Mateo Yepes Serna – [email protected]
Desde ya le anticipo, estimado voluntario, que no estoy en contra de que trabaje por los demás. No estoy de acuerdo es con la necesidad que tienen algunos de compartir sus experiencias en redes sociales, con el fin de encontrar aprobación social y tener un fresquito en el alma.
Inicié una travesía de 5 meses el primer día del año con la idea de recorrer lo máximo posible del sur del continente. Perú, Bolivia, Chile y Argentina estaban en el plan. Uruguay y Brasil, por amigos que he hecho en el camino, están en remojo. Vamos a ver hasta dónde llego.
Pero antes de empezar en serio mi viaje quería trabajar como voluntario en alguna organización. Me equivoqué y me di cuenta de eso 5 semanas después de que empecé. Aquí la razón:
Esto es lo que me encuentro siempre cuando llego a mi casa después de trabajar en una fundación/hogar, en donde viven niños y madres que tienen algunos problemas como adicción a las drogas y al alcohol. En principio, creo, está bien compartir lo que se hace como voluntario, que los demás conozcan el trabajo y las intenciones en el país o lugar de visita. Sí. Pero otra cosa es mentir, como pasó con esta publicación en Instagram y que traduzco para su comprensión:
“Ayer regresé de Cusco y volví a la institución en donde hago voluntariado. En la puerta nos esperaban la pequeña Joana y Jeremías. Nos saludaron con besos y abrazos, que nos impedían entrar a la casa. “Julia, Julia, mira las plantas”, gritó Juanito feliz para mostrarme el progreso de la flor que plantamos la semana pasada mientras aprendíamos sobre medio ambiente. Cuando escuché en qué lugar de Perú iba a trabajar por 6 semanas, estaba nerviosa pues los niños suelen ser difíciles y cerrados. No tenía experiencias ni expectativas. En cambio, encontré los niños más cariñosos, inocentes y amorosos, quienes esperan vernos todos los días. Entonces, si estás teniendo un mal día, solo mira a estos chiquitos con los que trabajo”.
Ese día, que era un martes, todos regresamos a la institución con la idea de trabajar en unas plantas que habíamos sembrado el jueves pasado. Sin embargo, al llegar todos, nos dimos cuenta que las plantas las habían botado a la basura los mismos niños, con complicidad de las madres (que poco hacen para formarlos). De ahí surge entonces mi inquietud, que me ha acompañado durante todo el viaje, y que hace que me arrepienta de tomar esta decisión: ¿qué necesidad tiene el voluntario de compartir todo, de mostrarse a él como un héroe o Dios, llegando, aun, a mentir para tener la aprobación de quienes lo leen a través de la pantalla?
Eso me saca muchísimo la piedra.
Y es más común de lo que se cree. Estas personas, que vienen supuestamente a “impactar”, “transformar” y “servir”, sí que lo hacen a través de likes y comentarios en sus redes. Lo hacen buscando aprobación de los demás. Lo hacen, incluso, jugando con la inocencia de niños, quienes, como dijo mi compañera, nos esperan día a día para jugar, compartir o simplemente para pasar el rato con personas diferentes. Qué doble moral.
De esto aprendí varias cosas: que también he sido parte de ese selecto grupo de voluntarios, pero me di cuenta a tiempo; y, aprendí sobre todo, que no es necesario acudir a voluntariados con organizaciones para transformar y transformarse, suficiente hay con contribuir en la cotidianidad a un mejor vivir.