Angie Tatiana Rodríguez Bernal
Muchos de los ríos de Colombia se han convertido en testigos silenciosos de la barbarie. Tal es el caso del Cauca, uno de los más importantes del país, en cuyas aguas se han encontrado centenares de cuerpos. “Ríos de vida y muerte” es una investigación periodística que documenta esta tragedia.
Desnudos, sin cabeza o descuartizados.
Así viajan los desaparecidos por el río Cauca, el segundo más importante de Colombia después del Magdalena. Sin saber desde cuál departamento —el río pasa por Cauca, Valle del Cauca, Risaralda, Caldas, Antioquia, Sucre y Bolívar— fueron arrojados ni cuántos kilómetros, de los 1.350 que tiene el afluente, recorrieron. Allí surjen historias, las de las víctimas, las de sus familias, las de quienes viven en el territorio. Hay testimonios como el de María Isabel, poeta que habita en Cartago, que registra marcas distintivas como tatuajes, color de la ropa o signos de tortura. Y los de muchos otros que se encuentran en “Ríos de vida y muerte”, un proyecto realizado por periodistas que investigan la verdad de una guerra.
“Ríos de vida y muerte” nació por la falta de bases de datos que reportaran los ríos del país, en los que se presume que hay personas desaparecidas. El proyecto se dividió en dos fases; en la primera se mapearon aproximadamente 42 ríos y se realizó un microespecial del río Magdalena. “Como ‘pegó’ y fue una historia que tuvo acogida, el financiador, Deutsche Welle Akademie, y nuestro aliado, el Consejo de Redacción — centros que asesoran y capacitan a periodistas—, propusieron terminar unos de los tramos del Magdalena y hacer un especial del río Cauca como segunda fase”, dice Nicole Acuña, directora editorial de Rutas del Conflicto.
El objetivo de esta investigación, según Nicole, era no solo escribir reportajes para informar, sino ofrecer herramientas a las instituciones para encontrar con mayor facilidad a las víctimas que han sido arrojadas, y, si es posible, identificarlas.
Por este motivo decidieron buscar zonas clave, como cementerios donde se sabe que hay NN, pero que no están en ningún proceso de reconocimiento, así como lugares desde donde se arrojan los cadáveres o puntos en los que los cuerpos quedan atascados.
Óscar Parra, director de Rutas del Conflicto, propuso, hace siete años, la elaboración de una herramienta que permitiera mapear todas las masacres en Colombia, ver patrones e informar a los lectores. “Queríamos ver todo el bosque, no solo los árboles individuales”, afirma. Así se creó Rutas del Conflicto, un medio independiente en el que se enmarca “Ríos de vida y muerte”.
El proyecto arrancó en alianza con el Centro de Memoria y Verdad Abierta en 2013 y luego, en 2014, se independizó. En total han realizado cinco proyectos principales, aparte de “Ríos de vida y muerte”, que abordan el conflicto desde diferentes perspectivas. El primero que se hizo fue “Cartografía del conflicto”, que consistió en plasmar, por medio de cifras y bases de datos, aproximadamente 730 masacres ocurridas entre 1982 y 2013. A partir de ahí, nació la idea de “Yo sobreviví”, un proceso de recopilación de testimonios asociados a las masacres.
Luego, “Pueblos en el olvido”, proyecto multimedia que buscó mostrar la geografía y las consecuencias que la guerra tuvo en 40 lugares del país afectados directamente por el conflicto armado. También está “Tierra en disputa”, especial que documenta historias de despojos de tierras a causa de la violencia en Colombia y, por último, “La Paz en el terreno”, trabajo que explora, en alianza con Colombia 2020, el proceso de reincorporación de los exmiembros de las FARC y la situación en la que se encuentran actualmente los líderes sociales.
Portal de Ríos de vida y muerte
Para la realización de la segunda fase de “Ríos de vida y muerte”, dividieron el Cauca en seis tramos. “Como éramos dos reporteras titulares, nos repartimos tres para cada una y con eso distribuimos el equipo aliado: Consejo de Redacción y periodistas de la región”, explica Nicole Acuña. En esta parte del proyecto se produjeron ocho reportajes que recorren una gran porción del río.
