Por: Ana Lucía Barros // Periodismo Digital
Actualmente, el mundo entero está viviendo una crisis que nos exige detenernos y pensar más en el cuidado de sí y del otro. Esto ha implicado no solo la transformación de los trabajos presenciales en virtuales, sino también la caída de la economía. Pero aún queda una duda: ¿qué está pasando con las mujeres con esta situación?
Lavado de manos, prohibición de salir a la calle, distanciamiento social, trabajo en casa. Las medidas que la pandemia de la covid-19 nos ha obligado a implementar han puesto en evidencia la profunda desigualdad laboral entre hombres y mujeres. Si bien esta ya era discutida, ahora es más que innegable. La brecha salarial entre ambos, la división cultural del trabajo y los oficios del cuidado no remunerados son todos síntomas de una sociedad desigual que el confinamiento ha sacado a la luz.
La economía, como escuchamos en el podcast, es todo aquel trabajo remunerado (como la enfermería, el trabajo social, la cocina, el aseo…) o no remunerado (como el trabajo doméstico, que mayoritariamente desempeñan las mujeres en sus hogares) que le apunta no a la producción de bienes, sino a la conservación de la vida humana. La economista Natalia Moreno, integrante de la Mesa de Economía Feminista de Bogotá, afirmó que, “como ya está probado en varias investigaciones, uno de los efectos principales de la pandemia ha sido el aumento de las cargas domésticas. Las cargas domésticas de las mujeres han aumentado 3 horas más de lo normal en el caso de Bogotá”.
Según el estudio “Cuidado no remunerado”, realizado conjuntamente por el DANE y ONU Mujeres, el promedio de tiempo que las mujeres dedican a los trabajos de cuidado en Bogotá es de 7 horas y 14 minutos diarios. En el caso de los hombres, el promedio es de 3 horas y 25 minutos. “Esto demuestra que sigue siendo un trabajo asociado de alguna manera a las mujeres. No hemos logrado redistribuir estos trabajos al interior de los hogares, democratizarlos. También demuestra la importancia de que el Estado asuma su función social frente al cuidado, porque en la medida en que los estados cierran sus servicios, estos se descargan en los hombros de las mujeres. Y creo que el cuidado debe ser un asunto público, un asunto social, y no un deber de las mujeres por asociación cultural”, estableció Moreno.
Al dilema de la repartición de los trabajos del cuidado no remunerados se suma el de aquellos que sí son pagos. Estos no tienen posibilidad alguna en la virtualidad, y en la mayoría de casos son también trabajos feminizados. La exministra Cecilia López señaló en la revista Dinero que el 70 % del personal de salud en Colombia son mujeres, y según la revista Portafolio hay cerca de 753 000 trabajadores domésticos, de los cuales el 95 % son mujeres. Son ellas quienes se enfrentan a la calle a diario para suplir los servicios que continuamos solicitando durante el confinamiento, desde la comodidad de nuestros hogares. Sin duda, las condiciones laborales de estos sectores cambiaron durante la pandemia.
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Este es el caso de María Fernanda Angarita, que trabaja como cocinera en una panadería de Chapinero. “Aprendimos otras cosas: desde hacer café hasta atención al cliente. También realizábamos domicilios. La convivencia con los trabajadores se vio afectada porque las horas de trabajo aumentaron significativamente con la excusa de que tuvimos descanso en la primera parte de la cuarentena. Pero luego pasamos a hacer turnos de 12 horas”, explicó ella. Posteriormente llegaba a su casa, donde vive con dos hermanos mayores. Sobre la organización interior del hogar, cuenta su experiencia: “No hay como un rol designado, un encargado como tal; se supone que cada uno se cocina y cada uno lava sus cosas, pero por lo general soy yo la que está un poco más pendiente de la casa: de barrer, de trapear, de que todo no sea un desastre”.
Elvira Rojas, trabajadora de servicios generales y empleada doméstica, también sintió el cambio en el trabajo: “Al comienzo de la cuarentena pasé de trabajar toda la mañana en la empresa de aseo a trabajar por tres horas, día por medio. Y dejé de ir a los apartamentos. Hace dos semanas volví al ritmo de trabajo normal. Quienes iban a la oficina no están asistiendo en su mayoría, pero médicos, enfermeras, servicios generales, vigilancia… Nosotros seguimos como si nada”. Como se dijo antes, ellas continúan exponiéndose en pro del mantenimiento del espacio, en función del cuidado.
Para Moreno, esta situación nos invita a reflexionar sobre este sector laboral, tanto en la dimensión privada como en la pública. La divulgación de la experiencia de las 6 millones de mujeres amas de casa en Colombia aumenta la conciencia sobre la importancia de los trabajos domésticos y la carga que conllevan. “Esperaría yo que logremos reconocer más el cuidado como una función social y, en ese sentido, lograr medidas para que [este] se distribuya.
[Quizá así] logremos equilibrar [el cuidado] de alguna manera [para] no seguir sobrecargando a ciertas mujeres. El hecho de tener que asumirlos [los trabajos de cuidado] tiene repercusiones en su autonomía personal y económica. Creo que somos más conscientes de la importancia de los trabajos de cuidado en el mundo”, estableció Moreno. Debemos comenzar a buscar masculinidades corresponsables y espacios públicos destinados al cuidado para aliviar esa carga histórica del cuidado en las mujeres.
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