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Los enmascarados de San Fernando

Texto y fotos: María Mónica Monsalve

Mail: [email protected]

Protegidos en el enigma de sus máscaras y las llaves que hacen ver sus brazos como de plastilina, los Luchadores Libres de la WAG-SAW Colombia entrenan y se presentan ante el público en el salón comunal del barrio San Fernando donde también se forman los futuros Luchadores Libres del país. Un deporte rudo que busca revivir la época dorada de los 70, particularmente en Bogotá

“¿Quién quiere luuuucha libreeee esta nocheeee?”, dice el presentador Jorge Matallana mientras el público emocionado le responde con gritos, chiflidos y odas a los campeones más reconocidos: “Vamos, ‘Halcón’”, “Fuera, ‘Chileno’”, “Arriba, ‘Dick Misterio’”. Los niños, que en su mayoría llevan máscaras, apenas pueden contener la emoción y se encaraman en las sillas que rodean el cuadrilátero para esperar la salida de sus luchadores. El público está expectante, la música dispuesta y el ambiente parece ajeno al del salón comunal donde minutos antes reinaba el silencio bajo la protección de un Cristo crucificado, cuya nueva misión es proteger a los enmascarados.

De la puerta trasera salón en el que entrenan durante la semana, salen los luchadores rudos y con mirada hostil encarnando a personajes macabros. Se pasean alrededor del ring con su propia música de fondo, a la vez que se escucha desde el público un enfrentamiento entre “¡Fuera, Fuera!” y un “Ustedes pueden con ellos”.

‘Fly Pan’, un luchador chileno que apostó su contrato y hasta el pelo contra la máscara y el cinturón del ‘Gemelo Halcón II’, se detiene junto a la mesa donde están los locutores y el presidente de la empresa, Wilson Pascuas, para advertir que podría ganar su combate por W. “Primero, gracias por venir a la premiación de ‘Fly Pan’. El presidente ya me ha dicho que ‘el Halcón’ no está en condiciones de luchar. El brazo no le dio, es viejo y las articulaciones no le aguantan,” dice por el micrófono y cubierto bajo la bandera de su país.

¡Vamooos ahora con el bando de los técnicos!, anuncian los locutores para dar paso a la presentación del otro bando. A diferencia de los primeros, los técnicos se aproximan a su público, les dan abrazos y la gente se acerca a tomarse fotos con ellos. Sus trajes apretados, que revelan siluetas voluminosas, se aproximan más a los colores amables, dejando de lejos el negro y el rojo tan frecuente en los rudos. Los niños quieren tocarlos; son los héroes del cuadrilátero a su alcance por un segundo.

Para finalizar con el primer grupo, los presentadores anuncian al ‘Gemelo Halcón II’, quien entra acompañado con una ranchera de fondo y su brazo derecho en un cabestrillo. “Estoy esperando a que mi fisioterapeuta me diga si puedo luchar o no. Si puedo luchar, aquí estoy y les aseguro que le gano al Chileno. Si no, le entregó mi máscara y cinturón. Desafortunadamente, primero está mi salud que cualquier cosa”, son las palabras que dejan a en vilo a los espectadores de San Fernando. “!Dale, Gemelo!”

Detrás del cuadrilátero

 

Justo antes de entrar se escuchan golpes. Una secuencia repetitiva de sonidos que hace pensar que adentro están tirando algo desde el techo. Cuando toco, no abren la puerta y en cambio un hombre se asoma por una portezuela con mucha cautela para que no se pueda ver lo que hay detrás de él. Que espere dos minutos, me dice. Son las 6:30 de la tarde, y estoy parada en la calle 73 # 57A- 10, en el barrio San Fernando, justo enfrente de la puerta trasera del salón comunal.

Cinco minutos después sale Mauricio Cárdenas. Por ser un ex luchador tiene la espalda gruesa y debido a una lesión, lleva rodilleras puestas. Me invita a pasar al entrenamiento. Es un espacio pequeño donde los luchadores profesionales, enmascarados, y los que se entrenan en la escuela, sin máscaras, practican cómo caer sobre una colchoneta. De allí viene el sonido. Se pasan unos a otros por encima del hombro, dan una voltereta y caen sobre la colchoneta azul con un golpe seco sobre la espalda. Pah… Pah… Pah. Caen por parejas.

