Sí, peleo como niña

Laura Natalia Bohórquez

Nunca entendí por qué decir “peleas como niña” es un insulto o una forma de desacreditar a alguien, pues pelear como niña es un orgullo, porque no solo lo hacemos con el cuerpo, sino con el alma y corazón. Peleamos con honor.

FOTO: Tomada por Laura Bohórquez.

Una, dos, tres patadas. Lanzó un puño, me alejo y vuelvo. Está haciendo calor y estoy sudando, pero por respeto a lo que creo no me quito mi dobok. Son las 12 del mediodía y el sol brilla sobre todos los que estamos en el parque del abandonado Panóptico de Ibagué, reclamándole a los intrusos del lugar que este no es un espacio para entrenar. Sin árboles, sólo con algunos ladrillos sin forma o sentido, un gimnasio se alzaba sobre las ruinas. Sigo golpeando a Bob, el muñeco de entrenamiento, al mismo tiempo que mis pies se deslizan sobre el césped seco y picoso, mientras que el calor nos golpea a cada uno de nosotros, fatigándonos cada vez más.

Empiezo a hacer una serie de patadas en escalera: primero dos, luego cuatro, luego seis y así hasta llegar a 30. Voy con toda, sacando todo el estrés que me carcomía. No estoy de humor, ha sido un día pesado y honestamente quiero desahogarme, tomando el Taekwondo como mi mejor remedio. Mi corazón se acelera hasta que a mitad del ejercicio escucho a un chico burlándose de su compañero, quien parecía estar haciendo boxeo. O un intento de ello.

—No sea marica. ¿No le da pena pelear como una niña? Mire a esa pelada, así de mal lo está haciendo. No sea como ella.

Me detengo en seco. Juemadre, ahora sí que me sacaron la piedra.

¿Quién dijo que pelear como niña era un regaño, un insulto o una forma negativa de ser? Es como si por el hecho de ser mujer, nuestras peleas fueran inválidas, nuestra técnica fuese sucia o simplemente, sea algo “malo”.

Lastimosamente, si este fue mi primer encuentro con el machismo dentro del deporte, no fue el último. Ser delicadas, cuidar como nos vemos, como actuamos y como pensamos, son los pilares morales con los cuales nos educan a la gran mayoría de mujeres en Colombia, como si de algún tipo de domesticación se tratara; si te sales de ese esquema, las críticas, los juicios y reproches, se convierten en el pan de cada día.

¿Quién dijo que si no me maquillo me vuelvo “marimacho”?, ¿que si peleo dejo de ser una dama?, ¿quién determina lo que soy o no?

Debo admitirlo, tal vez me he vuelto adicta a lo que hago. Adicta a mi deporte, a mi disciplina, al tal punto de volverse como una medicina. Y precisamente por eso he sido objetivo de muchos comentarios que me hacen reír y a veces enojar. Es triste pensar, por ejemplo, que enseño, sin pensar buscarlo, los moretones en mi cuerpo –productos de mi disciplina, claro- y haya comentarios como: “¿Por qué te dejas pegar de tu pareja?” o “eso te pasa por hacer enojar a quien te ama”, vengan de personas que ni siquiera conozco. Por Dios, ¿Qué tan normalizado está el maltrato? ¿Qué tan romantizado está el dolor?

FOTO: Tomada por Laura Bohórquez

También no faltan aquellas personas que dicen que hago esto por que quiero ser más hombre o feminazi. Que quiero convertirme en un “macho” y pasar sobre todos. Me da rabia, impotencia, dolor.

Así como hay otros que en mi no creen, preguntándome que si con mi torpeza puedo lograr hacer lo que me propongo. O quienes creen que, por tener una vagina, nunca seré igual de fuerte y resistente como un hombre.

Pero creo que no entienden. No entienden que esto no es solo lanzar patadas, puños y esquivar golpes. No entienden que hay un alma de fuego detrás de esto. Que pelear como niña, va más allá de los golpes y defensas. Pelear como niña es levantarse todos los días en un mundo que es marginal con lo distinto, lo que se sale del esquema. Pelear como niña, es levantarse todos los días, ir a trabajar y a estudiar, estando expuestas al acoso, humillaciones y peligros inminentes. Es exigir igualdad salarial, el cumplimiento de nuestros derechos reproductivos, educación y libertad. Es buscar justicia, ley y equidad.

Recuerdo que tomé mis cosas, me alisté y me acerqué a ellos. Me paré enfrente y después de respirar varias veces, les contesté con una sonrisa:

—Sí, peleo como niña, ¿y qué?

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