Bogotá tiene su bembé
Sin tener registro en los libros que hablan de la salsa capitalina y sin nada que envidiarle al Goce Pagano o a Quiebracanto, El Templo de la Salsa, en el noroccidente de la ciudad, es hoy uno de los bares más visitados los fines de semana por sus melodías salseras y por su dueña, Luz Mery Quintero, quien lleva 30 años de baile y bembé en la capital. Ella y su ‘vibra’ son el alma del lugar.
Texto y fotos: Miguel Ángel Pineda C.
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Quién podría imaginarse que en un segundo piso de un edificio modesto, ubicado en la calle 72 con carrera 78 se dieran cita alrededor de 200 personas los fines de semana para disfrutar de una fiesta al ritmo de la salsa de antaño, la ‘salsa brava’ que llaman. “Y lo acepto, El Templo se quedó pequeño, ya no cabe la gente”, dice su dueña, Luz Mery Quintero, mientras saluda a la gente que va ingresando al bar una noche de sábado. Dada la calidad de los bailarines en la pista de baile del templo mayor, los que no saben hacerlo toman asiento, observan y aprenden de los maestros.
Y es que este bar no solo cumple su función de ofrecer un espacio para el ‘rumbón’ y la vida social nocturna, sino que allí se realizan congresos locales de baile, cursos para aprender a bailar cha cha chá, salsa caleña, mambo, tango, milonga y hasta eventos empresariales. “Por eso se llama ‘Templo’, porque mi sueño siempre fue agrupar todas estas tradiciones y reunir un sinnúmero de bailarines, músicos, programadores Dj, coleccionistas, aprendices, toda clase de salseros para que tengan un hogar, un sitio donde se sientan en familia”, apunta Luz Mery, propietaria, quien ha dedicado a la salsa buena parte de sus 40 años de edad.
Hágase la rumba
El templo de la Salsa nació hace cuatro años en el barrio Santa Helenita, en la localidad de Engativá, y afirma su propietaria que nunca se imaginó estar en este barrio, pues los buenos bares se ubican en la Primera de Mayo, en Galerías o en el norte de la ciudad. Pero allí se ha posicionado y llega gente de todas partes. Surgió en principio como la posibilidad de tener un negocio propio donde Luz Mery se dedicara a lo que sabe hacer: bailar. “El Templo se creó como se creó el mundo: en siete días ?dice efusivamente?, porque en un día conseguí el dinero, al otro día conseguí el local, al otro día conseguí un ingeniero, al otro día un Dj, al otro día la rumba y así desde hace cuatro años”. Además, sueña con tener varias sucursales en distintos sectores de la ciudad, y sin lugar a dudas tendría clientela para todas, porque durante estas décadas de vida salsera, Luz Mery ha hecho escuela con decenas de pupilos que la siguen buscando.
Como se ve, la historia de El Templo está ligada a la de su dueña, quien advierte que para haber llegado a esos siete días, tuvieron que pasar años de formación artística, problemas familiares, labores administrativas y, eso sí, muchos viernes y sábados de fiesta hasta la madrugada. “El Templo fue mi mejor decisión porque yo sentía que tenía que hacer algo en el mundo salsero de la capital y fue mi manera de responder a mi familia lo que quería hacer con mi vida porque todos decían: ‘Pero Luz siempre baile que baile y no resulta con nada’”.
La dueña del ‘swing’
Esa noche de sábado, Luz invita al público y a los bailarines a acomodarse y apreciar el show especial. ¡Y quién no le va a prestar atención a una ‘piernona’ subida en una silla, agitando los ánimos de sus clientes! Viéndola más de cerca, puede decirse que es uno de esas modelos a las que canta el compositor puertorriqueño Bobby Capó en su canción Piel Canela: ojos negros cristalinos, crespa cabellera, también negra pero con rayos fucsia, llegan hasta la cintura de un cuerpo propio de bailarina. Sus curvas son discretas, pero cuando grita ‘¡Vaya!’, todos contemplan sorprendidos el ritmo que lleva con las caderas.
Al finalizar el acto, Luz vuelve entre aplausos a la barra. “Yo crecí en un hogar rumbero ?dice con orgullo?; mis padres disfrutaban de las rumbas, pero no de la salsa. Eran más que todo bailadores de música de viejoteca y por ellos cultivé ese gusto por el baile. Desde mis 15 años me he dedicado a esto. Había domingos que desde las 4:00 de la tarde empezaba a bailar y como no existía la ley zanahoria, llegaba a las 6:00 de la mañana del otro día a cambiarme para ir al colegio. ¡Imagínese, una niña a esa edad y con esas andanzas!”.
Desde ese entonces, Luz Mery ha sido instructora de baile y ha dictado clases en gimnasios, universidades, colegios y hasta en eventos en las tradicionales ciclovías de los domingos y festivos. Participó desde muy niña en concursos de baile en barrios y en su colegio, y casi todos los ganó.
Dioses, devotos y rituales
Para entrar a El Templo hay que subir un par de escaleras coronadas por el logo del bar con dos ángeles celestiales. Los muros que sostienen este santuario salsero están decorados con imágenes de seres alados y divinidades que tocan instrumentos musicales, observando hacia el suelo cómo sus devotos, en medio de tragos y baile, entran en calor y ‘veloces rebeliones’, como cantaría el Joe. En el techo, a manera de nave, se aprecia un “fresco” circular gigante con arcángeles que con arcos y flechas se disputan un lugar en el cielo. Al fondo se puede observar la gran pista cuadrada donde los danzarines se dan a la tarea no solo de mostrar sus dotes, sino de superarse con cada paso.
