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Sobre mis libros “salvavidas” en la cuarentena
Por Luisa Fernanda Serna // Redacción Directo Bogotá
La cuarentena ha cambiado los hábitos de todos. Y nuevas pasiones y pasatiempos surgen para muchos, entre ellos la lectura. Descubra el valor de este hábito, la importancia de los libros y los autores, en la búsqueda de sentido durante el confinamiento.
Antes de que todo esto pasara, cuando solía postergar las cosas que me gustan a causa de esos deberes agobiantes y aparentemente interminables, yo anhelaba un espacio para mí. Sí, para acostarme en mi cama con una manta, un café oscuro y un libro escogido al azar, de esos que, amontonados por mucho tiempo sobre el clóset, miraba de vez en cuando desde lo lejos.
Añoraba tomar uno, ignorando cómo había llegado allí, para dejarme consumir por él: por esa conexión indescriptible que se tiene con ciertos autores. Por un momento quería, aunque fuera solo en mi imaginación, salir de mi mundo lleno de ocupaciones y de horarios para entrar en esa dimensión paralela donde solo somos los libros y yo. Para dedicarme a lo que siempre me ha hecho tan feliz: leer. Pero, por razones aún desconocidas, siempre que tenía un espacio libre decidía dormir, ver películas o salir con amigos… y eso está bien. Y así fueron pasando los días y fui dejando de lado, o más bien reemplazando, una de mis pasiones.
Luego llegaron esos meses caóticos en los que, sorprendentemente, tenía mucho tiempo libre y no sabía qué hacer con él. Solía invertirlo pensando en el futuro, con preguntas para las que no tenía respuesta y que se fueron convirtiendo en tristezas sin explicación, llantos sin razón y en algo muy cercano a la ansiedad o a la desolación. Fueron días que no podía disfrutar al máximo, por más de que tratara, y que me hacían pensar: “¿Qué más da?”. Al día siguiente tampoco tendría nada para hacer en cuarentena…, así que podría retomar la lectura. Pero ese tampoco era el día; nada pasaba.
Afortunadamente, luego de tres meses de confinamiento, decidí retomar la iniciativa. Ya no quería sentirme mal y ya no quería aislarme (todavía más) en mi cuarto, solo pasando el tiempo. Entonces tomé el primer libro de mi cuarentena: De amor y de sombra, de la chilena Isabel Allende. Lo devoré en pocos días, y algo en mí se renovó. Y es por eso que acudo a esta frase de Emily Dickinson: “Para viajar lejos, no hay mejor nave que un libro” —algo a lo que en este momento de mi vida le he encontrado más sentido que nunca—. Ahora que existe la presión no solo de la sociedad, sino también de nosotros mismos, para reinventarnos y ser mejores, para resurgir de las cenizas en estos momentos, un libro puede ser el mejor consejero.
En estos últimos meses de reflexión, he concluido que si esta etapa terminara y todo volviera a la normalidad, nunca volveríamos a tener tanto tiempo en casa para hacer lo que amamos: pasar tiempo en familia, descubrir hobbies, ver películas… Así que ¿por qué no hacerlo ahora? En menos de dos meses he leído más que en gran parte de mi vida. Lo más curioso es que he desempolvado todos los libros que tenía arrinconados (aunque ganas no me han faltado de comprar los títulos que más me llaman la atención y que tengo en mi lista de espera). Sin embargo, les he dado una oportunidad y se han vuelto muy valiosos para mí tanto Isabel Allende y Jineth Bedoya como Jane Austen, Carmen Posadas y Héctor Abad Faciolince. Cada uno de ellos me ha dejado un haz de esperanza que solo puede sentirlo quien los lee. Me gusta llamarlo “un fresquito”.
Los libros se han convertido en mi salvavidas, en mi boleto de esperanza, y me han hecho pensar —y sentir— que la cuarentena no es más que una etapa que teníamos que vivir. Sí, una oportunidad para repensarnos a nosotros mismos y la forma en que vivimos; para producir mejores versiones de cada quien y entender que se necesita muy poco para hacerlo realidad: solo iniciativa y, tal vez en mi caso, un libro. Porque un buen libro nunca está de más.
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