Mi cuerpo no quiere tu opinión: una historia de acoso en segunda persona

“Eres parte de del 48% de las mujeres y niñas que han sido acosadas; del 26.4% de las jóvenes donde su agresor dijo ese piropo porque quería satisfacer sus necesidades. Perteneces al 30.2% de aquellas que fueron acosadas en la esquina de su casa, del 34.14% que escucha dichos comentarios más de una vez al día”.

Por: Mariapaz García Herrera

Imagen: Wikimedia Commons

—¡Uf, que rico! —dijo el hombre.

Tenías tan solo 12 años, Juliana[1], tus caderas y senos ya estaban creciendo y las miradas de los hombres se empezaron a ir encima de ti, como una oveja rodeada de lobos. Tu cabello negro y largo, los hoyuelos que se te forman al sonreír en tus cachetes rojos, ojos negros en forma de almendra, que ahora decoras con un delineado similar a la silueta de una cola gato sobre tus pestañas largas, el 1.70 de estatura y tu tez color café con leche, comenzaron a ser la justificación para que cualquiera se creyera con el derecho de decir algo de tu cuerpo.

Decidiste salir a altas horas de la noche de tu casa, pues desde que te conozco has sido independiente y madura para la edad que tienes, incluso en ese momento. Un hombre iba de la mano con su hija de ocho años y no le importó saber que lo que te dijo se lo iban a decir a ella tiempo después.

—¿Tú crees que eso a mí me parece bonito? —exclamaste.

—Estamos en un país libre —respondió— yo puedo decir lo que se me dé la gana.

—¡Qué asco! —dijiste con rabia e impotencia.

Por un segundo pensaste que aquel hombre se iba a ir encima de ti, a golpearte, pues estaba alterado porque no esperaba tu respuesta. Solo huiste, sin pensar en nada, ni si él te perseguía, corriste hasta que te sentiste a salvo.

—Me empecé a volver un poco agresiva —dijiste por una nota de voz que enviaste por Whatsapp, con ese tono tranquilo que siempre te ha caracterizado.­ Desde ese día, a tus 12, empezaste a ser consciente de que serías el blanco de miradas y que, con el tiempo, te tocaría adaptarte a ello.

Ana Sofía, nuestra amiga, también se adaptó cuando a sus 12 años iba con su mamá por la 13 y al pasar por una tienda, dos hombres la empezaron a chiflar y a mandar picos. Ana Maria, igualmente a los 12, iba con una amiga por la calle y un señor las comenzó a seguir y hacerles señas poniendo su lengua entre sus dedos, sinónimo de que les quería chupar la vagina; al igual que tú, salieron corriendo. A los 13, la misma Ana María iba en Transmilenio con su madre, Doris, quien le cedió el único puesto vacío junto a un hombre mayor; le empezó a tocar la pierna, el miedo la dejó perpleja.

Por mi parte, te cuento que tenía 12 y mis tetas ya eran notorias, iba de camino al paradero de la ruta ubicado en el Body Tech de la 138 y en el semáforo un hombre me miró de arriba abajo. Recuerdo que llevaba una camisa blanca manga corta con un estampado azul y naranja, un jean, unos Converse blancos y un saco del mismo color con líneas verticales.

—Uy mami, ¿la llevo? —me dijo el hombre sobre la bicicleta.

Fue la primera vez que salía sola de la casa, me costó hasta mis 16 años tener el valor de volver a hacerlo, aun ahora a mi 21, a los 20 de Ana María, Ana Sofía e incluso tuyos, seguimos temiendo cada vez que salimos a la calle sin importar la hora, si el trayecto es largo o corto, lo que tenemos puesto o mandándole nuestra ubicación a otra amiga que vive con el mismo miedo.

Imagen: Wikimedia Commons

***

Estuve en tu casa hace unas pocas semanas, pedimos un six pack de cerveza costeña, cada una se tomó tres; reímos, adelantamos cuaderno y empezamos a hablar de nuestras historias con acosadores, de los hombres del colegio o de las actitudes que tuvieron hacia nosotras a quienes considerábamos nuestros amigos. Es curioso que siempre toquemos el tema cada siempre que nos vemos y reflexionamos que jamás hemos estado a salvo o al menos seguras.

Suena música de fondo Zayn Malik cantando Dusk Till Dawn llegando a notas que muy pocos hombres alcanzan e hicimos chistes de que no hemos superado que ya no exista One Direction; pusiste a Lana del Rey, tu cantante favorita, a quien consideran como alguien que solo habla del suicidio o depresión pero que sus letras se centran en cómo sus parejas la han violentado. Creo que te ves en ella.

Te pregunté cuándo fue la última vez que te sentiste acosada, me dijiste que es algo que ya omitías, que pudo haber sido esa mañana, al entrar a tu conjunto o cuando ibas por la calle y, sin darte cuenta, un hombre te realizó unos rayos x con su mirada y en sus adentros deseó estar contigo.

