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‘El Sastre’ del rock bogotano

El propietario de una de las distribuidoras de rock más emblemáticas de la ciudad, José Mortdiscos, hace memoria de lo que fueron los años 80: la llegada del punk y el hardcore a Bogotá, la consolidación de la escena bogotana y el aguante de los últimos rockeros.

 

Texto y fotos: Carolina Romero

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Cuesta creerlo, pero José Mortdiscos, hombre trigueño y chaparrito, cuyo pelo corto ya está cubierto de canas, marcó la historia del rock en Colombia. Vestido con chaqueta de cuero, camisa gris de la legendaria banda Judas Priest y bluyín, José Filiberto Ramírez es uno de los últimos rockeros de Bogotá. Aunque nació en 1948 en La Palma, Cundinamarca, se radicó en la capital con sus padrinos tras la muerte de sus padres a muy temprana edad.

 

El rock llegaría a la ciudad unos años después, a finales de los 50, gracias a la radio. En las pocas emisoras juveniles de la época se reproducían las canciones de moda en Estados Unidos, y sus respectivos covers latinoamericanos. A diferencia de sus padrinos, que crecieron con bolero y tango, José Mortdiscos se juntaba con los amigos del barrio La Estanzuela, en el centro de la  ciudad, a oír rock y tomar cerveza. Y así, entre canciones de los Stones y los Beatles, al ritmo del blues y el jazz, el amor por “el ruido” se convirtió en el motor de su vida.

 

Pero antes de dedicarse completamente a la música, José Ramírez era sastre y tenía su local en la carrera 9ª con calle 18, al lado de negocios de latonería y mecánica. En la sastrería confeccionaba trajes de todo tipo y hacía su propia ropa y la de sus amigos: “En San Andresito tenía muchos clientes; ahí se movían los reposteros de carros de segunda, y les encargaba música, porque ellos viajaban mucho a Europa, Japón y Estados Unidos. No sabían nada de eso, pero me la traían”.

 

En el epicentro de la calle 19                                             

Fue en el quinto piso de Los Cristales, el pasaje comercial de la calle 19 con carrera 8ª, que dio el salto definitivo hacia la distribución. Allí funcionó el centro de la distribución musical, donde se podían encontrar géneros de todo tipo. Antes de Mortdiscos, el Doctor Rock —otro personaje clave para la historia del rock de Bogotá— ya tenía clientes fieles en la Rock-ola, cuya oferta era más selecta que la de otras tiendas: Led Zepellin, Black Sabbath, Bruce Springsteen, tal vez algo de heavy. La mayoría de los distribuidores, sin embargo, traían el rockcito comercial, y otras hasta tenían chucuchucu.

 

‘El Sastre’ grababa casetes de vinilos para las tiendas y para algunos clientes particulares, e intercambiaba música con sus amigos. Tenía entre su colección personal rarezas musicales que a los rockeros criollos ni se les pasaban por la cabeza, pues el vinilo solo podía traerse del exterior, a altos costos, y en la escena del rock bogotano no se producía música.

 

En 1987, Mortdiscos fue la primera en distribuir punk, hardcore, metal, rock industrial y otras ‘cosas raras’ que se cocinaban en el laboratorio musical de la época. Para saber qué se estaba moviendo en la escena underground del mundo, José se valía de fanzines y revistas especializadas. “Traíamos música que nadie conocía en Colombia, abrimos un mercado. Hoy en día, muchos de esos grupos ya son comerciales, pero en ese momento nadie los conocía acá”.

 

Desde Europa, particularmente de Alemania, se traía la música que buscaban las nuevas generaciones de rockeros. No es casualidad que paralelamente a la historia de Mortdiscos, se fundara La Pestilencia —banda emblemática que se atrevió a proponer un sonido distinto y letras crudas, en contraste con las demás bandas de la ciudad— y tomaran fuerza la escena punk, metal y hardcore en Bogotá.

