María Osorio: el ojo maestro de la literatura infantil

Dicen algunos editores —tal vez todos— que es la mejor editora de literatura infantil y juvenil en Colombia. Que el epítome de su legado es Babel, su distribuidora, librería y editorial. Dicen algunos editores —tal vez todos— que es, además, una leyenda. Ella, sin embargo, no sabe muy bien qué decir; tal vez no le importa. Está ocupada, trabajando. Ese es su estado natural.

Por Santi Sebastián Peralta Rodríguez

Fotos tomadas por Juanita Roncancio Díaz

María Osorio tiene una voz grave que se interrumpe con carcajadas suaves.

—Afuera las personas creen que eres una leyenda —.
—Eso sí me parece muy chistoso —responde, con una carcajada suave que fractura, de a momentos, su voz grave y pausada—. Lo que pasa es que, no sé, yo pienso que la gente está loca.

Cuando tenía 44 años, María lo arriesgó todo. Y quizá riéndose, hizo lo que pensó que podría
ser una pendejada. Se lanzó. —Yo siento que no llevo nada. Llevo casi cuarenta años trabajando en esto, pero solo 22 años con Babel. Tampoco me parece tanto.

La mujer de las carcajadas suaves es María Osorio. La arquitecta que edita libros.

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En un barrio que parece no estar vivo, en una esquina, encima de la raíz de un árbol añoso que ha roto el cemento; en una casa de dos pisos, detrás de otro árbol que hermosea con sus follajes una fachada de madera y ladrillo; en un segundo piso, sentada, con la ventana abierta, al frente de una librería piso a techo, repleta; encima de más de cuarenta pinochos, con su mirada sumergida en una pantalla de computador, está María Osorio Caminata. Saco verde oliva, mitones grises —los mismos mitones grises de siempre—, pantalón y tenis negros. El letrero reza “Babel”: su distribuidora, librería y editorial. Pero el letrero no ha estado siempre. Antes del 2000, la vida era otra.

María Osorio Caminata nació en la década de los cincuenta en Buenos Aires, Argentina. Allí su padre, colombiano, hizo varias cosas: estudió medicina, probó el amor, se casó, tuvo hijos. Y cuando el dinero le faltó, su padre —abuelo de María— le dio la orden de volver, y él volvió a Colombia. María tenía seis años.

Desde entonces María hizo tres cosas: ser colombiana, crecer y dibujar. Trazó las líneas que la condujeron a graduarse como arquitecta en la Universidad de los Andes. Maquetó proyectos de diseño urbano en Bogotá, tapó goteras en la Asociación del Libro Infantil e hizo dibujos para textos escolares en la Editorial Norma.

Luego, ilustró el primer Pinocho editado por Norma e hizo otras cosas: fue seleccionada en la lista de honor de la International Board on Books for Young People (IBBY); compartió escenario con Roberto Innocenti, renombrado ilustrador italiano; dio un discurso, y después le dio fin a su carrera como ilustradora.

María les roba tiempo a las noches para poder leer.

Entró a Fundalectura (fundación que contribuye al desarrollo cultural de Colombia) y salió, después, con el firme propósito de montar una editorial, que primero fue distribuidora, luego librería y luego biblioteca. Pero eso ella no lo sabía entonces, solo sabía que sería Babel.

En 2005, rescató a los chigüiros, una serie de libros infantiles de Ivar Da Coll, y lo convirtió en la insignia de Babel. De ahí, la lista es larga. El libro más reciente, ¡Ugh! Un relato del pleistoceno, de Rafael Yockteng y Jairo Buitrago, narra la historia de la primera vez que en la Tierra alguien contó una historia. Tardó cuatro años en ver la luz. Y así a María Osorio se le han pasado más de veinte años… editando.

—¿Cuál es el gusto de ser editor? —.
—Un placer de hacer con otro. El editor siente placer ayudando al autor y al ilustrador a construir un libro, pero el editor no se tiene que ver en el libro —. María enseria la mirada, dice que es un oficio que une piezas, que aconseja, que pule. Un trabajo que no se hace solo, como la arquitectura. Un trabajo que construye un mundo más allá. Invisible. Y agrega:

—El trabajo del editor es invisible —.

María Osorio es invisible.

***

Desde Manizales, Caldas, Tomás Rubio responde al teléfono un miércoles de febrero. Es el director de la Asociación Colombiana de Libreros Independientes. Dice que, para los libreros más jóvenes —como él—, María es un faro. La luz que en la penumbra de un mercado de negocios pequeños traza un camino.

—María es una figura temida. Su labor ha sido tan titánica y tan contracorriente, que su voz tiene que ser escuchada. Por fortuna, la tenemos y lucha por los intereses de todo el mercado nacional. Lo de María es un caso único que hay que cuidar. Un caso único —.

***

Los datos son pocos, pero son estos: es una mujer que corrige, critica y trabaja despacio —tal vez por ser arquitecta—. Que termina de editar un libro, lo cierra y lo vuelve a leer hasta que lo vuelve a editar. Que le roba tiempo a la noche para leer libros. Que le roba tiempo a la vida para trabajar y no pensar pendejadas.

