Por: Daniela Becerra // Fotoperiodismo
Con su río y sus atardeceres, Barrancabermeja se ha convertido en un destino turístico único. Aunque mejor conocida por la refinación del petróleo, sus habitantes, animales y humanos, tienen muchísimo más por ofrecer. Descubra la ciudad santandereana como nunca antes la ha visto, gozando con la garzas y comiendo un delicioso pescado.
En Barrancabermeja la naturaleza parece estarle ganando la batalla al ladrillo y al cemento. Y, quizá porque aún se encuentra en desarrollo, los árboles opacan, con su altura, algunos edificios de la ciudad. Por eso, cuando ando por sus calles, prefiero llevar las ventanas del carro totalmente abiertas: ningún aire acondicionado podrá reemplazar jamás la sensación de la brisa fresca y viva que envuelve al vehículo una vez que pasamos de una calle congestionada y comercial a otra invadida por la espesa vegetación.
Allí todavía es muy sutil la delimitación entre lo urbano y lo natural. Esto ha permitido a diferentes especies de animales seguir compartiendo su hábitat con nosotros. Por ejemplo, algunas iguanas se pasean por los parques y las calles más tranquilas; otras nos observan desde frondosos árboles que comparten con las ardillas y los pájaros coloridos. Aunque no tuve la fortuna de verlos, algunos barranqueños comentan también que hace unos años era común ver familias de chigüiros en la ciénaga Miramar, ubicada al interior de la ciudad.
Escenas como esta, que añoraría poder presenciar algún día, hoy parecieran ser casi imposibles de imaginar. Los niveles de contaminación e inseguridad del malecón de la ciénaga, inicialmente diseñado para el turismo, lo convierten en un lugar que tanto personas como animales prefieren evitar. En definitiva, los humanos no siempre somos buenos vecinos.
Sin embargo, hay animales que se empeñan en acompañarnos. En esta ciudad las garzas parecen tener como punto de encuentro el terminal fluvial Yuma, constituido por 44 rutas que, según Cormagdalena, pueden transportar hasta 800 personas diarias por el Magdalena Medio. Pero ni en los días más ajetreados espantan a las aves blancas de cuello y patas largas.
Yo las entiendo: el ajetreo no me espanta, sino que me atrae. Aunque es probable que a las garzas solo les atraigan los restos de pescado que pueden encontrar allí. Para mí el caos que se puede generar en el puerto es encantador, al igual que el flujo de personas viajando en el río. Y es que el puerto no implica solo la confluencia de llegadas y salidas ni la circulación de cajas, maletas o bolsas con gallinas, yuca o plátano. En este sitio de reunión, las personas también llevan consigo sus historias, sus costumbres y sus saberes.
Como cualquier lugar multitudinario, este no podría estar completo sin comida. Es por eso que, con solo caminar un poco hacia el norte del terminal fluvial, es posible sentarse a almorzar bagre, trucha o bocachico, con plátano frito, arroz y un buen suero costeño. A orillas del Magdalena encuentra uno muchas casetas donde termina compartiéndose mesa con alguna garza que, sin pena ni miedo, posa y chismosea entre los comensales. Sería difícil encontrar un lugar donde comer un producto más fresco: el pescado pasa directamente del río a la canoa, para luego ser transportado al puerto. Allí es donde los pescadores distribuyen a los restaurantes y, a su vez, nutren el mercado aledaño.
Cuando terminan el día y su trajín, el número de embarcaciones decrece y cambian las actividades y productos del puerto. Varios grupos de amigos, en su mayoría comerciantes o pescadores, amenizan el término de la jornada reuniéndose a tomar cerveza y jugar parqués o dominó. Por supuesto, no falta un buen vallenato: esta ciudad es la sede del tercer festival de música vallenata más importante del país.
Al mismo tiempo ocurre otra reunión en otro lugar de la ciudad. Nativos y turistas acuden al congestionado puente que comunica a Santander con el municipio de Yondó (Antioquia). Aunque se trata de una vía de solo dos carriles, esto no impide que las personas estacionen sus carros, motos y bicicletas a lo largo del puente para apreciar el paisaje conformado por la refinería de Barrancabermeja, el río Magdalena y el bello atardecer.
¡Que maluco es ser toche!