En total, fueron a 22 municipios que están ubicados en los alrededores del afluente y así comenzaron a obtener testimonios de comunidades locales, no solo para escuchar su historia, sino también para georreferenciar las fosas comunes y los puntos en los que las víctimas eran lanzadas al río.
El primer municipio que recorrieron fue Suárez, en Cauca, y a partir de allí los periodistas avanzaron hacia el norte y llegaron al Valle del Cauca, luego continuaron con Risaralda, Caldas y terminaron en el cañón del río Cauca; lugar clave porque se une con el nudo del Paramillo, sitio que ha permitido, según la Fundación Ideas para la Paz (2014), el transporte y producción de estupefacientes hacia el Urabá y la costa Caribe. En general se encontró que una buena parte de las desapariciones de la zona eran causadas por el narcotráfico y la violencia paramilitar.
La geografía en la que está ubicado el cañón del río Cauca permitió que se convirtiera en una zona ideal para la construcción de una de las hidroeléctricas más importantes del país, Hidroituango. De hecho, la producción de electricidad por medio de los ríos se ha convertido en un sector económico importante. Lo anterior implica que hay varios factores que afectan este sitio. En primer lugar están los intereses empresariales que, según Egoitz Anton, politólogo español, tienen una influencia directa con el levantamiento y la usurpación de tierras; segundo, también hay grupos guerrilleros y paramilitares que usan esta zona como base de operación. Y, por último, está el Gobierno nacional.
La construcción de Hidroituango implicó “una radicalización de la situación interna de este municipio porque se reforzaron procesos de intimidación —desaparición forzada— y, adicionalmente, se detuvo el proceso de búsqueda o, al menos, se complicó”, afirma el politólogo. La mayoría de las objeciones a la construcción de Hidroituango fueron las modificaciones al territorio que imposibilitan encontrar las fosas comunes, con los cadáveres de desaparecidos en el norte de Antioquia, localizadas por las comunidades locales durante muchos años.
Actualmente no se sabe si la EPM hizo una búsqueda exhaustiva para encontrar a estos desaparecidos. Por ello, la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP) convocó a la empresa a una audiencia en la que busca comprobar no solamente que se hayan realizado los procesos de búsqueda en las 3.800 hectáreas de la hidroeléctrica, sino también que se haya realizado en toda el área de influencia, es decir, 380.000 hectáreas.
Las cifras que ha sacado el Centro Nacional de Memoria Histórica (CNMH) son parciales, por la dificultad de encontrar los cuerpos. No todos están documentados ni tampoco se les ha realizado una autopsia oficial. Sin embargo, se encontró que entre 1982 y 2016 fueron rescatados 549 cadáveres o partes de ellos del río.
La desaparición forzada es una estrategia usada para sembrar terror en la sociedad y se caracteriza no solo porque los allegados a la víctima no saben el paradero de su ser querido, sino también por las grandes implicaciones socioculturales que este fenómeno tiene.
El primer caso de desaparición forzada oficialmente denunciado en el país fue el de Omaira Montoya, una integrante del grupo guerrillero Ejército de Liberación Nacional (ELN), quien fue detenida en Barranquilla por el servicio secreto de la Policía, en 1977. En ese momento, la desaparición forzada no era considerada delito, sin embargo, con la intensificación del conflicto armado interno colombiano esta práctica comenzó a ser cada vez más utilizada por los diferentes actores.
En Colombia, el conflicto armado ha sido una de las principales causales del fenómeno. Según cifras del CNMH, desde el inicio del conflicto del país, se han registrado 82.998 desaparecidos, lo que equivaldría a la cantidad de habitantes del departamento de Amazonas. Dentro de esta cifra, los que lideran estas acciones son grupos paramilitares, guerrillas y agentes del Estado. “Hay cosas que uno cree que no tienen nada que ver con el conflicto y aun así lo moldean y tienen toda relación con las lógicas de desaparición”, afirma Nicole Acuña.
