[Opinión] La revolución se hace conservando

Por: Miguel Chavarro

Si solo soñamos con la revolución y el caos, ¿qué es lo que vendría a continuación?

Ser joven es ser muy pequeño para que nuestra opinión sea válida y también muy viejo para desconectarnos de la realidad social. Es estar expuesto a los prejuicios y estereotipos, a ser etiquetado como ignorante o perezoso. Como si la edad fuera una licencia de autoridad. Creo en la gerontocracia –maldito el pueblo que no lo haga–, pero también creo que la opinión de nosotros, los jóvenes, es imperativa para construir sociedad.

Estas etiquetas preconcebidas también hacen parte de este interés en silenciarnos. Asumimos que un joven es de izquierda porque cree que los ricos no deberían ser indiferentes con los que carecen de más necesidades. Suena comunista tan siquiera pedir que la vida no se rija por el capital, sino por la humanidad. Que no seamos cifras y cuentas bancarias andantes, sino personas y sentimientos que conviven. Hay que dejar de existir y empezar a vivir.

Sin embargo, creo que los jóvenes caemos en el error de creer que todo caos es justificado y cualquier destrucción, legítima. Cosa que no siempre es cierta. En medio del ruido y la mentira política, he llegado a la idea de que nos hace falta ser conservadores. Hoy decir esto, a mi edad, es sinónimo de ser fascista o antidemócrata. Todas, ideas equivocadas. A Colombia le está haciendo falta un resurgimiento de un movimiento conservador impulsado por nuevas generaciones. Las facciones ultraconservadoras se encargaron de apestar la valiosa idea del ser conservador. Conservar es un acto de amor. Es el mismo empeño del curador de una obra artística milenaria. Es un amor por lo legado y heredado, un amor por la democracia, la libertad, el pensamiento y la humanidad. Conservamos lo que amamos.

Roger Scruton, uno de los bastiones del conservadurismo inglés de nuestro tiempo, con sus justos peros y reclamos, pero también con una voz disidente que clamaba por la razón, escribió que “el conservadurismo parte de un sentimiento que toda persona puede compartir sin reparo: el sentimiento de que todas las cosas buenas se destruyen fácilmente, pero no se crean fácilmente”.

Si solo soñamos con la revolución y el caos, ¿qué es lo que vendría a continuación? ¿Acabar con la institucionalidad? ¿Legitimar de nuevo lo que hoy, con doble rasero moral, se critica? Nos estamos olvidando de la historia, del arte, de la literatura, de la religión, de las guerras que nos precedieron, de las revoluciones que ya ocurrieron y de los millones de vidas sacrificadas por ideales. Hoy más que nunca necesitamos una teoría política conservadora adecuada para los albores de este siglo. Recordando uno de los aforismos de Chesterton, “la tradición es la preservación del fuego y no la adoración de las cenizas”.

Ser conservador es saber que el ‘statu quo’ ha de cambiar, que tenemos muchos problemas en Colombia y que nuestro tiempo nos exige, como nuevas generaciones, una respuesta que valga la pena que ingrese en los anaqueles de la historia, donde las generaciones del futuro puedan sentirse orgullosas de conservar y, por ende, amar, lo que hoy mi generación quiere escribir.

Y no, no es la amenaza de la ‘Regeneración o catástrofe’, sino el grito de auxilio por no olvidar que si hoy somos humanos, es porque hemos conservado ese fuego que menciona Chesterton, ese fuego de Prometeo. Por ello creo que toda esta dilucidación se puede resumir en estas palabras de T. S. Eliot: “Tenemos que ser modernos para defender el pasado y creativos para defender la tradición”. Porque amar, el sentimiento más puro del hombre, es el acto de conservar lo que nos importa. Conservemos.

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