El Chocó con lente de mujer

Texto e ilustraciones Miguel Chavarro // Especial Chocó

A través de su cámara, Paula Orozco, la primera fotógrafa documentalista de Quibdó,  ha capturado el lado menos conocido del Chocó: el de un pueblo que preserva sus tradiciones y las costumbres impuestas por un pueblo donde los ríos mandan. 

Ella es Paula Orozco, la documentalista que con su cámara recorre los pueblos del Chocó en busca de capturar la magia de sus habitantes a través de su lente.

Una docena de jóvenes tienen las manos entrecruzadas detrás de sus nucas. Luces rojas y azules titilan. El murmullo se funde con la escena nocturna. Parece una redada policial, una de las tantas que suceden en las calles del Chocó, pero no. No es una redada como las que conocemos. Las feroces miradas de los jóvenes pueden hacer creer que algo malo está sucediendo, pero no. Lo que acaba de ocurrir es pasión y arte, que viene a ser lo mismo. En el fondo de la sala, una sonrisa se dibuja detrás de la lente de una Canon 80D. El corazón de Paula Orozco se acelera al ver a los Jóvenes Creadores del Chocó, una agrupación que ⎯a través de la danza⎯ retrata lo que implica ser joven en Colombia.

Han venido a presentar la ‘Revolución Pazcífica’, una puesta en escena donde las danzas urbanas y los ritmos exóticos se traducen en reclamos. Es un llamado de atención a la situación de las personas en el Pacífico colombiano. Paula los acompaña como fotógrafa, la primera fotógrafa documental del Chocó. “A mí no me gusta cuando dicen que soy la primera y la única. Quisiera que fuéramos muchas más”. A través de su lente, ha capturado e inmortalizado la magia del río Atrato, las comunidades de Quibdó y las marchas de cientos de jóvenes. Con modestia confiesa que es de pocas palabras, cosa paradójica sabiendo que ella estudió inglés y francés. Eso sí, dicen que una imagen vale más que mil palabras. Por eso, sé que, aunque Paula esquiva la mirada con timidez, su testimonio está lleno de carácter y valentía.

Ilustración: Miguel Chavarro

El clima delata a Paula: viste una chaqueta impermeable negra, un buzo gris y unos calentadores para los tobillos. Aun así, no le basta para resguardarse de los días lluviosos en la capital. Se frota las manos en el lobby de un hotel al norte de la ciudad, donde se hospeda junto a los Jóvenes Creadores del Chocó ⎯quienes se presentarán el 13 y el 14 de mayo en el Teatro Estudio de la Biblioteca Julio Mario Santo Domingo⎯. Creció en Carmen de Atrato y ahora vive en Quibdó, con un clima “cálido y alegre, que te invita a disfrutar”. Ella vive con su hermana, trabajadora social; su mamá, en el pueblo, y su papá falleció hace unos 22 años. “Qué raro es ver hoy a alguien que muera por vejez y no por el conflicto”.

Para los ríos, al igual que la fotografía, la luz es uno de los factores que afecta cómo lo percibe el ojo humano. Paula recuerda con una risa cómo en uno de los viajes que realizó a Europa, compartiendo su testimonio, la gente se sorprendía con fotos de ríos color mostaza. “¿Es eso Brasil?”, le preguntaban, mientras compartía uno de los muchos retratos que ha tomado al río Atrato donde reposa un bote repleta de alimentos. “Quería contar lo que significa para nosotros el río: no desde la minería y la explotación, sino desde lo bonito con todas las dinámicas que se mueven ahí”. El cauce del Atrato puede pensarse como aquel que desembocó en Paula ese amor por la fotografía, pues por ese mismo río llegó San Francisco de Asís ⎯en una imagen que llevaba consigo el fraile Matías Abad en 1648⎯. Desde entonces, se fundió en una tradición religiosa y pagana que se celebra todos los años en las Fiestas de San Pacho, una celebración de días en honor al patrono de los chocoanos y una excusa para que el jolgorio, la danza y la vida se cuenten a través de comparsas y música: una celebración que es Patrimonio Inmaterial de la Humanidad.

