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Una reflexión sobre viajes y perritos viajeros

Por: Karla Bello // Fotoperiodismo


Con una clara conciencia ambiental y animalista, el siguiente texto busca reivindicar el papel importante de los perros callejeros en nuestras vidas. Esta pandemia difícil nos ha hecho deseables los viajes, y no deberíamos ignorar a los perritos que encontremos en nuestros trayectos.

Perro descansando a la orilla de un lago

Uno de los mejores planes de los capitalinos es viajar a los alrededores de Bogotá: la sabana e incluso departamentos como Tolima y Boyacá han sido destinos predilectos en el último año. Sus bellos paisajes y climas únicos ofrecen un respiro en épocas de pandemia y hacen muy atractivos a estos lugares. Durante Semana Santa, muchas familias decidimos viajar, y aunque no todas tengamos mascotas, la mayoría sí solemos avistar animales en nuestros recorridos, especialmente perros y aves. Por su proximidad a los humanos, los caninos son, sin duda, unos con mejor suerte que otros, un acompañante infaltable de los paseos.


Tener una mascota en casa implica decisiones difíciles al momento de salir de viaje. Por ejemplo, la gente no suele sacar a los gatos, pero los perros son animales muy sociables que suelen viajar en los carros y hasta en las flotas de servicio público. Podría decirse que en el mundo canino, así como en nuestra sociedad, existen estratos, algo cada vez más evidente debido a la falta de control animal que el Gobierno e incluso nosotros mismos evitamos.

El sábado previo a Semana Santa, me embarco en un roadtrip con destino a Girardot. A mi regreso, decido hacer una parada en el famoso restaurante y paradero La Vaca que Ríe; allí, pese a la lluvia, el frío y lo presentes que estaban los perros del lugar, conozco la verdadera indiferencia. Vi cómo familias dejaban a sus mascotas mientras comían, pasando por el lado de estos animales sin siquiera determinarlos conscientemente. Quienes los notaban los espantaban, porque “es de mal gusto tener perros callejeros cerca mientras se come”. La escena es triste e irónica, y me pregunto: si a estas familias se les perdiera su perro, ¿no les gustaría que su mascota diera con personas que lo alimentaran en la calle?


En la madrugada del Viernes Santo, arranco mi recorrido desde Mosquera hasta Boyacá, y en el camino me voy encontrando, por un lado, escenas tiernas de familias disfrutando de la compañía de su mascota: perros muy bien cuidados, con su pelo brillante y su collar, rodeados sobre todo de mucho amor. Pero, por otro lado, me encuentro con escenas de perros callejeros mendigando comida, agua y afecto a los visitantes de cada lugar. Algunos corren con suerte y reciben algo de alimento, una caricia y hasta piropos, pero ¡hasta ahí! Una vez los turistas se vayan, ellos seguirán con su sobrevivencia mendiga en las calles o campos.


Estos casos son solo pequeños ejemplos de lo que sucede no solo en el país, sino en todo el mundo. Nuestra sociedad ha venido perdiendo la sensibilidad con los demás, tanto personas como animales, y, por supuesto, con nuestro planeta en general. Casi imperceptibles, muchos animales pasan constantemente por nuestro lado. Y si bien es cierto que alimentar animales callejeros de vez en cuando no es la solución al problema, es un buen inicio para recuperar la generosidad y la normalidad de su presencia en nuestra vida. Que el privilegio no nos quite la empatía y podamos ayudar a quienes nos lo pidan, sobre todo observando con detalle el paisaje.

Domingo de perros