Por: Pablo Gabriel Iriarte García // Periodismo Digital
Fotos: Archivo particular
Esta es la historia de dos amigos que con sangre y sudor lograron convertirse en pilotos oficiales de Avianca A320. Pero justo cuando estaban empezando a volar con recurrencia, incluso a destinos internacionales, se esparció el coronavirus, que frenó por completo sus carreras. Para ellos, su destino es incierto y desesperanzador.
A esa edad, los niños se disfrazan de profesiones que idolatran: se vuelven policías o bomberos por un día. Pero con el tiempo, esto pierde relevancia y termina convirtiéndose en un recuerdo. Este no fue su caso. Juan Pablo y Samuel sabían desde pequeños que serían pilotos de avión. Juan Pablo la tuvo fácil, pues su papá había sido piloto durante gran parte de su vida y rápidamente se enamoró de esta profesión. “Desde chiquito, a raíz de la experiencia de mi papá, que también es piloto, viendo su vida y su carrera, supe que era lo que quería estudiar. Una vez me llevó a Barcelona, y otra, a Los Ángeles, y ver a mi papá volar fue la más grande inspiración. También es una carrera de mucha tradición familiar, existen muchos linajes de pilotos”, relató.
En cambio, Samuel sí remó contra la corriente. Desde hace mucho tiempo, los Lastra son una familia de abogados, y tuvo que luchar bastante para cumplir sus metas profesionales. Cuenta Lastra: “A mí siempre me apasionó el tema de la aviación: estar viajando, conocer nuevas culturas, nuevas personas. Siempre me apasionaron los aviones desde pequeño. Es una profesión que se sale de lo común, uno siempre tiene el temor de decir que quiere ser piloto, más aún cuando mi familia es de abogados y estaba rompiendo con esa tradición, pero yo quería perseguir mis sueños”.
En los últimos años del colegio, Samuel, a diferencia de Juan Pablo, no estaba completamente convencido de convertirse en piloto. Juan Pablo y su padre, Andrés Mendoza, le dieron el empujón que le hacía falta. Este apadrinó a los dos jóvenes y los aconsejo en los primeros momentos de su carrera. Todavía hoy lo sigue haciendo. “El papá de Juan Pablo fue quien nos orientó en todo este tema, sabiendo que él también es piloto de Avianca. A ellos les debo gran parte de lo que soy hoy en día como profesional”, afirmó Samuel. Fue Andrés quien los acompañó a los Estados Unidos a mirar escuelas de aviación, a buscar apartamento y, lo más importante, a llenarlos de confianza y sabiduría. Fue así como, después de haber compartido trece años de vida —en los que se veían entre cinco y seis días a la semana—, volaron a otro país, empezaron a vivir juntos y siguieron luchando para hacer realidad el sueño de volverse pilotos.
A pesar de que, según Andrés Mendoza, los pilotos colombianos son muy solicitados a nivel mundial por la topografía y la variedad climática de nuestro país, en los Estados Unidos las escuelas son mejores, pues son la cuna de la aviación. “En los Estados Unidos la tecnología de los aviones es mucho mejor, la facilidad de volar; uno sale con conocimientos mucho más sólidos que los de acá. Además, allá básicamente es como rentar un carro: a uno le pueden soltar el avión muy fácil, siempre y cuando uno tenga los papeles al día. Esto le permite a uno desenvolverse solo, [pues] le dan mucha libertad. Al fin y al cabo, usted es el responsable del vuelo. Y eso nos formó como pilotos: así perdimos el miedo inicial a volar y a tomar las decisiones más acertadas”, complementó Lastra.
Después de un año, diploma en mano, se devolvieron al país, listos para buscar una aerolínea que quisiera contratarlos. Pero se enteraron de una devastadora noticia: “La situación laboral en Colombia estaba estancada en cuanto a la aviación, y en todas las aerolíneas estaban pidiendo el requerimiento de tener mínimo 21 años. Nosotros nos habíamos graduado de 17, 18 años, entonces no había como involucrarse en una actividad laboral” contó Mendoza.
Eso significaba que durante los próximos tres años estarían alejados de una cabina de avión. Sus licencias expiraron, pues para mantenerlas vigentes es obligatorio volar al menos una vez cada tres meses. Si no lo hace, tiene que renovarla con mínimo tres despegues y tres aterrizajes. Como ellos sabían que no iban a ser contratados, decidieron dejar vencer sus licencias para evitar un costo de medio millón de pesos por hora de vuelo, ¡un precio ridículo desde cualquier perspectiva! Esta sería la primera prórroga que sufrirían en su corta carrera como pilotos.
En ese tiempo legalizaron las licencias estadounidenses que habían conseguido. Juan Pablo empezó cursos en la International Air Transport Association (IATA), y Samuel, cumpliendo la otra parte del trato con sus padres, empezó a estudiar Administración de Empresas de manera virtual. Como tampoco era fácil acceder a equipos de simulación, se las ingeniaron y empezaron a hacer simulaciones con el simulador de vuelo de Microsoft para mantener fresca la agilidad mental que requiere volar.