Ilustración: Miguel Chavarro

Fue precisamente para las Fiestas de San Pacho, en 2013, cuando Paula asistió a un taller de fotografía impartido por el Colectivo +1. “Me fui para allá con mi celular y empezamos a hacer las prácticas en las fiestas. Por eso, para mí San Pacho ha sido mi escuela”. Desde entonces, no ha parado de registrar la celebración más importante para los chocoanos. Empezó con su celular y ahorró para comprarse su primera cámara profesional. Aunque registrar las fiestas y las calles fue su ópera prima, el contexto social del país en los últimos años, lleno de manifestaciones, paros y protestas, canalizó sus esfuerzos hacia la fotografía documental, un proceso que ha implicado una reflexión crítica de nuestros tiempos.

El agua es un eterno devenir: ir y venir por las corrientes de mar y río, sin pausa ni silencio, como el trabajo de la Fundación Mareia, una iniciativa en el litoral pacífico que busca establecer puentes y diálogos desde y hacia los territorios, como lo cuenta Carmenza Rojas ⎯una de las fundadoras⎯. “El estudio es lo único que las poblaciones negras tienen para transformar la pobreza”, fueron las palabras del papá de Carmenza que se quedaron grabadas en su alma. De ahí viene la vocación pedagógica de Mareia, la cual busca recuperar los saberes ancestrales y brindar herramientas a jóvenes para que la educación en Chocó ⎯un asunto desatendido por el gobierno central⎯ se convierta en un camino para superar las brechas de oportunidades que la desigualdad y el racismo han acentuado. La gran meta de Mareia es convertirse en una universidad itinerante, afrocentrada y ancestral. Actualmente, entre otras cosas, trabajan de la mano con ONU mujeres en temas de género, conflicto y paz.

“Yo siento que el arte tiene que tocar a la gente para que todo pueda cambiar. De lo contrario, la situación solo se va a quedar en cifras”

Mareia tiene cuatro rutas de acción: educación emancipadora; género y paz; naturaleza y territorio, y cultura y turismo, donde Paula viene trabajando con el cine, la gestión cultural y la documentación. “Yo me tiro pa’ la calle siempre que puedo”, dice Paula refiriéndose a su cubrimiento de las protestas. “Si no lo contamos quienes estamos allá, nadie lo va a hacer y nadie lo va a saber”. Sin embargo, es triste pensar que muchas de estas personas que salen a protestar han recibido amenazas, pues su activismo genera ruido. Aún esto no ha logrado amainar a Paula y es una firme creyente que las artes nos mueven. “El manifestarnos a través del arte nos permite contar lo que tenemos adentro, atraviesa muchas cosas y es algo que te toca profundamente. Yo siento que el arte tiene que tocar a la gente para que todo pueda cambiar. De lo contrario, la situación solo se va a quedar en cifras”.

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Nuestra conversación se interrumpe un momento: “Daicy, ¿están ensayando allá arriba?”, le pregunta Paula a una de las bailarinas de Jóvenes Creadores del Chocó.

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Esta no tiene que ser una historia triste. No. Por el contrario, narrar a las comunidades desde los miedos y lo negativo parece ser el lugar común. No contarlo no implica negarlo, pero el trabajo de Paula está motivado en contar lo positivo de estos jóvenes talentosos. Jóvenes Creadores del Chocó, por ejemplo, ha creado espacios artísticos para más de 300 jóvenes como una forma de superar los índices de pobreza, inseguridad o criminalidad con las cuales han tenido que crecer como consecuencia de la inoperancia estatal en estos territorios. “Yo le apuesto a contar lo positivo. Nosotros somos más que eso. Hay muchísimas cosas valiosas desde lo que somos, sin dejar de lado esa parte crítica que es importante”.

A través de la ‘Revolución Pazcífica’, los ‘Jóvenes Creadores del Chocó’ buscan transmitir un mensaje de importancia crítica para la sociedad colombiana: los jóvenes necesitan más y mejores oportunidades.

