Por: Julio Andrés Artuz Valdivieso // Opinión
La inusitada crisis política que dejan las elecciones estadounidenses abre camino a nuevas indagaciones sobre el rol de los medios de comunicación y su relación con las palabras. ¿Debe proporcionársele una plataforma a todo tipo de discurso en nuestros frágiles sistemas democráticos?
Vivimos en un mundo ahogado en democracias quebrantables, cada vez más golpeadas por quimeras y escenarios políticos ridículos, que se centran en la búsqueda del poder y no en el mejoramiento de las libertades y la representación ciudadana. Pero, sin duda alguna, cualquier amenaza a la democracia debe ser atacada de manera rápida y definitiva. Es inadmisible que el presidente de una nación saque provecho del bombardeo de argumentos falsos e inexactos a la población, poniendo en riesgo a las instituciones y a tan voluble democracia.
Que ABC, CBS y CNBC, las grandes cadenas televisivas de los Estados Unidos, hayan cortado y sacado del aire el discurso embaucador de Donald Trump es una decisión que debe aplaudirse. El pasado jueves 5 de noviembre, la vehemente alocución del primer mandatario acusaba, sin fundamento o evidencia algunos, a los demócratas de haber manipulado las elecciones con votos ilegales y fraudulentos. El presidente mentía, y hasta Fox News, su canal aliado, vio en su discurso un sinfín de palabras engañosas que proporcionan garrotazos por la espalda a la democracia.
La ciudadanía vivía días de incertidumbre, pues acababan de participar de un sufragio, condición fundamental de una sociedad democrática. Aunque la opinión pública estaba dividida, parecía inconcebible que se elevara más la tensión por unos argumentos irresponsables. ¿No podría, no obstante, haber sido este el detonante de una crisis violenta en el país? Muchos pretendíamos que solo encontrábamos las noticias falsas en las redes sociales, pero ahora es una realidad que hasta los hombres con poderes mayúsculos las introducen en sus discursos para incitar a la sociedad a la cólera.
Han sido variadas las posturas. Algunos arremeten contra las cadenas de televisión y alegan que lo correcto hubiese sido dejar que el absurdo discurso siguiera llegando a millones de personas, para que, tiempo después, fuera desmentido. Pero no podemos darnos ese lujo: el daño que puede generar la palabra es incontestable. Mientras unos dicen que esta situación fue censura, yo la catalogo como responsabilidad.
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