Los vendedores ambulantes son comunes en Bogotá, es seguro que tanto todos los bogotanos como los extranjeros han tenido algo que ver con ellos, desde pedirles cómo llegar a cierta dirección hasta comprar algo en sus puestos de trabajo. Este fotorreportaje está dedicado a esas personas que siempre se encontrarán en las calles de la capital.
FOTO: Tomada por Juan Sarcos
Bogotá es una ciudad en donde abundan los vendedores informales, en cada esquina siempre se encuentra a alguien dispuesto a ofrecer algo distinto. La carrera séptima es uno de los lugares donde más se pueden ver. Venden dulces, arepas, jugos, tintos, artesanías, hay algo para todos. A unos se les ve más sonrientes, sobre todo a aquellos que llevan años en la misma esquina, y se encargan de ponerle todo el amor posible para que a los bogotanos no les falte nada. A otros no se les ve tan contentos, incluso muestran en sus rostros indicios de fastidio, como si para ellos dedicarse a la informalidad fuera algo denigrante.
En el Parque de la Independencia es donde mejor se evidencian estos contrastes, algunos transeúntes recorren la carrera séptima y saludan a algunos de los vendedores que se encuentran en la cercanía del parque. El carisma de los vendedores es lo que más atrae, las sonrisas que se desprenden de sus rostros al momento de exprimir una fruta mientras hablan con los clientes; muestra un lado más cálido de la ciudad, lo cual se necesita sobre todo en aquellos días grises que poca energía transmiten.
Aunque hay algunos que tienen un puesto de ventas tradicional como cualquier otro vendedor informal, hay algunos que son más creativos, buscan diferenciarse de los demás. Uno de los vendedores maneja una camioneta que la decidió convertir también en su principal herramienta de ventas. En ella hay una franja tricolor que orgullosamente lleva por toda la ciudad. Vende diferentes tipos de café, y también algunas bebidas con licor. El señor lleva un sombrero blanco que es poco difícil de notar.
La juventud también es algo que se vive en las calles. Cerca del Hotel Tequendama se encuentran dos jóvenes vendedores con un carisma que se contagia. Venden tanta variedad de dulces que es casi imposible que quien pase no se le antoje algo. Y si no es el antojo, los jóvenes lo atrapan con su personalidad.
Estos son algunos de los rostros que diariamente recorren la ciudad mediante la labor informal. Algunos destacan más que otros, pero lo que no se puede negar es que hay una historia nueva en cada rincón por contar, y eso es algo que hace a la ciudad, única.
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