¿Qué tienen las artes, la música, la danza y la fotografía de especial? Trascienden las barreras. Paula lo sabe bien. En Alemania o Suiza, por ejemplo, el performance musical y las imágenes de su querido Atrato son suficientes para transmitir aquello que ella quiere comunicar. No es necesario irnos tan lejos para darnos cuenta de lo incomunicados que podemos estar en un mismo país. No es un asunto de centro y periferia únicamente. El ser joven también es una barrera invisible. “Me ven y creen que soy muy pequeña para hacer esto. Dudan de si sé lo que estoy haciendo”. Por eso, en Mareia la autogestión y la búsqueda de convocatorias han sido fundamentales para poder llevar a buen puerto el trabajo de la Fundación. Actualmente, Paula es estudiante de gestión cultural en la Universidad Jorge Tadeo Lozano gracias a la beca otorgada por la corporación Manos Visibles. De su viaje a Alemania han conseguido recursos para sostener el proyecto de un hostal afrocultural llamado Wontanara, que significa “estamos juntos” en el idioma Susu. “Sabemos que emprender en este país es difícil y nadie quiere venir acá por los temas del conflicto, por lo que es complejo, pero sabemos que no podemos dejar cerrar los espacios de consumo cultural”.

Ilustración: Miguel Chavarro

Su tímida sonrisa ha desaparecido. Ahora sus brackets desfilan cuando le pregunto por su comida o su música favorita. “Mucha gente es “no me gusta esto, no me gusta esto otro”, pero a mí me gusta explorar, no cerrarme a las ideas”. Su corazón destila bondad y comprensión. “Ella es la mujer más responsable y dedicada que conozco y es mi gran amiga. Espero que esto dure hasta el día en que me muera”, dice Carmenza. Paula quiere recorrer todo el Chocó. “Aún me falta mucho”, dice. Tampoco tiene algún héroe o heroína; no le gusta idealizar a las personas. Estoy tentado a decirle que ella será la heroína de las niñas a las que hoy les está enseñando fotografía, pero prefiero omitirlo. Se lo preguntaré en unos años, cuando ella misma vea lo que paso a paso ⎯foto a foto⎯ está haciendo por las nuevas generaciones de fotógrafas del Chocó. “Yo les comparto desde mi experiencia para que ellas hagan lo suyo. Este país es mágico y muy bonito”.

“Si no lo contamos quienes estamos allá, nadie lo va a hacer y nadie lo va a saber”

Silencio es lo que hay después de que a Paula se le entrecorta la voz. “Los jóvenes de hoy tenemos voz. Tenemos ganas…”. Me conmueve su amor y pasión. Ser joven en Colombia no tiene que ser un asunto de ciudades, economías, cifras o contextos, sino de oportunidades y sueños. “No importa que los jóvenes tengamos alegría, cuando lo que quieren es callarnos y borrarnos”.

Tras la breve pausa de Jóvenes Creadores del Chocó, los muchachos vuelven a salir al escenario. Su mirada ya no es de enojo. Ya no hay luces azules y rojas. Los platos vacíos que utilizaban como instrumentos musicales ya no están. Solo hay risas, alegría y diversión. “El pueblo no se rinde: ¡qué vivan los chocoanos!”, gritan al unísono. La música está llegando a su clímax. “El pueblo no se rinde: ¡qué vivan los chocoanos!”. Los ojos de Paula están brillando. “El pueblo no se rinde: ¡qué vivan los chocoanos!”. Termina. Aplausos, muchos aplausos. “¡Bravo!”, gritan. Más aplausos. Los Jóvenes Creadores del Chocó crearon magia. Siguen los aplausos. En medio del escándalo, de la alegría y de la felicidad, un pensamiento se cruza por mi cabeza: si en la oscuridad todos somos iguales y no existen tonos de piel, ¿por qué no podemos ser todos iguales en la luz?

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Es un proyecto de la Facultad de Comunicación y Lenguaje de la Pontificia Universidad Javeriana, dedicado al periodismo digital, la producción audiovisual y las narrativas interactivas y transmedia