Los bicipachangueros de la noche

Los amantes de la bicicleta descubrieron otra forma de gozarse su vehículo surfeando en las noches bogotanas, al ritmo de la música, en una rumba guiada con casco y sin cover

Texto: María Mónica Monsalve

[email protected]

Fotos: William Múnera

 

Como una ráfaga de colores pasa la Bicipachanga por la Bogotá nocturna, una serie de bicicletas que pedalean al ritmo de la salsa o de la electrocumbia que esté sonando. Camuflados entre ese gusano rodante que despierta la curiosidad de la gente que va en los automóviles, se pueden distinguir algunos personajes: una Mujer Maravilla que va acompañada de C3PO, el personaje de Star Wars, y una pareja con máscara de luchadores libres que fueron a rumbear en bicicleta. A los ciclistas apasionados que salieron esa noche motivados por encontrar un nuevo espacio y a los amateurs bicipachangeros que hasta ahora van a probar la experiencia.

La música determina el ritmo de cada movimiento, aunque la salsa siempre es la que más entusiasma. A medida que pasa la noche, quedan menos rumberos, pero el ambiente de sandungueo se pone mejor. El frío no incomoda a nadie y, en cambio, parece que la cerveza que algunos toman los pone más alegres, porque, como dice el lema del evento, aquí se viene “directamente desde las calles bogotanas rodando con el sistema láser de sonido bacano”.

Son las nueve de la noche del 7 de marzo de 2014 y, por quinta vez, se reúnen los bicipachangueros para empezar la fiesta sobre ruedas. Esta noche el punto de encuentro es la calle 72 con carrera 7ª, y la lluvia, que todavía amenaza, no ha logrado asustar a nadie. Llegan, de a puñados, todo tipo de bicicletas que se van uniendo a la fiesta: Campañolos, Trek, Peugeut, Benotto y otras de castas más bajas que han sido armadas con distintas piezas, estilo “hechizo”. A lo lejos se escucha un eco retumbar y no falta mucho tiempo para que se vea llegar el vehículo fu-turista que lleva la música: un triciclo alargado donde viene montado un equipo de dos cabinas autopotenciadas recargables y unas banderas anaranjadas que la identifican como la Bicipachanga. El conductor elegido es Andrés Zapata, quien por primera vez la va a manejar para determinar el ritmo de pedaleo del grupo. “Es la cuarta vez que salgo a rodar, pero la primera que manejo la Bicipachanga. Es una experiencia muy chévere porque tu llevas la música, vas generando el ambiente a medida que la gente va rodando y se va integrando mucho más”, dice.

Media hora después de estar todos reunidos, Katherine, cofundadora de la Bicipachanga, nos anuncia por micrófono que estamos próximos a salir. La ruta es hacia el norte, en la calle 116 con carrera 9ª, donde se hará una demostración de flat land. Junto a la Bolsa de Valores y frente a los porteros incrédulos que rodean las bicicletas para cerciorarse de que nadie esté haciendo algún daño, se anuncian las reglas de la noche: “Por favor, seamos prudentes. No peleemos con las carros o con las motos, dejémoslos pasar. Por favor, conservemos la línea, ocupemos un solo carril. Vamos a ir en un ritmo tranquilo, en fiesta. ¿no? ¡Que se escuche un grito!”… Y salimos, como una manada sobre ruedas.

 

Los creadores

Este es el volumen 5 de la Bicipachanga, un evento que crearon Juan Felipe Santamaría y su novia, Katherine —del Zua Zaa Cirko—, junto con Diego Mateus —Yugo Messenger Bags—, para abrir un espacio a los amigos de la bicicleta.

La idea surgió porque Katherine y Santamaría se devolvían de trabajar escuchando música con lo que quedaba en las baterías recargables de los triciclos después de sus funciones. Un día que Yugo los acompañó, les contó de su experiencia como bicitaxista en Londres, donde algunos llevaban equipos de sonido y se juntaban a hacer una especie de fiesta. Motivados con la idea, se unieron e hicieron de su experiencia con la bicicleta un evento gratis y público.

El Zua Zaa Cirko tiene seis años y medio de trayectoria y ha buscado crear una nueva historia entre el circo tradicional y el actual. “Se habla mucho del circo callejero, pero nosotros creemos más en el circo urbano. Lo callejero es lo que está a raíz del piso; el perro, lo indigente, la basura. Nosotros no estamos en la calle, sino en la urbe. Por eso nuestro concepto es urbano”, afirma Santamaría.

Con este concepto han participado en varios festivales de teatro, han ganado el primer y el segundo lugar como mejores malabaristas en el Festival de Teatro en Manizales y han realizado el festival universitario El Ciclo de lo Insólito. Además, con el Tricirko, una comparsa en bicicletas y monociclos que puede considerarse el padre de la Bicipachanga, ganaron la beca Pedalea por Bogotá.

Los jingles que se oyen entre canción y canción —“¿Pensabas que la única forma de hacer una fiesta sobre ruedas era sobre una chiva? Pues no. Aquí ha llegado el factor de la alegría, Bicipachanga” y “Porque nosotros también tenemos derecho a hacer trancón, aquí vamos”— fueron escritos por Juan Santamaría. Además, él los grabó en el estudio casero de un amigo para que acompañaran la música pachanguera y ‘contaminaran’ las calles con su propia jerga.

