Cesar Ayala // [email protected]
La Ley 1834, mejor conocida como Ley Naranja, fue aprobada en 2017. ¿Canto de sirenas o impulso a las industrias creativas? ¿Cuáles son las ventajas y preocupaciones que genera el modelo planteado por el gobierno de Iván Duque en el sector cultural?
Odiseo debía regresar a su hogar; era considerado muerto por su pueblo, esposa e hijo, pero La Odisea de Homero, un poema épico griego del siglo VIII a.C., narra cómo volvió a Ítaca después de la Guerra de Troya. Según Tiresias, el adivino de la ciudad de Tebas, el camino iba a ser intrincado y lleno de monstruos, entre ellos cíclopes y sirenas. Con rostros de mujer y alas de ave, las sirenas hechizaban a los hombres en el mar. Su melodiosa voz atraía con mano firme a los marinos y sentadas encima de una roca, rodeadas de huesos humanos y botas pantaneras al revés, esperaban la perdición de quienes cayeran en su canto.
Algo muy similar pasa con la Economía Naranja, propuesta del gobierno de Iván Duque, que ha prometido luces en el campo cultural y aún “hoy nos preguntamos, casi un año después de su posesión, y tres o cuatro años de que se aprobó esa ley, qué ha pasado con eso”, en palabras del curador de arte Ricardo Arcos Palma.
La Economía Naranja fue un proyecto de ley del presidente Iván Duque, cuando era senador de la República, y estaba encaminado a la transformación de la cultura en bienes y servicios de las industrias creativas. Junto a Felipe Buitrago Restrepo, lanzó en 2013 el libro La economía naranja, una oportunidad infinita, cuando trabajó en el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), y lo utilizó de referencia para proponer al Estado colombiano la participación de la cultura en la economía nacional. Desde su posesión el 7 de agosto de 2018, el presidente Iván Duque buscó con esta política desarrollar el potencial económico del sector cultural y creativo, generando condiciones para la sostenibilidad de las organizaciones y agentes que lo conforman, en concordancia con los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), según el ABC, economía naranja del Ministerio de Cultura.
La economía naranja está constituida por tres campos: artes y patrimonio (artes visuales, artes escénicas y espectáculos, turismo cultural y patrimonio cultural e inmaterial, educación en artes, cultura y economía creativa), industrias culturales convencionales (campo editorial, fonográfico, audiovisual, agencias de noticias y otros servicios de información) y creaciones funcionales, nuevos medios y software de contenidos (medios digitales, diseño y publicidad).
Mira más contenido sobre Economía Naranja: Lectura por suscripción: ¿una oportunidad para el mercado editorial colombiano?
Para Ricardo Toledo, artista plástico y profesor de la Facultad de Artes de la Pontificia Universidad Javeriana, “el Estado va a forzar a la cultura a ser productora de riqueza. Va a abandonar el tipo de producción más importante en la cultura que es la de cohesión social o la inteligencia crítica”. De igual forma, el filósofo y maestro de la Universidad Nacional, Ricardo Arcos Palma, le preocupa “que esto se convierta en una especie de cuestión económica, cuando sabemos que la cultura no solamente es un aspecto de orden financiero”, teniendo en cuenta que existe una gran diferencia entre el entretenimiento y la cultura.
Según el informe de la Cuenta Satélite de Cultura y Economía Naranja (CSEN), en el 2018 el valor agregado de la Economía Naranja ascendió a $15.647 millones, en comparación con los $15.244 millones recaudados en 2017, y las industrias culturales como el cine y el campo editorial ocuparon un 42,4 %. En tal sentido, María Paz Gaviria, directora de la Feria Internacional de Arte de Bogotá (ARTBO), no ve este planteamiento de la Economía Naranja “necesariamente en números y cifras de crecimiento económico, sino también como un valor agregado diferente que le aporta a la sociedad a través de la cultura”.
Te puede interesar: Camila Loboguerrero: De las artes “el cine es el que menos problemas tiene”
Ricardo Toledo cree que “el Estado debería participar como financiador principal de la economía y no los empresarios o los turistas interesados en comprarla y disfrutarla.” La cultura se encaminaría a caer en clichés y la economía se aprovecharía de ella para volverla industria universal; algo así como asumir que la única sirena con cola de pez es Ariel de Disney.
También a Ricardo Arcos Palma le preocupa que todo esto se convierta en una cuestión del espectáculo, porque no todos los productos artísticos tienen el fin de ser comercializados en masa para hacerle competencia a las loncheras de Frozen o los morrales de Avengers. , ” En Inglaterra — pone el ejemplo — hay un sistema social que sostiene la cultura y es viable, pero Colombia es Colombia. Las comparaciones son odiosas, pero Londres, por mencionar una capital importante, tiene otra visión de la cultura y hay una industria fuerte; un equilibrio en su orden social. Aquí no, desafortunadamente, además, soy de los que sostienen la tesis de que en Colombia existe una gran desigualdad no solamente social, sino cultural”.
María Paz Gaviria, por su parte, cree que nosotros en la cultura debemos celebrar que haya unos planteamientos y postulados desde el gobierno nacional, también en el ámbito local y desde entidades como la Cámara de Comercio de Bogotá. Según ella se trata de una iniciativa que involucraría a todas las partes del gobierno para pensar en nuestra riqueza cultural y ver cómo canalizarla hacia una producción industrial. Agrega que “se están buscando estímulos económicos para apoyar estas actividades, que generan posibilidades y destraban ciertos cuellos de botella que existen en la industria de la cultura.”
Al hilo de estas ideas sobre la industrialización de la cultura, ¿la producción de los sombreros típicos en el Sinú tiene las mismas oportunidades que el Teatro Mayor Julio Mario Santo Domingo? ¿Los grupos locales de danza deberán pagar impuestos y, de paso, rebuscar entre los escombros el dinero para los ‘préstamos blandos’ que necesitan? Aún existen trabas en este proceso y una confusión sobre monetizar las ideas. Ricardo Arcos Palma ve “como ‘cantos de sirena’ el cuento de que ahora sí va a haber dinero y les vamos a apoyar la producción. Tengo dudas, porque eso pretende ser muy altruista y puede que no nos ofrezca grandes beneficios. Si hubiese otro sistema financiero, yo diría “¡bravo, la ley naranja!”, porque eso impulsaría al sector cultural sin lugar a dudas.”
Por el momento, los creadores de contenidos deberán navegar por aguas turbias, colocarse cera en las orejas, amarrarse al mástil como Odiseo y esperar que el canto de sirenas no los enrede entre las naranjas.
Mira más textos de Cesar Ayala: El laberinto de la ilustración