David y su lucha colectiva por el territorio

Por Loren Buitrago

Aunque Putumayo es uno de los departamentos más diversos de Colombia, el abandono estatal ha dejado a la región con déficit en empleo, educación, servicios básicos y cuidado medioambiental. En esta crisis, jóvenes como David Acosta luchan para sacar adelante su región.

David Acosta Echeverry en la vereda las Palmeras en 2021. Después de la ola invernal, David se reunió con sus compañeros para brindar ayudas humanitarias a las poblaciones afectadas.

En las ramas de los árboles se pueden ver guacamayas con alas azules, rojas, amarillas y verdes. En la espesura, donde crecen orquídeas y heliconias, viven jabalís, pantera negras y tigrillos rayados. Y en las aguas de los ríos Mocoa, Mulato y Sangoyaco, que serpentean en medio de la selva, habitan enormes cocodrilos. Los ojos de David han visto todo este paisaje.

“Es paradisiaco, cuando voy en la moto y veo las montañas con sus relieves, variedad de árboles, fauna y flora, quedo impactado”. Así describe David Acosta Echeverry, de 30 años, a Mocoa, el lugar donde nació y creció.

Pero no son sólo los paisajes lo que a David lo hace sentir en casa, también lo son sus habitantes. “Aquí la gente es muy amable, muy cálida ―dice―. Encontramos colonias paisas, pastusas, colonias de muchas familias de muchas partes que llegaron hace muchísimo tiempo pero que han hecho de Mocoa un buen lugar”.

Uno de sus lugares preferidos es la cafetería Palo caído, en el centro de Mocoa: “Es muy gracioso porque esa cafetería tiene los años de los años y anteriormente era frecuentada solo por gente adulta. Ahora se ha convertido en un punto de encuentro para jóvenes de todas las edades, ese lugar es tan cómodo”. El nombre de la cafetería está escrito en un letrero amarillo sobre un fondo negro que resalta en las paredes verdes del recinto. El lugar es pequeño, cuenta con unas pocas sillas y mesas en la parte de afuera que son cubiertas por sombrillas. “Eso es por si llueve ―dice David mientras ríe―. El café es delicioso y se generan debates y tertulias muy chéveres de distintos temas, es un lugar muy bueno para pasar el rato con los colegas”.

Mi lugar favorito son los ríos. Uno llega y se sienta y siente a la vez con mucha paz y tranquilidad. Allí puedes espejar totalmente tu mente, piensas sólo cosas positivas”.

Las cosas buenas, en contraste con las malas, movieron a David hacia el camino del liderazgo social. Cuando terminó el colegio, se topó con una realidad que lo movió: en Putumayo no había universidad.

La construcción y formación de una universidad fue bandera de distintos gobiernos y presidentes. En 2010, Juan Manuel Santos promovió en su campaña la idea de “Una universidad para el Putumayo”, algo que después de dos gobiernos de Santos y uno de Iván Duque no ha sucedido.

Según el Observatorio de la Universidad Colombiana, el departamento del Putumayo sólo cuenta con una Institución de Educación Superior (IES). La región carece de una sede de universidad pública, y aunque se ofertan 42 programas académicos (contando pregrado y posgrado) en modalidades a distancia y virtual, (entre los que se encuentran ingeniería, arquitectura, economía, administración, contaduría, ciencias sociales y humanas, ciencias de la salud y la educación), ninguno cuenta con acreditación de alta calidad, lo que supone un reto para los estudiantes, que no pueden homologar sus títulos y materias con otras grandes universidades del país.

En septiembre de 2022 el ITP inició la construcción de la próxima Facultad de Ingeniería, obra que constituye uno de los requisitos que le permitiría convertirse en Universidad. Mientras tanto, los estudiantes del instituto están recibiendo clases en un colegio de la ciudad. “Desde que yo estaba estudiando empezaron a suceder problemas en el instituto por falta de docentes calificados e infraestructura que no se adaptaba a las necesidades y exigencias de la educación superior. Fue entonces cuando con algunos compañeros decidimos formar un movimiento estudiantil y hacerles frente a las problemáticas“. Esto fue hace más de diez años, cuando David cursaba primer semestre. Desde ese entonces se luchaba porque el ITS se convirtiera en universidad y adquiriera la Acreditación de alta calidad.