En Ituango, por ejemplo, la desaparición toma un tono ejemplarizante de terror hacia la comunidad debido a las tensiones entre grupos y, de igual forma, por las disputas territoriales. Lo anterior implicaba un interés por realizar la acción, pero no por ocultarla. En cambio, “en el Valle era otro cuento porque ahí los actores sí tenían toda la intención de que fuera secreto. Como los grupos intentaban enraizarse en la zona, lo último que querían era alborotar el avispero”, explica la periodista. En este lugar, las desapariciones ocurrían de noche, y los victimarios no dejaban que se supiera dónde arrojaban a las víctimas con el objetivo de ganarse a los habitantes para que les fueran leales.
El CNMH ha reportado más de 1.080 cuerpos recuperados en diferentes ríos colombianos, pero aún hay muchos que aún no han podido ser reconocidos ni registrados o que simplemente no han sido encontrados. “Uno de los grandes problemas, hablando de información, es el subregistro, porque la versión oficial casi siempre descarta cualquier cantidad de sucesos, pero con la desaparición forzada el riesgo se incrementa porque precisamente no existe un rastro que permita una clasificación”, afirma Acuña. Cabe aclarar que hay una gran cantidad de cadáveres que fueron sacados y enterrados en cementerios como NN.
Por ejemplo, en el cementerio Jesús María Estrada —uno de los once cementerios que se documentaron en “Ríos de vida y muerte”—, ubicado en el municipio de Marsella, reposan al menos 362 cadáveres no identificados, ubicados en tumbas de a diez cuerpos, uno sobre otro, como si de poner varias capas se tratara.
— ¿Qué fue lo más difícil del proyecto? —le pregunto a Nicole.
— Lo más complicado fue el poco tiempo, porque a pesar de que tuvimos siete meses para ocho reportajes, no fue suficiente. Necesitábamos preparación emocional porque íbamos cada día a un territorio a escuchar una historia tragiquísima; luego digeríamos muy rápido esas historias, escribíamos un reportaje y así durante todo el proyecto.
Uno de los aspectos a los que Nicole más les temía era la insensibilidad y tal vez tratar la historia de alguien o, incluso, al mismo desaparecido con menos respeto del que merecía, porque “uno haciendo siete entrevistas al día puede llegar a hacerlo sin darse cuenta, y es un tema que requiere de mucho trato y humanidad”, explica.
En el segundo día hicieron un taller en el que debían pintar un lugar feliz y un símbolo de la tristeza. En las actividades también siempre había un lugar importante para el futuro, que les permitía a los participantes pensar en lo que les hacía falta para retomar su modo de vida. Y, como no todas las personas sabían escribir, se encontraron alternativas que les permitieran contar su historia hablando o dibujando.
— Recuerdo un líder social, viejito y superactivo, pero analfabeta. El señor dibujó unas palmas, los animales que había en su finca y contaba su historia por medio de los dibujos —dice Acuña.
El agua, como demuestra este proyecto de investigación, no solo ha sido contaminada por los químicos arrojados a diario al Cauca, sino que también hay una contaminación simbólica. Un elemento que es sagrado para muchas comunidades y que es sinónimo de vida, se ha transformado en muerte, olvido y dolor. De esta manera, han convertido los ríos colombianos en unas víctimas más del conflicto armado.
En otras palabras, “los grupos armados convirtieron el río de vida en un lecho sin flores, sin epitafios, es como el sepulturero de las almas sin descanso, esas que los cantos no pueden ayudarles a hacer el tránsito hacia el otro lado”, como dice el mismo proyecto “Ríos de vida y muerte”.
Ahora solo queda seguir cumpliendo, desde el periodismo, nuestra función social: “informar, contextualizar y argumentar sobre hechos que pudieron haber sido noticia en algún tiempo, y que tuvieron un tratamiento sesgado, superficial y descontextualizado del momento histórico y político que se vivía cuando ocurrieron”, menciona Olga Behar, periodista colombiana. Y, especialmente darle importancia a los hechos que han sido ignorados y con los que se puede contribuir, con un buen trabajo periodístico, a la construcción de memoria, a la reparación y a la resiliencia de las víctimas que por tanto tiempo han sufrido.
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