Periodista independiente, cronista, autor y editor: Álvarez ha recorrido Colombia buscando historias en cada rincón y, ahora, en su más reciente libro, Lugar de tránsito, recopila el resultado de 14 años de trabajo.
Por: Laura Valentina Calvo Martínez Fotos: Víctor Galeano
Juan Miguel nació en Bogotá en 1977 y ha vivido en varias de las ciudades principales de Colombia: Bogotá, Cali, Medellín y Pereira, lugar donde reside actualmente. Es comunicador social de la Pontificia Universidad Javeriana de Bogotá, ha sido galardonado en dos ocasiones con el premio Simón Bolívar de periodismo y ha publicado tres libros: Balas por encargo, Verde tierra calcinada y Lugar de tránsito. También es editor de contenido en Baudó Agencia Pública, un medio independiente y digital que fue fundado en 2017 por Víctor Galeano y su esposa, Laura Sofía Mejía, con el fin de cubrir periodísticamente temas relacionados con medio ambiente, memoria y género.
Juan Miguel es todo eso y más: es un cronista comprometido, que se ha abierto camino contando historias de un país que con frecuencia asombra y entristece; también es un viajero atento, que recorre trochas, ríos y selvas, y es un escritor que con su prosa dibuja aquello que se escapa del periodismo tradicional: las vidas, muchas veces íntimas, de quienes viven y sufren Colombia.
Se puede decir que su trabajo y, en general, su vida se han guiado por hacer aquello con lo que se siente bien. Por eso, nunca se vinculó formalmente a un periódico, canal o revista, porque pensaba que eso implicaba perder libertad, dado que debía renunciar a su estilo y, quizá, ceder a ciertos intereses. Para él, la vida del reportero, su vida, es “un perpetuo lugar de tránsito”, por eso ha caminado por todo el país, ejerciendo un oficio donde “te paguen por viajar, que viajar sea para escribir y que escribir sea para vivir”.
Y eso, precisamente, es lo que presenta con Lugar en tránsito, su último libro, una recopilación de su trabajo durante los últimos catorce años. No solo es una antología de crónicas emocionantes y profundamente humanas, sino también un examen del oficio de un reportero comprometido, pues el libro incluye en sus páginas lo que Juan Miguel llama “Cuaderno del asombro”; son sus apuntes personales, sus opiniones sobre el oficio, sus reflexiones honestas como cronista y ser humano.
Conversamos con él sobre Colombia, sobre periodismo y sobre su nueva obra.
Directo Bogotá (DB): En el prólogo de Lugar de Tránsito hace referencia al “eterno desasosiego a un solo tiempo de amar y odiar a Colombia”, ¿qué ha significado para usted y su trabajo ese desasosiego?
Juan Miguel Álvarez (JMA): Encontrar tanta belleza en cada paraje del país que conozco, encontrar gente tan bella en cada uno de estos sitios y, al mismo tiempo, encontrar en esos sitios y en esa gente tantos sentimientos en contra. Desde dolor en la gente que lo ha sufrido y vileza en la gente que lo ha infligido. Entonces, como ya lo había escrito en Verde tierra calcinada, mi libro anterior, cada uno de los parajes que he conocido en Colombia es una combinación de máxima belleza física y emocional con una alta dosis de desengaño, aflicción y rabia por todo lo que, como país, no hemos sido capaces de construir.
DB: El libro, por medio de las distintas historias, hace un diagnóstico del país, hasta el punto en que usted mismo se refiere a Colombia como “un proyecto de Estado inacabado”. ¿Qué lo impulsa a contar ese proyecto inacabado?
JMA: Una persona que se dedica a escribir como oficio, que se considera escritor o escritora, está atado a sus circunstancias, y mis circunstancias son la suma de mi historia personal, mi historia familiar y mi historia social, en la medida en que se han desarrollado en la historia de mi país. Entonces, yo me concibo esencialmente como una persona que piensa Colombia, que siente Colombia. Así que haberme dedicado a escribir mis impresiones sobre Colombia solo ha sido posible porque soy colombiano y me siento pleno siendo colombiano. No me gustaría tener otra nacionalidad. Al fin y al cabo, mi trabajo responde a eso.
