Por Karla Bello // Fotoperiodismo
Le contamos acerca del Ñerito, un personaje insigne de uno de los tantos semáforos del norte de Bogotá. La suya ha sido una historia de carencia y dolor, pero también de superación, perseverancia y, sobre todo, un cariño inmenso por aquellos que lo rodean y por la vida misma.
Édgar Ruiz, un cuidador de carros con 42 años de experiencia, trabaja hace varias décadas en el semáforo de la calle 109 con carrera 15. Y nunca se ha rendido a pesar de las adversidades que la vida ha puesto en su camino. Es un hombre feliz, trabajador, responsable, carismático y enamorado de tres mujeres: Jenny, su hija de 20 años; Sandra, su esposa de más de 30 años, y Sharon Daniela, la nieta que viene en camino. Édgar desempeña su labor desde que tenía 4 años, pese a la poliomielitis que padece desde su nacimiento y que paralizó por completo su pierna izquierda.
Este padre de familia viaja desde el barrio El Dorado, en el suroriente de Bogotá, hasta el norte de la capital en busca del sustento diario suyo y de su familia. Diariamente utiliza el SITP, hasta donde le alcancen los 25 000 pesos que le da el distrito en su tarjeta TuLlave, o un bus urbano. Anda apoyado en sus compañeras de vida: sus muletas, que maneja perfectamente y sin las que no podría dar más de cinco pasos. Estas nunca le han faltado, pues algún conocido se las renueva siempre que empieza a notarse la necesidad de unas nuevas.
No es precisamente su discapacidad lo que hace especial a Edgar, sino su carisma y la entereza con la que enfrenta el día a día, esa vida que ama y agradece. En la calle en que trabaja, este personaje ya es muy conocido: además de cuidar carros, ayuda a los visitantes del sector a parquear, pide monedas en el semáforo y alegra el día de cada persona que lo saluda o que le habla. Ya son típicos sus “hola, ñerito” u “hola, ñerita”, que le han dado la fama de ser El Ñerito en el sector.
Si bien es un hombre de 46 años que nació con una discapacidad de movilidad, también es una persona libre de limitaciones mentales que sueña. Por eso aspira a sacar su pase de conducción y trabajar como conductor, comprar vivienda propia, apoyar a su hija con su sueño de ser enfermera y darle todo lo que necesite a su nieta. No obstante, aunque es un hombre feliz, fuerte y agradecido…, ya está cansado.
Todo lo que Edgar ha tenido y tiene lo ha conseguido por sí mismo; no espera que le tengan lástima y, como creyente, es consciente de que en este mundo somos todos iguales e hijos de Dios. En estos 15 meses de pandemia, no ha sido beneficiado con ningún subsidio del Gobierno, a pesar de que es un hombre cuya manera de caminar, medio arrastrando su cuerpo, llama mucho la atención. En otras palabras, ha sido invisible para las entidades gubernamentales que podrían brindarle alguna ayuda importante.
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Sin embargo, no es invisible para los trabajadores y dueños de los locales de la calle 109: nunca le falta un tinto en una tarde fría, un escampadero en una tormenta o una empanada ante un antojo. Aunque reconoce sus necesidades, su ingreso no es suficiente para pagar arriendo, servicios y gastos adicionales que emergen en su vida diaria. Además, la cuarentena ha aumentado su carencia económica: el tráfico de vehículos no es el mismo que antes, y no pudo trabajar muchos fines de semana, que aprovechaba para ganar el doble de los otros días.
Actualmente gana entre 10 000 y 15 000 pesos diarios, y recibe mensualmente 180 000 en mercado. Esos son todos los ingresos económicos de su hogar de cuatro integrantes. Pero no se victimiza: más bien es un hombre que, con sus limitaciones, se para de su cama y decide salir a trabajar para cumplir con su papel de proveedor familiar. En una ciudad como Bogotá, donde cada semáforo alberga personas pidiendo ayuda (a veces incluso sin hacer gran cosa), resulta inadmisible ignorar a un hombre discapacitado que, como todos, con sus defectos y virtudes, sale diariamente a cumplir sus sueños como pocos.
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