Por Laura Natalia Fonseca, Andrés Felipe Balaguera y María José Guzmán // Periodismo de opinión.
La crisis sanitaria ha despertado en la humanidad un lado amable que parecía estar olvidado. Paradójicamente, en el momento en que la mejor forma de cuidarnos es estar distanciados, hemos descubierto que la solidaridad es la mayor conexión que podemos tener.
Esta pandemia causada por el nuevo coronavirus ha venido a recordarnos que, a pesar de banderas y fronteras, todos sufrimos y reímos en el mismo idioma. En ese sentido, las muestras de unión y apoyo han llenado de luz una realidad nebulosa. Hoy por hoy, el eco de las palabras de George Orwell le quita poder a la incertidumbre y nos recuerda que: “lo importante no es mantenerse vivo, sino mantenerse humano”.
En medio del desasosiego que implica el confinamiento, la esperanza ha venido en forma del mayor valor humano: la empatía. Así lo han demostrado grandes empresas nacionales, que dejaron de lado el interés lucrativo para responder a la emergencia. Durante esta crisis, las iniciativas fraternas han buscado alivianar la carga de los más vulnerables. Por ello, algunos supermercados crearon ‘espacios seguros’ para contrarrestar la violencia intrafamiliar y recobrar la seguridad del hogar. Igualmente, otras personas y pequeñas empresas vieron en los simbólicos ‘trapos rojos’ un grito ineludible que debía ser atenuado con solidaridad. En últimas, la pandemia nos ha llevado a ver que la única forma de sobrevivir es a través del cuidado del otro, pues jamás había sido tan crucial fortalecer ese vínculo que evoca el incluyente “Nosotros”.
En este momento, no hay espacio para las individualidades. La cuarentena nos vino a reafirmar que somos mucho más que esa polarización que parecía definirnos. En nuestra sociedad, ya no predomina el “sálvese quien pueda” sino que ahora nos “salvamos” juntos. Hoy en día, nos encontramos en la bondad del vecino que ofrece hacer el mercado para los más vulnerables de su edificio, y en la voz del cantante que desde su balcón armoniza el silencio atronador del confinamiento.
En este tiempo, somos los que aplauden a los médicos después de que arriesgan su vida en jornadas maratónicas, somos los taxistas que transportan de forma gratuita a los trabajadores de la salud, y somos esos que, dejando de lado el egoísmo, se quedan en casa para, más que cuidarse, proteger a los demás.
Aunque quizás nada será como antes, tal vez pueda ser mejor. Por lo pronto, esperamos que esta situación nos deje más humildes, sensibles, empáticos y, por supuesto, más solidarios. Que valoremos las pequeñas acciones y las grandes también. Ojalá que cuidemos al otro tanto como a nosotros mismos y que, en este tiempo de aislamiento, la creatividad nos permita encontrar soluciones a tantos problemas que aún deambulan por las calles. Pero, sobre todo, que aprendamos a servir a los más necesitados y entendamos que de nada vale tenerlo todo, si no lo podemos compartir.
Directo en casa es nuestro especial sobre la vida en cuarentena