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[Revista impresa] Un viaje al sótano del alma: la catarsis y la escritura
Texto por: Laura Sofía Celis Irurita // Revista impresa
Fotos por: Cortesía de los autores
Paola Guevara, Martín Franco, Paul Brito y Camila Dávila son cuatro autores colombianos que expusieron sus vidas, miedos y cicatrices en novelas autobiográficas. Ellos hablaron con Directo Bogotá para contar por qué la literatura puede convertirse en una forma de catarsis y sanación.
Paola Guevara es periodista de la Pontificia Universidad Javeriana y autora de Mi padre y otros accidentes (2016) y Horóscopo (2018). “Cuando hablo de escribir, me gusta citar a Piedad Bonnet: «La escritura es un escalpelo que corta y cauteriza al mismo tiempo»”, afirma al referirse al papel que para ella cumple la literatura como ejercicio de catarsis.
En Mi padre y otros accidentes, la autora cuenta la historia de cómo luego de 34 años conoció a su padre biológico, que resultó ser un piloto de combate. Este había perdido los dedos de su mano en medio de un accidente aéreo, que también desfiguró su rostro y quemó el 70 % de la piel de su cuerpo. “Allí hay un tejido biológico externo [que está] roto, pero en mí hay una pérdida de tejido interior y de otro aún más importante: el tejido de nuestra historia”, confiesa Paola.
Ella define la novela como un relato femenino con un toque de tejido reconstruido. “Es un momento de ruptura que a uno, a los 34 años, le digan que toda su vida está fundamentada en una mentira. Que ni siquiera sabes quién eres, y te toca empezar desde cero a averiguarlo”. Y agrega: “Todos tenemos puntos de quiebre, puntos de reinicio total, y este fue uno de ellos. Hay un libro que me gusta mucho, Razones para seguir viviendo, que habla sobre el proceso del autor [Matt Haig] con la depresión, y dice una frase muy interesante: «Toda crisis en la vida es un bache en el relato». Hay momentos en los que el relato se fractura y solo la escritura puede volver a enlazarlo”. Paola resalta que, para ella, el relato no es únicamente la escritura: “Relato también puede ser la danza o la música; el relato es el arte. Durante ese bache que hubo en mi vida, yo tenía que ceñirme a aquello que fuera mi arte. Y eso era escribir”.
La autora dice que con esta novela viajó al sótano de su alma y se encontró frente a frente con los infiernos interiores, con el odio, con el sentimiento de abandono, con el dolor y con las heridas de su infancia. Sin embargo, tampoco imagina qué habría sido de ella de no haber escrito esta historia: “Se habría quedado este hilo roto dentro de mí, sin esta «musculatura». Porque a mí me gusta pensar la literatura como una musculatura, eso que te elonga, te contrae, te sostiene y te soporta, y la escritura te da la musculatura para poder seguir caminando”.
Como Paola, Paul Brito —periodista barranquillero y autor de varios libros, entre ellos su última novela, Restos orgánicos de un mundo anterior (2020)—, coincide en que escribir su libro, fue ir al fondo del dolor y quedarse allí el mayor tiempo posible. Esta novela comenzó como textos fragmentarios sobre la niñez del autor, y aunque muchos hacían referencia a sus padres, el libro no giraba en torno a ellos. Sin embargo, la obra tomó un nuevo rumbo: “En 2015, muere mi madre. Y ella era mi mejor fuente. Yo siempre la estaba entrevistando. Cuando muere, mi vida se rompe en dos y se marca un antes y un después […]. Uno siente que la vida se le rompe y nace otra vez”. Brito afirma que con su novela sintió que estaba reuniendo todos los escombros para intentar armar algo con ellos, para crear una vida nueva. El libro, que antes era una recolección de recuerdos, se transformó, y ahora el núcleo era su madre.
Aunque este es un libro autobiográfico, Brito intentó poner un filtro para que no se sintiera como un texto en el que se desahoga, pues no quería que esta fuera una historia que le sirviera solo a él y no al lector. Por esto tomó la decisión de narrar en tercera persona, y afirma que esto le sirvió para tomar un poco de distancia y saber qué podía contar y qué podía ser de utilidad para el lector. “Escribir puede ser terapéutico; sin embargo, si es literatura, su único fin no puede ser sanar, eso es un efecto secundario”, dice Brito.
El autor afirma que cuando se trata de un tema como la muerte, el dolor no se supera; se aprende a vivir con él, y las letras se convierten no solo en refugio, sino en maneras de encontrarnos, de hilar y comprender nuestra historia. Para él, su libro ahora hace parte de sí mismo: “La única forma que tengo de volver a hablar con mi madre es a través del dolor de su ausencia y de su muerte”.
Por su parte, el periodista y editor manizalita Martín Franco aborda la dolorosa relación con su papá en su primer libro, La sombra de mi padre (2020). Recuerda entre risas cómo antes de escribir su libro buscó hablar con psicólogos y profesionales que lo asesoraran durante duros momentos familiares. “Es curioso, porque lo primero que te recomienda un psicólogo es escribir. Entonces yo le dije: «Bueno, pero es que yo ya lo hice y lo voy a publicar»”, cuenta el autor.