Es una mujer que todo el tiempo vuelve a empezar. Que no sabe decir no. Que cuando habla,
mira a los ojos, se queda callada, uno, dos segundos, como quien dice “he acabado”, pero,
de repente, dice algo.

Ganó el Premio a la Mejor Editorial Infantil en Latinoamérica de la Feria de Bolonia en 2017 y al Mérito Editorial en la Feria de Guadalajara en 2018. Pero ella no le cree a eso. —Yo no les creo nada a esas cosas. Esos premios, sí, buenísimos, pero no trabajé para eso —.

***

La editora dibuja mamarrachos en las hojas cuando atiende una llamada.

Plano medio, corto: muy al atardecer de un miércoles, en una Nueva York ahogada todavía en el invierno, María Francisca Mayobre, editora, rememora los tiempos pasados, cuando Venezuela era su hogar y las cosas eran distintas. O no tanto. Mayobre tiene la piel clara, la nariz redonda en la punta; los ojos levemente caídos, nostálgicos, las cejas gruesas. Viste un saco café. Fue editora de Ekaré en Venezuela durante veinte años, y es, entre otras cosas, amiga de María Osorio.

—Ella maneja una cosa muy de los editores de libros para niños y es la relación con la imagen, el espacio y las letras —expresa acerca de Osorio.

María Osorio no sabe exactamente cuántos libros ha editado Babel, pero sabe exactamente por qué existen. “A mí no se me ocurre ir a buscar a un niño para que lea y preguntarle si le gustó. Yo soy la que le tiene que decir: esto te gusta. Darle confianza para que le guste. La literatura infantil tiene que ser una cosa seria. Los niños están al tiempo con el mundo entero. Lo último que podemos hacer es decirles:
‘Este mundo maravilloso, lleno de colores…’. ¡Qué maricadas!”, exclamó, firme, un día no muy lejano.

—Apoya, sufre y padece —a la literatura colombiana— como si ella fuera la escritora de esos libros. Quiere que todo sea mejor. La hace una especie de Leonardo Da Vinci, que es capaz de poner las cosas al servicio de algo, y en este caso son los libros para niños —agrega Mayobre.

—¿Y su mayor defecto? —.
—Que se pone brava por todo —.

La literatura infantil tiene que ser una cosa seria

María Osorio

***

En las calles de La Soledad, en Teusaquillo, a las diez de la mañana, se esculpe la postal de un desierto citadino. Las voces afuera de Babel son pocas: no hay ecos, ni susurros, solo el ronquido de un timbre que avisa que, por fin, alguien llegó. Luego, una puerta se abre y se cierra.


—Hola, vengo buscando a María Osorio —.
—No está, ¿tenían cita? —responde una mujer que, sentada, limpia las repisas.
—Sí —.
—Se le olvidó —.

María Osorio salió a visitar al escritor Ivar Da Coll, al norte, lejos, y volverá, quizá, a eso de las dos de la tarde. Mientras tanto, María Carreño —asistente editorial de Babel— saluda y dirige después su cuerpo hacia una oficina en el segundo piso. Lleva las medias por encima del pantalón, pelo corto, gafas moradas. Los contornos de su rostro son suaves; un saco azul arropa el lienzo de piel de su delgado y
joven torso.

A su abuelo, María Carreño lo recuerda como el hombre que flechó su corazón —y con él su futuro— de amor por la literatura. A Babel, María Carreño la recuerda como su casa desde hace diez años. Y a María Osorio, María Carreño la recuerda como una mujer sabia, que es, además, la persona con más experiencia en literatura infantil en Colombia.

—¿Fue difícil entablar una relación con María? —.
—No. Tenemos una forma de ser muy parecida: todo para ya, sin bobadas. Somos bastante
estrictas, serias —.

Un ventanal, detrás de María Carreño, enmarca los meneos discretos de las hojas de un árbol longevo. En la mesa, dragones, caballos. De resto, el cuadro es sencillo de describir: María aludiendo a su trabajo siamés con María Osorio, al perfeccionismo, a los siete proyectos en los que trabajan —algo de Ivar, algo de una novela, algo de otra novela escrita por la argentina María Teresa Andruetto—. Dice, también, que María Osorio monta todos los libros, lee mucho y no sabe decir que no.

—Fue una de las fundadoras de la Asociación Colombiana de Libreros Independientes, estuvo en la Cámara Colombiana del Libro. Está en todos lados. A veces está desbordada. A veces se podría decir que María Carreño es experta en saber todo de María Osorio: sus horarios, sus citas… A veces no.

—¿Y cuál crees que pueda ser el mayor miedo de María? —.
—No sé —respira—, no tengo ni idea. Tal vez perder la independencia. Y que se derrumbe la torre que, por veinte años, María Osorio ha sostenido. Tal vez de pie, reclinada en historias cortas o largas de relojeros, animales prehistóricos; niños curiosos, niños reales. De Pinocho.

