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Una protesta en fragmentos

Por Manuela Cano Pulido // Revista impresa


El 28 de abril estalló el Paro Nacional. La efervescencia colectiva se apoderó de las calles de las ciudades de Colombia y se difundió masivamente por las redes sociales. Una estudiante observa lo que sucede y comparte la experiencia íntima y fragmentada de las movilizaciones que vive en privado.

Mujer protestando. Por David Guarín

Tras meses de contención, explotó la ira de los colombianos. Agobiados por una pandemia interminable, repletos de incertidumbre y motivados por la efervescencia colectiva que se pausó en 2019, muchos ciudadanos no aguantaron más al ver con ojos incrédulos la nueva “ley de la solidaridad sostenible”. Se trataba de la reforma tributaria propuesta por el gabinete del presidente Iván Duque.


Las calles se llenaron de miles de manifestantes que unieron sus voces. Los reclamos eran múltiples y trascendieron la reforma tributaria: se oían gritos que condenaban la violencia del país en todas sus formas: policial, hacia los líderes sociales, en la ruralidad y en las ciudades, sexual… Se pedía el alto a las muertes y el cumplimiento del Acuerdo de Paz; se reclamaba contra otras reformas que venían en camino, como la de la salud; se llamaba la atención de un gobierno muchas veces sordo.


Dentro del huracán de peticiones, todos esos reclamos me llegan —nos llegan— fragmentados. Vivo las manifestaciones encerrada en mi casa. Recibo en mi celular pequeños trozos de lo que está pasando en el país: destellos en forma de fotografías; pequeñas escenas reveladoras en forma de videos de las marchas; relatos cortos en forma de tweets u opiniones regadas en mis chats de WhatsApp; arte en forma de carteles colgados por toda la ciudad; testimonios que se difunden por todos los canales y lenguajes posibles; pistas y huellas de una enorme y compleja realidad. Vivo y atestiguo el Paro Nacional quizá de una manera tan fragmentada como la actualidad del país.


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Grafiti en honor de Nicolás Guerrero 'Flex', joven grafitero asesinado durante las manifestaciones en Cali. Por Angie Rodríguez

El mensaje que circula por todas las redes: “El 28A vamos contra la reforma tributaria. El 28A nos encontramos en las calles. El 28A hay un nuevo paro nacional”. Hay expectativa. Se cuestiona una movilización multitudinaria en el marco del tercer pico de la pandemia. “El 28A es un atentado contra la vida'”, dicen unos. “El 28A es absolutamente necesario”, responden otros.


Pronto será 28 de abril y hay una preparación tensa. Mientras tanto, espero; me llegan cientos de notificaciones que llaman al paro y otras más que apelan a la serenidad. Me entusiasma y, a la vez, me asusta saber lo que va a pasar.


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Hay 300 manifestaciones en todo el país. Más de 50 000 personas alzaron su voz en las calles, y, según el Ministerio de Defensa, 47 504 uniformados fueron desplegados por todo el país. Son las cifras que llegan a través de los canales oficiales, pero más allá de los números y estadísticas, aún dentro de mi casa siento una euforia colectiva que nunca había experimentado. Veo encerradas en esos números rígidos peticiones diversas, manifestadas, sentidas y experimentadas de formas tan distintas como sus reclamantes.


Concluye el primer día de manifestaciones. Hay mucha ira colectiva, y Cali parece ser el epicentro.

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Veo la bandera de Colombia al revés. Arriba quedó el rojo; rojo de sangre que mancha todo el país; rojo muerte; rojo violencia; rojo que opaca al amarillo y al azul; rojo que es el color que une a todos los manifestantes. Y así —ya no amarillo, azul y rojo, sino rojo, azul y amarillo— cuelga la bandera colombiana en estos días de protesta.


