a los eventos que sucedían al otro lado del océano. A raíz de Segunda Guerra Mundial, todas las instituciones francesas estuvieron en alerta debido a la amenaza nazi. Francia y Colombia fueron aliados en la guerra y para evitar problemas se le cambió el nombre al colegio, que tomó el de Liceo Pasteur,  y que en el periodo bélico dejó de recibir los subsidios del gobierno francés y fue financiado por los padres de familia. El cambio de nombre no fue algo improvisado; si bien se le quitó el adjetivo de ‘Francés’, el paso de colegio a liceo es importante porque en Francia los liceos son la categoría más alta en la escala educativa, ya que gradúan bachilleres.

 

En 1945, el Liceo decidió que ya era hora de tener un campus propio, que atendiera las necesidades de la cada vez más grande comunidad. Así se adquirieron los lotes en la manzana de la calle 87 entre carreras 7ª  y 8ª.

 

Alfredo Rodríguez Ordaz, arquitecto español que llegó a Colombia huyendo de la Guerra Civil,  y exalumno del Liceo Francés de Madrid, diseñó la nueva sede del colegio, que había pasado de 10 alumnos en 1934 a 253 en 14 años. El arquitecto e historiador Fernando Carrasco, curador de la exposición “Las sedes del Liceo a través del tiempo”, dice: “El proyecto de Rodríguez Ordaz consistía en tres pabellones levantados alrededor de un patio central, compuesto por un edificio central, en donde funcionaría la parte administrativa; y dos pabellones para las secciones masculinas y femeninas del colegio, y el costado sur se construyeron los servicios de cocina, comedores y garaje”.

 

Con el nombre de Liceo Francés Louis Pasteur, la nueva edificación abrió sus puertas, y desde ese entonces ha funcionado sin interrupción en el mismo predio.

 

El proyecto de un colegio mixto y francés, con todo lo que eso acarreaba, puso en alerta a las autoridades religiosas de la época, renuentes a las reformas que planeaba hacer el colegio. Un colegio mixto en Colombia era algo utópico, pero los fundadores del colegio querían que sus hijos e hijas recibieran la misma educación que habían recibido en Europa. Pero para que el Liceo Francés pudiera enseñar francés y español, tuvo que pedir permisos especiales al Ministerio de Educación, con el compromiso de que debían cumplir con el pénsum colombiano, aunque todas las materias las dieran en francés.

 

A finales de los cuarenta, el cardenal Crisanto Luque obligó al colegio a construir un muro que dividió el patio central, para separar la sección femenina y masculina. “Yo estudié en clases que no eran mixtas hasta cuarto de bachillerato, o sea, hasta 1964, porque la iglesia prohibía las clases y los recreos mixtos”, cuenta Maria Eugenia Vergnaud, de la promoción 1964 y directora de la Asociación de Exalumnos.  El muro duró más de 10 años hasta que fue demolido en los años setenta.

 

Durante 60 años, el Liceo Francés debió cumplir con los requerimientos educativos exigidos por Colombia.  A los estudiantes del Francés se les daba un bachillerato clásico –con un pénsum regido por el Estado colombiano–, pero en francés. Solo hasta la Convención Cultural suscrita en febrero de 1980 entre Francia y Colombia, se permitió que el ministerio de educación francés manejara los programas académicos, y así fue hasta que se creó la Agencia para la enseñanza del francés en el extranjero.

 

Han pasado 80 años desde la creación del Colegio Francés en el barrio las Nieves: tres sedes, una guerra, más de 5.000 alumnos y no menos de 3.000 bachilleres. El crecimiento del colegio no solo se evidencia en su alumnado, sino también en su planta física, ya que a los pabellones construidos por Rodríguez Ordaz se añadieron más edificios, como el bloque de aulas, los laboratorios, el edificio maternal y el coliseo cubierto, que han permitido al Liceo crecer como uno de los planteles más reconocidos de Bogotá por su nivel de exigencia.

 

Los Alpes en los Andes

 

A Colombia la separan de Suiza, 9.076 kilómetros; pero la lejanía no es cultural, porque en el noroccidente Bogotá desde hace 65 años existe una pequeña Suiza en el Colegio Helvetia.