—Y los pinochos que estaban… —.
—Le encantan —contesta acelerada—. Tiene toda la colección. Cada vez que uno va de viaje y ve un pinocho, se lo trae de regalo. Es adicta a Pinocho.

Babel tiene en sus estantes más de 40 pinochos.

***

Hay pétalos amarillos en el suelo, alzándose, girando, coquetos. La brisa les musita, y ellos, serenos, vuelan. Sumergido en un centelleo etéreo, a las once de la mañana, con las calles vacías, el barrio La Soledad se blinda de un algo que ahuyenta cualquier ruido fragoso.

Nadie, sin embargo, está para verlo, o sentirlo, o vivirlo. Ni siquiera María Osorio, que está sentada al lado de una ventana creando vidas perfumadas de fantasía, lo ve. Está ocupada. Su cabello, un enjambre de canas. Su piel blanca se delinea con arrugas que las risas, las lágrimas y las decisiones de la vida le dejaron. Unas cejas escasas, unos párpados caídos. Unos ojos que se achinan varias veces al día, cuando trabaja, ríe y piensa. Una sonrisa ausente de malicia, enmarcada en unos labios delgados. El rostro de una mujer que ya ha vivido seis décadas y sabe que las preocupaciones son otras. El rostro de una mujer que dice: qué más, cómo estás, qué ha pasado.

—Qué más, cómo estás, qué ha pasado. No dejan trabajar —.
—Eso te pregunto, qué ha pasado —.
—Mucho trabajo —.

Pero los recuerdos de María hechos palabras, esta mañana de febrero, no son de trabajo. Son de otras cosas.

—¿Por qué te gusta tanto Pinocho? —.

—Me gusta que es un personaje rebelde, es un niño de verdad —.
—Debes recordar la primera vez que lo leíste —.
—No. Sí recuerdo que cuando tenía como diez años, mi papá me regaló una colección completa de Julio Verne. Unos libros de Aguilar, rojos, papel biblia. Desde entonces la ciencia ficción me encanta. Los leí del primero al último. Ya no me acuerdo de casi nada —suelta una carcajada ligera.

El papá de María Osorio leía todo el día. Iban, a veces, al Parque Santander, a una feria popular con buenos libros, y entonces se los regalaba.

—Me decía “ponga así”. —Estira los antebrazos, los voltea, mirando al techo, en gesto de recibir algo.
—¿Cómo recuerdas tu infancia? —.
—Tengo muy poquitos recuerdos, una memoria muy cortita. Recuerdo que peleaba con mi hermano, porque compartíamos habitación. Le decía “apague la luz, no me deja dormir” —.

***

Babel ganó el Premio a la Mejor Editorial Infantil en Latinoamérica de la Feria de Bolonia en 2017.

María Osorio vive cerca en una casa construida en la misma década en la que ella que nació, con sus dos perras: Blanca, que es negra, y Negra, que es blanca. Se las trajo su hermano hace casi diez años. Dice que son divertidas.

—Espero que sean mis últimas perras. Ya no estoy para cuidarlas —.
—¿Tuviste miedo de envejecer? —.
—No —piensa, mira al fondo de su oficina. Preguntándose, tal vez, qué vale la pena decir—. Uno piensa que va a ser así —joven— toda la vida, que eso está lejos, pero está más cerca de lo que uno piensa —.

Habla de que disfruta la soledad, que tiene varios amigos. Que con las tragedias que hay en el mundo, poder pasar de agache es más que suficiente. Que, de nuevo, no tiene tiempo.

—No tengo tiempo. Tengo tantas cosas interesantes que no puedo pensar en pendejadas. Uno se va a quedar permanentemente muerto durante un montón de tiempo. —Suelta otra carcajada ligera—. Entonces todo el tiempo estoy haciendo algo, pensando que alguien me debe algo y no me lo ha entregado —.

***

Tengo tantas cosas interesantes que no puedo pensar en pendejadas

María osorio

En la mesa, libros, un metro, café. A su lado izquierdo, siempre compiladas, más de 20 reinterpretaciones de Pinocho, entre ellas la de Innocenti.

—¿Y tu mayor miedo?
—¿Miedo?
—Sí.
—No, a mí no. —De repente, María hace silencio; busca, tal vez, la palabra correcta, el fin—. Me daría miedo no poder seguir. El miedo de hasta cuándo Babel, los autores, editar, serán su vida.
—Uno qué les va a decir “me voy a jubilar”…
—¿Y crees que ya construiste tu legado?
Entonces María Osorio ovilla, entre carcajadas suaves, sus pesadillas. —Nunca he pensado eso. Uno tiene que trabajar. Eso es lo que lo mantiene a uno vivo.


Y eso es lo que la mantiene viva.

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Es un proyecto de la Facultad de Comunicación y Lenguaje de la Pontificia Universidad Javeriana, dedicado al periodismo digital, la producción audiovisual y las narrativas interactivas y transmedia