Ordenar prioridades suena tan práctico como lavarse las manos, pero es tan complejo como tener que pagar $3.000 pesos diarios para poder hacerlo. Si le parece confusa esta analogía ¡Qué afortunado! Usted es negativo para migrante.
Durante esta pandemia ningún lugar es seguro, en ningún lugar se siente tranquilidad, ni siquiera en un pueblo como San Bernardo de Bata, en Norte de Santander. Allí no hay casos de COVID-19 y es tan extremadamente pequeño que ni Google lo detecta en el mapa. Bueno, desde que llegó el nuevo coronavirus, algo tan diminuto no es motivo para bajar la guardia.
“Tengo la garganta reseca, me duele la cabeza y respirar es tan difícil”, le dijo la vecina a mi abuela en el pueblo cuando le pidió agua para sus cuatro hijos. Imposible no alarmarse, sentir miedo y desconcierto. Imposible no romper protocolos de prevención para calmar el hambre. Imposible que los medios hablen de esta familia migrante. Imposible comprar una bolsa de agua para tomar, por consiguiente, menos para lavarse las manos.
“Es difícil que tengan coronavirus”, me llora mi abuela por teléfono y quedo muda. Ya que nos tocó ser expertos en autodiagnósticos de COVID-19, resulta práctico hacer pruebas caseras de todo tipo.
Diagnóstico: garganta de deshidratación, mareos de hambre y disnea por las quemas de basuras provenientes de Venezuela. Hay una nube de humo en todo Norte de Santander. Preexistencias: Familia disfuncional, migrante y ahora desempleada. Pronóstico: reservado, nadie sabe qué evolución se tendrá cuando las prioridades cobran cuenta de la manera más cruel.
“Me asfixio, señora, ayúdenos con agua”, es la petición diaria de la vecina a mi abuela. Ella le da $3.000 pesos que recoge la migrante por una hendija. Ese dinero representa una bolsa de agua potable para la jornada. Un día más de negativo para atención de medios o del Gobierno. Un día más de negativo para COVID -19. Un positivo más para asfixia entre prioridades. Ningún resultado de este test podrá dar tranquilidad a esta familia.
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