Los entrenadores, Mauricio Cárdenas y Juan Torres, dan instrucciones en cada movimiento. Les indican el nivel de la altura de cada patada, cómo agarrar a su rival por el cuello y que se peguen duro. “Péguele en serio”, ordena Juan mientras dos de los alumnos entrenan una patada que se dirige al flanco. En cualquier momento y al aviso de alguno de los entrenadores, los golpes pasan a ser flexiones de pecho: 12 lagartijas  y 20 abdominales. Las siluetas de los enmascarados profesionales, grandes y voluminosas, contrastan con algunos cuerpos, todavía escuálidos, de los que están en formación. Como la amenaza de una gran roca que podría caerles encima.

Para los de la escuela, el entrenamiento dura alrededor de dos horas. Todos los martes y jueves de 5:30 a 7:30 p.m. por una inscripción mensual de $50.000. Y los profesionales, como parte de la condición que pone la empresa, se turnan para ayudar a formar a los luchadores en proceso. Condición que parece no molestarles, pues detrás de la tela que tapa sus caras se alcanzan a ver sonrisas, el dolor que les produce alguno de los golpes y la pasión que muchos de ellos dicen llevar en su sangre. Más que luchadores en entrenamiento parecen un grupo “recochero” de amigos. Se la ‘montan’ unos a otros, se ríen, se tienen paciencia y se dan consejos. Solo que en cualquier momento mandan a volar al otro.

Sus máscaras, que le dan ese carácter místico al que se esconde tras de ellas, parecen fuera de contexto cuando quienes las llevan usan sudaderas o camisetas manga sisa de modelo deportivo. E incluso, resultan más divertidas cuando desentonan con la ropa de calle que lleva Sagitario al llegar tarde al entrenamiento. Como si la cabeza de esos hombres de acero, por un momento, quisiera independizarse de sus musculosos cuerpos, porque detrás de las coloridas formas que decoran sus cabezas, hay también educadores, contadores, funcionarios públicos, comerciantes y técnicos audiovisuales. Y es que como todo súper héroe, estos luchadores libres también tienen doble identidad.

El primer golpe

Los himnos de Colombia y Bogotá se entonan antes de empezar las luchas, y el ruido que hace el público, por un momento, se convierte en ese cántico que al igual que los enmascarados, busca la gloria. Pero esa armonía se ve interrumpida por el abucheo que le sigue al “¿quién quiere lucha libre hoy?”. La voz de los locutores, que atraviesa el salón por encima de la rechifla, informa los cuatro enfrentamientos de la noche: ‘el Conde’ contra ‘Enigma’; la disputa por el cinturón Bicentenario para Campeón de las Américas; la semi final del Campeonato en Parejas y para terminar, el anhelado duelo Chile – Colombia.

Al cuadrilátero y por petición de ‘el Alacrán’ – el ex luchador que la gente recuerda de las épocas doradas y que ahora es un icono que asesora a los vigentes en el camerino – Enigma y el Conde de Boston son llamados al ring. Tambaleando y con pasos cortos, llega el Conde con su bastón. “Un señor muy viejo, que ya no aguanta”, y se encarama al ring con dificultad bajo una máscara de anciano que no deja ver nada de la persona que está atrás. Su contrincante es un luchador de menor peso que compensa su condición con la agilidad con la que se sube al cuadrilátero. Da un salto mortal y cae sobre el Conde. La pelea es oficial. “Gooooooooooooooool”, grita Matallana cuando Enigma tiene sometido al Conde. 1, 2, 3… cuenta el árbitro César Franco con cada golpe. El público vuelve a gritar. El Señor Conde de Boston utiliza sus artimañas y le pega en la cabeza a Enigma con su bastón. “Otros $50.000 de multa al señor Conde por sacar una silla debajo del ring”. Enigma se para en la primera cuerda del cuadrilátero, sobre la segunda, sobre la tercera y “vamos a volar”. De nuevo, cae sobre el Conde. 1, 2, 3… pega sobre el piso del ring el árbitro Cesar para oficializar el triunfo de Enigma. “Pásenle el bastón al Conde de Boston que está muy mal.”

Nueve años de lucha

La empresa de Lucha Libre WAG lleva nueve años funcionando y se ha presentado en varios sitios de Colombia. Funciona en sociedad con SAW Colombia, desde el año pasado, y tienen contratados alrededor de 25 luchadores profesionales que reciben en promedio $150.000. En el proceso de construcción de la empresa se ha buscado hacer presentaciones en localidades como Bosa, Ciudad Bolívar y Rafael Uribe Uribe, pero el barrio San Fernando ha sido el de mejor aceptación. Se ha convertido en el nicho para engendrar las nuevas luchas.