La sombra de mi padre es descrito por Franco como un libro duro, pero amoroso. Según él, el libro tiene muchas heridas abiertas, pero sobre todo muchos cuestionamientos sobre lo que significa ser hombre en estos tiempos. El autor creció en una familia paisa donde “ser hombre es ser macho; donde los hombres no lloran y tienes que mostrarte siempre fuerte, pues no está permitido mostrar debilidad”. Ese tipo de cosas abrieron heridas en la relación con su padre, y por eso este libro fue una forma de rebelión contra eso: “Así me liberé de esa opresión”, afirma el autor.
“Empecé a escribir este libro porque sentía que había muchas cosas que necesitaba sanar. De hecho, en el prefacio digo que muchas veces intenté escribir esto en forma de ficción, pero yo sentía que ese no era el tono porque lo que estaba contando era mi historia. Entonces, esa no era la manera de hacerlo. Ahí fue cuando decidí meterme de frente y contarlo todo”, asegura Franco.
Aunque escribir su libro comenzó siendo un ejercicio de catarsis, por supuesto que él tenía la esperanza de publicarlo, pues considera que, de una u otra forma, las personas que escriben, en el fondo, lo hacen siempre para publicar, para así poder llegar a otras personas. Martín considera que su historia aún no está terminada, pues, a pesar de que el libro ya está publicado, sus personajes aún viven. “La historia se sigue escribiendo, y yo no sé cómo va a terminar”, dice.
Y es precisamente esto lo que muchas veces lo hizo dudar sobre su publicación.
“Mi familia leyó el libro mucho antes de ser publicado, y, aunque hay muchas cosas duras, lo aceptaron. Sin embargo, es complicado. Exhibir esa fragilidad los tiene nerviosos, pero son temas que hay que tratar: la salud mental, el papel del trago en nuestras relaciones familiares, el machismo y su marca en la vida de los hombres de esta generación”, reconoce Martín. Él espera que este no solo sea un buen ejercicio para él y para su familia, sino también para que más personas puedan sentirse identificadas. También afirma que escribir fue una forma de sanar muchas cosas que estaban dentro y fuera de él; de intentar cambiar (o eliminar) muchos de los patrones negativos de conducta que haya podido tener durante los años. “Seguramente habrá errores hacia el futuro, pero por lo menos espero que ya sepamos cuáles no podemos repetir”, manifiesta.
Como Franco, Camila Dávila afirma que contar su historia, además de haberle permitido desahogar sus emociones, la hace sentir que está apoyando a otros y que de alguna forma les está aportando su “granito de arena”. Ella es una joven estudiante de Comunicación Social de la Pontificia Universidad Javeriana y autora de En bus a Santa Marta (2017), que trata sobre la superación de un cáncer.
Sin embargo, asevera que el mundo de la literatura y la escritura en realidad desapareció para ella cuando estaba enferma. Dice que casi no usaba el celular y que dejó de escribir porque incluso cuando debía firmar documentos, le temblaba la mano. Pero en el 2015 tomó la decisión de empezar el libro, pues “sentía que tenía que tomar las riendas de una vida que ya no era vida y estaba desorganizada. Esa fue mi motivación, y fue increíble. Cumplí mi sueño, hice catarsis y me sané en muchos aspectos”.
Camila nunca titubeó una vez que decidió escribir su historia. No obstante, reconoce que sintió miedo cuando enfrentó la realidad de que su primer libro se iba a imprimir y a vender. Iba a estar al descubierto y todo aquel que la conociera, o no, iba a enterarse de cada parte de su enfermedad y de cada cicatriz que le había dejado el cáncer en su cuerpo.
Camila afirma que con su libro quiere ayudar a otros a sanar, así como sanó ella. “Hacer catarsis está muy unido a la introspección y a un reconocimiento propio muy grande, porque para tocar fondo debes estar muy mal y para volver a subir te tienes que reencontrar contigo mismo de la forma que sea. Escribir esta historia ha sido una de las experiencias más duras. Allí es donde uno más se sacude como persona, pero así mismo crece”, dice.
Y aquello que comparten estos cuatro escritores es que la escritura les permitió viajar al sótano de su alma y, estando allí, reconstruir aquellas partes de su vida que en algún momento del camino se quebraron. “Hay un grave error: creer que la catarsis es solo para los escritores o que es un cliché de los psicólogos; nadie debería estar separado de lápiz y papel, y creo que ahí nuestra educación falla muchísimo”, afirma Guevara.
Hemos creído durante muchos años que la escritura es para unos pocos o para aquellos que publican, pero la escritura es un derecho y una herramienta. Y como tal la podemos reclamar y utilizar. La escritura nos entrega de vuelta las llaves de ese sótano al que debemos bajar más seguido, para iluminarlo y reconocerlo; para hilar nuestra historia, nuestras dudas y nuestros miedos. Así sentir que nos pertenecen y, luego, liberarlos.
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