[FOTOPERIODISMO] Venezolanos en El Salitre

Laura Ramírez – lramirezo@javeriana.edu.co

Cincuenta de los 600.000 venezolanos (aproximadamente) que se encuentran en Bogotá, se refugian en el costado derecho del caño El Salitre, bajo bolsas plásticas acompañadas de cartones y mantas. Otros, sobreviven a la intemperie con el frío bogotano, donde el prado hace la función de colchón. Los niños, juegan en las calles, son picados por mosquitos, y se crían al son del chasquido de los carros. Han venido a Colombia refugiándose de las condiciones de violencia, pobreza, desabastecimiento de alimentos y medicinas, inflación y atentos contra la democracia del presidente Nicolás Maduro. No han tenido otra alternativa.

FOTO: Laura Ramírez

El pasado cuatro de octubre, los venezolanos se dirigían hacia el Instituto Distrital de la Participación y Acción Comunal (IDPAC) para conocer el destino de su próxima parada. Para aquellos que tienen el Permiso Especial de Permanencia (PEP) es más fácil viajar y conseguir un cupo, a diferencia de quienes están de ‘ilegales’. Algunos se dirigen a Chile, otros a Perú y a Argentina. Según Francisco González, el líder del grupo de venezolanos en Salitre, desde hace un par de semanas, el gobierno ha intentado retirar a aquellos que se refugiaban en un campamento aledaño al caño, por la terminal de transporte de Salitre. Alega que el pasado 3 de octubre, a las 7 de la noche, la policía despertó a los niños, hizo que todos terminaran de evacuar el campamento, e incluso quemó algunas pertenencias de los inmigrantes.

Según el reportaje Venezuela a la fuga: análisis de la crisis migratoria de El Tiempo (2018), “Colombia se convirtió en el primer destino de los venezolanos, con una población que creció once veces en tan solo 24 meses”. Además, la Encuesta sobre Condiciones de Vida (Encovi) revela que el 81,8% de los hogares en Venezuela se encuentran en pobreza. La mayoría de venezolanos que han migrado, salen del país para encontrar oportunidades que los ayuden a sacar a su familia adelante y poder sobrevivir ante la crisis. Este es el caso de Francisco Urdaneta, Licenciado en Educación profesional, quien caminó diez días a pie desde Cúcuta para llegar a la capital y pidió asilo. “A mi me robaron allá en Venezuela, se me metieron a la casa, se me llevaron el carro, me arrastraron, me pegaron cuatro tiros en un monte y me dieron por muerto…por eso estoy aquí”, menciona, al tiempo que se levanta la camisa para mostrar la cicatriz que le dejó la violencia.

El terreno tiene un olor fuerte y penetrante, producto de la mezcla del humo de los carros, los orines y varios días sin bañarse. En este ambiente, discriminante por naturaleza, sobreviven los inmigrantes. “Por unos pocos, pagan todos”, argumentan, al mencionar que algunos compatriotas dejan basura en la calle y delinquen, lo que perjudica la imagen de todos. Por este motivo, han escuchado que algunas personas que viven en el barrio le pagan a los policías para que desalojen el lugar. Por lo pronto, ellos intentan sobrevivir teniendo “maraña”, pues salen a ganarse la vida vendiendo caramelos, galletas, manzanas, BonIce, recogiendo basuras y limpiando patios, entre otros.

Recuerdan que hace unos días, un par de colombianos se llevaron a Ricardo, un venezolano que vivía en el campamento aledaño, para trabajar de lava carros; sin embargo, unos días más tarde la policía lo encontró muerto, sin sus órganos. Aterrorizados ante ese hecho, agradecen por la vida y salud que tienen, al tiempo que sueñan con tener papeles, empleo, y un país que los acoja como hermanos y no como extraños.

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