• Mateo Correa Velandia //

Mi primo Pablo Emilio


Debo confesar algo, ¡tengo un familiar que es un asesino! Y sí, no es cualquier sicario pagado a sueldo por cuantas cabezas le lleve al patrón. Más bien lo diré así, mi familiar es el patrón; ese al que le llevan esas cabezas.

FOTO: Mateo Correa en su estancia en Argentina

Cuando viví en Argentina, estaba persiguiendo un sueño, no me arrepiento de nada. Era un joven residiendo solo en un país completamente diferente al mío, enceguecido por el mundo de la “pecosa”, el fútbol. Entrenaba cada día de la semana a doble jornada, como si una sola no me fuera suficiente; y mis días solo giraban tan rápido como lo hace un balón en el terreno de juego. ¿Si ven? Hasta mis analogías son bajo este deporte, entiendan la magnitud de la pasión con la que he vivido toda mi vida sobre esto.

FOTO: Mateo Correa en su estancia en Argentina

Un día, estaba entrenando en uno de los tradicionales equipos de la mágica ciudad de Buenos Aires. Era invierno, el clima estaba particularmente helado, de esos días que no dan ganas de correr ni un solo metro. Después de un buen rato todos se cogieron confianza… “Oye Colombia, ¿cómo que te gusta la droga no?”, empezaron suave de hecho. Poco a poco, cada uno de ellos me iba preguntando de solo un personaje en particular, y todo lo que gira en torno a él. Aunque no los culpo, Argentina estaba sumida bajo una serie de televisión colombiana que había traspasado fronteras, ¿ya se la imaginan?

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Dicen que los colombianos somos más avispados que los demás, creo que no se equivocan. Ese día frío descubrí un familiar nuevo. Bajo ese inmenso mar de preguntas que seguían haciendo dije, o mejor, afirmé con total propiedad –hasta yo me lo creí– que el señor Pablo Emilio Escobar Gaviria era mi primo. La mirada en los ojos de cada uno de ellos se nubló, sus rostros que cambiaron de expresión inmediatamente se llenaron de un miedo colosal. Pensé que aquella mirada era la que estaba acostumbrado a ver mi primo en Medellín a cada instante. Desde ese momento, ese mar de preguntas se secó.

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