 

El punk llegó a la capital a mediados de los ochenta, casi diez años después de la explosión del 77 en Londres y Nueva York, cuando surgió el género. Y a pesar del retraso, Mortdiscos jugó un papel fundamental en su difusión porque fue quien primero distribuyó punk en la capital. “Si uno quería buscar algo de metal, era un poco más fácil encontrar algo similar en otras tiendas, pero música de la Europa del Este, de Finlandia, de Polonia, cosas raras que aún hoy son difíciles de conseguir, sólo se encontraba en Mortdiscos”, dice Beto, integrante de Demencia Libertaria, uno de los primeros grupos de punk de la capital. Conoce al ‘Sastre’ desde antes de que montara la distribuidora. “Mortdiscos era un punto de encuentro entre punkeros, pero también caía gente que escuchaba música industrial, góticos, metaleros”. Y eran jóvenes de 15 a 30 años los que compraban los nuevos sonidos; ‘el Sastre’ los vio crecer. La Peste se formó en Mortdiscos, y la escena punk y hardcore también se reunía allí. Las chicas de Polikarpa y Sus Viciosas, unas de las bandas emblemáticas bogotanas, intercambiaban elepés con ‘el Sastre’. Demencia Libertaria y muchas otras bandas que se formaron en la época tenían en Mortdiscos un espacio para también distribuir sus propios discos.

 

Un poco después de que fundara Mortdiscos, José se unió en sociedad con Héctor Buitrago, el cantante de Aterciopelados. En esa época, Héctor era parte de La Pestilencia, y aunque la sociedad duró pocos años, fue muy fructífera. ‘El Sastre’ tenía conocimiento de muchas bandas y géneros, Héctor estaba interesado más que todo en el punk y junto con Bull Metal, un metalero representativo de la escena en Medellín, se complementaban para traer a Bogotá la música underground. Desde Europa traían millonadas de mercancía, y se vendía bien.

 

Beto apenas podía imaginar cómo sonaban las  bandas  que veía en fanzines  y revistas musicales, pero en Colombia debían esperar años para ver un vinilo suyo. Gracias al ‘Sastre’, conoció algunas: “Uno llegaba a Mortdiscos ávido de cosas nuevas, y también se esperaban las nuevas producciones de las bandas. Había temporadas en que ‘el Sastre’ viajaba, y cuando llegaba estaba todo el parche allá metido. Los precios eran un poco elevados, pero relativamente justos. Porque igual los traía de afuera y era música que nadie conocía. Además, tenía los gastos del local y le pagaba a un empleado. Más caro se paga ahora”.

 

‘El Sastre’ también organizó conciertos. Fue el primero en traer bandas importantes de la escena del rock mundial como Napalm Death en su primera visita a Colombia —el 23 de Octubre de 1997 en el Teatro Lux, cuya presentación terminó con el Lux destruido—, Kreator, Destruction, Dimmu Borgir, entre otras. Pero si aún hoy organizar conciertos de bandas internacionales es difícil, en esa época era peor: “La gente salía contenta de los conciertos, pero no se daba cuenta de que uno perdía millonadas. Se perdió la plata porque la boleta era barata y la gente no asistía; como no había internet para enterarse, se manejaban volantes y afiches en las tiendas, aunque eran muy pocas. La gente no se enteraba tan fácil, y en esa época una boleta valía como $20 o $30”.

 

Los últimos mechudos

Después de la calle 19, Mortdiscos se movió al centro comercial Omni, donde estuvo varios años y, por último, se trasladó a la galería comercial de la 22 con 7ª, donde permanece. Le puso Mortdiscos por la muerte, un poco satíricamente porque a esa música la asociaban con el culto satánico, rituales misteriosos y muchas otras mentiras. En esa época, los hombres de pelo largo eran mal vistos, y la policía los molestaba mucho. ‘El Sastre’ se vestía con pantalón bota campana, camisa holgada y floreada y saco grande. Las mujeres llevaban faldas largas, pintas estrafalarias y psicodélicas. Tiempo después, las camisas de bandas inundaron el vestuario de muchos rockeros, y ‘el Sastre’ se cortó las mechas: “Hay gente que viene a montarla aquí, que por qué no tengo el pelo largo. Porque no se me da la gana, porque no quiero. El pelo hoy en día no es insignia del rockero o del metalero; ya lo usa todo el mundo. En mi época, tener el pelo largo era duro”.