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Manifestantes en la Plaza de la Hoja. Por Angie Rodríguez

Los primeros días pasan, y el celular se transforma en miles de ojos virtuales y dispersos por todas las ciudades. Impresiona la cantidad de contenido que se esparce por las redes: es la sobreinformación en su máxima expresión. Entrar en cada aplicación es enfrentarse a todo tipo de emociones. Alegría, ¡se cayó la reforma tributaria!; Tristeza, vimos la muerte de varios jóvenes en vivo; Indignación, ¿cómo nos pueden matar con casi 100 000 personas viendo una transmisión en vivo vía Instagram de DJ Juan de León?; rabia, mensajes de incitación a la violencia por parte de ciudadanos y políticos; ilusión, unión y diálogos constructivos en diversos puntos de las ciudades; miedo, cifras de muertos, desaparecidos, detenciones arbitrarias, desprotección… ¡Cuántas emociones circulan sin parar por las redes!


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Esta es la movilización de la conexión dentro de la desconexión. Conexión de miles de manifestantes a través de las redes, de Colombia con el mundo y de diversos reclamos que circulan en la calle y en la virtualidad. Pero todo dentro de una profunda desconexión de un gobierno que parece no sentirse interpelado; la desconexión del Estado con el pueblo, reflejada en la falta de garantías, en no darle espacio al diálogo y decantarse por la que quizás es la salida más fácil y cruel: la represión.

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“Colombia antiuribista”, “Medellín antiuribista”, “Bogotá antiuribista”, “Cali antiuribista”, “Tunja antiuribista”, “Sogamoso antiuribista”, “Palmira antiuribista”, “Barrancabermeja antiuribista”, “Pereira antiuribista”, “Catatumbo antiuribista”.... y muchos “antiuribistas” más se dibujaron en las calles de muchos territorios. La inconformidad con el partido del gobierno ha sido una de las constantes de la manifestación. Se pinta en los suelos, se grita en forma de arengas en las manifestaciones, se plasma en carteles y se riega por las redes. ¿Qué será del uribismo después del Paro Nacional?

Grafiti en la calle 47 con carrera séptima. Por Angie Rodríguez

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Podría decir que las redes han sido una de las sorpresas de las movilizaciones; quizá nunca habían tenido un papel tan activo y protagónico. Entro a Twitter y me encuentro con algo increíble: son más de cinco las tendencias uribistas. Me pregunto cómo es que tanta gente pudo estar tan activa para alcanzar esos primeros cinco puestos, los más virales, por los que se pelean millones. Me sorprendo aún más al abrirlos, por curiosidad, y ver miles y miles de fotos, videos y GIF relacionados con el K-pop, el ahora famosísimo género de música coreana. Y aunque pensé que no me podía sorprender más, la respuesta al enigma me deja boquiabierta. Los k-popers, seguidores fieles de este género, se tomaron los hashtags uribistas para impedir la deslegitimación de la protesta. Increíble.


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“¿Dónde? ¿Dónde está mi hijo? ¡No! Mi único hijo. A mí me mataron también. Entonces, que me maten porque voy con mi hijo”: el hombre que graba el video acaba la transmisión. Colombia amanece con el sufrimiento de la madre de Santiago Andrés Murillo retratado en uno de los miles de videos que circulan por las redes. Santiago tenía solo 19 años. Le dispararon en la noche mientras regresaba a su casa. Su mamá está destrozada. Miles la vemos gritar; miles nos sentimos impotentes.

Cartel de la protesta. Por Angie Rodríguez

Las protestas en Colombia también son el dolor de las madres como la de Santiago. Ahora, mientras reviso este artículo antes de enviarlo al editor, actualizo la cifra y encuentro que, según la ONG Temblores, 43 jóvenes fueron asesinados presuntamente a manos de la fuerza policial. Las madres los lloran. Algunas se suman a las marchas; otras dan de comer a los manifestantes de la primera línea. Todas reclaman justicia y condenan la violencia que de la noche a la mañana se llevó a sus hijos para siempre.