 

Mixto, trilingüe y con 800 estudiantes, el Colegio Helvetia sigue siendo uno de los más tradicionales de la ciudad. Un colegio en el que se le da la misma importancia a la formación de conocimiento y a la formación integral. En sus aulas se cocinó el humor de Karl Tröller y Eduardo Arias, periodistas y libretistas de humor y también las primeras composiciones de José Gaviria, uno de los productores musicales más exitosos del país.

 

Para 1949, Bogotá ya contaba con varios colegios mixtos y bilingües como el Liceo Francés y el Colegio Alemán, pero estos colegios no ofrecían la educación que los suizos querían para sus hijos. Por eso, en 1949, un grupo de ciudadanos de ese país fundó un colegio suizo con el nombre de Helvetia, que rinde homenaje a la figura humana con la que se ilustra a la Confederación Suiza.

 

La primera sede del colegio se ubicó en los límites de Bogotá de la época, en lo que es hoy la calle 84 con carrera 7ª. Comenzó con 49 alumnos de primaria y cinco profesores. Cinco años después se mudó a su actual sede, ubicada en la calle 128 con Avenida Boyacá, en el conjunto residencial Calatrava. En 1954, el colegio abrió un concurso para el diseño y construcción de la sede y el ganador fue un arquitecto suizo, que llevaba 15 años viviendo en Colombia, Victor Schmid, que para ese entonces ya era reconocido en Bogotá, por su inusual mezcla de la arquitectura europea con elementos muy colombianos.

 

El colegio Helvetia, debido a su origen suizo, tenía la particularidad de enseñar dos idiomas además del castellano: el francés y el alemán. Cuando los niños son pequeños, los padres escogen el idioma que quieren que sus hijos aprendan, por lo que podría decirse que en el Helvetia funcionan dos colegios al mismo tiempo. Además de esta diferenciación que se hace en los primeros años, cuando los estudiantes llegan al bachillerato los alumnos van encarrilando su educación de acuerdo con sus intereses. Los estudiantes pueden optar por los números o por las ciencias, pero eso no significa que dejen de ver lo que no les gusta. “En el Helvetia buscamos que los estudiantes sean capaces de detectar sus fortalezas y potenciarlas”, dice Max Schmid, hijo del arquitecto, profesor allí por más de 25 años.

 

La relación de Víctor Schmid con el colegio no terminó de una manera amistosa. En el momento de la construcción del campus se estaban perdiendo materiales y se acusó al arquitecto de estar “tomándolos prestados”. Finalmente, se supo que el ladrón era un vigilante, pero Schmid, quedó molesto. “Papá, que era un hombre con los calzones bien puestos, les dejó tirada la obra; se desvinculó del proyecto y se quedó únicamente como asesor. Incluso sacó a mis hermanos mayores del colegio”, cuenta Urs Schmid, arquitecto y profesor de arte del Helvetia, gemelo de Max.

 

Pero más allá de las discrepancias de Victor Schmid con el Helvetia, gracias a que él diseñó el edificio, al colegio no se lo llevó el ensanche la ampliación de la Avenida Boyacá, proyecto que inició la Alcadía de Bogotá en 1984, para conectarla con la Avenida Suba. La ampliación implicaba la demolición del Helvetia, por lo que el colegio solicitó al Estado ser elevado a la categoría de monumento nacional. El Consejo de Monumentos Nacionales sacó la resolución en julio de 1989, pero el Ministerio de Educación no firmó el decreto porque el Instituto de Desarrollo Urbano (IDU) interpuso recurso de revocatoria.  Todo indicaba que la expropiación sería una realidad y el Helvetia pasaría a ser otro de los inmuebles del arquitecto suizo demolidos. “Salimos a la calle a protestar, alumnos, profesores y directivos. Iban a tumbar el colegio y no nos íbamos a quedar con los brazos cruzados”, recuerda Max Schmid.

 

Tras mucha insistencia, en 1992 el colegio fue declarado monumento nacional, lo que  impedía su demolición. Se llegó entonces a un acuerdo económico en el que el colegio cedió al Distrito 2.697 metros cuadrados a cambio de $70 millones. Así sobrevivió este colegio, que preserva las costumbres de la comunidad suiza en Bogotá.

 

Post to Twitter