Luces y sombras de la “cultura de la cancelación”

Texto por: Diego Stacey // Periodismo Cultural

Nadie escapa a la petición de ser bloqueado en las redes sociales. Y qué mejor ejemplo que la autora británica J. K. Rowling, reciente protagonista de sucesivas polémicas y acusaciones de supuesta transfobia. Algunos señalan que se trata de “derrocar una intolerancia para subir otra por delante”.

FOTO: De Dzenina Lukac en Pexels.

Ni J. K. Rowling ni Ellen DeGeneres, ni Margaret Atwood, ni Alberto Salcedo Ramos: nadie parece escapar a la llamada “cultura de la cancelación” (cancel culture en su inglés original), en las redes sociales. Para unos es una práctica excesiva, y para otros, necesaria. Y si bien la consideración de lo que está bien y lo que está mal ha mutado con los años, ahora, con el auge de la corrección política, el debate en espiral en las redes sociales versa sobre qué se puede decir y qué no.

Con el impulso de cancelar se trata de “derrocar una intolerancia para subir otra por delante”, reflexiona el escritor colombiano Ricardo Silva Romero. Este reconoce que las personas tienen el derecho a no comprar una obra suya por el motivo que sea, como, por ejemplo, discrepar de sus creencias y sus opiniones. Sin embargo, cree que se cruza una línea cuando las personas hacen “el esfuerzo por que nadie me lea o por que nadie busque mis libros, o por aniquilarme y tratar de que no tenga la columna [en El Tiempo]”.

A lo largo de su carrera, a la autora británica J. K. Rowling no le han sido ajenos los comentarios en su contra. El pasado julio firmó —junto a otros escritores, periodistas y académicos (entre los que destacan nombres como Margaret Atwood y Noam Chomsky)— una carta sobre “la justicia y el libre debate”. En ella, los firmantes expresan que el libre intercambio de ideas se ha restringido cada vez más y que ahora existe “una intolerancia a los puntos de vista opuestos, una moda para la vergüenza pública y el ostracismo y la tendencia a disolver problemas complejos de política en una certeza moral cegadora”.

Lo anterior cobra mayor importancia hoy, cuando la reconocida escritora de la saga de libros de Harry Potter está en el centro de la polémica. “J. K. Rowling ha escrito un libro transfobo, esta mujer se está riendo en la cara de millones de personas”, exclama un usuario en Twitter. Y otro protesta: “A J. K. Rowling se le acabaron las ideas y necesita colgarse de la comunidad trans en su nuevo libro, para ser relevante”. Numerosas declaraciones suyas, tachadas de transfóbicas, y la trama de su nuevo libro Troubled blood (2020) la han vuelto tendencia en Twitter con el hashtag #RIPJKRowling (“Q. E. P. D. J. K. Rowling”).

El motivo de la controversia es que la pieza literaria, firmada bajo el seudónimo de Robert Galbraith, contiene a un personaje llamado Creed, que se viste de mujer para engañar y luego asesinar a sus víctimas. Por tal motivo, está cancelada para muchos de sus detractores. Pero ¿en qué consiste esta cultura de cancelación? ¿Y hasta qué punto las opiniones de un autor pueden afectar sus obras?

El origen de esta práctica se le atribuye a Black Twitter, un movimiento compuesto por personas afroamericanas que se movilizan en contra del racismo en dicha plataforma. Hacia el año 2015, diversos tuiteros empezaron a utilizar el término para “retirarle el apoyo a un personaje público, normalmente como respuesta a una acción o comentario socialmente inaceptable”. Así la define el diccionario Macquarie, de Australia, que en 2019 escogió la expresión cancel culture como el término del año.

Esto no es sorprendente, ya que con el paso de los años y con la masificación de las redes sociales, especialmente de Twitter, cada vez más personalidades han sido canceladas. Y los motivos varían. Las hay por denuncias de acoso sexual, como son los casos del actor Kevin Spacey y el productor de Hollywood Harvey Weinstein.; ambos ocurrieron en el marco del movimiento #MeToo, a finales de 2017. Existen otros casos no por acusaciones de un delito, sino por comentarios discriminatorios. Esto le sucedió a Roseanne Barr, actriz y comediante americana, que comparó a la asesora del expresidente Barack Obama con un simio en un tuit publicado en mayo de 2018. La cadena televisiva ABC canceló su show ese mismo día y Barr fue acusada de racista, a pesar de las disculpas que ofreció por su “mal chiste”.

