La política cultural de Claudia López parece prometedora a primera vista, pero ¿hasta dónde llega la promesa para quienes apuestan por construir cultura en la escena electrónica underground?

FOTO: Juan Sebastián Solis. 

 

Al darle un vistazo a la política cultural de la nueva alcaldesa, la reacción será similar a la de su secretario de cultura en el Concejo de Bogotá: un salto en un mundo de sueño y fantasía. Divagaremos en un mar de conceptos etéreos y nos encantaremos con propuestas llenas de tanto color como quisieran dejar a los buses de Transmilenio. Veremos conceptos como ‘cultura ciudadana’, ‘pedagogía de la igualdad’ y ‘ciudad creativa’. Probablemente nos enamoremos y confiemos en el advenimiento de un futuro prometedor para la cultura capitalina. La apuesta por la cultura parecerá firme y contundente, igual que la política de seguridad ha demostrado serlo con los estudiantes. 

 

Son notables los apoyos que la alcaldía pretende dar. Pareciese que casi quisiera construir la cultura a imagen y semejanza de su discurso. Pero a la alcaldesa parece que se le olvida que la cultura no se construye por decreto. Y esa imposibilidad se encontrará sobre todo, cuando se tope con las escenas electrónicas underground que han nacido y subsistido a pesar de, y no por el apoyo del Estado. Una escena que se ha constituido como alternativa y en algunos casos contra-hegemónica, probablemente no marchará por los caminos que la institucionalidad piense plantear. 

 

La escena electrónica ha crecido principalmente a través de la perseverancia de sus agentes. El apoyo institucional ha sido escaso, mientras que las trabas han sido abundantes. Andrés, un estudiante de último semestre de música, productor y dj residente de un club emergente de la ciudad, quien prefirió mantener su identidad bajo el anonimato, comenta que los apoyos institucionales no tienen en cuenta el trabajo de artistas como él. “Uno ve que salen convocatorias de la Alcaldía o la Secretaría de Cultura, y va uno a verlas y no tienen nada que ver con el trabajo que uno realiza. Por eso casi todo lo que hemos logrado ha sido a través de alianzas entre nosotros, o con inversionistas privados, muchas veces con el riesgo de perder el dinero por la falta de público”.

 

La política de Claudia López afirma apoyar “sin restricciones la formación de público”. Pero si le echamos una mirada al pequeño público que se ha formado alrededor de subgéneros del techno y el house, veremos que es mínimo comparado con otras escenas musicales populares que suenan en radios, discotecas y hasta en televisión. Este pequeño público encuentra en estos espacios una oportunidad de ampliar sus horizontes culturales, y sería provechoso para la diversidad cultural de la ciudad que pudieran encontrar formas para crecer y consolidarse. 

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Pero normalmente, los públicos de la música electrónica enfrentan algunos problemas que reflejan prejuicios de larga data sobre la música, la juventud y la vida nocturna. Sobre la escena recaen imaginarios relacionados con el tráfico de drogas, adicciones y hasta prostitución. Esto provoca que muchas personas no se acerquen a estos espacios, y quienes lo hacen, guardan una especie de vergüenza fundamentada en el “qué dirán”. Además, la policía constantemente frecuenta estos lugares y dificulta su desarrollo. 

 

Hay cierto prejuicio de la sociedad que se manifiesta en los representantes de las distintas instituciones, quienes ven la extensión del horario de fiestas como un causante de descontrol y crímenes. Mauro Calderón, dj, productor y socio de Menos Uno, un club que lleva una corta pero firme trayectoria en la escena, comenta que es necesario entender la escena musical electrónica y sus particularidades más allá de estos prejuicios: “es necesario generar cultura desde el respeto, evitando caer en excesos”. Sin embargo, muchas veces los prejuicios alrededor de estas fiestas alimentan dichas prácticas, haciendo que mucha gente se acerque a la rumba con la única intención de ‘perderse’, deteriorando y perjudicando la construcción de públicos conscientes y respetuosos de la cultura.

 

A partir de esto se puede entender que, a pesar de los permisos para operar hasta la madrugada, la policía continúe molestando. Esto lo confirma Mauro, quien dice que a pesar de la política “Sello Seguro”, que permite a ciertos establecimientos operar hasta las 5am, a veces la policía “llega a las 3:45 o 4:00 de la mañana y toca cerrar. La mayoría de veces intentamos mediar, siempre desde el respeto. Pero hay veces donde simplemente nos toca seguir las órdenes para no tener problemas”. Cuando esto ocurre, las pérdidas económicas son claras, pues, según él, a veces se pueden hacer hasta dos millones de pesos en dos horas de fiesta.

 

Esto, sin contar las veces en que los agentes llegan con la intención de pedir sobornos, que la mayoría de las veces son pagados -a pesar de ser injustos e ilegales- para evitar cualquier inconveniente que moleste al público. “A veces llegan a pedir plata diciendo que toca cerrar por “esta” o “aquella cuestión”. Muchas veces ni hay argumento, pero toca dar el dinero porque un ratico que se pare la música ya la gente se aburre y se va”, comenta Andrés, quien también recalca las dificultades de mantener a la gente enganchada con una música tan específica y que está en desventaja con géneros y propuestas culturales más pop.

 

Él también ve estas restricciones y dificultades de operación como algo muy negativo. Considera que debería haber más libertad para estos espacios. “En otros países de Latinoamérica la fiesta puede seguir hasta las 7 de la mañana, en otros hay fiestas hasta de 24 horas. Las ciudades se piensan como espacios vivos las 24 horas del día. Acá en Colombia podríamos acercarnos a eso; a vivir la cultura 24/7”. Ni qué decir de otros lugares del mundo, donde las restricciones horarias dependen del bar y su capacidad de operación. Ante esto, la alternativa no sería dar permisos desenfrenados. Claramente hay establecimientos con la capacidad de brindar un servicio responsable y otros que no tienen esta posibilidad. En este sentido, la política debería pensarse para evaluar esta posibilidad, sin generar excesivas dificultades burocráticas o caer en la mera prohibición.

 

La apuesta por crear música de vanguardia y buscar que cada vez más gente la escuche y baile, implica numerosos los problemas. Sacar adelante estos proyectos alternativos y poco conocidos, contribuir a la construcción de públicos específicos, apostar por generar un estilo colectivo propio y la necesidad de mantener el proyecto financieramente, se convierten en algunas de las tareas fundamentales. Esa cultura se construye con espacios con libertad para proponer. Se construye entendiéndola como una propuesta contrahegemónica y alternativa, y en ese sentido, si lo que se quiere es fomentarla, se debería, como mínimo, empezar por quitar restricciones tan nocivas desde el ejercicio de la autoridad, atacar los prejuicios desde el discurso y abrir espacios desde la políticas.

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