Un año después, en 2017, recibieron una gran noticia por parte de Avianca. El presidente de entonces, Germán Eframovich, quería empezar un curso de copilotos para que se “empaparan” de diversos conocimientos de la empresa; para que, cuando lo acabaran, cumplieran con los requisitos necesarios para ser contratados oficialmente. Después de largos meses de quietud, de desilusión y oscuridad, por fin veían una luz. Ya portaban sus camisas blancas con el logo de Avianca, y les faltaba poco para recibir las barras de copilotos en sus hombros. Se acercaba la hora de empezar a volar.
Después de estar casi un año rotando por varias áreas de la aerolínea, en enero de 2019 empezaron el curso teórico del A320, y lo finalizaron en abril del año pasado. Esto significaba que cambiarían la cabina de un simulador por la de un avión. Cuando Samuel cierra los ojos y recuerda el día en que voló por primera vez un A320 de Avianca, le llega a la cabeza un recuerdo preciso de cada instante, cada rostro y cada movimiento: “Siempre es una responsabilidad grande. Uno siempre va asustado, pues lleva 200 personas y ninguna de ellas sabe que es la primera vez que usted está volando un avión. Uno siente el peso de ver a las personas montándose, saludándolo… Toca tenerlas bien puestas”.
Volaban con bastante frecuencia, y Samuel estaba cumpliendo su sueño de conocer nuevos lugares, paisajes y personas. Por fin se sentían recompensados por la vida. Colombia les empezó a quedar chiquita, y tuvieron que volar a lugares como Curazao, Punta Cana y Lima. Fueron siete meses de felicidad, llenos de experiencias laborales y cotidianas. Pero todo cambió cuando la covid-19 empezó a esparcirse por todo el planeta, y los primeros lugares en cerrarse fueron los aeropuertos.
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El efecto del coronavirus golpeó primero a Samuel, pues el 22 de enero le asignaron el que ha sido (hasta ahora) su último vuelo: la ruta Barranquilla-Bogotá. 56 días después, Juan Pablo voló por última vez un avión, de Cartagena a la capital. Llevan ocho meses mal contados sin pilotar un avión, pues las aerolíneas a nivel global manejan el inquebrantable “escalafón de antigüedad”.
Lastra explicó de la siguiente manera este fenómeno: “En Avianca y en toda aerolínea se maneja un escalafón de antigüedad. Es una lista que va desde los más antiguos a los más nuevos, y así se sabe quiénes tienen mayor experiencia para darles prioridad en el momento de delegar vuelos. Claramente van a prevalecer las tripulaciones que llevan 20 o 10 años con la empresa, antes que un piloto que lleva 1 o 2 años. Es entendible, pero a la vez frustrante. El escalafón de antigüedad es ganado por el sudor de cada quien, entonces toca respetarlo”.
Cuando el presidente Iván Duque empezó a restringir vuelos y rutas, ellos supieron inmediatamente que pasaría mucho tiempo hasta que volvieran a montarse en la cabina de un avión. Afortunadamente, Avianca había alcanzado a renovarles por un año más el contrato en junio; sobre todo porque a finales de ese mismo mes se tomó la decisión de no renovárselo a otros 3 500 trabajadores.
A pesar de que están agradecidos de seguir perteneciendo a la empresa, desde marzo se encuentran bajo licencia no remunerada. Más allá de la brecha salarial, lo más difícil es la incertidumbre de lo que va a pasar con sus carreras. Cada día se preguntan: ¿cuándo voy a volver a volar un avión?, ¿qué va a pasar con los pilotos jóvenes?, ¿acaso debería empezar un nuevo camino y olvidarme de la aviación?
No le han encontrado respuesta a ninguna de estas preguntas y, por lo pronto, lo único que pueden hacer es mantenerse activos y ocupados. Samuel está a escasos meses de terminar su carrera de Administración, mientras que Juan Pablo incursionó en la gastronomía y está haciendo cursos de preparación de cervezas artesanales. Lo más cercano que van a estar a la aviación ocurrirá en los dos chequeos anuales que exige la Aerocivil y que son realizados en simuladores.
Samuel confesó que lo que más extraña de volar es “aterrizar un avión y los grandes paisajes que se pueden observar desde arriba”; Juan Pablo, que “volar es la adrenalina que se siente al momento del despegue y al aterrizaje, y la libertad y la paz que se siente en los vuelos”.
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Nadie en la industria sabe lo que va a pasar; si la situación va a mejorar repentinamente o va a retornar a los difíciles meses de marzo y abril en los que los aeropuertos parecían pueblos abandonados. A pesar de que el mes pasado Avianca movilizó 326 071 pasajeros, lo único que realmente puede darles luces de lo que pasa y lo que pasará los próximos meses es el escalafón de antigüedad…, y las condiciones no son favorables. “El panorama tanto para Samuel como para mí es muy poco alentador, en el sentido en que como somos nuevos y no tenemos muchas horas de vuelo, entonces no podemos competir con otros pilotos que tienen mucha experiencia”, afirmó Juan Pablo.
Esta realidad también lo ha llevado a considerar irse a vivir a otro país en el que la situación de la covid-19 esté más controlada, y así puedan surgir opciones laborales para pilotos. Por ahora, Samuel está concentrado en terminar su segunda carrera, y con un tono de voz bajo y resignado contó que “no queda otra que esperar, sabiendo que nosotros somos de la cola. Fuimos los últimos que contrató la empresa, entonces así seremos los últimos en ser llamados para volver a volar. Paciencia y fe, porque no hay de otra”.
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