El terremoto de Popayán, según el evangelio de Burbano

Harold Nikolás Castro French

En 1983, un terremoto de 5,5 grados en la escala de Richter dejó a Popayán casi destruida. Fernando Burbano es uno de los que se salvó de la catástrofe y el protagonista de esta crónica. Un relato que involucra versos de la biblia y una historia familiar de sobrevivientes.

“Y habrá grandes terremotos, y en un lugar tras otro pestes y escaseces de alimento; y habrá escenas espantosas”.

Lucas 21:11

“¿Y si es un castigo de Dios?”, es la pregunta que ronda en la cabeza de Fernando Burbano después de sobrevivir al terremoto en Popayán.

“Los pecados cometidos en Semana Santa nos condenaron al castigo divino, ya no era agua bendita sino guaro y los días santos eran días de parranda”, conjetura en tono apocalíptico.

Ocho horas antes del terremoto, Fernando terminó de trabajar en la ferretería y, tras un largo y caluroso día, decide calmar su sed con unas “politas” para disfrutar de la fresca y pacífica noche de Popayán.

—Bueno, pero solo nos tomamos unas cuantas y juicioso pa’ la casa —les dice Fernando a sus compinches con gran seriedad.

Es jueves santo y ya son las tres de la madrugada cuando llega a la casa, intenta no hacer ruido pues sus padres están durmiendo y prefiere evitarse la cantaleta. La borrachera no lo deja subir por las escaleras, así que coge una gran manta y decide dormir en la sala. Son las ocho de la mañana y Fernando entreabre los ojos, las paredes de la casa se mueven de un lado a otro, “¿Será el guayabo?”.

Entonces, se despierta de golpe por el ruido: “es un sonido sacado del mismísimo infierno, cientos de personas gritando desesperadas, la tierra ruge con furia y los pasos retumban en el suelo”. El miedo paraliza a Fernando, las paredes se van agrietando, cabe la posibilidad de que el techo se le caiga encima “¿Será el berraco guayabo?”.

Afuera todo es un caos. El ruido ahora es ensordecedor, los postes no paran de moverse. “Es como si estuviera en una pesadilla”. La tierra deja de temblar. Según el reporte del Departamento de Geología de la Universidad Nacional, el terremoto tuvo una duración de 18 segundos y una intensidad de 5.7 grados a la escala de Richter.

“¿Es enserio?”, Fernando no se lo puede creer, “yo sentí que pasaron como 20 minutos”.

Todo se detiene, Fernando sale de su parálisis y sube a toda prisa por las escaleras en busca de su familia. Entra al cuarto de sus padres, no están. Entra al cuarto de su hermano, tampoco lo encuentra. Busca en el baño, en la cocina, en la sala, busca desesperado en todos los rincones de la casa, no los encuentra. Ahora, un silencio ocupa todo el espacio. Los nervios se apoderan de él. “¿Dónde está mi familia?”

Sale a la calle, las demás casas parecen en buen estado, pero a lo lejos se levanta una nube de polvera proveniente del centro. “De seguro mi papá y mi hermano están trabajando en la ferretería, ¿Y mi mamá?”. Fernando, tendrá que atravesar el centro para llegar a donde está su familia, así que emprende el viaje con una chispa de esperanza.

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“Y los sepulcros se abrieron, y los cuerpos de muchos santos que habían dormido resucitaron;
Cuerpos expulsados de sus ataúdes”.

Mateo 27:52

Al pasar por el cementerio, Fernando es testigo de imágenes que se repetirán en sus más oscuras pesadillas: cuerpos expulsados como cañones de sus tumbas, restos de personas esparcidas por el suelo emanando olor a putrefacción. Las náuseas son inevitables. Sigue caminando, pues no puede dejar de pensar en su familia y ya falta poco para llegar al centro.

—Y cuándo llegó al centro, ¿Qué vio?