Sus promotores son los hermanos Cárdenas, Steven y Mauricio. El segundo de ellos es ex luchador profesional de la Lucha Libre en Colombia (años 70 y 80), quien ahora dejó “su personaje en el clóset” para dedicarse a entrenar a nuevos luchadores.

En la escuela se entrenan tanto luchadores técnicos como rudos, quienes se diferencian por la concepción que tienen de sus personajes. “Los luchadores técnicos tienen la característica de cumplir las reglas, de ser los que cumplen la ley; los que hacen muchas acrobacias y son  demasiado ágiles. Los luchadores rudos son contrarios a un técnico; son los que no cumplen la regla y utilizan cualquier artimaña para doblegar a su rival”, es como clasifica Mauricio a los luchadores. En el momento de subir al cuadrilátero siempre se enfrenta un técnico contra un rudo, en una danza del bien contra el mal, donde quien gana no solo se lleva la máscara o el pelo  de su oponente, sino el triunfo entre estas dos rivalidades.

La idea es que por cada liga que hay —individual, en pareja e intercontinental— se enfrenten todos contra todos hasta que el que logre superarlos sea campeón. Pero el camino hasta el ring es largo y según el luchador Dirk Maluck, ‘el Diablo’, la máscara no se obtiene “lo que cuenta es ganarse el derecho a poder subirse a un ring”.

Para esto, en la escuela de la WAG- SAW se les enseñan alrededor de 16 caídas para que se protejan el coxis, la columna vertebral y el cuerpo, para luego practicar “los golpes, los lanzamientos, las llaves y las contra llaves. Por último, definir la imagen y el personaje de cada luchador”. El entrenamiento dura alrededor de dos años y, al igual que en cualquier institución educativa, se hace un examen final. Si los profesores determinan que el aprendiz tiene las competencias necesarias, se programa un evento de lucha donde un luchador profesional lo lleva al cuadrilátero y lo presenta ante la gente. Para entonces ya debe tener el concepto de su nombre y personaje con uniforme para darse a conocer ante los aficionados.

El engaño de los rudos: un cinturón bicentenario

Después del tercer llamado, sale ‘Pigsaw’ seguido del ‘Muñeco del Infierno’, el señor Digsaw,  quienes hicieron su debut en el 2009. Se acercan al Cinturón Bicentenario  que está en la mesa de la presidencia y por medio de gestos, reclaman que ellos ya deberían tener dos. Su rival es el técnico ‘Dracko’, que levanta una gran fanaticada y se toma fotos entre el público. “Una lucha en desventaja porque estos señores siempre tienen que luchar juntos y siempre tienen que participar en el ring juntos,” advierte uno de los locutores. Antes de que se suban al ring, Pigsaw, con su enorme volumen, ataca a Dracko y la pelea comienza en el piso del salón.

Progresivamente, y entre puños y candados, Pigsaw y Dracko se suben al cuadrilátero, donde el enfrentamiento se oficializa, mientras Jigsaw se limita a reclamarle al árbitro porque no lo dejan a entrar a la pelea. Con cada golpe el público se emociona y unas veces es Dracko y otras Pigsaw el que queda sometido, pero la cuenta por parte del árbitro Franco es muy lenta, y no deja que gane ninguno. “Y Pigsaw está emberracado y se mete con el árbitro.”  Lo sube a sus hombros y lo manda sobre Dracko, quien lo recibe en sus brazos como si fuera un bebé. Sí, se bolean al pequeño y flaco árbitro Cesar Franco como si fuera un balón: “Cuidado con el señor Cesar Franco, él es la autoridad en el ring.”

Dracko saca de debajo del cuadrilátero un acero  que dobla sobre la cabeza de Pigsaw al tenerlo acorralado sobre la esquina, a lo que Pigsaw responde con un maderazo  sobre su espalda y “unos bonitos cadenazos”  que quedan marcados sobre el cuerpo del luchador técnico. “50.000 de multa para todos.”  En la tarima que está atrás del salón comunal, junto al cuarto que hace las veces de camerino, se asoma el ‘Monje Rebelde’, quien al principio sale para dar una bendición y luego se une a la lucha por parte de los rudos. “Otro cadenazo, por favor, para el señor Dracko” que está luchando tres contra uno, porque Jigsaw también se une a la lucha. El combate es de los rudos. El Monje Rebelde le hace un candado a un Dracko ya derrotado y 1, 2, 3 pierde el técnico.