—Para mí el acoso es cualquier cosa que esté fuera de mi consentimiento —dijiste con un tono serio y como si por tu cabeza hubieran pasado gran parte de los momentos donde un hombre te hizo sentir pequeña o débil, bajaste tu mirada y no dijiste nada por unos segundos.

Levantaste tu mirada, suena Bad Bunny de fondo.

—Salgo de mi casa predispuesta a que algo puede pasar, a que tal vez no llego viva —añadiste—. No debería ser así, pero por ejemplo un comentario como “buenos días, linda”, me parece atacante.

El pasado te obligó a vivir a la defensiva, forzó a todas a estar listas, pues sabes que al cruzar la puerta de tu casa estás en un campo de guerra. Aprendiste por qué calles no caminar, si dar la vuelta a la izquierda o a la derecha a una hora, si llevar esa falda o no, si maquillarte, si ir con ese amigo que la vez pasada te robó un pico sin que lo quisieras o si valía la pena salir. Piensas en todos los escenarios posibles, mandas tu ubicación y las placas del carro a quien sea, le avisas a tu amiga que ya llegaste, intentas tener algo en la mano que te ayude a defenderte: llaves, sombrilla, incluso has escuchado a otras que llevan un teaser o gas pimienta. Has estado gran parte de tu vida sobreviviendo.

Imagen: Wikimedia Commons

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Limites…el tuyo, Juliana, es no sobrepasar de lo que se debe respecto al nivel de confianza que tenga el hombre contigo. Si tu amigo Miguel te comenta que estás linda, no te sientes atacada, pero si el celador de tu conjunto te lo dice, es acoso. Para tu mamá, Paola, la vez que las pitó un hombre no lo fue, es más ella se sintió halagada; sin embargo, tú le respondiste con el dedo del medio.

Para mi abuela, Amelia, el halago se ha ido convirtiendo en acoso como si ellos hubieran cambiado su manera de hablarnos. Para la época de ella el hombre que dijera algo de ti era un caballero, era un macho de verdad. Incluso ahora a los que nos han acosado a ti y a mi pueden creer eso, que son más hombres; pero mi frontera no se encuentra ni cerca a la tuya, pues depende de cómo me miren y lo que venga después de eso: lamerse los labios, cogerme de la cintura, acercarme a ellos, robarme un pico sin pedirlo o insinuarlo. El límite de tu mamá y mi abuela es muy borroso aún, les enseñaron que esa es, quizá, la forma correcta en la que se les debían acercar.

—Es una cuestión generacional —comentaste— tal vez ahora son más vulgares, pero sí lo son o no para mí es acoso.

Me pareció curioso que dijeras eso, ya que hace unas semanas atrás me puse a la tarea de buscar lo piropos más usados, a que no adivinas qué me salió…nada relacionado con los comentarios que hemos escuchado. Google ponía frases como: “estás muy linda”, “esa falda te luce”, “me gusta el color de tus ojos”; cuando la realidad es: “me la voy a robar”, “¿tan bonita y sola?”, “yo a usted le hago la vuelta”, “no me tenga miedo que yo no muerdo”. Les han enseñado a los hombres que no hay distinción entre uno y otro, pues ambos los debes agradecer; a diferencia tuya, ellos no saben cuál es el límite.

Hace medio año “A”[2], uno de tus mejores amigos, cruzó el límite que antes creías que él conocía. Fueron a Chía a celebrar el cumpleaños de otro de ellos, habitabas en un círculo seguro, pues jamás había pasado algo. Tragos, baile y risas, ya estabas borracha; decidiste ir a recostarte un rato en la cama del anfitrión para bajar la borrachera. “A” entra al cuarto, se acuesta a tu lado, te dice que también está muy ebrio, se empiezan a besar; solo bastaron unos minutos, no querías estar allí con él, besándolo. Intentas empujarlo para quitarlo, él te agarra y te fuerza a seguir haciéndolo. Logras escapar después de algunos segundos y la noche sigue como si nada estuviese pasando.

Llega la madrugada, ya todos están demasiado borrachos y decidieron irse a dormir, contaste con la mala suerte de tener que hacerlo entre “A” y otro de nuestros amigos; se acuestan en el piso del gimnasio de la casa sobre una colchoneta, vuelves a sentirte segura. Horas más tarde, sientes una mano acariciar tu entrepierna, a poco centímetros de tu vagina; era “A”. Te levantaste asustada, sales corriendo del cuarto, pides un Uber, “A” te alcanza.

—¿Te vas ya?  —preguntó “A” como si nada hubiese pasado

—Si…es que…mis papás me llamaron. —respondiste con nerviosismo—Mi Uber ya llegó. Chao.

