Fulvia Chunganá, lideresa social perteneciente al departamento del Cauca, emprendió en el 2014 la lucha por los derechos de las mujeres a través de la creación de Las Tamboreras del Cauca, una asociación conformada por mujeres víctimas de violencia sexual en el marco del conflicto armado.
Por: Sophie Echappé Palomino
La presidenta de Las Tamboreras del Cauca, Fulvia Chunganá, contó que hay un gran apoyo entre las mujeres de la agrupación, pues fueron “construyendo otro estilo de vida a partir de romper el silencio” y denunciar las agresiones sexuales, como hizo la lideresa en el 2014. Además, explicó que busca visibilizar y encontrar una reparación integral a estas mujeres víctimas de violencia sexual “Para que haya una reparación integral de la mujer teniendo en cuenta los impactos que cargamos al ser víctimas de violencia sexual”.
Chunganá, que sueña con ser conferencista y escritora, es también cocreadora de Alíate (Alianza Territorial de Mujeres) de la cual hacen parte mujeres de siete regiones. Esta organización ha trabajado de la mano con comunidades campesinas e indígenas, mujeres con discapacidad, niñas que son víctimas de trata de personas y mujeres víctimas del conflicto armado colombiano.
¿Cuándo decidió meterse en esta lucha por los derechos de las mujeres?
Decidí meterme en esta lucha cuando rompí el silencio por primera vez, que es algo que yo nunca pensé hacer. Eso fue en el 2014. Antes de ese año yo había asistido a unos programas de mujeres ahorradoras en gestión donde no se tocaba el tema de las violencias sino de ahorrar. No solo de ahorrar dinero, sino de ahorrar palabras. En este curso conocí muchas mujeres del país y una de ellas me indicó que yo podía aportar en un nuevo proceso con víctimas de violencia sexual dentro del conflicto armado. Yo le dije que mi mamá era víctima de violencia sexual, que yo era producto de esa violación y que a mí me gustaría hablar de eso. Yo no le quería contar de lo mío porque para mí era muy doloroso, además mi salud fue afectada a partir de ese episodio. Entonces ella me ayudó y finalmente hablé de mí y de mi mamá. En el 2014 rompí el silencio, denuncié y detrás de mí había más mujeres. De ahí nace la idea de juntarnos para recibir ayuda psicosocial para entrar en el proceso de desaprender, pero también de entender que nosotras las mujeres no somos culpables.
¿Cómo fue ese proceso de denuncia frente al sistema judicial colombiano?
Nosotras fuimos las primeras, no puedo decir que a nivel nacional pero sí en el Cauca, en denunciar. Caímos como en paracaídas. Para esto nos prepararon un encuentro lejos de la ciudad, en un lugar apartado con la Corporación Mujer Sigue Mis Pasos. Solamente nos dijeron “cuenten lo que les pasó”. No tuvimos acompañamiento psicosocial, las personas que nos apoyaron se fueron y hasta ahí llegó.
Entonces nosotras empezamos a buscar, a tocar puertas y a recibir apoyo psicosocial. Eso en primera instancia también es muy difícil porque es volver a hablar. Como si le echáramos sal o limón a una herida. Fue muy doloroso, pero juntas nos ayudamos. Nos ayudábamos a sostener esa carga y fuimos construyendo otro estilo de vida a partir de romper el silencio.Era bueno juntarnos, dar a conocer esos espacios de participación, estar acompañadas y acompañar a otras que venían atrás. Además, sabíamos que eso sucedía en los lugares protectores.
¿Qué era lo triste? Que nosotras hacíamos una nueva jornada y las instituciones nos decían “no, allá no se pueden aceptar esos casos porque no han sido dentro del conflicto armado”. Teniendo una secuela muy dolorosa en su cuerpo, su territorio sagrado, se les vulneraba un derecho. Empezamos la búsqueda para que todas las mujeres fueran atendidas. No lo hacemos por la plata sino para que haya una reparación integral de la mujer teniendo en cuenta los impactos que cargamos al ser víctimas de violencia sexual.
¿Cómo a través de Tamboreras del Cauca ha resistido a la violencia?
Fue como ir escalando. Desde transitar ese dolor, esa pena y cargarlos hasta lograr llegar arriba y ¿ahí qué? Construir una memoria histórica colectiva. De ahí nace la construcción del tambor. Una compañera dijo: “¿Por qué no hacemos algo que suene y que con el tiempo nos recuerden?”. Así fue como trajeron un profesor de Bogotá y al IDRD (Instituto Distrital de Recreación y Deporte), quienes nos enseñaron a hacer el tambor. Ahí me fui para Bogotá, a empoderarme y a conocer.
Es lo mejor que me ha pasado en esta etapa de mi vida. Esa ciudad se convirtió en mi casa, mi escuela, pero también el lugar de importantes aprendizajes y desaprendizajes. Sobre todo, para nosotras las mujeres que cargamos con muchos dolores.
Cuando regreso a los dos años, mis compañeras hicieron otro proceso con la organización Opción Legal que nos ayudó a legalizar con Cámara de Comercio, a hacer una ruta visible. Nunca me dejaron por fuera y estuvieron ahí presentes. Cuando yo vine ya éramos Las Tamboreras del Cauca.