Juliana Abaúnza, comunicadora social y reseñista de series y películas en diversos medios de comunicación, cree que ahora todo es “quemar o aceptar”. Para ella, deberíamos acordar que “hay puntos medios [y que] señalar los problemas que puede tener un producto no es necesariamente «cancelar». Para Abaúnza, autoras de la talla de Atwood y de Rowling “están acostumbradas a que todo mundo les celebre. Y en el primer momento en el que se encuentran con resistencia y con desacuerdo” lo tachan de censura.

Emily VanDerWerff, la crítica de televisión del medio digital estadounidense Vox, ha manifestado su desacuerdo con la posición de Rowling frente a las personas de su comunidad. A pesar de que ella, una mujer trans, comprende que ningún personaje o artista está enteramente libre de problemas, esperaría que “las personas que me conocen y me aman, entiendan por qué se ha convertido en una figura tan difícil para muchos de nosotros”. Además, manifiesta que “no nos deberíamos preocupar por que la autora pierda una pequeña cantidad de dinero, cuando las personas trans de todo el mundo luchan por sobrevivir”.

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Entonces, ¿qué hacer con la obra de un autor problemático? Para Mariángela Urbina, también escritora y cocreadora del canal de opinión Las Igualadas, la solución no es cancelar. “Si canceláramos a todos los machistas, no podríamos volver a leer la mitad de las obras que conocemos”. Algo similar considera Silva Romero, quien asevera que en los artistas se busca perfección. “Hoy en día nadie se pondría a pensar qué tan buena persona eran Dostoievski o Shakespeare, o qué tan buen tipo era Kafka”. Esto conduce al milenario debate de si un autor y su obra deben verse por separado, o si, por el contrario, la una afecta a la otra irremediablemente.

¿Es, pues, condenable ver películas de Roman Polanski? ¿Podemos seguir disfrutando de las crónicas de Alberto Salcedo Ramos tras las recientes denuncias de acoso en su contra? Son preguntas que no tienen una respuesta definitiva. Es evidente que la moral de cada persona es la que mayor influencia tiene sobre la decisión de consumir o no un producto u otro, sobre todo si se trata de un creador cancelado o cuestionado. Para Abaúnza, el arte de estos personajes no se debería borrar nunca: “Eliminar obras de arte no sirve de nada, porque estamos perdiendo la oportunidad de preguntarnos por qué esa obra es problemática”.

Una solución significativa fue la que ofreció la nueva plataforma HBO Max, con la película Lo que el viento se llevó (Victor Fleming, 1939). En vez de removerla de su catálogo, insertó una introducción de cuatro minutos para propiciar una discusión sobre la representación de las personas negras en el contexto de la película y por qué esta es tan cuestionable desde la óptica de nuestro tiempo.

Según Urbina, para tener una sociedad más justa sería “bueno cuestionar los comportamientos de las personas que admiramos en distintas ramas del arte”. Conforme este análisis, también se podría cuestionar a Rowling sin necesidad de cancelarla. Asimismo, Ricardo Silva Romero considera que un personaje como Creed no representa necesariamente la visión de un escritor, pues afirma que “en la ficción puede haber racistas y machistas, y se está simplemente mostrando tipos de personas” en la sociedad. El autor considera que muchas veces lo que se está haciendo es una crítica o una pregunta sobre el tema, y en este caso particular, sobre el género. “Hay que ver las intenciones y desde dónde se están haciendo las cosas”, añade.

A pesar de esta cancelación masiva, The Bookseller, revista británica enfocada en la industria del libro, reportó que la novela Troubled blood, eje de la controversia, fue la número uno en ventas en el Reino Unido en la semana de su publicación. Esta alcanzó las 64 000 copias vendidas. Entonces, ¿los miles de tuits de verdad representan lo que piensan las personas sobre la autora fuera de la esfera digital? O, por el contrario, ¿fue esa misma profusión de la información la que hizo que aumentaran el interés en la obra y, por ende, sus ventas?

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