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Hoy más que nunca queremos estar acompañados; colectivamente siempre ha sido más fácil lidiar con la incertidumbre, o al menos eso pienso. Abro mi correo y recibo la noticia de que no tendremos clase, pero hay una posdata: mi profesora nos dice que se conectará para charlar con los que quieran. Al parecer, éramos muchos los que necesitábamos desahogarnos.


Allí, en ese espacio virtual del que tanto nos habíamos quejado por no poder volver a clases presenciales, nos sentimos más cerca. Hablamos, nos desahogamos, compartimos nuestros miedos y desesperanza. Algunos se sienten impotentes de no poder salir a marchar; otros sienten que sus protestan no están siendo escuchadas. El común denominador de estos testimonios es la incertidumbre.


Por ese momento siento que el diálogo ayuda a sanar.


Colgamos. Sola otra vez, vuelve ese ahogo en el pecho que no me he podido quitar en los ocho días de movilización.


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Concentrarse en medio del caos es difícil. Lo estoy viviendo ahora que me paseo por las páginas del DANE e intento encontrar los datos para terminar un taller que me ha tomado horas. Al parecer, es un sentir colectivo.


Unos días antes, por distintos grupos de WhatsApp, se habían rotado plantillas para poner en las fotos de perfil. Tienen forma circular y el tamaño perfecto para encajar en el ícono de todas las redes sociales. “Qué difícil es estudiar cuando matan a mi pueblo” es el mensaje que más pusieron los estudiantes y que veo en mis aulas virtuales.

Manifestante sosteniendo la bandera de Colombia. Por Angie Rodríguez

Las clases cambiaron de forma desde que algunos de los estudiantes de la Facultad de Comunicación Social y de la de Ciencias Sociales, mis dos facultades, entraron en paro. Ahora, en la ambivalencia de seguir estudiando y parar definitivamente las clases, nos reunimos a hablar de lo que está pasando a través de diferentes campos del conocimiento.


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Una marcha pasa al lado de mi casa. Veo la Autopista Norte convertida en una gigantesca pista de patinaje y de ciclismo. A esta misma hora estaría repleta de carros atascados, luces encendidas y pitos incesantes. Hoy los carros les dan paso a cientos de manifestantes que ocupan el carril central; las luces se convierten en coloridos carteles con mensajes en contra del abuso policial, y los pitos de los automóviles son reemplazados por silbatos de los manifestantes y sus cantos, muchos cantos.


“¡A parar para avanzar! ¡Viva el paro nacional!”, claman mientras avanzan y se pierden al fondo de esa autopista interminable.


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Ahora es difícil irse a dormir en Colombia.


Desaparecida: tiene 15 años y salió a marchar.


Desaparecida: estudia Ciencia Política y no la hemos visto desde el 3 de mayo.


Desaparecida: estudiante de Antropología del Externado.


Y la lista sigue.


Según un comunicado de la Fiscalía, para el 24 de mayo se reportaron 290 personas como desaparecidas, de las cuales 129 siguen siendo buscadas.

Sí, es difícil irse a dormir en Colombia. No puedo dejar de pensar que podrían decir “Comunicación”, “Sociología”, “Javeriana”; que podríamos ser yo o una amiga.


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Abro los ojos. Son las seis de la mañana. Otra vez, como siempre, tomo el celular. Hay cientos de notificaciones, tal como los otros días. No me acostumbro a ver el rojo de las notificaciones con números tan elevados: son casi trescientas. Cada uno de esos mensajes trae un poco de desesperanza.


Me meto al primer grupo que veo: “¿Ya confirmaron la muerte?”. “Muerte cerebral”, responde uno. “Ya murió”, complementa el otro (11:56 p. m. marca la hora del mensaje). Me dan escalofríos. Leo un poco más. Según varios medios, aún no ha muerto. Está en estado crítico en el Hospital Universitario de Pereira. Todo es muy confuso e inexacto.