Llama la atención el contraste generacional: adultos y jóvenes comparten el ambiente de hermandad, pero eso sí, teniendo presente que allí siempre se escuchará salsa de la ‘vieja guardia’, sin dejar de lado tampoco la nueva ola de la ‘salsa choque’. “Por eso aquí no se puede entrar con gorras o tenis, porque se trata de mantener una tradición. Y nada mejor que lucir un buen atuendo. Aquí vienen amigos que durante años han aprendido conmigo y vienen a enseñarles a los demás. Eso es lo bonito de El Templo: aquí cualquiera puede sacar a bailar a cualquiera sin ningún prejuicio o miedo. Todos nos sentimos como primos, como hermanos. O si no, hay otros que vienen a practicar lo que aprendieron en la semana durante mis clases”, aclara la dueña.
Valga resaltar también la polifuncionalidad que le da Luz Mery a su bar, pues los lunes, martes y miércoles lo alquila para eventos sociales de empresas y para darles clases de baile. Los jueves, Luz Mery dicta clases gratuitas desde las 9:00 hasta las 11:00 de la noche. “¿Por qué gratuitas? Porque es lo que he hecho toda mi vida y esa es mi contribución a la cultura artística de Bogotá. Siempre quiero que la gente aprenda a bailar un género que tiene su complejidad”.
A diferencia de otros bares salseros en los que la gente se sienta a disfrutar de las melodías o de bares clásicos especializados en ciertos ritmos, El Templo trata de congregar a través de diferentes fiestas y temáticas a varias generaciones, lo que lo hace particular. “Yo, por ejemplo, hago las fiestas de blanco y negro y viene la vieja guardia: viene el señor con su zapato blanco, sus tirantas y su corbata y viene a bailar, a revivir viejos tiempos. También hago fiestas de sombreros, siempre bien elegantes o en su defecto hago las fiestas de minifaldas salseras y eso no se ve en ningún otro bar”. A esto se suma que para Luz Mery, la mayor contribución que ella le ofrece a la ciudad son espectáculos con agrupaciones profesionales de baile. Es entonces cuando los neófitos e incluso los que ya son expertos en la pista, toman asiento para observar coreografías llenas de sabor y candencia. “El mayor apoyo se lo doy a los bailarines. La gente no sabe los nervios que se manejan en el escenario, todo lo que ellos hacen para llegar hasta acá, el alquiler de vestuarios, etc. Aquí lo único que hace falta es poner un estadio para tenerlos a todos”.
La hora del ‘Ras tas tas’
Sobre la 1:00 de la mañana, el Dj saca a relucir los más recientes éxitos de lo que hoy por hoy se conoce como ‘salsa choque’. Uno de sus meseros, ‘Pocho’, es el encargado de traer a la pista a un grupo de personas y realizar sencillos pasos de este nuevo estilo de baile. La gente emocionada y ya ‘prendida’, salta de inmediato a seguirle los movimientos de cadera, piernas y manos al mesero más rumbero. “Ese no solo es mi momento: es el momento de todos. Luz me ha enseñado que aquí hay que hacer de todo un poco y ese es el espíritu de El Templo. Lo de la ‘salsa choque’ ayuda muchísimo a que la gente tímida se anime y baile”.
Temas como La rumba va sola, Chichoki, La tusa o el famoso Ras tas tas le dan el giro a toda la tradicional rumba y en gran medida, la vieja guardia toma asiento y le da paso a las generaciones más jóvenes, como un pacto entre melodías. “Es tan gratificante esa parte en que todos se abrazan y se tiran al suelo para que yo les tome la foto”, dice Luz con un suspiro.
Al regresar la melodía clásica, ella vuelve a la barra y cuenta algunos de sus futuros proyectos. “Cumplido este sueño, lo que tengo en mente es volver al Templo una marca nacional, un lugar que se encuentre en Cali, obviamente, o en Medellín. Porque es que el nombre, el sello y la calidad ya están”.
A la hora de partir, 3:00 de la mañana, me encuentro con John, un taxista cliente asiduo de El Templo. Mientras realiza la ruta para dejar a sus clientes, cuenta que es una fortuna su oficio pues “¿a quién le permiten hoy en día trabajar y la vez estar de rumba?”. De John se sabe que desde que se inauguró el Templo, ha asistido casi todas las noches de viernes y sábados de lo que lleva el rumbiadero. Este hombre calvo, energético y carismático es prácticamente un profesor más que dice estar complacido de hacer parte de un grupo de personas que le enseñan a bailar a otras. En su taxi solo se escucha salsa y advierte que El Templo le ha permitido dispersión y mantenerse bailando, su mayor pasión. “Venir al Templo es también enseñarle a muchas personas cómo soltar el cuerpo y las piernas. Es respirar cultura. Además que aquí siempre tengo cuadradas mis cuentas y mis carreras. Porque eso sí, otros colegas están dando y dando vueltas por la ciudad y yo mientras tanto las doy acá dentro del bar”, dice John con gracia a todos sus pasajeros que tararean canciones de salsa.