“A” se te acerca, te agarra la cara y, como si no hubiese sido lo suficiente lo que pasó en aquel cuarto, te da un beso.

Me contaste todo esto diciendo que en cierta parte era tu culpa por haber dejado que te besara antes, quiero que sepas que no lo era, Juliana; así hubieras estado borracha, sobria, sin ropa, drogada, sola o acompañada. “A” jamás fue tu amigo, los amigos de él nunca te vieron como amiga, nunca estuviste a salvo; tu circulo seguro se rompió esa madrugada. Dejaste de confiar en tus amigos, en tus conocidos, en los papás de tus amigxs. Esa noche supiste que ninguno de ellos tenía un límite sobre ti, ya no estabas segura en ningún lado. Estar en una casa se volvió un campo minado al igual que en la calle.

Ahora pienso que si tal vez yo hubiera ido esa noche aquel acontecimiento no hubiese pasado, tal vez te hubieras ido conmigo y así no te habrías quedado, tal vez no irías a ese cuarto porque yo te cuidaría en tu borrachera o al menos habría ido contigo. De saber antes eso, te abrazaría como esa tarde en tu casa lo hice, te diría que no era tu culpa, me disculparía por no estar allí. Perdóname.

Imagen: Wikimedia Commons

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En El diario de Noah, en El amor en los tiempos del cólera, en el Manual de Carreño, en After, en Crepúsculo, en La naranja mecánica están las palabras que les dieron argumento a los acosadores; pero también sus narrativas tienen melodías y letras de justificación en el reggaetón, en la bachata, en los boleros, en los vallenatos, en el rap, en el trap, en el rock, en la cumbia, allí se han formado tus acosadores, viejos y jóvenes; de cierta manera esa educación que los rodeó se coló, sonó y leyó en la casa de tu mamá, de mi abuela y de ti. Eso fue lo que me reveló Javier Moreno, profesor de sociología de la Javeriana cuando le dije a través de Zoom que quería hablar del acoso, de tu historia, de ellos.

Estás rodeada por una cultura que enseña a los hombres a mirar, tocar y piropear a la mujer, debido a que está bien, pues a ti y a las demás nos enseñaron que hay que aceptarlo y no decir nada. Es correcto que te roben un beso, ya que es romántico; que te chiflen por querer llamar tu atención; que hablen de tu físico, de tu ropa, de tu olor, puesto que siempre debes sentirte bella y deseada. Para ellos es normal porque las canciones, las novelas de amor y la supuesta poesía son la justificación para que se crean más poderosos; en cambio tú, Juliana, estás mal, equivocada, porque no lo aceptas como deberías hacerlo.

Javier me lo dice y a ti también: “Pedro Infante, Antonio Aguilar, Jorge Negrete son los ejemplos del cantante macho que debe ser conquistador, a través de la palabra”.

Recuerda que el sucesor de Infante fue Vicente Fernández, el de Vicente, su hijo Alejandro y el de él Alex Fernández. Se nos revelan como un legado que le canta al amor, pero tú y yo sabemos que es otra cosa, que lo único que heredan entre ellos es una caballería machista, reproducen un relato en las que somos sus amores si decimos que sí o la traición si decimos que no. Son diferentes voces, es la misma canción.

Recuerdo cuando en noveno leímos El amor en los tiempos del cólera. Recuerdas a Florentino vigilando cada movimiento de Fermina durante más de medio siglo para poder estar con ella, porque las diferencias de clases sociales no lo permitían. También sucedió en Romeo y Julieta y, adivina, Crepúsculo es lo mismo, pero con vampiros. A tus acosadores les han metido en la cabeza que tú eres Fermina y ellos deben ser Florentino.

—Yo creo que a veces los hombres pecan de ignorantes. —dijiste mientras pasabas un trago de la segunda lata de cerveza— Probablemente el “buenos días, linda” de un obrero no viene de un lugar morboso, tal vez es solo un “buenos días”, pero no significa que esté bien o sea consensuado.

Javier me dijo que a veces los hombres que acosan y son machistas es porque vienen de madres que son igual de machistas, que su estrato social influye, el tipo de educación, sus ingresos, de dónde vienen y hacia dónde van.

Un obrero jamás te va a acosar igual que un indigente, pues estos últimos son más agresivos; un hombre de estrato alto nunca te dirá el mismo piropo que el obrero, el primero será elegante; tus amigos no serán similares que aquel que te diga algo en la calle, debido a que creen que por la confianza tienen posibilidades sobre ti. A ellos los educaron para ser machos de diversas maneras, así como a ti te educaron para vivir con eso por ser mujer. El castigo divino por haber comido el fruto prohibido.