DB: En cuanto a narrar Colombia, ha tenido la oportunidad de vivir en diferentes ciudades del país y recorrer lugares que no todo el mundo conoce. Con esa experiencia, ¿qué perspectiva ha construido sobre la complejidad de nuestro territorio?
JMA: Lo han dicho muchas personas ya y yo simplemente lo he puesto por escrito. Pasa que en Colombia hay dos países que no se encuentran fácilmente. Por un lado, está el país citadino, urbano y, en buena parte, privilegiado, aunque también haya miseria y pobreza. Y ese mundo urbano tiene ciertas ideas de lo que considera que debe ser este país. Por otro lado, hay una Colombia completamente diferente, la del mundo rural, donde más se ha padecido el dolor de la guerra y, por lo tanto, hay otras ideas sobre lo que debería ser país. Siendo así, ese desencuentro de las dos Colombias es inevitable y, creo, seguirá siéndolo por mucho tiempo, porque quienes tienen el poder de decisión y de construcción son los ciudadanos de la Colombia urbana; sin embargo, no se han tomado en serio proponer un encuentro y, lamentablemente, un país dividido en dos mundos a duras penas es país.
DB: También ha hablado sobre mantener el optimismo a pesar de todo. ¿El optimismo al que se refiere sería ese encuentro de las dos Colombias?
JMA: La única opción que tiene un reportero es ser optimista, porque si viviera en medio del pesimismo ilustrado, pues para qué sale a trabajar, para qué se monta en una canoa doce horas por el río Putumayo si finalmente no hay nada que hacer.
Siendo así, el esfuerzo debe valer la pena, y el periodista es quien está convencido de que vale la pena. Con Baudó hemos estado en sitios muy desolados, pobres, violentados y abandonados por parte del Estado, pero vamos allá porque estamos convencidos de que nuestro trabajo ayuda en algo. Si no fuera así, dedicaríamos nuestras vidas a otra cosa.
DB: Ahora que menciona a Baudó Agencia Pública, ¿qué papel ha cumplido ese proyecto en su trabajo?
JMA: Baudó es ese combo de amigos que, cuando ya son profesionales, arman su agencia de prensa y empiezan a trabajar. Baudó me ha ofrecido un lugar para contribuir al periodismo con mi método de trabajo. En resumen, es ese espacio que nunca habría imaginado tener.
Durante la primera parte de los años 2000, cuando me establecí como periodista independiente, mi rebelión como autor era simple: no trabajar para medios grandes como El Tiempo o El Espectador. Lo que yo quería era escribir de manera literaria, experimental y forjar mi nombre como autor. Finalmente, en 2017, en medio de esa búsqueda, apareció Baudó. Nadie imaginaba que fuera posible dar vida a un medio tan independiente y, aún más sorprendente, en Internet. Ahora hay muchas posibilidades en cuanto a periodismo y cada medio ha ido construyendo su audiencia.
DB: ¿Cómo se dio cuenta de que el periodismo era lo suyo?
JMA: Yo veo al periodismo como un oficio de particulares que consiste en informar, aunque sí tiene algo de servicio público. Sin embargo, yo entré a la universidad sabiendo que existía algo llamado periodismo literario. Ningún compañero lo conocía, y ese género me lo enseñó mi papá, básicamente, porque él también escribió crónicas, así que yo estaba condicionado emotivamente hacia el periodismo literario.