Señoras y señores, ganó el Monje Rebelde, siempre tiene un plan B. Señoras y señores, pero quien está ahí, detrás de la máscara. Ya el público sabe quién está ahí. Él es Fly Pan. Queda campeón de las Américas del Bicentenario. Quería su título aquí en Colombia y se lo gana,” anuncian emocionados los locutores, a la vez que el público grita incrédulo. La lucha es todo un espectáculo.

Fly Plan, con su cinturón puesto toma el micrófono una vez más. “ Lo dije, lo repito. Le agradezco al Monje Rebelde por muy gentilmente facilitarme su máscara. ¡El campeón es chileno!”

Luchador y educador

Chileno y sin ocultar su identidad detrás de una máscara ‘Fly Pan’ debutó en la lucha libre en el 2009. Desde entonces ha estado en el máximo combate de lucha en Chile y en Generación Lucha Libre, antes de vincularse con WAG-SAW Colombia. Su concepto de nombre y personaje como luchador rudo, lo tomó de la música y los gustos personales, y no usa máscara porque cree que él es el único que puede vencerse a sí mismo. “Fly Ban es el único que puede vencer a Fly Ban, entonces por lo mismo mi traje es súper simple. Yo como luchador soy yo. Soy yo arriba del ring peleando,  demostrando que soy el mejor. Eso es lo que vengo a hacer a Colombia”, afirma convencido.

Y aunque como luchador pasa de arrogante, con una boca irreverente y retadora frente a sus contrincantes, cuando no lucha, Fly Pan es profesor de inglés. “Me interesa mucho el tema educacional. Es lo mío.” Por eso, cuando regrese a Chile va a terminar su carrera, de la cual le quedan solo unos pocos semestres.

Lucha en parejas

Tres luchadores de los cinco que están en la lucha, caen desde el ring justo frente la mesa de la presidencia. Es la disputa entre los rudos, Dirck Maluck, El Monje Rebelde y el Castigador, contra los técnicos Tony Guerrero y Dick Misterio. Arriba son solo patadas, candados y sometimientos sobre las cuerdas entre los buenos y los malos. ¡Arriba los rudos! Que una vez más van ganando. 1,2, 3 y una primera lucha termina, pero Dick Misterio sigue insistiendo. Sube a las cuerdas del ring y salta justo a la altura del Cristo que, desde lo alto, lo sigue vigilando todo. Al escenario, sube Tony Golden que, se supone, está suspendido hasta la próxima fecha el 12 de julio. Toma al árbitro en sus hombros y lo pone a dar vueltas.

Ahora, el turno es para Fishman y Sharkman, los Hombres del Agua, contra “unos rudazos” El Cuervo y Sagitario. Cuando los técnicos están entretenidos tomándose fotos con el público, Sagitario y Cuervo caen sobre ellos sin aviso alguno. ¡Sagi, sagi, sagi! , le grita el público al hijo de la leyenda de la lucha Rasputín.  Los rudos, con sus artimañas y libertades, cargan un vaso de harina para cegar a sus contrincantes. Dos de ellos caen sobre la mesa de la presidencia y la rompen. La gente debe pararse de sus sillas para seguir la pelea.

Los hombres que están detrás

Detrás del misticismo de la máscara están también los padres de familia. Fishman, que ahora hace “morder la lona” a uno de los rudos, es papá-mamá de cinco hijos, entre ellos un bebé,  a quienes le encanta verlo encarnar a otra persona. “Es más, cuando dejo de entrenar y me va saliendo la barriguita me dicen, padre, póngase las pilas que ya está como barrigón.” Pero su hija no se atreve a ir a los espectáculos porque le dan muchos nervios, ella “no consiente que le vayan a tocar a su papá.”

Y es que su doble identidad de luchador implica una rutina llena de disciplina, “mucho juicio, no licor, no cigarrillo” y la preparación psicológica que necesitan para el día de la lucha. Todos vienen de trabajar, ya sea en la parte comercial como Sagitario o en la educación como Fly Pan, porque saben que en Colombia ser luchador de tiempo completo no es lucrativo, y lo que hacen enmascarados y ocultos en San Fernando es por su fanaticada. “Por revivir un deporte con la uñas”, dice Fishman.

