Samantha Forero // [email protected]
“Íbamos tranquilos. No pensábamos que nos fueran a atacar, pero entonces un soldado nos disparó y yo vi pasar la bala a escasos centímetros de mi rostro. Esa vez, en la liberación de unos secuestrados en el Meta pudimos haber muerto. Además, más tarde nos empezaron a tirar morteros. Lo que querían era asustarnos”, cuenta José Miguel Gómez, fotógrafo del conflicto en Colombia.
Su pasión por las cámaras empezó cuando tenía 16 años durante un viaje al Nevado del Tolima, donde aprendió qué era la fotografía viajera. Desde ahí, siempre enfocó su carrera de comunicador social y todo lo que hacía en la fotografía. Es por esto que incluso antes de graduarse empezó a trabajar en medios como Colprensa, para después trabajar en El Tiempo durante tres años. Luego estuvo en revistas como Cambio 16 América, Cambio Colombia y Cromos, donde recuerda una de las portadas más significativas que logró: la foto de Gaviria, ya Presidente de Colombia, vestido de ciclista en el autódromo, con su bicicleta al lado.
Uno de los factores que recuerda haber disfrutado más en su labor como fotoperiodista del conflicto era la adrenalina que sentía y el aprendizaje que le dejaba ello. Cuenta que gozaba ponerse máscaras antigases en medio de tiroteos o protestas.
Para José Miguel, “la noticia debe verse de manera diferente, debe siempre buscarse escenarios donde pueda integrarse la fotografía artística con el periodismo”. Seguramente por esta forma de percibir la fotografía es que fue seleccionado para trabajar en la agencia británica de noticias Reuters. Allí, dice, se hizo especialista en deportes y en conflicto.
Sin embargo, menciona que esos momentos le dejaron fotos y experiencias de un valor muy especial, por ejemplo, la de Gabriel García Márquez al lado de un guerrillero, o haber podido estar de frente a Manuel Marulanda o Carlos Castaño, sobre lo que aclara “no porque los admire, sino por el hecho de haber presenciado esos momentos”.
Incluso, recuerda con un poco de vergüenza una foto muy famosa que tuvo enfrente, pero que nunca tomó. En 1999 se dió uno de los mayores fracasos en el proceso de paz que estaba siendo implementado por Pastrana. Es conocido como “la Silla Vacía” y corresponde al día en que Manuel Marulanda no llegó a la mesa de diálogo que tenían estipulada. José Miguel se encontraba allí y en vez de fotografiar la silla blanca al lado del entonces presidente, él prefirió enfocarse en fotografiar a Pastrana y a una guerrillera que estaba con una cámara, pero la foto de la silla no la envió, cosa que sí hicieron todos sus colegas. Dice que ya no se arrepiente, pero que en ese momento sí se dio golpes de cabeza por haber sido tan purista y terco. Cosas del oficio, cuenta.
Aunque considera especial haber vivido toda esta etapa, menciona que como colombiano no le gustaban los secuestros o asesinatos y tampoco le gustaba que el Gobierno bombardeara lugares, porque, según dice, morían muchos inocentes. Es por esto que para poder mantener una postura objetiva a la hora de hacer sus fotografías, dice que solo se dedicaba a mostrar lo que estaba pasando, no inventaba realidades. Si perdía una foto la dejaba ir y ya, pero no la reconstruía. Para él, el conflicto también se vivió de manera diferente según los periodos presidenciales, menciona que después de Pastrana las cosas se pusieron difíciles y aún más cuando llegó Uribe “un presidente tan polémico como él”. Luego los periodos de Santos donde “el país se vio de una manera diferente, un poco más tranquilo”.
José Miguel conserva la última cámara de película que utilizó. Es pesada y los lentes de las digitales aún le quedan. Para él esta pieza es valiosa porque representa la transformación de la película o rollo a la fotografía digital. Aunque considera que la digital abarató mucho los costos y los apuros en los que los ponía una antigua, como calentar el agua en plena selva para poder revelar, sigue creyendo que “una foto en la película es más real, que los colores son verdaderos, mientras que en la otra son solo píxeles que se vuelven ciertos solo cuando se imprime”.
También destaca que este cambio ayudó mucho a la ecología, pues dice que el revelado era muy contaminante, “A mí me daba tristeza derramar esos líquidos porque eran contaminantes, oxidantes. Eran líquidos terribles para el proceso ecológico y se derramaban por el desagüe. Iban a la alcantarilla”, dice. De igual forma considera que en este punto es necesario reinventarse, para, como él menciona, siempre ir más allá. Es por eso que toma su conocimiento histórico y lo pone al servicio de lo actual, “usted no se imagina lo que yo hago cuando cojo uno de esos negativos viejos y los empiezo a trabajar en Photoshop. Salen cosas maravillosas, cosas artísticas”, concluye.