Mi papá me pasaba libros de autores como Norman Mailer y me decía: “Mire, mijo, eso se lee como una novela, pero es periodismo”. Y, en efecto, parecía una novela, pero me cautivaba que era real, que era investigación periodística escrita de una manera diferente a lo que estaba acostumbrado a leer. Ya en la universidad, siempre que tenía la oportunidad, escribía una crónica. Mientras que mis compañeros de semestre escribían sobre historias cercanas a ellos, yo prefería viajar a los pueblos cercanos a Bogotá, porque así me alejaba mi vida cotidiana de la 45 con séptima. Me di cuenta de que quería viajar para escribir y traducir ese otro mundo a mis compañeros y profesores, que me recibían en la 45 con séptima.
DB: ¿Cuál fue el sentido de incluir el Cuaderno del asombro en este libro?
JMA: A mí me parece que un libro que sea solamente una compilación de crónicas es muy aburrido, solo consiste en mandarle al editor las crónicas y que él decida. Yo tenía claro que en el momento en que decidiera hacer mi primera compilación de crónicas, haría algo diferente, así que el propósito de este libro también era presentar una autobiografía, no solo mi trabajo. Por eso, incluí mis anotaciones de la libreta e hice un conjunto orgánico entre las crónicas y mis reflexiones.
DB: ¿Cómo fue su experiencia narrando historias tan opuestas como El poder bajo la tierra y La chica bomba y la niña médico, dado que una describe la delincuencia en Medellín y la otra destaca la solidaridad de una niña en medio del conflicto?
JMA: En el conflicto armado uno se encuentra con las dos caras del ser humano: las más miserables, pérfidas y dañinas y, también, las más admirables, solidarias y humanas. Finalmente, al recorrer el país, descubres que hay gente capaz de cometer cualquier salvajismo sin ningún motivo, a la vez que hay personas capaces de dar la vida por su comunidad.
DB: El sentimiento de culpa también se hace presente en Lugar de tránsito, como en los casos de la abogada de derechos humanos Luz Adriana González y el juez de paz Eisenhower Zapata. ¿Cómo lidiar con eso?
JMA: Como reportero, intento hacer el trabajo de la manera más honesta posible, pero eso no significa que uno no se vaya a equivocar. En el caso de Luz Adriana, la equivocación estuvo en lo que ella cuenta, porque después de la publicación del texto se sintió mucho más en riesgo y, básicamente, eso pasa porque uno no es capaz de calcular las consecuencias de la publicación. Esas consecuencias nunca se terminan de aprender. A veces uno intuye qué puede llegar a ser problemático, pero cuando no, aparece la culpa. Es complejo, porque puedes comprometer la vida del personaje y, aunque nunca me ha pasado y espero que nunca me pase, escribir sobre los demás implica ese riesgo.
DB: Lugar de tránsito reúne 14 años de trabajo y de historia colombiana. ¿Vio alguna diferencia entre el país que transitó en las primeras crónicas y el país que narra en Varillazos y tiros a matar, la última de esta compilación?
JMA: No hay ningún cambio. Al contrario, hay una radicalización de algunas cuestiones porque seguimos viviendo en el país conservador, donde reina la ley de prohibición y no hay posibilidad de nada, donde todo lo tildan de bueno o malo, justo como se puede ver en la crónica de Guevara: la sangre de un polvorero, donde por la prohibición hicieron que un polvorero se convirtiera en delincuente. Además, la violencia nunca ha desaparecid: solo han cambiado los actores. Se sigue justificando la violencia política y el sistema usa a la fuerza pública para matar civiles. Seguimos como hace 100 años porque damos un paso adelante, pero dos atrás.
DB: ¿Qué proyecto tiene?
JMA: Quiero que mis libros sean leídos afuera. Le apunto a un público más amplio. Estoy trabajando en eso. Ya viene. De hecho, ya tengo acuerdos con una editorial internacional, porque a corto plazo lo que más quiero es publicar mi próximo libro fuera de Colombia. Es todo un reto porque eso también implica publicar artículos en medios de otros países, y mi norte, en este momento, es contarle Colombia a personas que no viven aquí.