Por eso, antes de salir al escenario unos se concentran y otros, como el Monje Rebelde, oran. “Primero que todo oro y después caliento el cuerpo.”  Y es que cuando ya están subidos en el ring, ese escenario que les permite ser un héroe por un momento, parecen olvidar las múltiples lesiones que les ha dejado el amor por su deporte. Sagitario, que ahora parece un gigante rojo sobre el ring, sufrió una lesión sobre la espalda al caer sobre unas barras de halógenos que lo llevo a retirarse por un tiempo de la lucha y Dirck Maluck, quien salta sobre sus oponentes desde la tercera cuerda, tiene reventados los ligamentos de las rodillas. Las patadas que da el Monje Rebelde hábilmente las hace con tornillos en la rodilla, tras un retiro de tres años, y Fishman cae sobre todo su cuerpo en la lona con los meniscos rotos y una luxación en los tobillos.

Golpe final: Chile Vs. Colombia

¿Ustedes quieren ver la verdadera identidad del Gemelo Halcón II, sí o no?, Bulla. “¿Ustedes quieren ver al chileno pelón? Empieza el enfrentamiento final y más esperado de la noche, Chile, con el luchador Fly Pan contra Colombia, con el Gemelo Halcón II. Es una pelea del todo vale, la más libre de todas, sin límite de tiempo y donde el árbitro César Franco no tiene ninguna autoridad.

Con un andar sobrado y está vez con su propio atuendo sale Fly Pan y se recuesta en las cuerdas del ring a esperar a que su rival renuncie. “Fuera, fuera, fuera”, grita el público con insistencia ante los locutores, los cuales recuerdan que “quien trajo de Chile a Fly Pan fue el señor Cesar Franco.” Es una pelea con intereses por parte del pequeño árbitro que se resiste a salir del cuadrilátero, así él no este programado para esta pelea.

Derrotado y con la bandera de Colombia en su mano, entra el Halcón junto con su compañero Dick Misterio que, vencido, empieza a desamarrar su máscara. “La gente quiere lucha, pero él no puede. Tiene el brazo lastimado, lleva una década luchando. Atención, preparen sus cámaras señores porque vamos a ver la verdadera identidad del Gemelo.” Antes de que se vea su cara, el Gemelo coge el micrófono y le anuncia al chileno que le tiene dos noticias: “Una muy buena para ti y una muy mala; la buena es que mi doctor me dice que ni puedo pelear y la mala es…mira a toda esta gente Fly Pan. Por cada uno de ellos, ¿sabes qué? voy a luchar y te vaaaas, pelón, de Colombia.”  El público grita y empieza la lucha.

El Halcón se sube con cuidado al ring, todavía con su cabestrillo puesto, para que después de unos golpes por parte de Fly Pan se lo quite y demuestre su buen estado de salud. Pero Fly Pan lo toma, le pega constantemente y 1,2, por poquito queda sometido. “Sangre, sangre colombiana está volteada en el ring” y el Gemelo Halcón parece derrotado por varios momentos. “Chi, chi, chi, le, le, le” grita la pequeña fanaticada de Fly Pan  que se encuentra en una esquina del salón comunal contra “la angustia del público que está viendo a su héroe derrotado en este momento”. Ambos caen sobre la mesa de los locutores que se rompe una vez más y el Halcón, recuperado, saca del ring una silla que pega contra la cabeza del chileno. Y le da una, dos, tres veces al chileno que empieza a sangrar. Ni el público, ni los locutores se quedan sentados y empiezan a rodear a los luchadores que se mueven, entre candados y patadas, por todo el lugar. La gente se para sobre las sillas y el chileno crea una especie de mesa para reventar al Halcón contra ella, pero antes de que lo perciba, el Halcón ya está sobre él y lo lanza para que rompa la mesa.

Sin ser muy claro cómo, se vuelven a subir al ring donde el Halcón, con la camisa manchada de sangre, somete y le gana a Fly Pan. “Chileno, te vas pelón para tu país.” Entre los luchadores técnicos que se encuentran en el escenario lo sientan en una silla y empiezan a cortar su pelo, a la vez que el público rodea el ring para tomarle fotos. Justo cuando un tercio de la cabeza del chileno está rapada, este ágilmente se escapa por la última cuerda del cuadrilátero para despedirse del país al que vino a demostrar que es un bueno luchador, con un muy conocido dicho: “Me largo de este país de mierda”.

 

 

 

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