Fernando entra por la Carrera Cuarta. Varias casas se habían desplomado. Una niebla de polvo oscuro le reduce la visibilidad. Los andenes están inundados de trozos de paredes blancas, fragmentos de puertas y ventanas. Las edificaciones históricas quedaron destruidas, las cúpulas de las iglesias se cayeron y mataron a decenas de fieles. La espadaña de La Ermita reposaba destrozada sobre el empedrado de la calle cubierta de tierra.

El archivo nacional de Terremotos afirma que se desplomaron un total de 13.650 viviendas, es decir el 70%. A los numerosos hoteles, atiborrados en esta temporada turística, les pasa algo similar. El sismo dejó un total de 267 personas muertas y 7.500 heridos.

Fernando llega a la ferretería y ve el cuerpo de una señora entre los escombros, casi no se le logra ver la cara porque tiene pedazos de cemento encima. El corazón se le detiene cuando al acercarse la identifica “¡Mamá!”

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Donde tú mueras, allí moriré, y allí seré sepultada. Así haga el SEÑOR conmigo, y aún peor, si la muerte, nos separa.

Rut 1:17

Fernando está destrozado, las lágrimas brotan de su rostro. Se tira al piso y siente que se va quedando poco a poco sin aire. Se acerca para observar el cuerpo que está tirado y nota que en la mano no hay ningún lunar “mi madre tiene un gran lunar y no está, debe seguir con vida”. Y, aunque esto lo tranquiliza de momento, esto no evita que siga con una gran preocupación en el pecho.

Ya ha pasado una hora, sus pies están cansados de tanto caminar, pero no se detiene. Al frente de él está La Torre Del Reloj, el símbolo arquitectónico de Popayán, atravesada por una grieta enorme y despiadada que amenazaba partirla en dos. Mucha gente está parada a pocos metros de la torre, pero, Fernando decide esquivarlos y seguir caminando.

–¡Fernando! –Grita una voz entre el montón de gente

Al voltear, es su papá que lo está llamando entre la multitud. Fernando se devuelve corriendo para abrazarlo. Los dos lloran. De repente, los dos se ven envueltos en otros brazos:

– ¡Hermano! – Los tres se abrazan y el alma les vuelve a sus cuerpos

¿Y mi mamá? – pregunta Fernando preocupado

No lo sé.

Sus últimas palabras provocan un silencio incómodo en el aire.

Mamá estaba en misa de jueves santo. –Dice su hermano nervioso.

Fernando recuerda la iglesia San Francisco destruida, “¡Dios mío!, es la iglesia de mamá

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Tales son los caminos de todos los que olvidan a Dios; y la esperanza del hipócrita perecerá.

Job 8:13

Los tres llegan a la iglesia, todo está destrozado. Hay muchos cuerpos entre los escombros, pero ninguno parecido al de su mamá.

Doce horas después del terremoto los tres llegan al bar donde Fernando se había ido a tomar con sus amigos. El lugar está en ruinas, se ven manos enterradas y en una de ellas hay un gran lunar. Fernando quita los escombros con desespero, es su madre que estaba atrapada, pero a salvo. Él la levanta para darle un gran abrazo, pero su cuerpo está desgastado por haber estado tanto tiempo bajo las ruinas.

¿Por qué carajos estás aquí? –Pregunta Fernando.
Sabía que estabas tomando con tus amigos, yo vine a buscarte
Pero yo estaba durmiendo en la sala.
No te vi.

Pasan los días y todos los damnificados duermen en carpas que trajeron desde Estados Unidos. Los Burbano, por ser parte del grupo eclesiástico, duermen en albergues que tienen las iglesias. El Estado crea unos bancos que sirven para subsidiar a los damnificados, pero los estafan, pues todo lo que le prestan ellos lo tienen que devolver con intereses y hasta el doble.

Ya han pasado 35 años desde el terremoto y aunque su familia se salvó, los daños psicológicos perduran. “Me siento a hablar con mi mamá y recordamos aquellos días de tragedia, días duros en donde estuvimos unidos más que nunca como familia. Todos los habitantes nos unimos y en menos de cinco años la ciudad quedó reconstruida. Después de todo eso nos preguntamos ¿Dios está equivocado?”.

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