Más vale hippie conocido…

Por Chino Carajo

Esto no es una incitación al terrorismo, ni al vandalismo, ni a la violencia, así yo crea firmemente que un ciudadano de bien debe armarse de su léxico más soez si sorprende a un joven de sombrerito a cuadros por la calle, filmando con un iPhone desde su bicicleta plegable. Tampoco es una promoción del odio hacia una minoría cultural que es cada vez más minoría desde que sus miembros se dieron cuenta, con ojo empañado y vibratto en la voz, de que pertenecer a ella no era tan chévere. Lo que me producen los hipsters es más bien la siguiente mamertada metalera. Yo, metalera, fatal. No me enorgullece en lo más mínimo pero, ¿qué hago? Me he sorprendido en rumbas hipsters deseando que algún casposo poco muy consciente de su look —y por lo tanto más chévere—, saque un cd de Pantera o, peor, de La Pestilencia o Purulent.

Número uno: Deje las monturas sin lente de su mamá entre el cajón en el que estaban. Ahí estaban desde hacía años, probablemente porque a su mamá se le olvidó botarlas a la caneca. Si uno lo piensa bien, NO SON TAN CHÉVERES, es decir, ¿En qué momento se volvió tan chic parecer el escuálido amigo del protagonista de una película de la nueva ola francesa, un pelmazo que además de tener un lambido de vaca en la cabeza era miope, Y POR ESO USABA GAFAS? Además, qué astucia. Como muchos de estos chicos no sufren de miopía alguna, pero igual babean con la idea de la chocolocura hecha gafa, pues les… les quitan los lentes….y se las ponen…ghh…sin lentes. Nunca en mi vida he rogado tanto por que a alguien se le estalle la retina y esté realmente obligado a usar gafas. ¡Las monturas solas! ¿Qué sigue? !¿Audífonos para sordo sin micrófono marca Andy Warhol? ¿Implantarse la verruga de Robert de Niro? Me han contado que incluso se les ha visto con las gafas de Cine Colombia…
Número dos: Pero como las gafas y la camisa a cuadros ceñida, y los tenis ochenteros, y la delgadez, y la androginia, y etcétera etcétera es lo de menos, pasemos al fondo. Si, al fondo, y lo digo con toda la seriedad del caso. El hipster es un consumidor compulsivo. Para algunos de los sociólogos postmodernos que le encantan a los hipsters, ellos serían los más alienados entre los alienados, pues andan casi absolutamente desconectados de su espacio social gracias a un Mac, una conexión a internet y unos buenos audífonos. Nada menos que los mismos tentáculos —de pronto en con distinta cara— de una industria cultural feroz que logró absorber al Ché Guevara, a Sex Pistols y a los dichosos hippies para llevarlos a las vitrinas de Pepe Ganga y Cachivaches. En realidad fue fácil: No era sino contentar a esta masa grande de estudiantes de carreras creativas con aparatos que les permitieran consumir, con cierta ilusión de libertad, las cantidades de cultura pop que les cupiera en el buche; así, ya no serían más los revoltosos con bozo que, antaño, les escupían gargajos a los carros blindados. No, estos chicos son tan chéveres que las palabras “guerra” o “pobreza” les producen arcadas. Así que, de contracultura, como dijo el Procurador Ordóñez, nanay cucas. Es más, es sumamente irónico que ellos le aporten un resto de billete a la industria cultural consumiendo las antiguas contraculturas.

Numero tres: Lo importante es consumir —y tener con qué—, eso está claro. Pero no de cualquier manera. El consumo hipster tiene que generarles esa marginalidad sexy que usted sabe. La del yuppie que no quiere ponerse la corbata. La del rock indie, que lo único que tiene de indie es el indiazo que siempre canta, o bien con la voz aguda de un adolescente gringo deprimido, o bien como un cantante argentino que, no obstante su escualidez y pusilánime vellosidad facial, tiene un éxito aburridoramente predecible entre las mujeres.
Número cuatro: La paranoia. Los hipsters tienen toda la razón al no querer ser identificados con las tribus urbanas, que se quedaron con ese honorabilísimo título porque no les alcanzó para ser ‘movimientos’, o alguna otra cosa (“Tribus urbanas”…es como taparrabos en plena Caracas). Pero, aún así, es desmedido su miedo a que se les compare con cualquier cosa- Sienten, en efecto, que son inagrupables, dada su magna originalidad. Una originalidad que está más basada en parecer barcelonés, o bonaerense (..ghh…), que en inventarse estilos nuevos. Señor hipster, si le gustan las camisetas ceñidas de colores vivos con mensajes astutos en inglés, acéptese. Si le gusta el hip hop underground o la música electrónica hecha con una organeta o un atari, acéptese. Si critica todo aquello que es conocido o popular y no pop, acéptese. Si le gustan las fotografías con efecto polaroid u otra simulación del estilo, acéptese. Lo que no debe aceptar de sí mismo es haberse aguantado esta columna hasta el final, aún si le competía.
Como dijo una amiga: más vale hippie conocido que hipster por conocer.

Retazo: críticas, cartas con ántrax en sobres a cuadros, citas agresivas de Lilly Allen o gafas bomba, mi dirección es [email protected]

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