La vida política que inició en el instituto continuó incluso luego de graduarse. David adoptó en su quehacer diario la lucha por la educación de calidad, los jóvenes y el medio ambiente. En 2020, se unió al colectivo “La inconformidad”, en el que la comunicación y el diálogo entre culturas y comunidades del Putumayo es la base. “El año pasado (2021), durante el paro, estuve haciendo las agendas programáticas para las marchas, cuadrando las rutas de caminata y de evacuación. El tema logístico, brigadas de salud, todo lo programático se logró liderar y solucionar con el colectivo. Tuvimos un apoyo bastante fuerte de los docentes y de las comunidades. Nunca desfallecieron en la lucha”.

David reunido con delegados de la plataforma de juventud y consejeros de juventud en Mocoa, en diálogo con el alcalde de la ciudad para plantear las necesidades de los jóvenes y lo que buscan.

Durante 2021 hubo un gran paro nacional. Estudiantes y trabajadores protestaban pidiendo mejoras en la educación y oportunidades de empleo, dos sectores que se vieron afectados durante la pandemia por la coronavirus-19. Otra de las consignas era frenar la reforma tributaria presentada por el gobierno del entonces presidente Iván Duque, en la que, entre muchas cosas, se proponía imponer el cobro del Impuesto del Valor Agregado (IVA) a servicios públicos como el agua, la luz y el gas. Estos pilares prevalecieron en las protestas en Mocoa, pero debido al contexto, en el municipio salieron a la luz nuevas banderas: la protección del medio ambiente, servicios dignos y el rechazo a la minería en la región.

En la noche del 31 de marzo y la madrugada del 1 de abril de 2017, las fuertes lluvias que caían sobre Mocoa provocaron el desbordamiento de los tres ríos que la rodean: Mocoa, Mulato y Sangoyaco. El agua, desbordada, generó inundaciones y flujos de lodo en varios sectores de la ciudad, arrasando con viviendas, puentes y vehículos. Diecisiete barrios de la ciudad fueron afectados, y al menos cinco de ellos quedaron totalmente destruidos. Alrededor de siete mil familias resultaron damnificadas, 335 habitantes murieron, más de cuatro mil quedaron heridas. A la fecha, no se logra contabilizar el número de desaparecidos.

Además de la tragedia y el dolor que vivieron las familias durante el desastre natural, los daños materiales hicieron más difícil las posibilidades de habitar la zona. La red hospitalaria estaba colapsada, y la avalancha averió las redes eléctricas, la subestación eléctrica de Junín y las bocatomas del acueducto. “Después de la avalancha del 2017 tenemos fallas e intermitencia de los servicios de agua y luz. Y antes, no ahora, semana tras semana no teníamos agua y debíamos esperar a que pasara el carrotanque. Hasta ahora, medio lo arreglaron. Los medios dicen “se arregló el servicio de agua potable en Mocoa”, pero es no es cierto. Se reestableció el servicio, pero no es potable, y cada que llueve se va el agua”, dice David.

El problema de las inundaciones persiste. En 2021, las lluvias de junio y julio causaron problemas a más de 700 familias, quienes tuvieron que trasladarse a albergues temporales. Las causas de los constantes desbordamientos se remontan a los años sesenta, cuando se desvió el cauce de los ríos para convertir al Alto Putumayo en una despensa agrícola.

Otro de los problemas del departamento, que figuró en las discusiones del paro del 2021, es la presencia de la minería, tanto legal como ilegal. En 2020 se destruyó un complejo de minería ilegal que afectó más de 30 hectáreas, secó una quebrada y contaminó varias fuentes hídricas. La presencia de minerales como el oro, ha hecho que el Putumayo sea arrasado con procesos de extracción que generan daños que tardarán entre 10 y 30 años en ser revertidos. El costo de recuperación de estos ecosistemas supera los $500 millones.

Marcha en contra de la minería en Mocoa, Putumayo. Foto tomada por David Acosta.

En medio de las problemáticas David se ha concentrado, sobre todo, en ser un enlace entre los jóvenes, sus peticiones y propuestas, y los entes gubernamentales. “En Mocoa, dos veces hubo enfrentamientos entre los marchantes y la fuerza pública. En la del 27 o 28 de abril del año pasado ocurrió luego de que estudiantes de colegio quisieran colgar unas pancartas en la plazoleta y la infraestructura de la gobernación. Ese fue el florero de Llorente que hizo que estallara todo. La policía y el ESMAD agredieron a unos adolescentes del colegio Goretti”.

El trabajo de David ante estas situaciones consiste en velar por el bienestar de los jóvenes agredidos e intervenir en situaciones de diálogo para la protección de los derechos y deberes de quienes se manifiestan.