 

Salsa bajo los puentes

Mientras bajamos por la calle 85 con carrera 11, es imposible ignorar el contraste que se da entre las personas que van arregladas a bailar a algún sitio, y la hilera de bicicletas que ya van bailando. Algunos gritan entusiasmados desde el andén, otros bailan al ritmo de la Bicipachanga cuando pasa y los más escépticos se limitan a mirarnos raro.

A las once de la noche llegamos a la primera parada de ese surfeo nocturno: debajo del puente de la calle 100 con carrera 15. Un espacio que suele estar deshabitado a media noche, pero que hoy se ve sorprendido por una plaga de ciclistas que llegan a llenarlo de música y baile. Las bicicletas, protagonistas de la noche, quedan por un momento inertes y recostadas sobre el puente, mientras uno de los bicipachangueros saca de un carrito que lleva arrastrado de su cicla, empanadas y cervezas para vender. El escenario de fiesta, que ya está completo, no logra despertar a un habitante de la calle que duerme indiferente a lo que sucede alrededor: las luces de los carros que alumbran la glorieta, el grupo que baila salsa justo al lado del puente y las conversaciones entre los que ya venimos algo fatigados.

Según Jorge Malagón, parte del equipo bloqueador y miembro del Ciclo Paseo Nocturno, más que el recorrido o la ruta, lo que importa son los puntos adonde se va a llegar, porque son los que la ciudad tiene olvidados. “Debajo de los puentes, los túneles, ciertas calles que parecen peligrosas, pero que realmente al llegar la gente las hace incluyentes, eso es lo más valioso que tiene la Bicipachanga”. A pesar de meterse en lugares deshabitados, el único problema que ha tenido la Bicipachanga en sus cinco versiones fue la vez que llegaron al barrio Pablo VI y les pidieron que bajaran el volumen por ser una zona residencial.

“La bicicleta tiene una cosa muy curiosa: si aquí estuviéramos reunidos los mismos que estamos pero en moto, ya nos habría caído la Policía. En carro, ya nos habría caído la Policía. En bicicleta no, porque el mensaje que vota la bicicleta es: ‘Oiga, están haciendo deporte’ o ‘Están con gente tranquila’. Entonces, yo pienso que la autoridad en ese sentido nos ve con buenos ojos”, afirma Malagón. Claro que se la prohibición de tomar alcohol se la pasan por los rínes, aunque advierten sobre el consumo responsable desde su sitio web y cuando dan la “largada”.

 

El derecho a hacer trancón

La voz de Katherine se vuelve a escuchar en el micrófono. Hay cambio de planes y ahora la demostración de flat land va a ser en la plaza de Lourdes, porque la carrera 9ª a la altura de la calle 116 está muy mojada. De nuevo las bicicletas cobran vida y nos reunimos justo antes del semáforo de la calle 100 con 15, al son de El preso, de Fruko y sus Tesos. El equipo bloqueador espera a que el semáforo se ponga en rojo para mandar a la cabeza la Bicipachanga que pedalea Zapata, mientras los que quedan atrás les piden a los carros que se detengan en caso de que el semáforo cambie y la caravana de bicicletas no haya terminado de pasar. La logística funciona por medio de radios que llevan Zapata, que va en la delantera y Katherine, que va cerrando el grupo. Pues la idea es que nadie se quede o se separe.

El pedaleo no deja de ser constante y algunos de los bicipachangueros amateurs nos vamos quedando atrás. Si no se tiene experiencia, seguir el ritmo de la música en ese coleo urbano puede resultar agotador. Al llegar a la calle 100 con carrera 11, Katherine insiste en ocupar un solo carril, pues el entusiasmo de los experimentados se hace mayor y los carros son más escasos. En la 72 con 11 la vía es prácticamente nuestra. Ya es medianoche y no muchos motorizados se mueven por la ciudad. La culebrita que antes iba compacta y unida, empieza a segmentarse por velocidades. Algunos bloqueadores toman la delantera, otros bicipachangueros pasan entre pedaleando y maniobrando para bailar por mi lado, pero la música, que va a la par conmigo, se queda atrás. Vigilando que nadie se quede.

Al llegar a la plaza de Lourdes el grupo es más pequeño. Los menos trasnochadores o a los que no les dieron más las piernas, desertaron de la fiesta. Y como dice el biólogo bicipachanguero Mario Arbolejo, “el problema es que la gente se devuelve sola a la casa, pues no todos aguantan las ocho horas de pedal a bordo del expreso del sabor y la alegría bicipachanguera”.

Sin embargo, los que estamos reunidos hacemos un círculo alrededor de Jonathan Camargo, campeón nacional del flat land. Una de las primeras técnicas de BMX, donde la bicicleta no pierde contacto con el piso y generalmente se está sobre una rueda. Al ritmo de Fun For Me, de Maloko, Jonahatan lleva con destreza una pequeña bicicleta. Hace equilibrio, la maniobra bajo sus piernas y la monta sobre un pedal.

Por ser primeriza en este ritual de la noche, decido bajarme en la estación del Expreso del Sabor e irme a mi casa, pero los demás siguen hasta la calle 45 con carrera 30. Escampan bajo los puentes de la Universidad Nacional hasta las 4:30 de la mañana. Se van pedaleando siempre con ritmo y llenos de ánimo. Aunque no todos amanecen en este evento que en promedio convoca a 250 personas, y que ha llegado a festejar con 500, uno queda con la sensación de haber surfeado una ciudad nocturna donde quienes mandan no son los carros. Y los amateurs también quedamos con un leve dolor de piernas. 

Post to Twitter