Nunca he salido de Colombia, pero pa’ sentirme extranjero no he tenido que salir del país… ni siquiera de Bogotá.
FOTO: Kevin Ramírez. "No nací en cuna de plata, pero sí dormía en la misma tina donde me bañaban con leche dizque pa’ subir las defensas".
Por ahí dicen que llegar a la universidad es romper la burbuja en la que se vive, pero no sabía que la toteada también incluía la estrellada que me iba a meter con una sociedad llena de sparkies sparkies -o sea, de gomelos. Para que me entiendas, mariquis-.
No nací en cuna de plata, pero sí dormía en la misma tina donde me bañaban con leche dizque pa’ subir las defensas y, con ese mismo ‘folklore’, me crié en dos barrios de Kennedy: Casablanca y Castilla. Uno reconocido por sus barristas del América y el otro por ser una chimba para los apartamenteros.
La pasábamos en el parque subiéndonos a los árboles, jugando metegol y, lo más atrevido, era jugar “tin tin corre corre” mientras el burgués del barrio se paseaba en su cicla. Aunque sí, no niego que nos tocó ver cosas que tal vez ni entendíamos: carteles de limpieza social, toques de queda, peleas entre barras bravas, robos y hasta muertos.
En ese entorno aprendí muchas cosas como: la lealtad, el compromiso y nunca fallarle a alguien que te ha dado la mano. Además, por más duro que suene y no nos hayamos dado grandes lujos, nunca nos faltó nada; siempre estuvo el hogar, la comida y el estudio que fue en una escuela distrital, mariquis.
Mi familia siempre ha sido echada pa’lante y ha querido lo mejor para mí, así sea a punta de sacrificios. Por eso, después de terminar primaria, me cortaron el potencial de terminar en farras de dos mil pesos en Bosa y me metieron en un colegio privado. Pa’ más piedra, masculino y católico.
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Qué paridera fue madrugar, ir hasta la 26 con Boyacá y aguantarme los gritos que decían: ¨Ay, vea. Una niña¨ por el simple hecho de tener el cabello largo. Ahí aprendí que para ser hombre no hay que dárselas de macho. También me tocó soportar a los que serían los futuros ‘gerentes’ de Forex presumiendo de las supuestas camionetas y helicópteros de los papás mientras sonaban los “ushhhh” cada vez que decían mi nombre llamando a lista. Aunque ahí sí tenían razón, mis papás me sentenciaron a ser una nea con el Kevin Stiven.
Asimismo, el clasismo me la aplicaba a la inversa, sin ni siquiera saberlo. Por ejemplo, una vez un ‘dizque amigo’ de primaria me amenazó por Facebook por “dármelas de mejor estrato” al entrar a estudiar a un privado. “Usted se aparece por Casablanca, y lo mandó a chuzar”, me decía el socito. De igual manera, mis compañeros del colegio me la montaban por tener un celular táctil. Llegaron a decir que me iban a robar y hasta cascarme.
Dentro de ese limbo, no siendo ni de aquí ni de allá, al mejor estilo de Sergio Fajardo, terminé el colegio para meterme a estudiar Comunicación Social en la Javeriana. Algo completamente distinto a lo que hacía en el colegio; allá estaba en el énfasis de electricidad y electrónica, eso sí, solo servía para hacer cortocircuitos.
Yo, la verdad, me sentía algo apenado cuando mi familia y algunos amigos me abrían los ojos al decirles que iba a estudiar en la Ponti, mariquis. “Espero que no te vuelvas como esos gomelitos fastidiosos y solo te la pases con esas greñudas, ¿no?”; “Primo, esa universidad tiene mucha presión social. Mis amigos se fueron de allá por eso”. Pero también tenía amistades que salían con opiniones elegantes, finas y objetivas: “Uy, ¿La Jave? Allá hay gomelitas re lindas. Toca que presente, perro”.
FOTO: Kevin Ramírez.
En todo caso, ambas partes tenían algo de razón. El primer día de inducción fue extraño. Al llegar al salón, mucha niña bonita y muchos manes muy mal mirados. Lo siguiente fue darme cuenta de que sería muy distinto a lo que estaba acostumbrado cuando nadie sabía de mi colegio, la gran mayoría se conocía y solo hablaban de su frutideliciosa excursión a Cancún.
— Parce, yo no tuve ni excursión.
De ahí para acá, estar en esa universidad ha sido una tragicomedia. En muchas ocasiones, sentirme fuera de lugar se ha vuelto más normal que las payasadas del Gobierno. Uno se encuentra con gente que ni a palo coge transporte público o pasa el túnel; personas que no conocen más allá de la 26; los básicos que solo hablan sobre qué van a hacer el próximo fin de semana y cuál de sus compañeras tiene el culo más grande; tampoco falta la niña que con su spanglish va dando nuevo nombre a todo: “¿Cómo es que se dice en español?”.
Uno no se aburre en esta universidad. Además hasta se aprende un nuevo idioma y dentro de la capital ¡Maravilloso! Por ejemplo, una vez en clase necesitaba un poco de corrector. Mi compañera de al lado tenía, así que se lo pedí:
— ¿Me prestas corrector?
— No tengo.
Recordé que aquí se decía de otra manera:
— ¿Y Liquid tienes?
— Sí, toma.
Les juro que esto fue real.
En fin, también mentiría si dijera que en la Javeriana todos somos de ese estilo tan patético. He conocido personas que también se la han luchado, y la luchan, para estar en la universidad y otras que aún así les sobre la plata son una chimba.
Asimismo, hoy en día mis amigos del colegio me la montan supuestamente porque me ‘gomelicé’ y hablo hasta distinto, y puede que sí. Sin embargo, tengo más claro de dónde vengo que para dónde voy.
Finalmente, me he dado cuenta de que ese ‘clasismo’ va por los dos extremos; los que tienen muchos recursos y los que tienen lo justo. Se tiran por arriba y por abajo, cada quien partiendo de imaginarios sociales sin conocer en realidad ambas historias, como dice Chimamanda. Dejar las diferencias al lado va a ser trabajo complicado, pero mientras me sigan preguntando por el ambiente universitario, diré lo mismo:
— Bien, ahí vamos. Siendo un gomelo pa’ las neas y una nea pa’ los gomelos.
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