 

Los fines de semana se reunían con los rockeros de La Estanzuela, El Ricaurte, Eduardo Santos, y otros barrios aledaños. Sus amigos, todos mecánicos, artesanos o vendedores, ahorraban sagradamente para comprarse sus vinilos. “El rock era todo para nosotros. Trabajábamos para comprar nuestra música. Mi vida era el rock, y siempre lo ha sido”. También caían a la 60, al llamado Parque de los Hippies donde se encontraban con los rockeros del norte y del sur. Claro que había drogas  —aunque el  LSD estaba en auge, era más común fumar marihuana—, pero José cree que el consumo era más responsable que hoy en día, cuando las drogas son de tan mala calidad. Otros espacios de encuentro eran los conciertos, no tan comunes como ahora, y que se realizaban principalmente en Chapinero.

 

Redes de conspiración

El intercambio de vinilos y casettes fue algo que marcó a los rockeros y la distribución temprana de los géneros underground. Cuando no se tenía el dinero suficiente para comprar un vinilo, se mandaba a grabar el casete. El intercambio de música se generalizó gracias a los punkeros, que la compartían libremente alrededor del mundo, mediante los fanzines y apartados aéreos: “Uno se escribía con gente de todo el mundo. El mío era el 142 de Bogotá, y así recibí mucha música de Japón. A cambio, les grababa casetes y los mandaba: Hello my friend, this is punk from Colombia, y se transcribía el nombre de las canciones. Había que esperar como un año para que llegara música, pero era bacano porque era como una red de conspiración eso de los fanzines. Los contactos que tenía los ponía en los fanzines que sacaba, y si otro tenía un fanzine entonces también los ponía y así. Era una red global antes del internet, a punta de fanzines y cartas”, dice Marco Sosa, librero y editor de La Valija de Fuego, librería independiente bogotana.

 

Para ‘el Sastre’, como comerciante y rockero, la piratería no era bien vista. Pero en esa época no era común que los rockeros piratearan tanto, cuando tenían la posibilidad, compraban la música. Así, José alcanzó a tener cerca de 10.000 títulos de vinilos en su colección personal, que se ha visto reducida a la mitad debido a la caída de las ventas: “La piratería nos jodió. Todo el que quiera escucha y baja gratis y no tiene ningún problema; antes tocaba comprar la música para poder escucharla. Hoy en día compra el coleccionista, el que verdaderamente ama la música”.

 

Si bien es cierto que el mercado del vinilo ha crecido, José no es muy optimista al respecto. Valora el esfuerzo de aquellos que promueven el rock, pero reconoce también que la calidad de la música es diferente. El vinilo de antaño no sólo tiene un valor romántico para los rockeros viejos, sino que su sonido particular es diferente a los remasterizados de hoy en día. El internet no sólo trajo consigo la posibilidad de descargar música gratuitamente; permite conocer con tan sólo un clic la historia de una banda en cinco minutos, o incluso existen  aplicaciones para crear música y compartirla. Hace 20 o 30 años era en los fanzines y revistas donde los rockeros conocían la historia de sus bandas favoritas, incluso algunas bandas underground publicaban ellas mismas artículos y entrevistas. Conseguir una guitarra eléctrica en Bogotá era muy difícil y los rockeros aprendían solos a tocar sus instrumentos.

 

Para José Mortdiscos el rock no está muerto, pero agoniza: “Hoy en día no hay música buena, la música es demasiado vana, falsa y de todo se hace música para vender. Antes estaba hecha para trascender, y todavía está vigente. Tenía el poder de agarrarlo a uno”. Se casó muy joven con la mujer que aún lo acompaña, a sus 66 años, y le colabora en la tienda. Tuvo un hijo, Cristian, y ahora es abuelo de dos niñas, a las que no les gusta el rock. Mortdiscos sigue aguantando, aunque ya no es lo que era, y es cierto que muchos de los jóvenes que gustan del rock en Bogotá no tienen idea de su existencia, o del espectro que abrió para la escena bogotana. Pero los viejos coleccionistas, algunos de los cuales José vio crecer, siguen comprándole, y otros jóvenes curiosos empiezan a hacerse clientes frecuentes. Por amor a la música sigue el aguante de Mortdiscos, y como dice una canción de Vice Squad, nunca morirán los últimos rockers.

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