¿Cuál ha sido el impacto de este colectivo en estas mujeres pertenecientes al grupo?
Es un impacto positivo porque nunca pensé, empezando por mí, que podíamos hablar, así como estoy hablando contigo. Nunca pensamos que podíamos salir de la ciudad y montar en un avión. Hemos ido a Cartagena a presentar el informe de violencia sexual, fue una experiencia maravillosa pues recibimos a la gente con los tambores. También estuvimos en la Universidad de los Andes presentando una obra de teatro que tenemos que se llama “Tambores que claman, cuerpos que expresan hilos de vida”. Estuvimos en varios escenarios del país y eso nunca lo soñamos. Hemos estado en espacios públicos de participación donde nos han ido reconociendo.
¿Cuál ha sido el impacto que ha tenido el acuerdo de paz en su vida?
El mejor. Hemos tenido dos encuentros, a mediados de mayo estuvimos en Bogotá y fue un encuentro más bien con estudiantes y profesores de la Universidad Javeriana y la Nacional. Conocimos personas nuevas, estuvieron los comisionados y hubo gente incluso de otros países. Ese encuentro nos dejó un sinsabor porque fue muy corto pero muy importante. Pensé que el encuentro de este fin de semana iba a ser igual pero no.
Llegamos a Cali y a las seis de la mañana nos recogió un bus y nos sacó de la ciudad, éramos más o menos 36 personas y llegamos a un lugar lejos de la ciudad, a más de dos horas y media. El impacto que nos llevamos todos y todas fue de encontrarnos con mentalidades diferentes. La paz se construye con el que piensa diferente.
Hicimos un ejercicio de escucha, era un trabajo de pintar nuestra silueta con otra persona. Mientras le hacía la silueta a mi compañero o compañera, le iba contando mi vida y mi experiencia dentro del conflicto armado. Nos llevamos la sorpresa de que había un exguerrillero de las Farc junto con un policía que perdió una pierna con una mina puesta por las Farc. Ese día les tocó hacer esa silueta juntos, fue una coincidencia. Se generó un nuevo pensamiento y se produjo un debate bonito, desde la escucha. Logramos concluir que la paz empieza desde las casas, desde mí, desde ti.
¿Qué cree que le espera a Colombia tras el fin de la Comisión de la Verdad?
A Colombia le espera un trabajo arduo. Un coronel de la policía dice “Pareciera ser que conseguir la paz es más difícil que la misma guerra”. La guerra tiene sus intereses políticos, pero si tú te pones a pensar no es tanta la bala que se está echando sino cómo estamos polarizados desde un pensar o una ideología. Nos toca dialogar con el otro, con el millonario que no tiene una vida social como nosotras. Hay riquezas diferentes que cada uno puede poner en la mesa para juntos construir un país desde la diversidad.
¿Cuáles son sus expectativas frente al gobierno entrante?
Mis expectativas son muy amplias. Antes de las elecciones no estábamos seguras porque sabíamos que el país estaba acostumbrado a lo mismo. Sin embargo, las cosas no fueron como muchos pensábamos, ahora estamos muy optimistas. Creemos que, como dijo el presidente Petro, no podemos fallar y lo demuestra con el hecho de decir que no va a gobernar desde la centralidad, sino que se va a dividir y va a trabajar con los colombianos y colombianas.
¿Cuáles son tus sueños?
Yo me sueño siendo conferencista, yo me veo dando conferencias y dando charlas en diferentes escenarios. No se trata de ganarse una plata, no se trata de ser yo y nada más. Yo quiero que muchas lo seamos. Nos enseñaron a ser mamás, mujeres de la casa, que no podíamos salir. Tengo 55 años y me veo contando esta historia, pero también ayudando a otras. No quiero ver mujeres víctimas de violencia sexual porque yo lo viví y lo sufrí, porque con eso arrastré a mucha gente a mi lado.
Ese es uno de los sueños, el otro es que quiero tener un libro. Quiero que Tamboreras trascienda espacios más allá de Popayán porque mientras las dos estamos hablando, en algún lugar del mundo están violando a una mujer o una niña. Eso se ha naturalizado. En los hospitales suben las estadísticas y nosotras queremos trabajar en la prevención, que eso se convierta en una política pública. Debe quedar explícito en un decreto para que yo pueda hablar de violencia sexual y no me cueste la vida.
¿Cuál sería el mensaje que transmitiría a través del libro o las conferencias?
Mi mensaje es que las mujeres hemos cargado con muchos dolores del conflicto armado, se han sumado los dolores en las casas y tenemos derecho a tener una mejor calidad de vida. Tenemos derecho a sonreír a pesar de todo. Mi mensaje es: no callemos, hablemos y denunciemos. Pero también mi mensaje es para los hombres: ¿Por qué violar si pueden tener una relación consensuada? ¿Por qué hacer daño? Eso también les cuesta su libertad. Mi mensaje es que se erradique la violencia sexual de los lugares públicos, privados y protectores. Este mensaje lo uno con el hecho de que el 25 de mayo fue el Día Nacional de la Dignidad de las Mujeres Víctimas de Violencia Sexual, quiero que eso trascienda también a nivel internacional. Nos toca llorar bajo la lluvia para que no se nos vean las lágrimas.