Un rincón de Paloquemao donde las plantas abrazan

Marisol trabaja rodeada de orquídeas, materas y flores de todos los tamaños y colores. Esta es la crónica de una mujer para quien las plantas son “compañeras que permanecen cuando los hijos se van y ya no tienes a quién cuidar”.

Por Valeria Torres Arias

Para Marisol, las flores “son compañeras que permanecen cuando los hijos se van y ya no tienes a
quién cuidar”.

Un rincón ha florecido durante las últimas cuatro décadas en una esquina de la bulliciosa Plaza de Paloquemao, ofreciendo mucho más que solo plantas y materas. Es un refugio donde las flores no solo adornan el espacio, sino que también tejen historias de compañía y cuidado. Esta es la historia de una floristería que ha sido testigo de generaciones de clientes, donde sus dueños no solo venden flores sino que comparten su amor y pasión por la naturaleza. Para Marisol, su propietaria, las plantas son mucho más que simples productos; “son compañeras que permanecen cuando los hijos se van y ya no tienes a
quién cuidar”. Aquí las flores florecen no solo en macetas, sino también en los corazones.

Pokemón, Mafalda, Mario Bros, Super Man, del suelo al techo, de lado a lado y de esquina a esquina, el local de orquídeas y plantas de Doña Marisol está lleno de materas de todos los tamaños, formas, colores, e incluso de los personajes de las historias animadas que más recordamos. A este lugar llegan personas de todas las edades, desde un niño de unos 7 años tras una maceta de Goku, hasta una pareja de esposos de la tercera edad en busca de tres orquídeas blancas con una matera en forma de canoa para decorar su casa. La vida empieza temprano cada día para Marisol, a las 4 de la mañana, cuando la mayoría de la ciudad aún duerme, ella y su esposo ya están ocupados arreglando las flores y organizando las macetas para sus clientes. Y luego de 14 horas de trabajo su día culmina, a las 6 de la tarde, cuando la plaza se sume en la oscuridad.

El legado de este lugar empezó con los padres de Marisol, quienes comenzaron vendiendo artículos de floristería en un modesto camión frente a Paloquemao. Con el tiempo, lograron asegurarse un lugar dentro de la plaza, y durante 25 años, vieron cómo su pequeño negocio crecía y prosperaba. Cuando Marisol asumió la responsabilidad del local, notó algo especial en sus clientes: disfrutaban regalar plantas y se tomaban el tiempo para elegirlas y decidir en qué maceta lucirían mejor. Ella, con valentía y un poco de miedo, decidió dar un paso audaz. Realizó una inversión considerable al adquirir materas importadas y forjar acuerdos con artesanos colombianos para surtir su tienda. A partir de ese momento, el crecimiento
fue imparable, y su floristería se convirtió en un punto de referencia para quienes visitan la plaza. “Lo que más me gusta de venir a trabajar es que me encuentro con gente de todo tipo, desde personas muy humildes hasta otras con muchas comodidades, pero a todos los atiendo por igual, y les acomodo las maticas con el mismo amor”, dice Marisol mientras limpia las materas de los cactus, “eso es lo más bello, las flores las puede tener todo el mundo”.

Un día, una mujer anciana se acercó a Marisol y le dijo: “A este local le hicieron un
trabajo, y la persona detrás de esto es alguien que usted conoce”.

La batalla de las flores
El camino del local no ha estado exento de desafíos. Como en cualquier negocio, la envidia y la rivalidad a veces afloran. En ocasiones, tiendas competidoras intentaron robarle proveedores o incluso su mercancía. De hecho, hubo hasta episodios de brujería. Una mujer que tenía un local dos puestos más abajo de la floristería de Marisol fue apodada ‘la Bruja’ debido a sus intentos incansables por perjudicarla. “Todo me salía mal en esa época —recuerda Marisol—, los proveedores me cancelaban contratos, las plantas no me duraban ni una semana en buen estado, y la mercancía llegaba rota o dañada. Fue un tiempo de muchas pérdidas”. Hasta que finalmente, la verdad salió a la luz.

Un día, una mujer anciana se acercó a Marisol y le dijo: “A este local le hicieron un trabajo, y la persona detrás de esto es alguien que usted conoce”. En medio de la intriga y el desespero, Marisol comenzó a investigar, intentado llegar a la verdadera causa de lo que estaba ocurriendo en su negocio. Fue entonces cuando la propia hija de ‘la Bruja’ confirmó las malas intenciones que tuvo su madre y que había empleado para intentar destruir su negocio. “Yo creo mucho en Dios, deje todo en las manos de él, y pues al final las cosas se le devuelven a uno”, dice Marisol. Y así fue la fe, templanza y sobre todo la autenticidad de este lugar le permitió mantener vivo su éxito.

Visitas que reviven

La pandemia del Covid-19 puso a muchos comerciantes de la plaza en una situación bastante compleja. Durante varios meses los locales se debían mantener cerrados, las ventas eran casi nulas, y la esperanza de poder regresar a la plaza cada vez parecía más lejana. Muchas personas conocían este lugar y llamaban a Marisol o a su esposo para encargarles, orquídeas, o lirios, pero la diferencia entre ventas por llamadas y ventas en la plaza era abismal.

Luego de mucho tiempo regresaron a la plaza, con la sensación de que deberían entregar el local, mantenerlo como era antes de la pandemia era insostenible. Era uno de esos días en los que las ganas de seguir adelante habían desaparecido. A eso del medio día llega una señora “Tenía unos 75 años”, cuenta Marisol. Se quedó unos minutos observando y contemplando unas suculentas

— A la orden —dijo Marisol

— Solo estoy mirando, gracias —respondió la señora

Luego de unos segundos la señora rompe en llanto. Su nieta adoraba las suculentas siempre que llegaba del colegio le obsequiaba una a su abuela pues las vendían al frente en un camión. La señora cuidaba a la niña en las tardes, pero la pandemia le arrebató la vida. La señora compró 10 suculentas y cada una con su maceta rosada, pues era el color favorito de su nieta. “Esa señora me devolvió las ganas de levantar mi negocio” dijo Marisol, su mentalidad cambió y ese deseo por salir adelante floreció nuevamente.

Desde entonces, el rincón de las mil y un materas en la plaza de Paloquemao se transformó por completo en algo más que un simple negocio. Ha evolucionado en un lugar de esperanza, donde las plantas no solo se ofrecen como productos, sino como la promesa de una vida compartida. Marisol no solo vende materas; te regala compañía incondicional y alegría genuina. Ver crecer y sanar cada planta se convierte en un testimonio de amor y dedicación. “La presencia de una flor en un hogar ilumina el corazón de todos los que lo visita”. Y las flores de Marisol hacen de la plaza un lugar de esperanza y conexión.

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Es un proyecto de la Facultad de Comunicación y Lenguaje de la Pontificia Universidad Javeriana, dedicado al periodismo digital, la producción audiovisual y las narrativas interactivas y transmedia