Por: Camila Vergara Tovar // Periodismo Digital
Fotos: Camila Vergara
La emergencia sanitaria de la covid-19 ha hecho que se valore más al campesinado que participa en la producción de nuestros alimentos. También que se le esté dando más importancia y reconocimiento a las huertas y cultivos de productos orgánicos y locales.
El sector agropecuario ha sido uno de los más afectados por la pandemia. Mientras que los ciudadanos estuvieron resguardados por la cuarentena, la vida y el trabajo en el campo continuó. Según el DANE, en las zonas oriental y central del país, incluida Cundinamarca, se concentra el 90 % de los campesinos del país. Y el 91% de los alimentos que llegan a las centrales de abastos en Bogotá corresponden a la economía campesina.
Algunos de ellos, personas que viven de la agricultura y del cultivo de alimentos, se vieron favorecidos, pues uno de los sacudones más importantes que nos ha ocasionado la pandemia ha sido el reconocimiento de los productos orgánicos y locales. Algunos de estos están en los municipios de Sopó y La Calera (Cundinamarca).
En la vereda Márquez, en La Calera, está ubicado Sol de Siembra, un mercado de alimentos orgánicos manejado por Nubia Aidé Venegas, de 47 años. Aunque nacida en Sopó, vive en el municipio vecino, donde se dedica al cultivo de hortalizas, frutas y verduras orgánicas. Nubia cuenta que antes de que empezara la pandemia, su huerta no superaba los 25 pedidos semanales. En los meses de abril y mayo, durante el aislamiento preventivo obligatorio, el número de pedidos semanales subió a 70.
“Los primeros días de la cuarentena, en marzo, recibí hasta 100 pedidos semanales. Se cuadruplicó la venta porque a las personas les daba jartera ir a los supermercados a comprar frutas y verduras sin saber de dónde vienen”, cuenta Nubia. También dice que las ventas en la vereda y en la región se han movido mucho porque se es más consciente de lo que se quiere comer, y las personas prefieren que los productos les lleguen a sus casas.
En el municipio de Sopó, a unos cuantos kilómetros de la huerta Sol de Siembra, existe otra huerta llamada Cuatro Vientos. Esta pertenece a Connie Vergara, una mujer de 62 años que empezó con el tema de las huertas cuando sus dos hijos eran pequeños, hace unos 30 años. “Empecé a sembrar algunas cosas porque quería que mis hijos comieran sano”, dice Connie. Una de las enseñanzas que esto nos ha dejado es volver a los productos del campo: orgánicos y locales. Connie opina que el campo en Colombia ha sufrido mucho y que ha estado muy descuidado, y le alegra que a los campesinos les esté yendo bien porque es un trabajo de mucho esfuerzo y poco reconocimiento, aun cuando es el más importante. No por nada es el que le da de comer a las personas.
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El tema de las huertas locales y orgánicas, que había llegado parcialmente a Colombia, se está volviendo más importante. “Esto había sido de algunos pequeños círculos sociales, de élites que sabían lo que es orgánico. Pero ya se ha expandido mucho más.” Para Connie, esto realmente no es un negocio, sino una responsabilidad, porque el planeta necesita que a la vez se produzca más de forma sana y con más empleos.
Una de las personas que trabaja con Connie Vergara en Cuatro Vientos es Leonidas Garzón, nacido en Gachetá (Cundinamarca). Tiene 68 años y vive en Sopó hace 20, y toda la vida se ha dedicado al campo: a la ganadería y al cultivo de hortalizas; a abonar, sembrar, deshierbar y regar matas. “Todo esto es un comienzo… La gente va a caer en [la] cuenta de que tienen que volver a buscar el campo. Hay muchas personas que han abandonado sus finquitas; se van para Bogotá porque allá hay trabajo, pero es que allá no cabe nadie más.”
Leonidas dice que la gente debería regresar porque en las ciudades se gasta mucha plata y en el campo se evitan gastos, y pone de ejemplo el agua: esta nace en el mismo terreno y no hay que pagarla. Para él, esta pandemia está mostrando que las personas necesitan regresar también a la agricultura: “Se creía que en las ciudades se vivía mejor, por eso muchos se fueron.”
Cuatro Vientos le vende de manera directa a las personas que viven en la región, y también le vende a La Canasta, un grupo de personas que les compran productos orgánicos a campesinos y los venden y distribuyen en Bogotá. Marianne Torres, encargada de esta red de comensales, cuenta que uno de los retos más importantes que han tenido durante la cuarentena es el tema logístico, pues en algunas veredas y municipios se vetó la entrada de sus vehículos. En el caso del municipio de Viani (Cundinamarca), no podían recoger productos de las huertas y fincas.
“La lógica en las ciudades y centros urbanos es de resguardo, pero en el campo la vida continúa, siguiendo todas las precauciones”, dice Torres, y añade que La Canasta ha duplicado sus pedidos que se tenían semanalmente. Según ella, un aprendizaje muy importante es que las personas están descubriendo de dónde vienen los alimentos que comen; se está valorando más al campesinado que participa en la producción: “Se ha creado una reflexión acerca del cuidado de los campesinos, porque si ellos tienen salud, nosotros como consumidores nos vemos directamente beneficiados.” Otro aprendizaje es que se está valorando el tiempo de vida de los alimentos: se está cocinando más en casa y se están consumiendo alimentos que antes no eran solicitados. La gente sí está cambiando sus hábitos alimenticios.
La Calera y Sopó son dos municipios que muestran que sí se le ha dado más importancia a los productores locales y orgánicos. Hay mucha más demanda de alimentos, elemento positivo para esos mismos productores y para los comensales. Se espera que con esta pandemia el crecimiento exponencial de las huertas y los mercados orgánicos se mantenga y que no sea solo por esta época.
La concientización de la producción y uso de los alimentos de la que hablan Nubia, Connie, Leonidas y Marianne hace que el campo se empodere y que se fortalezca la cadena agroalimentaria, que, al fin y al cabo, nos beneficia a todos.
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