“Mi responsabilidad el año pasado era ser enlace de juventud. Tenía a la par el colectivo y la responsabilidad como enlace municipal, mantenía muy pendiente de los garantes de los derechos constitucionales de los jóvenes, de los niños y adolescentes. Debía notificar absolutamente todo y a todos, desde el personero, el defensor e ICBF (Instituto Colombiano de Bienestar Familiar) para tramitar las denuncias correspondientes y que las agresiones no se repitieran”, afirma David.

David explica que este proceso es muy complejo: “Cuando entran los diálogos con la parte gubernamental es lo más desgastante, desde mi experiencia. Con los actores con los que me he relacionado siempre han querido dilatar el proceso, y ellos, en su experticia tecnocrática, si uno no está bien parado, le dan tres vueltas. El dialogo con ellos no es convencional y tienen maneras de dilatarlo. Ellos ofrecen resistencia y es muy complejo exigirles lo que por derecho nos corresponde. Yo creo que eso es falta de voluntad política. Igualmente, mi responsabilidad era que los jóvenes no estuviesen ahí y pudieran resolver los problemas. Lo digo a título personal y como experiencia: había actores que influenciaron enfrentamientos que no eran de Mocoa”.

Durante las protestas en Mocoa, los jóvenes y diferentes colectivos se organizaron para manifestarse mediante expresiones artísticas. Entre estas, estaban las ilustraciones y las marchas acompañadas de batucadas.

Otro de los retos del trabajo con jóvenes, y que no suele tenerse en cuenta, es su carácter: “Mira que los jóvenes se caracterizan por ser irreverentes en el buen sentido de la palabra. Son muy activos, muy pasionales, están en esa época en que sienten mucho lo que sucede y se dejan llevar por esas emociones. Sí, eso está bien, pero creo que para la toma de decisiones no es tan asertivo. Uno de los retos es esa efervescencia de la juventud, que uno como enlace los asesora, da la asistencia técnica, pues conozco cuales son las trabas, cuáles son los pereques por decirlo así. Es bien complejo también porque los jóvenes son muy susceptibles cualquier mirada más adulto centrista. Esto puede generar una resistencia más alta de la que ya estaban generando”.

Es esa misma efervescencia que describe David, la que ha hecho posible varios procesos de ayuda y organización popular. Después de la inundación, que ocurrió durante junio y julio, David, el colectivo “La Inconformidad” y otros jóvenes del Putumayo lograron hacer la recolección y entrega de insumos y ayudas humanitarias en varias veredas del departamento. “Fue un ejercicio muy bonito. Yo trabajaba todo el día, salía a las 5 o 4 de la tarde, me volaba al centro de acopio a seguir apoyando porque necesitábamos manos. De inmediato lo que hacíamos era registrarlas y empezábamos a tener cifras exactas para saber cuánto y qué y cómo íbamos a llevarlo a los puntos”.

Lograron ayudar 430 personas de 70 familias. Según David, “las poblaciones que estaban más a nuestro alcance eran Puerto Limón y Puerto Guzmán. Puerto Limón está adscrito a Mocoa, y Puerto Guzmán es uno de los municipios con jurisdicción de tierna más grande. Fueron adolescentes quienes se encargaron de recoger una base de datos y hacer una caracterización del territorio que nos permitiera distribuir y repartir la recolecta que teníamos”.

Entrega de ayudas humanitarias en Las Palmas.

Los retos aún son grandes. A pesar de la organización y los procesos colectivos, el reto sigue siendo la creación de una consciencia colectiva. “Me duele mucho, y lo digo con desilusión, que la gente de Mocoa no sienta su territorio, lo que es el hecho de ser putumayense. Es importante entender que somos una mezcla de mestizos que son el resultado de una resistencia y lucha indígena por querer conservar y proteger su territorio y por querer proteger su diversidad cultural y biológica. Porque ellos no estaban asentados en este territorio para ellos, sino para cuidar a la pacha mama. Acá los mismos que viven en el putumayo les dicen indios a los indígenas de forma despectiva, desconociendo toda la historia. Yo creo que todo esto se logra sentando bases desde la educación”.

La lucha por el auto reconocimiento y la autonomía del territorio y quienes lo habitan empezó hace años y se sigue gestando, todo de la mano de los putumayenses. Tanto jóvenes como adultos han puesto su esfuerzo y conocimiento a merced de la comunidad. Los procesos que se han gestado han logrado salir adelante de forma autónoma, y, a pesar de las problemáticas a nivel político, social, económico y ambiental y el abandono estatal, la población ha reconstruido el lugar que habita. “Yo creo que putumayo son las personas y el territorio ―dice David―. Si aprendemos a querernos a nosotros mismos como putumayenses, no dejaremos que los políticos de turno nos pisoteen de la manera tan descarada como lo han hecho”.

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