—Cómo entender en la calle el comportamiento de los hombres que utilizan una mirada, por ejemplo —dijo Javier—qué tipo de hombres son, que edad tiene. Si son jóvenes pueden estar creyendo que están conquistando, que son coquetos. Si son mayores de 60 podrían ser el viejo verde, los que crecieron con dos tipos de mujeres: las que están en la casa y las de la calle, las prostitutas.

Tú no eres ninguna; sin embargo, en una casa o en la calle has sido acosada, abusada y reducida a una cosa.

—Deberíamos estar en el punto en el que pudiera salir desnuda a la calle y no me tuviera que pasar nada. —comentaste tras abrir tu tercera pola—Tristemente tenemos que estar alerta con cualquier hombre. Para ti no hay diferencia, pues de alguna forma u otra has vivido experiencias con toda clase de hombres; Miguel, tu mejor amigo, puede hacerte daño, tu celador, el papá de una amiga, el del bicitaxi, donde posiblemente no todos quieran lastimarte, pero la experiencia te hace creer que sí.

***

—No deseo que las mujeres tengan poder sobre los hombres, sino de sí mismas —me comentó Gisselle, experta en lenguaje corporal, mediante una llamada de Zoom tras decirme que considera que hay que poner a los hombres en la misma situación que tú has vivido y que ella ha experimentado.

Piensa esto, Juliana, que un hombre tenga el mismo miedo cuando hay una mujer detrás de el en medio de la calle, que se le acerque lo suficiente para que prefiera que le haga lo que sea con tal de que lo deje en paz. Que le toquen la cola, que cuide su bebida en cualquier discoteca, que se vea obligado a cargar elementos de autoprotección o que simplemente con un “¡Uy papi, que rico!” sientan que se le viene el mundo encima, que sienta un hoyo en el estómago, aprieten los ojos y los puños, aumenten su velocidad al caminar, se cierren la chaqueta y recen en su cabeza para que solo sea ese comentario y nada más.

—El problema como tal no es la mujer, hay que involucrar a los hombres para que entiendan —añadió Gisselle—. Al hombre se le está quitando de encima un montón de responsabilidades, no hay que tratarlos por separado sino juntos para que sepan que son parte de la ecuación.

El día que nos vimos, tu amigo Migue, como le dices, me mostró una gráfica que había realizado para saber cuándo una mujer debe ignorar o salir corriendo durante el acoso; la información la sacó del colectivo Niñas sin miedo. Te resumo lo que dice: si te chifla, te mira o te dice algo, solo ten cuidado y sigue con tu camino, lo cual has hecho bien hasta ahora; si se acerca y te susurra o te toma fotos sin tu permiso debes reaccionar, y si te acorrala, amenaza o manosea, huye. Te están ensañando qué hacer, ¿por qué a ellos no?

“Escogen a la que está distraída, a la que tiene audífonos, a la que camina con la mirada agachada, si arrastra los pies, miran si no tienen nada en las manos –incluso–  a las que llevan el cabello recogido ya que es fácil someterlas” me dijo Gisselle que así te seleccionaron para ser acosada, como un león vigilando a su presa. Ellos siempre te ven, saben si estás feliz o triste, si te sientes bien o mal con lo que llevas puesto, si eres capaz de reaccionar o no; parece que supieran más de ti que tu misma, que de alguna forma van a ganar y que tu vas a seguir con miedo porque se van a asegurar de que lo sigas sintiendo.

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Tienes 20 años Juliana, eres parte de del 48% de las mujeres y niñas que han sido acosadas; del 26.4% de las jóvenes donde su agresor dijo ese piropo porque quería satisfacer sus necesidades. Perteneces al 30.2% de aquellas que fueron acosadas en la esquina de su casa, del 34.14% que escucha dichos comentarios más de una vez al día.

—No siento que haya disminuido nada— me dijiste cuando te pregunté si sentías que después de ocho años de tu primer acoso creías que te acosaban menos. Inhalas el humo de tu vape. —Si voy por la calle y un tipo me dice “buenos días” específicamente a mi es porque está sexualizándome y eso se debe a lo que hay en mi pasado frente a esos comentarios.

Suena She de Harry Styles de fondo en tu cuarto, se acabaron las cervezas, son casi las 10:00 pm. Me preguntaste en qué me iba, te dije que me recogían. Vuelve ese miedo a ti proyectado en mi como si te vieras en un espejo, pues sabes que cuando cruce esa puerta soy una presa para ellos. Han pasado ocho años desde tu primer acoso, el temor aún sigue contigo; ya no le contestas a tus acosadores, regresas acompañada a tu casa, adquiriste experiencia. Tu eres diferente pero el mundo que te rodea continúa siendo igual.

—Me avisas apenas llegues, por fa— Te despediste de mí, no entraste a tu conjunto hasta que me subí al carro; viste las placas.

15 minutos después, te avisé que llegué.


[1] Por decisión de la fuente el nombre fue cambiado

[2] La fuente no quiso exponer el nombre del personaje

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