Por: María Alejandra Juliao // Opinión
Detrás del entusiasmo por la aparente victoria presidencial de Joe Biden en los Estados Unidos, se esconde un gran peligro. El elevado número de votantes a favor del presidente republicano Donald Trump es una señal de alerta para muchos. ¿Qué terrible escenario ilustran estas cifras sobre la realidad política y social de América del Norte?
Las cifras del fracaso del presidente americano, Donald Trump, son alarmantes. Cada voto que obtuvo representa la victoria del nacionalismo económico, del individualismo y, sobre todo, de una forma de pensar en la que es más importante proteger los bolsillos que a las personas. Este plutócrata perdió con más de 70 millones de votos a su favor: un número mayor al que le dio la victoria en 2016. Se trata de 70 millones de personas que eligieron como mandatario a un hombre con discursos racistas, sexistas y xenófobos.
¿Qué pueden esperar las “minorías” si 70 millones de estadounidenses se sienten representados por Trump —por su lenguaje, por sus banderas, por sus prácticas poco políticas y antidemocráticas—? Son minorías entre comillas, porque, según la Oficina del Censo de Estados Unidos, se estima que “para mediados de este año las personas no blancas conformarán la mayoría de los 74 millones de niños del país”. ¿Estados Unidos será una nación segura para ellos?, ¿para los inmigrantes?, ¿para las mujeres?, ¿para el medio ambiente?
Quienes eligieron a Trump hace cuatro años pudieron hacerlo motivados por el deseo de cambio o por la intención de mejorar la economía. Otros fueron manipulados por la publicidad dirigida y camuflada en noticias (falaces, por supuesto) en las redes sociales. Hasta antes de la pandemia se encontraban con más empleo, mejores ingresos y menos impuestos para sus empresas. ¿Qué importaba que las declaraciones de este hombre fueran xenófobas si el bolsillo iba bien?
Surge aquí una pregunta muy importante: ¿hasta cuándo vamos a seguir creyendo que los discursos no importan? Sobre todo porque el lenguaje moldea el pensamiento, y como uno piensa actúa. ¿En qué mundo, si no en uno en el que las palabras son algo tangible y real, se está cerca de reelegir a un presidente que encerró a niños y madres inmigrantes en jaulas separadas —sin un rasgo de humanidad, como si no fueran personas en busca de oportunidades para subsistir—?
Trump no tuvo pelos en la lengua, y desde uno de los púlpitos más poderosos del mundo manifestó su racismo en más de una ocasión. Eso significó que se perdiera gran parte del terreno ganado sobre la concientización de la diversidad. Ahora pareciera que ciertas personas no pensarán dos veces antes de irrespetar, juzgar o matar a alguien por su color de piel su lugar de origen. Pero cómo no, si es que están respaldados por las ideas que visibiliza con orgullo el mediático (muy pronto) expresidente; por sus decisiones políticas, a veces viscerales, que buscaban proteger solo lo nacional, las empresas locales y los empleos de los americanos, quitándole oportunidades a quienes no son oriundos del país.
Preocupa también que 70 millones de votantes aplaudan conductas soberbias que parecieran guiarse por la premisa de que el fin justifica los medios. Se trata de las mentiras para hacerse con una buena imagen; de las estigmatizaciones y compras de datos para ganar elecciones; de las negaciones de la crisis climática por intereses económicos; de la invalidación del periodismo como fake news para silenciar los cuestionamientos al poder; de los intentos de detener el conteo para no salir de la Casa Blanca… Y lo más grave es que se impuso una forma particular de proceder en la política y en la sociedad, actitudes y discursos nefastos, que probablemente sean imitados por trumpistas en otros países. Ya sabrán que funciona.
Las elecciones, lejos de ser un parte absoluto de tranquilidad, confirmaron las fracturas que siempre han existido, pero que ahora son más visibles. 70 millones de votos son un mensaje claro, fuerte y preocupante para el mundo. La ausencia de la “ola moral” que se esperaba destacó la polarización y la gran división, el verdadero muro. A Biden y Harris les espera un gobierno complejo, por lo menos en el empalme, y ojalá en los primeros meses, no muy tarde, logren restaurar la democracia y la altitud del ejecutivo. Pero, sobre todas las cosas, espero que de alguna manera la sociedad sane y logre cortar las raíces de tanto odio, intolerancia e individualismo.
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